TRUJILLO-METEPEC. 13 AÑOS
Muchos recuerdos....pero sobre todo dejamos obras ....
Somos puente entre peruanos y mexicanos que nos hemos nutrido mutuamente de nuestras culturas, pero sobre todo de nuestros afectos.
Asi me hace recordar desde Trujillo, Aurea Rodriguez Ulloa, el inicio de las relaciones entre Trujillo y Metepec, ciudades heróicas de Perú y México el inicio del incremento de la amistad y la cultura entre ambas ciudades americanas.
Aquí, pido permiso a mis lectores para copiar mi saludo a los metepequenses en una oportunidad ceremonial a la que concurrieron muchos trujillanos a Metepec, pero yo no pude. Entonces, solo me contenté con enviarles este menaje:
Señoras, señores, mexicanos de Metepec:
Estoy muy lejos de ustedes, pero paradójicamente, muy cerca de ustedes.
De tal manera que les será posible escuchar mi voz y mi aliento.
Mis palabras son de saludo cordial a todos ustedes, mexicanos, a quienes aprendimos a querer, a admirar y a respetar, como si se tratara de nuestros familiares.
Esas enseñanzas comenzaron en nuestros hogares, en los colegios, en las universidades, luego, en la escuela de la vida que, finalmente, es la de mayor autenticidad.
O sea, digamos, la vida me llevó a México más de una vez y así, pude confirmar que todo lo que aprendimos de nuestros padres y maestros, del cine, y de los libros era verdad, es verdad, es, a lo mexicano: la mera verdad..
Mexico es un país muy antiguo y muy digno y muy cordial y muy amigo, igual que el Perú, así somos de cuates.
Pocos países en el mundo pueden mostrar una historia más excelente que las nuestras. Los aztecas y los incas ocupan un lugar preferente en la historia de la humanidad, justamente, porque fueron humanos, es decir, probaron de todo lo que es la vida, no solo miel sino hiel, también.
Porque, en efecto, la vida no es un lecho de rosas como lo dijo un rey mexicano, sino un valle de lágrimas, como lo dijo el Rey de reyes.
Conocí México y vi de cerca en el pináculo de la gloria, a don Benito Juárez a quien tanto lo mencionan en el mundo, y entonces arrecié mi lucha contra los racistas que le ponen “peros” al indigenismo, cuando los indígenas fueron y siguen siendo lo más digno de nuestra nacionalidad.
Conocí a algunos de sus más notables artistas e intelectuales, como por ejemplo, vi pintar al maestro Siqueiros, afiebrado, untando sus brochas para hermosear la lívida pared de una vieja iglesia del D.F..
Conocí a Mario Moreno, que es como haber conocido en cuerpo y alma al hondo sentido del humor, que es el motor de la vida.
Conocí a María Félix y de ella solo me queda el ronco matiz de su voz y la enormidad de sus ojos que parecían mundos en miniatura humedecidos y brillantes girando alrededor del asombro..
Pero, también conocí a escritores, como a Juan Rulfo. Suficiente para apreciar el quid de la sabiduría rural y del humanismo, pero también de la destreza del intelecto silvestre.
Pero, por supuesto que conocí a la gente común y corriente, sin nombres ni apellidos lustrosos, pero, al fin, hombres y mujeres que viven y sueñan, que palpitan y tienen conciencia de que en el tránsito vital, la vanidad no sirve para nada.
Así, los vi simples y modestos, paseando por la Reforma cada cual con su equipaje de penas y tribulaciones, pero listos a indicarte con ahínco y sonriendo la dirección que le has pedido.
Estuve en Metepec, y nunca olvidaré el afecto con que nos trataron a los visitantes peruanos que llegamos a gozarnos de su artesanía y su ancestro. Entonces, recorrí la galería que se había montado en su Casa de la Cultura y escribí una nota sobre mis impresiones.
Me impresionó la versatilidad de sus fotógrafos y pintores y también su sensibilidad cotidiana y sus minucias. Nadie aspiraba a ser un Diego Rivera, pero todos tenían su mismo corazón, eran mexicanos, cuates de ley.
Ahí conocí a un escultor que se entretenía en mostrarnos las poses del hombre que, a pesar de estar rodeado de una multitud estaba solo, la soledad del hombre retratada en barro, solo que magníficamente.
Metepec me echó un lazo al cuello y desde entonces, estoy a su servicio, como un doméstico colonial, Metepec, estoy a tu servicio, al servicio de sus hombres y de sus mujeres por igual.
Desde el metro cuadrado que ocupo en Lima, Perú, donde vivo, mi saludo cordial a todos los metepequenses y como proyección lógica, a todos los mexicanos.
Alguna vez, regresaré a la ciudad a contemplar su iglesia que como dije esa vez, la encontré pintada de amarillo como con miles de yemas de huevos de aves del paraíso.
Espero que la Aurita peruana y la Celina mexicana, les hagan llegar este breve pero rotundo y enfervorizado mensaje de saludo, pleno de amistad y afecto.
Salud, desde esta computadora que me permite el milagro de enviarles mis palpitaciones.
MJO
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1 Comments:
sentida crónica. Un abrazo Maestro.
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