EL MUNDO, UN DÍA

Blog del Periodista Manuel Jesús Orbegozo. Este blog se mantendrá en línea como tributo a quien con su pluma forjo generaciones de periodistas desde la aulas sanmarquinas. MJO siempre presente.

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Primero, recorrió todo su país en plan informativo, y luego casi todo el mundo con el mismo afán. Por lo menos, muchos de los grandes sucesos mundiales de los últimos 30 años del siglo XX (guerras, epidemias, citas cumbres, desastres, olimpiadas deportivas, etc.) fueron cubiertos por este hombre de prensa emprendedor, humanista, bajo de cuerpo pero alto de espíritu, silencioso, de vuelo rasante, como un alcatraz antes que de alturas, como un águila, por considerar que la soberbia es negativa para el espíritu humano. Trabajó en La Crónica y Expreso, y más de 30 años en el diario El Comercio como Jefe de Redacción, luego fue Director del diario oficial El Peruano y como profesor de periodismo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo sigue siendo aún después de 30 años seguidos. Esta es un apretada síntesis de la vida de un periodista hizo historia en el Perú y en muchos de quienes lo conocieron. Puede además ver su galeria fotográfica en http://mjorbe.jalbum.net Nota: MJO partio el 12 de setiembre para hacer una entrevista, la más larga de todas. MJO no se ha ido, vive en cada uno de los corazones de quienes lo conocieron.

Saturday, February 05, 2005

UN CUENTO DE PERIODICO

Todos los “Cuentos de Periódico” que he escrito tienen una base real. Este es uno de ellos, solo que ninguno de los protagonistas tiene nada qué hacer conmigo. “Cafiche” no está registrado por el Diccionario de la RAE, pero en mi país es el equivalente a “proxeneta”. Vale la advertencia para los mal pensados


El Bautizo

Fue una tarde de transeúntes despreocupados cuando Mary Hopkins Landstrong, inglesa de 48 años, residente precaria, conviviente de Felix Moro, "El Cafiche", lo sorprendió mirándola como un aprendiz, como si nunca hubiera visto piernas hasta más arriba de las rodillas, piernas huesudas que terminaban en pies pequeños metidos en zapatos, taco 6.
Su rostro, embadurnado con una pasta ocre y sus labios pintados de rojo-diablo y las pestañas largas y arqueadas hacia arriba y unas arrugas indolentes que partían de las comisuras de su boca hacia abajo como una desazón y las ojeras de carbón y los cabellos rubios de yute, como los de una muñeca de basura.
El muchacho tenía 13 años y era delgado como todos los muchachos de 13 años y displicente, iba pateando una chapa de botella de cerveza que en ese momento se introdujo debajo de un auto Ford con viejas heridas y proezas. Trabajaba en una lavandería y estaba yendo a entregar un pantalón recién planchado al señor Miranda, ferrocarrilero que vivía en la esquina de Grau y Manseriche.
"El Cafiche" estaba buscando clientes entre los provincianos o tal vez no, para financiar el pago del hotel a costas de su amante o de un collar de perlas baratas con una medalla de la Virgen de la Concepción, bañada en oro de 14 kilates y mal adquirida. Tenían que pagar esa misma tarde o ¿en que burdel irían a pasar la noche?.
Mary, más conocida como "La Inglesa" en los barrios rojos de la capital, de gira oficial por provincias, intuyó que el muchachito aún no había tenido mujer y se interesaba por descubir los misterios del sexo. Su primo Andrecito nunca fue capaz de hacerle entender el placer que se siente cuando uno se coloca entre las piernas de una mujer; Andrecito, era de los que pensaba que el placer había que procurárselo uno mismo con sus propias manos para que sea más pleno, para qué confiárselo a terceros.
Dos transeúntes repararon en las provocaciones de la mujer, pero su desfachatez era indolente; siguieron su rumbo luego de espetarle adjetivos morbosos con alevosía que ella recibió con sonrisas de vidrio.
-Ven, le dijo la mujer al muchachito.
El se acercó con el paquete en las manos.
-¨Cómo te llamas?, le preguntó ella, con el dejo inglés que todavía, a pesar de los años, conservaba en homenaje a una aldea de Shefield donde nació.
-Me llamo Juan José – le contestó el muchachito.
-¿Te gusto? le insinuó la mujer levantándose un poco más la falda del vestido de grandes flores rojas de vergel. El muchachito sintió un ramalazo que no pudo definir después.
- ¿Cuánto tienes?, le preguntó la mujer. El muchachito sacó una piola de trompo y un pañuelo, que trató de esconder porque estaba sucio.
-Un sol, nomás, le contestó mostrándole las monedas.
-Tienes menos, pero, no importa, ven conmigo-, le dijo ella mientras ponía sobre el hombro su brillosa cartera de cristal.
Los dos cruzaron la calle y ahí estaba el hotel "Princesa" sin estrellas de ninguna categoría. Subieron una escalera de caracol, ella adelante y el muchachito atrás entreteniéndose en las piernas que se descubrían cada vez que ella se impulsaba en el escalón, y como ya tenía la llave del departamento 313 en la mano, abrió la puerta y empujó al muchachito; cerró la puerta sin estrépito y le pasó un pestillo inútil.
Era la primera vez que el muchachito se bajaba los pantalones frente a una mujer y la primera vez que iba a montar, no sobre una potra de nacar como en la poesía de García Lorca, sino sobre una vieja yegua que había corrido en mil hipódromos.
Mary Hopcking se levantó la falda y le entregó al muchachito el milagro de la primera vez y el muchachito jadeó algo, pero se apuró demasiado desde el primer tramo del camino y perdió la serenidad y pretendió morder, asirse de algo con los dientes, pero se calmó y a medio respirar inesperadamente alcanzó a decirle ya, señora, tal vez dándose cuenta de que había llegado.
Fue lo único que dijo y apenas tuvo tiempo de verle la cara a la madame y más bien posó sus ojos en unas bailarinas lánguidas de Renoir que colgaban indiferentes en el cuartucho del hotel.
Luego, la madame vació agua fría en una palangana y se acuclilló para lavarse y le ordenó al muchacho que también se lavara, toma, le dijo, y ambos se secaron con sendos pedazos de papel higiénico y la mujer se soltó la falda y se sacudió como una gallina ponedora y el muchachito empezó a vestir su medio cuerpo, en silencio, aunque apuradamente y con pudor como si alguien lo hubiera estado observando; sentía un cargo de conciencia pero no por haber conocido el paraíso, sino porque todo había ocurrido demasiado rápido; hasta alcanzó a preguntarse por qué esa delicia no podía durar más.
Alguien tocó la puerta con tres toques de corchea y una fusa. Es él, dijo ella, que conocía la melodía. ¿Quien es?, preguntó el muchachito asustado. No te asustes, - le dijo ella- , es mi marido, el sabe lo que hago.
Corrió el pestillo y apareció "El Cafiche" que llenó toda la puerta.
-¿Que haces tú, aquí?, le preguntó el hombrón al muchachito.
-Aquí, - fue lo único que alcanzó a titubearle Jorge Juan, recién graduado de hombre.
El muchachito bajó corriendo la escalera de caracol y se fue a entregar el pantalón recién planchado al señor Miranda, porque ya era tarde.
En la esquina de siempre juntó a sus amigos del barrio y les contó su aventura. “En eso, entró mi papá”, les dijo como acápite final, y todos se rieron.


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