UCHURACCAY EN EL INFIERNO
En una aldea de lo más minúscula porque apenas vivían 470 personas de las cuales solo 130 sabían leer y escribir, se produjo una masacre como nunca antes se había registrado en su larga historia de siglos, originada por el terror.
En Uchuraccay de Huanta, Ayacucho, los uchuraccayinos, esa tarde del crimen, no estaban desorientados, al contrario, ya habían tomado una decisión firme apoyados por las Fuerzas del Orden; había que luchar contra los terroristas de “Sendero Luminoso” hasta la muerte.
Porque en recientes días pasados, los senderistas habían llegado a alborotar un pueblo donde nunca antes los hubo que no fueran los de sus fiestas sincréticas o de sus ritos comunales. Entre las torpezas que cometieron los feroces senderistas fue, por ejemplo, juzgar al teniente Gobernador. Alejandro Huamán, por haber quemado una bandera roja de Sendero.
Su sentencia de muerte fue firmada. Una media noche, en la placita del lugar frente a todos los pobladores tiritando de frío, Huamán negó su apoyo a los terroristas. Entonces, uno de los esbirros se acercó hasta el centro de la placita donde se encontraba, y le disparó en la cabeza. Su muerte fue instantánea, según relato del periodista Juan Gargurevich, entre otros.
Lo macabro fue que nadie debería acercarse a ver el cadáver, de lo contrario también sería asesinado en el instante. El cadáver quedó solo. A su alrededor la noche, el viento; arriba, Dios y las estrellas. ..
Cuando amanecieron, todos los uchuraccayinos estaban cambiados, pero por dentro. La ira se revolvía en sus pechos como huracanes salvajes.
Jamás les había ocurrido semejante cosa. Se llenaron de ganas de venganza, aunque también de horror. Para ellos, en su propio lenguaje, había empezado el “manchaytimpu” o “tiempo del miedo”.
Los ucchuraccayinos habían jurado vengar a sus muertos –porque ya no era solo uno- y no dejar por nada de este mundo que se impusieran los terroristas de Sendero Luminoso.
Así fue cómo, al atardecer del 26 de enero, vieron aparecen en las cumbres de los cerros que los rodean a casi 4 mil metros de altura, a un grupo de gentes desconocidas para ellos e inmediatamente identificadas como terroristas.
Cuando estuvieron frente a frente, no obstante que uno de los guías trataba de explica en quechua el incidente, los uchuraccayinos, empezaron a insultarlos, luego a agredirlos y finalmente, a asesinarlos.
Al anochecer, los ocho “terroristas” yacían en los alrededores de la iglesia, totalmente flagelados, destrozados por las lampas y las barretas, descoyuntados, absolutamente desconocidos. Se habían enseñados en sus cuerpos.
No tuvieron tiempo de cavar una tumba para cada uno, entonces, cavaron cuatro tum bas y colocaron dos cadáveres en cada una.
Como cuando Dios digo “Hágase la luz y la luz fue hecha”, en Uchuraccay, alguien dijo: “Hágase el silencio y el silencio fue hecho”, un silencio absoluto que duró 48 horas.
Porque dos días después, el 28, la noticia era nacional primero e internacional después, Primero, No se sabía cuántos eran los asesinados, y segundo, que los asesinados eran periodistas.
La noticia no pudo ser más escalofriante ni desconcertante.
En Lima, en los diarios sabíamos que los muertos eran: Eduardo de la Piniella, Pedro Sánchez y Felix Gavilán del diario Marka; José Luis Mendívil; Willy Retto, reportero gráfico de El Observador, Jorge Sedano, de La Republica; Ovidio Garcia, de Oiga; y Ocatavio Infantas de Noticias, de Ayacucho.
También habian matado a Juan Argumedo que les sirvió de guía a los periodistas, y a Severino Huáscar, comunero del mismo lugar, pero esto, a pesar de que los conocían perfectamente, quisieron castigar así su presumible alianza con Sendero. Los enterraron y nunca se supo dónde. Pero, además, luego de los largos procesos de juzgamiento, los comuneros jamás declararon haber asesinado a estos dos últimos. Tal era su táctica del silencio para amenguar su odio al terror.
