Recuerdos de Pablo Neruda
Claro que recuerdo muy nítidamente a Pablo Neruda. Lo recuerdo porque conversé con él varias veces y en distintas oportunidades, y solo me falló entrevistarlo en su Isla Negra chilena. No estaba allí el día que lo visité aunque pude aguaitar en los compartimentos sus mascarones de proa y sus caracoles muertos.
Conocí a Neruda en la década del 50, cuando regresaba a Chile, en barco, del brazo de Matilde. Con el escritor Sebastián Salazar Bondy y otros amigos subimos a bordo para invitarlo a almorzar y pasear brevemente por la ciudad. "Le gusta mucho el cebiche", nos había informado el periodista Genaro Carnero Checa.
De regreso al periódico, escribí la crónica del encuentro, que titulé de esta forma sencilla: POETA NERUDA /PASÓ POR LIMA. Pero, el editor general del diario donde trabajaba, un anticomunista rabioso, cambió ese título por este otro mediocre: POETA ROJO/ PASÓ POR LIMA.
Esa sorna política, sin embargo, no cambió en nada la simpatía amistosa que sellamos desde el primer encuentro. En la embajada de su país, en una siguiente oportunidad, lo esperábamos desesperadamente. Los Genaros fraternos de esos días: el uno, Medina, de Chile; y el otro, Carnero Checa, del Perú, me habían recomendado sobremanera para una entrevista exclusiva.
La embajada chilena estaba llena de intelectuales y curiosos y la entrevista no había cuando se concretara; se estaba yendo al agua. "Ya ves, Orbegozo -me comentó Neruda- no es posible conversar a solas. Pero, mañana zarparemos a las 4, a las 3 te esperaré a bordo".
Yo escribí que esa tarde esperábamos al poeta, desesperadamente. Hasta que llegó con su lenta manera de andar y de decir, con sus pasos de corcho,
balanceándose como un gran plantígrado, mirando con sus ojos cansados de quelonio. A manera de disculpa nos contó que había estado visitando anticuarios. "Fui con el señor Embajador", dijo. Y fue cierto, quería ver si el mar había varado otro mascarón de proa hacia la vida, otros vejestorios; quería ver si había otros caracoles vacíos o piedras abandonadas al crepúsculo.
Justamente, yo le alcancé un par de caracoles que le había traído desde lejos. La cubana Mayelín me había dicho que le trajera caracoles para su colección. Así, cuando estuve en Wonsan, Corea del Norte, hundí mis manos en la arena coreana y encontré un caracol que parecía un arrugado cuenco. Después fui a Haiphong, vietnam, y allí encontré otro caracol, pero, a diferencia del primero, éste tenía heridas, había sido despedazado por las tempestades y las bombas de la guerra norteamericana. Ya no servirìa para escuchar los broncos mensajes del mar de Tonkin relacionados con el heroísmo vietnamita.
Neruda observó los caracoles como un tasador de piedras preciosas y me dijo con su grave voz de genio: "Muchas gracias, Orbegozo". Después, como si se tratara de una recompensa, en uno de los dos tomos de su Obra Completa me firmó un autógrafo con tinta verde. "Siempre con tinta verde, -dijo el Embajador que o flanqueaba-, parece que esa tinta se la fabricaran a él exclusivamente", "¿Significa algo ese color?", pregunté yo.
"Tal vez, como somos del sur de Chile, allí todo es verde, está dominado por el verde en todos los tonos aunque ahora lo han quemado todo. Pero, de alguna manera, ese color es indestructible", contestó el poeta.
Mientras, yo recordaba a Hora Zero cuando muy temprano había discutido con unos jóvenes poetas que hablaban de neruda con minúscula, que no querían saber nada de Neruda porque no está vigente, decían. Yo defendí a Neruda,como siempre, con uñas y dientes, con los ácidos de sus propios versos: "Todos pican mi poesía/ con invencibles tenedores/buscando sin duda una mosca. Tengo miedo".
Bueno, yo no tenía miedo aunque tal vez lo tenía, porque al final de todo:"Tengo miedo de todo el mundo/ del agua fría de la muerte/ soy como todoslos mortales, inaplazable", pensé con Neruda.
