UN VIOLINISTA EN LA CALLE
UN VIOLINISTA EN LA CALLE
Señor Director de la Sinfónica Nacional:
Me dirijo a Ud., para informarle que el martes reciente, por la noche, iba por el Jirón de la Unión abriéndome paso por entre mis cavilaciones y los ambulantes que a esa hora, desesperadamente, tratan de hacerte atracar a uno a como dé lugar; digo, iba caminando, cuando en esto vi un rostro que me pareció conocido. Era el rostro de un ambulante, joven, que vendía lapiceros y que gritaba alargando la mano como la alargan todos los ambulantes del mundo.
Yo seguí caminando, pero pensando en dónde había visto ese rostro. Cuando llegué a la altura de la Iglesia de La Merced, me detuve en seco. «Creo que es él. Creo que lo he visto en el Campo de Marte». Entonces retrocedí, porque pensé en que podía ser o no, regresé con una especie de espina en el corazón. Cuando me acerqué al ambulante, éste me ofreció su mercadería, compre, son únicos, no hay dos iguales, oiga, véalo: y me alcanzó un lapicero al que le di vuelta entre los dedos, mientras en mi cabeza daba vueltas a ese rostro y entonces, creí estar seguro de haberlo visto en el Campo de Marte, pero, me asaltó una duda tremenda porque sencillamente, eso no podría ser aunque al final lo que parece imposible, no lo es. A veces uno cree que el mundo no es tanto como se dice, pero a la larga, señores y señoras, el mundo fue y será una porquería, ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también, y, entonces, ya no aguanté más y le pregunté a boca de jarro: Disculpe, joven, ¿Ud. no toca en la Sinfónica Nacional?
El joven ambulante me contesta que sí, sin apesadumbrarse ni querer ponerse disfraz, él toca en la Sinfónica, él es primer violín de la Sinfónica y ahora viste un bluejean y una camisa blanca que debe ser la misma que usa en sus presentaciones de gala, porque, realmente, lo que gana no le alcanza para darse el lujo de tener una camisa para el Municipal y otra, para el Jirón de la Unión, señor Director, y entonces me quedo medio mudo y no sé como seguir la conversación, si 1) preguntándole por qué esta vendiendo lapiceros; o 2) preguntándole si no le da verguenza vender en la calle, porque de todos modos siempre albergamos ridículos prejuicios pequeño-burgueses, señor Director, hasta que le hago las dos preguntas y él contesta: 1) «Vendo lapiceros porque lo que gano en la Sinfónica no me alcanza para vivir» y 2), porque «no tengo pretensiones de ninguna naturaleza. El trabajo dignifica y no humilla».
Le estoy hablando, pues, señor Director, de Ricardo Talledo Sotelo, uno de los músicos de la Orquesta que Ud. dirige, de 28 años de edad, la mitad de los cuales se los ha pasado tocando el violín. Ricardo, ahora «Ricardo, Corazón de Violín», estudió en el Conservatorio de Trujillo de donde egresó con las más altas calificaciones y un premio especial que se lo prendió en su frac alquilado, el Ministro de Educación de entonces. Vino a Lima, después de ejecutar a Vivaldi en «Las 4 estaciones», a Bach en su Concierto No.1, y a Mozart, en sus Conciertos Nos. 4 y 5 (Le pregunté en un aparte qué le parecía Mozart; me contestó que magnífico, pero a veces, no lo sentía magnífico, especialmente, cuando lo interpretaba con un vacío en el estómago).
Yo lo había oído tocar en el Campo de Marte, en marzo del año pasado, señor Director, y me pareció muy buen ejecutante, tanto que me grabé su joven rostro sudoroso, el mismo que esa noche lo tuve frente a mí como un rostro más de vendedor ambulante, !lapiceros, lapiceros de chonta, para regalo, señor, llévese uno, no le va a pesar!. Digo, esa noche le pregunté también sobre Beethoven y él me contestó que es un genio, pero que nosotros no debemos olvidar a nuestros músicos que también son buenos, no serán como Beethoven, pero debemos mencionarlos: Guevara Ochoa, Edgard Valcárcel o Pulgar Vidal.
Ricardo «Corazón de Violín», señor Director, es nacionalista por lo que dice, por ejemplo, cuando le pregunté si pensaba irse al extranjero, me contestó que no, porque la crisis de la Sinfónica tiene que ser superada, confío –dijo- en las autoridades que tienen en sus manos los problemas de la cultura.
Pues, de esto se trata, señor Director de ver cómo se puede solucionar el problema de la desintegración que amenaza a la Sinfónica, no podemos esperar a que se desintegre, los músicos se están desgranando como una mazorca de maíz. Antes, desde el podio, usted tenía un horizonte de 86 profesores, ahora tiene usted 62.