Aunque, luego de conocida esta masacre se pensó que podrían haberla cometido los “Sinchis” o militares, dos comisiones, una presidida por el escritor Mario Vargas Llosa, confirmaron que los autores fueron los confundidos comuneros de Uchuraccay, exaltados por el terror que Sendero Luminoso sembró en sus corazones.
La noticia de esta masacre causó mucho dolor y duro mucho tiempo, tanto que hasta hoy, los deudos de los periodistas y de todos los que los conocimos porque fueron amigos y compañeros, no se apaga.
El hecho es que la muerte de estos ocho periodistas no solo representa lo peligroso de la profesión, sino todo lo que puede ocasionar el fenómeno psicológico del terror.
Uchuraccay, pueblo pacífico y olvidado por las autoridades como sucede hasta hoy con los pueblos serranos, jamás tuvo un sobresalto. Luego de la masacre de la cual eran responsables los comuneros, instigados por el terror quedó tan triste que un año después desapareció del mapa del Perú. Todo fue abandonado. Las casas, las sementeras, las ollas, las tarimas, los animales, las herramientas de labranza y los sueños. Nada quedó en pie ni habitado.
Solo diez años después, quienes no se acostumbraron a otra tierra ni a otro cielo, regresaron, pero a fundar otro Uchuraccay.
Ojalá algún día lleguemos a conocer el viejo y el nuevo Uchuraccay, a llorar sobre las ruinas del primero y a bailar en la plaza del segundo, como debe de ser.
Todos los años los periodistas recordamos “La Masacre de Uchuraccay”, pero estamos tan desorganizados que nunca hemos ofrecido recordatorios del tamaño de lo que simboliza para la profesión y, para el país, semejante episodio histórico.
Hace 10 años, cuando Lita Guerrero estaba encargada de la presidencia del Colegio de Periodistas del Perú, citamos a una misa del recuerdo, pero no concurrieron todos los que debieron. En esa misa, se leyó esta mi
ORACION POR LOS MARTIRES
“Señor, Tú que eres el Creador del Cielo y de la Tierra, haz que se amansen todas las furias de este mundo y que quienes sufrieron el infierno de la muerte gocen ya de la gloria de tu reino, Señor, porque Tú eres omnipotente y sabio.
Haz que los ocho mártires de Uchuraccay gocen ya de la placidez del cielo prometido, y la conformidad y la paz lleguen al acongojado corazón de quienes, por la sangre, están ligados a esos muertos.
Haz, también, Señor, que el fuego de tu ira devaste el corazón de quienes provocaron esas muertes. Aunque sepamos Señor, que antes de la Resurrección de la Carne, Tú has de perdonarlos porque Tú mismo enseñaste a perdonar a quienes no saben lo que hacen.
Bendito sea ahora y siempre y por los siglos de los siglos, tu omnipotencia infinita que hará amainar en todos los confines, los vientos de rencor que se abaten sobre el corazón de los hombres.
Borra, señor de todos los mapas de la tierra, el rostro de la ignominia. Trece años han transcurrido desde el holocausto de Uchuraccay y los ríos del tiempo no han podido aun arrastrar la sangre derramada hacia los mares del olvido.
Haz que todos nosotros nos guiemos por tu infinita sabiduría y aniquilemos nuestras mezquindades y miserias y seamos, en cambio, cada vez, más solidarios y fraternos.
Confiamos Señor, en que nuestros hermanos muertos en Uchuraccay, ya no volverán a ser martirizados porque Tú, Señor, has de tenerlos ya sanos y salvos gozando de tu gloria infinita.
Te lo pedimos, Señor.
Manuel Jesús Orbegozo
Lima, enero 1996)
1 Comments:
Profesó todavía está mareaillo?
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