EL MUNDO, UN DÍA

Blog del Periodista Manuel Jesús Orbegozo. Este blog se mantendrá en línea como tributo a quien con su pluma forjo generaciones de periodistas desde la aulas sanmarquinas. MJO siempre presente.

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Primero, recorrió todo su país en plan informativo, y luego casi todo el mundo con el mismo afán. Por lo menos, muchos de los grandes sucesos mundiales de los últimos 30 años del siglo XX (guerras, epidemias, citas cumbres, desastres, olimpiadas deportivas, etc.) fueron cubiertos por este hombre de prensa emprendedor, humanista, bajo de cuerpo pero alto de espíritu, silencioso, de vuelo rasante, como un alcatraz antes que de alturas, como un águila, por considerar que la soberbia es negativa para el espíritu humano. Trabajó en La Crónica y Expreso, y más de 30 años en el diario El Comercio como Jefe de Redacción, luego fue Director del diario oficial El Peruano y como profesor de periodismo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo sigue siendo aún después de 30 años seguidos. Esta es un apretada síntesis de la vida de un periodista hizo historia en el Perú y en muchos de quienes lo conocieron. Puede además ver su galeria fotográfica en http://mjorbe.jalbum.net Nota: MJO partio el 12 de setiembre para hacer una entrevista, la más larga de todas. MJO no se ha ido, vive en cada uno de los corazones de quienes lo conocieron.

Friday, January 21, 2011

LUIS JAIME CISNEROS (Palabras Liminares)

Mi más grande homenaje personal de gratitud que puedo rendirle al doctor Luis Jaime Cisneros al ocurrir su súbito falleciminto en la fecha es la reproducción de LAS PALABRAS LIMINARES escritAS para mi obra de dos tomos TESTIGO DE SU TIEMPO.publicadas por el Fondo de Cultura Económica, México, D.F., uno de los mas hermosos y tensos a mi trabajo periodistico de 50 años de vida profesional.
Que Dios tenga en su Gloria al doctor Luis Jaime Cisneros.




PALABRAS LIMINARES
Luis Jaime Cisneros

El lector tiene en sus manos variado testimonio del horizonte ante el cual dirige el periodista su interés: países, ciudades, acontecimientos, conflictos que oscurecen la vida de los hombres y el provenir de los pueblos.
Estos volúmenes nos ofrecen una imagen caleidoscópica de Manuel Jesús Orbegozo, periodista: testigo del mundo, soldado de la noticia, heraldo de la verdad, testigo del hombre y de nuestro tiempo. Lo visto y oído en viajes inesperados, unas veces en excursiones sigilosamente proyectadas con seria intención informativa.
Informar es una misión muy singular, cuya verdadera dimensión depende de la calidad del informante y de la significación de la noticia. Orbegozo nos regala acá con un vivo retrato de lo que seduce a un periodista; de lo que consigue atraer su atención; de lo que conmueve y de lo que siempre ha de servir para justificarlo. Periodista no es palabra de fácil pronunciación. Asumir su significado y aprender a vivirlo con lealtad y con destreza singular, con privilegios que solamente algunos espíritus selectos logran alcanzar.

Lo primero que el lector necesita saber es por qué he aceptado prologar esta obra de Orbegozo. La explicación se impone porque yo no soy cabalmente un periodista, aunque (como sostenía Luis Alberto Sánchez) llevo el periodismo en la sangre. Escribo estas líneas, por lo tanto, porque nada de lo que haga un hombre de la calidad profesional de Orbegozo puede serme ajeno. Leo con renovado interés sus textos, porque todos ellos rezumen lo que desde muchacho aprendí a valorar en el periodismo: la independencia, la verdad, en rechazo de todo lo que puede significar adulación o sometimiento al poderoso. Por eso los artículos de Orbegozo, en diarios y revistas, nos lo muestran en apremio constante en busca de la verdad, armado de sus libretas de notas, de su máquina fotográfica y de sus claros principios ideológicos.

