GUILLLERMO THORNDIKE, ADIOS
Conocí al Gordo o al “colorao” Thorndike a finales de la década del 50 y desde entonces mantuvimos una amistad que nunca tuvo un tropiezo ni un resquemor. Siempre fuimos sinceros yo, uno de sus primero admiradores. Admiraba su inagotable inquietud periodística y sus dotes intelectuales de escritor inagotable.
Nunca estuvo quieto, siempre estuvo escribiendo, cuando le fallaba el periodismo se metía a hurgar la historia, como ninguno de nosotros, según mi criterio. Nadie puede mostrar una hoja de servicios al Perú sobre esa disciplina como él. Los libros escritos por Thorndike son cien por ciento periodísticos y de un altísimo nivel literario.
En los años 60 nos quedamos sin trabajo y entonces, él consiguió una Sociedad que nos auspició la publicación de una revista sobre el agro. En un segundo piso de la primera calle del jirón de la Unión nos veíamos todos los días para hacer la revista hasta que cuando preparábamos el tercer número nos dijeron que esperáramos.
Entonces, con su esposa Charito formó una compañía de publicaciones.
Al regresar de Vietnam, me buscó para que le escribiera la historia de esa guerra. Cuando la terminé, aprobó su publicación, pero ya le faltaba plata, ya no pudo publicar nada. Su empresa ya no dio más. Me quedé sin ver publicado mi reportaje a la Guerra del Vietnam.
La vida de Thorndike está llena de anécdotas y de peripecias de toda índole, políticas, etc., pero por sobre todo humanas. Todo lo humano le era conocido, si falló alguna vez no lo hizo por ofender a nadie sino, porque estamos acostumbrados a fallar todos en el mundo.
Solía venir a mi casa a cocinar exquisitos almuerzos principalmente de pescados frescos, venía con toda su familia y con amigos a quienes yo aprovechaba para entrevistar como, sucedió una vez con con Antonio Cisneros, cuando éste era todavía un muchachito imberbe.
Una vez me llamó el gobierno del presidente Velasco para ser director de La Crónica, pero en esos días me iba a China. Les dije a los generales que yo aceptaba, pero que me permitieran ir a China a donde viajaba invitado por primera vez. Los generales me dijeron que no, mañana o nunca. Entonces, lo pusieron como director al colorao Thorndike.
Armó o fundó diarios como cancha y a todos les dio lustre es decir no dejó que decayeran nunca. Si no había noticias las inventaba de la mejor manera posible.
Una vez, en tiempos del presidente Belaunde, el de “El Pueblo lo hizo”, cayó un huayco por acá cerca de las estribaciones de Lima andina. Dos muertos. El gordo Thorndike escogió un par de redactores y fotógrafo y se fueron al lugar a donde llegaron cuando ya no había nada, ni señas. Entonces, ellos armaron su huaico: cuidadosamente le echaron tierra a uno de los redactores y le dejaron una mano afuera para que el fotógrafo adecuara una imagen que rebelara el drama de la muerte por huayco.
Regresaron con su cargamento. Thorndike escogió la mejor foto y la colocó en primera página.
Cuando el presidente Belaunde vio la fotografía se sintió muy conmovido de ver cómo el pueblo moría por mejorar su vida. Entonces, ordenó que a esa mano le hicieran un monumento, en el pueblo andino.
Y ahí está el monumento según me contaba el mismo Thornndike como una demostración dramática de la divisa de Belaúnde: “El pueblo lo hizo”.
No sé que más escribir sobre Thorndike, fuimos muy amigos, muy amigos; tengo todos sus libros, menos el último, todos firmados, y cuando muere un amigo como el, media vida se nos va en ese viaje.
Con todos sus defectos, con todas sus gorduras, con todas sus debilidades, yo sigo siendo su amigo. Aprendí que cuando alguien te dice “yo ya no soy tu amigo”, nunca fue tu amigo.
Yo sigo siendo tu amigo, gordo, gringo Guillermo Thorndike, ya nos veremos; considero que nos vamos a encontrar acaso muy pronto. (MJO)
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