El poeta, como frente a una audiencia, no sabía a quien responder. Contó quevenía de ofrecer recitales, por ejemplo en el "Round House" que es un teatro inglés donde antes, los laboristas realizaban sus sesiones. Por entonces, era como un nido de “hippies”. "Al comienzo tuve miedo, -contò Neruda-, verme entre tantas barbas crecidas y melenas, pero después, el espectáculo resultó muy interesante".
Nadie preguntaba nada, la audiencia estaba como atónita. Neruda hablaba sin dejar que lo interrumpiera ni una mosca. Con los dedos entrelazados, se parecía un obispo oficiando una ceremonia pagana. El estaba ahí, omnipotente, como si de él dependiera toda la poesía del mundo. Habló de la cebolla, !viva Neruda!; de Tupac Amaru, !viva Neruda!; de las papas fritas, !viva Neruda!. Habló de Machu Picchu, !oh, viva Neruda!.
Yo quería interrumpir pero daba miedo cortar como con un cuchillo el ambiente que simulaba un iceberg de admiración silenciosa.
Veía a Neruda medio inalcanzable, no como a Nicanor Parra, por ejemplo, a quien invité a comer camarones y conchitas de abanico; hasta nos fuimos a Ica en mi carro, con Alfonso La Torre, escuchándolo recitar todo el camino. Me habría gustado preguntarle qué opinaba de Parra, pero ni eso; solo recordaba que Neruda le había regalado una corbata y estos versos:
"No solo/tiene/uvas/esta/parra/sino/frutos/
exprimidas/o nueces encefálicas/.
En algún momento, se desató esta rara conversación:
Yo: De no haber sido poeta, usted ¿habría sido ferroviario?
Neruda: No, arquitecto, con perdón de Embajador.
Embajador: Tú has construido dos o tres casas...
Neruda: Que tú me perdonas.
Embajador: ¿Por qué?. Tienen todo el sentido moderno de la multiplicación. La "Isla Negra" (que no es isla ni es negra) por ejemplo, está creciendo.
Neruda ya no contestó nada, solo sonrió. Era la sonrisa del adiós, porque de inmediato se puso de pie con dificultad y empezó a despedirse de todos. Y se fue.
Luego, en el barco, Neruda, no pudo decir nada porque llegó tarde. Entonces escribí que se caló su gorra vasca o de golfista y caminó hacia su camarote. Yo me sentí como una malagua. ¿Qué voy a escribí ahora?, dije entre mí. Me van a preguntar bajando del barco, ¿y, lo reporteaste? Y yo no sabré qué contestar, estaba descalabrado.
Afuera, en el puerto no había cambiado nada: La prosa de la vida volvía a ser la poesía de Neruda: "Nada del mar flota en los puertos, sino cajones
rotos/desvalidos sombreros/y fruta fallecida/. Desde arriba/ las grandes
aves negras/inmóviles aguardan/. El mar se ha resignado a la inmundicia/las
huellas digitales del aceite/ se quedaron impresas en el agua/como/si
alguien hubiese andado/sobre las olas/ con pies oleaginosos/la espuma /se
olvidó de su origen/ ya no es sopa de diosas/ni jabón de Afrodita/es la
orilla enlutada de una cocinería/con flotantes, oscuros/derrotados repollos"
(Oda a las Aguas del Puerto)
Pablo Neruda zarpó del Callao para no regresar más. Salvo en el recuerdo. Neruda regresará siempre a todos los puertos del alma mientras se escuchen cercanos o lejanos, algunos de sus 20 poemas de amor o Una canción desesperada.
2 Comments:
Señor Orbegozo: Ha sido todo un placer poder leerlo después de muhco tiempo y desde tan lejos. Las maravillas de la tecnología. Ojalá siga´publicando trabajos en su blog, los peruanos que vivimos lejos, al leerlo, recuperamos esperanzas de un mañana mejor... para nuestro país y para el mundo. Saludos desde Japón...
Me alegro que nos hayamos encontrado en el espacio gracias a esta maravillosa tecnología que cada vez nos trae mayores sorpresas. Me animo a seguir escribiendo y ojalá sea más escuchado, total, mi voz es la de todos los peruanos en cualquieer rincón del mundo. Saludos. MJO
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