De repente, se puede quedar sin Orquesta. Usted dice que han renunciado más de 30 en estos últimos dos años, pero lo peor es que la Sinfónica se va quedando sin organicidad. Usted confirma que éste es un problema viejo, que viene desde muy atrás y que, fundamentalmente, es de tipo económico, los sueldos están congelados desde 1965 y como se verá, esto es muy poco para que un profesor no sólo viva dignamente, sino para que viva, simplemente; y no recurra, como Ricardo, a vender lapiceros de chonta después de haber estudiado más de 10 años y esto hace pensar en la suerte que tenemos algunos que saltamos a la palestra y sin saber leer ni escribir llegamos a ocupar tremendos puestos y a ganar tremendos sueldos, seguramente porque nacimos de pie y porque sabemos sazonar nuestras vidas con pimienta (audacia); hay que tener suerte, señor Director, veamos al cantante español, vini vidi, vinci, viene, ve y se lleva un montón de plata, si mi lascia non vale y quiero decir su nombre, pero pueden creer que es envidia, el caso es que los músicos de la Sinfónica no ganan mucho y además tienen que comprarse sus instrumentos, las cuerdas de sus violines, cada cuerda que se rompe les representa 500 soles, no pueden ni comprarse otro frac. Al respecto, usted también tiene su anécdota, señor Director. Se cuenta que una vez, una señora fanática de la Sinfónica fue al INC y pidió hablar con la Directora. Le dijo: «señora, no es posible que el Director (Leopoldo La Rosa) de la Sinfónica no pueda cambiarse de frac, toda la vida se presenta con un terno brilloso que da asco».
Yo pienso, señor Director, que el problema, lógicamente es difícil, pero hay que encararlo. Porque es un problema cultural de primera categoría. Carmen Moral dijo: «Todos los países del mundo tienen su Sinfónica, en todas las capitales del mundo hay una sinfónica, sin Museos ni Bibliotecas es la muerte». Yo, también digo: «Esto es cierto. En todas las capitales hay sinfónica, por ejemplo, en Hanoi hay Sinfónica. Recuerdo que cuando llegué –los norteamericanos acaban de realizar su última escalada de muerte- los vietnamitas, me programaron dos conciertos en su primer teatro. Una noche fuimos. Recuerdo que arrancaron los timbales como si se hubiera desatado una tempestad sobre la tierra, después, entraron los cornos, luego los violines, los metales, las cuerdas, habían como lamentaciones y otra vez los metales soplaban como vientos de ira, música extraordinaria. Hacía un mes que había muerto Ho Chi Minh y estaban estrenando una Sinfonía a su nombre. Cuando terminaron de tocar vi cómo los campesinos y soldados aplaudían a rabiar, pero también vi cuántas lágimas corrían bajada abajo en sus mejillas.
Yo le pregunto a Carmen Moral si lo de la Sinfónica tiene prioridad. Ella dice que sí, como lo dice usted también, señor Director, y entonces, yo francamente no sé como podríamos todos solucionar el problema. Sé que nada hacemos enterrando la cabeza como las avestruces, hay que afrontar la crisis. Ahora, lo que no sé es cómo; yo creo que usted debe iniciar las gestiones, mover cielo y tierra en todos los sectores. Esa sería la voz. De lo contrario, dentro de poco vamos a ver más solistas en el Jirón de la Unión: Una viola vendiendo ruleros, un fagot vendiendo ganchos para colgar, otro violín vendiendo tamales. Ricardo ya viene vendiendo baratijas y sandwiches desde hace tiempo. Diré que ganaba entre 300 y 500 soles vendiendo los sandwiches de pollo con mayonesa, pero que se dio cuenta que se estaba alejando de la música, estonces optó por seguir como ambulante, pero sin comprometerse demasiado. Ricardo más ambiciona la gloria que el dinero.
Esa noche, señor Director, veía a una señora de sayonaras que no despegaba la oreja de lo que estábamos conversando; entonces, le dije a Ricardo que nos fuéramos a otro lugar y caminamos; y la señora atrás, ahí fue que hice un gesto de incomodidad como diciendo quién será esta señora que tanto nos sigue; entonces, Ricardo, me dijo: «Es mi mamá. Yo estoy trabajando aquí para ayudarla. Yo mantengo a mi mamá». Esto me hizo, algo así como tragar saliva.
Llamé a Redacción y vino Vicente Montes a tomarle unas fotos en plena venta de lapiceros y después invité a Ricardo, a la Redacción.
Al siguiente día, Ricardo llegó con su violín para tocarnos a Vivaldi, a Paganini. Ricardo parecía un violinista en el tejado caliente, porque sudaba a chorros. Quiso limpiarse el sudor y no tenía pañuelo. Le di el mío. Cuando intentó devolvérmelo, le dije que se lo llevara, que era un recuerdo. Se lo regalé porque uno se queda con grandes dudas, de repente, lo que gana no le alcanza ni para comprarse un pañuelo. Pero, para qué vamos a hacer una telenovela de este hecho real, señor Director, lo que me parece mejor es ponerse manos a la obra, tenemos que ayudar a Ricardo, «Corazón de Violín», ya que ayudarlo a él, viene a ser lo mismo que ayudar a la Sinfónica.
Muy atentamente,
Manuel Jesús Orbegozo (*)
(*) Informe del Jefe de Redacción de El Dominical de «El Comercio» al Director de la Orquesta Sinfónica Nacional de cómo encontró al Primer Violín de la OSN en el Jirón de la Unión vendiendo lapiceros como ambulante. Sucedió el 21 de noviembre de 1976..
1 Comments:
"Sucedió el 21 de noviembre de 1976..."
como si ese encuentro hubiera sucedido hoy, realmente.
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