Los cuatro volúmenes de Orbegozo nos enfrentan a cuatro grandes perspectivas de la noticia: que ocurren en los países, qué tiene que decirnos, como atrayentes noticias, las ciudades; cuáles son los conflictos que impiden vivir en paz y armonía a los hombres y a los pueblos y, por último, qué gama miscelánica de ocurrencias constituyen en el periodista pretexto y razón para que su palabra nos resulte indispensable.
Hace cuarenta años que leo artículos y reportajes de Orbegozo; y por eso, la lectura de lo suyo me ha servido para rememorar lo vivido y para vivificar lo soñado a través de un discurso siempre novedoso y ameno. Amenidad que no se debe a supuestas dotes literarias de Orbegozo, sino a evidentes dotes periodísticas. ¿Qué le pedimos los lectores a un periodista?. ¿Qué armas nos ofrece él para que independencia y verdad se nos aclimaten en la médula y realmente nos brinden sana información; intuición e imaginación. ¡Y buen manejo del idioma! Los lectores no exigimos que el periodista sea un gramático ni un novelista; pero sí esperamos (como lo reconocía en Oiga, hace más de veinte años, Federico More) “esa cantidad indispensable de hombre de letras que el periodista necesita para embellecer su oficio y su arte sin dañarlo”. Y eso es precisamente lo que conviene celebrar en estos volúmenes que sintetizan una hermosa profesión vivida con ardorosa pasión y celo inconfundible. El mismo Orbegozo se confiesa: no es (ni quiere ser) un escritor y apenas admite reconocerse “un técnico de la comunicación social
que no ha necesitado “inciensar a nadie” (Países, 135). Y no se tome la declaración como gesto de escondida vanidad ni se tenga por mohín auspicioso, porque –tras haberse codeado con grandes personajes del siglo XX, Orbegozo traza sus distancias y nos dice: “Todo estos personajes mundiales...siempre me sorprendieron aunque nunca me asustaron, porque creo que el hombre sigue siendo una mezcla de tierra y agua, de fuego y viruta, de águila y ratón, de macho cabrío y de lágrimas light. No es mucha cosa en comparación con otros seres, como el sol, por ejemplo, que seguirá alumbrando millones de años más, mientras el hombre se apaga no bien aparece en escena” (Paisajes, 136)

Técnico peruano de la comunicación se confiesa Orbegozo, con esa cara de árabe que cierto diplomático cubano le descubrió en Pekín (ibid, 109). Pero tampoco nos hagamos a la idea de un periodista encorsetado paladín de la noticia, incapaz de mostrar su hermoso lado humano. Por eso no nos extraña sentir su sufrido dolor en las calles de Calcuta:
“Cuando abrí el portón de mi hotel de pobres para salir a la calle, me di de golpe con un espectáculo desesperante, tanto que no volvería a ver en ningún lugar de la tierra. En efecto, la gente que llenaba la calle no había dormido allí porque la noche la hubiera sorprendido, sino que vivía allí día y noche, la calle era su casa, era su sala, su comedor, la calla era su cocina y hasta su WC... Con gran dolor en el corazón, tomé algunas fotografías reveladoras del desastre” (Ibid, 72)

Vida larga y accidentada de periodista, la de este hombre singular. La noticia se hizo valiosa moneda desde que el nombre de Manuel Jesús Orbegozo la respaldó en diarios y revistas. A través de sus escritos nos fuimos enterando de lo que valía una visa cuando el reto era hallarse cerca del juicio al sangriento Bokassa. Y ese simpático aire confidencial que imprime a su discurso nos alienta ahora a recordarle que Mbaré quizá lo siga esperando para ir a Kinshasa, porque tal vez ya lo ha perdonado (Miscelánea, 31)

Estos volúmenes constituyen un florilegio de la vida periodística de Orbegozo. Noticias tristes un día, solemnes otro día para convocarnos a la meditación, el lector se va acostumbrando, en la ágil prosa de Orbegozo, a compartir los variados estados de espíritu del informante. Y por eso celebra, en pleno carnaval brasileño, cómo se desarrolla la macumba:
“ahogada entre cuatro paredes, entre vahos de licor y alegría sensual, entre contorsiones de cinturas y culebrillas sueltas en la espina dorsal. (Miscelánea, 196).

¿Qué es lo que caracteriza, y atrae, a los artículos y reportajes de Orbegozo?. Es fácil explicarlos: se diría que es el tratamiento coloquial de la noticia, que permite al discurso desarrollar un ritmo serpenteante que facilita que el lector se sienta un interlocutor predilecto y se ilusione pensando que los textos se han escrito precisamente para su gozo particular.
Los reportajes sobre ciudades trazan una singular conjunción del pasado y el presente; y en ese despliegue traza Orbegozo la vida historica de la ciudad y del hombre. Lo dice como testigo, pero logra que el lector comparta vivamente el testimonio. Nos es fácil, por eso, comprobar que Hanoi es una ciudad aparentemente alegre “que no está entregada al sufrimiento” y comprobamos que “el arte no tiene por qué estar reñido con la guerra” (Conflictos, 132). Por gracia de tanto acierto descriptivo, al lector le resulta agradable sentirse invitado a compartir la parsimoniosa lentitud con que caminaba la gente en Pekín: “caminaban por las calles con lentitud, como si no les interesara el tiempo, iban mirando las cosas, veían pasar la vida” (Países, 103).

En suma, tenemos entre manos la obra de un auténtico periodista, hecho para defender la justicia y la verdad. Lo que, en esta hora de América, bien vale un Perú.

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