VALLEJO PERIODISTA
La poesía de César Vallejo ocupa casi todo el espectro de su creación intelectual, de manera que lo correspondiente al aspecto periodístico no ha sido debidamente estudiado aún. No es trata de referencias a su prosa, que es distinto, puesto que mucho de su producción relacionada con esta especie linda con la poesía y por lo tanto, es considerada prosa-poética.
Me refiero, en cambio, a su trabajo como información o comunicación de hechos o acontecimientos sociales o políticos, a su tarea de hombre de prensa o de periódico. En este sentido, mi opinión es que falta estudiar más a Vallejo, tal como lo voy a insinuar, aunque apenas como una pálida fórmula o derrotero para quien emprenda tan necesaria aventura intelectual.
No es que no se hayan publicado algunos ensayos o referencias, así como recopilado sus artículos publicados en diarios y revistas del país y del extranjero, -como la realizada con pugnacidad por el doctor Jorge Puccinelli, acaso la más completa recopilación- ;el asunto consiste en que no se le ha estudiado técnicamente como periodista.
Hace algunos años, en un artículo titulado Vallejo Periodista, publicado en el Suplemento Dominical de "El Comercio", afirmé, en términos generales, que los escritos de Vallejo, ya sean poéticos o en prosa, llevan el sello de una fuerza expresiva muy singular, propia de la genialidad creadora de un hombre que vivió su vida y su obra empujado por un extraordinario hálito vital proveniente de la estirpe humana, pero raramente universal.
Vallejo escribió, en especial, durante su vida en Europa. Todos sus artículos son paradigmáticos, constituyen ejemplos en forma y fondo. Vallejo practicó un periodismo veraz, honesto, fecundo, no agorero sino profético. Vallejo fue un técnico admirable, innovador estilístico, pero sobre todo, ético y humano. De nada le habría valido escribir genialmente si hubiera descuidado estos dos valores, casi proscritos en la sociedad actual; ética y humanística ausentes en todos los niveles de la vida social contemporánea.
Sabemos que César Vallejo no tuvo tiempo de ejercer el periodismo como carrera. Su trabajo poético y el drama de su vida lo subsumieron no en una situación de desencanto, sino de peruana y europea agonías. Su vida demasiado breve y trágica no le permitió ejercer el periodismo en una sala de redacción, profesionalmente, como sucedió con otros intelectuales de su tiempo, como José Carlos Mariátegui y César Falcón (tiempos heroicos de La Razón), o Abraham Valdelomar a quien llamó epígono de su generación, en Lima; y Alcides Spelucín y José Eulogio Garrido, en Trujillo, entre otros.
Sin embargo, lo que nos dejó basta y sobra para informarnos sobre sus condiciones de periodista o comunicador social enjundioso y brillante. Sus artículos publicados en las revistas Variedades y Mundial, y el diario El Comercio capitalinos, y el diario El Norte provinciano, colman cualquier apetencia periodística investigativa y exigencia técnica o axiológica.
En la escala de especies periodísticas escribió pocas entrevistas, pero muchos reportajes y grandes reportajes; pocas crónicas, pero muchísimos artículos, todos elegantes y excepcionalmente didácticos. El fue, en realidad, un articulista pragmático, aunque todo lo que publicó, en síntesis, revela a un acucioso observador de la vida, del hombre, del mundo, de su circunstancia y de su tiempo. Su obra en prosa periodística sirvió, además, de yunque para forjar su ideología marxista y mostrar sus grandes, sus "ubérrimas" ganas de vivir para ponerse sola y exclusivamente al servicio del hombre.
En este oficio, Vallejo demostró gran facilidad para describir tanto como para narrar que son los cimientos sobre los que se construye todo texto periodístico. En lo que corresponde al periodismo interpretativo, -que ocupa toda su producción textual a diferencia de lo que ocurre actualmente-, es un tejido adornado con tropos literarios de las más variadas índoles: comparaciones, imágenes, metonimias, metáforas, anáforas, etc., producto de su sensibilidad estética, humanismo, y madurez intelectual.
El periodismo de Vallejo no es pedestre, es ilustre. No es un ápice insultativo, es magnánimo, en cambio. Es duro en sus calificaciones, pero responsable de lo que escribe; sus afirmaciones son sutiles y del peso de una pluma; tienen, sin embargo, la contundencia asertiva de una catedral
Además, como ha sido señalado por los lingüistas y estudiosos de su poemática, Vallejo pertenece al escaso número de intelectuales que sintió la carencia de léxico para exteriorizar sus ideas, sus sentimientos, o matizar sus modos expresivos no solamente en lo que respecta a lo poético y a lo prosaico, como se ha dicho tanto, sino también a lo periodístico.
Al momento de escribir, Vallejo se daba cuenta de la falta de términos o palabras que tuvieran el sentido, la tonalidad que precisaba para comunicarse. No era suficiente lo que tenía a la mano, a menudo necesitaba nuevos términos que lo satisficieran emocionalmente. Entonces, ideaba códigos o desenterraba voces que a la generalidad podrían parecer arcaicos, pero que para él los desentierros cumplían una función de vasos comunicantes mucho más eficaz.
En Paris, luego de asistir a una exposición del famoso pintor Paul Cèzanne, escribe un agudo comentario periodístico sobre el hecho y aprovecha para hacer la siguiente mención quejumbrosa, aunque solemne:
"Cèzanne, -dice Vallejo- con ser Cèzanne, aún a los treinta años se dolía hombremente (otra cosa es decir humanamente) de haber visto rechazados del Salón, dos de sus mayores cuadros de todos los tiempos: "Aprez midi a Napoles" y "Femme a la pace·".
Así lo consigna Vallejo, exactamente así, lo cual nos permite percibir la carencia lingüística que sufría para calzar su intento expresivo, tal como podría señalarse perentoriamente de la siguiente manera: La mención de "otra cosa es decir humanamente" colocada por el mismo Vallejo entre paréntesis y dentro de la misma frase, indica que para él existía una carencia expresiva, porque como se puede observar, hay una diferencia marcada entre los adverbios humanamente y hombremente; hay una diferencia aún audible entre el primero y el segundo término.
Desde el punto de vista de la lexicología castellana, este último adverbio no existe. Lo único que existe en el Diccionario de la Lengua son once variaciones relacionadas con el término humano, incluyendo al adverbio humanamente; y diez, relacionadas con el término hombre, aunque sin incluir hombremente, el adverbio vallejiano. Observamos que ninguno de los veintitantos términos lexicales para este caso le servían de nada a Vallejo.
Y sorprende el término hombremente porque las reglas del juego gramatical no aceptan que un sustantivo pueda ser convertido en adverbio sólo agregándole la partícula mente. De piedra, no se puede formar piedramente, ni de puerta, puertamente. Un adjetivo sí puede convertirse en adverbio, como de bueno, buenamente; o de ciego, ciegamente, etc., por lo tanto, resulta imposible convertir a un sustantivo, como hombre, en un adverbio, como hombremente. Para Vallejo, la antigramática era posible.
Porque nadie negará que entre los dos adverbios, el legítimo y el suplantado existe una diferencia semántica de ingente riqueza nocional y emocional, tanto que podríamos extenderle partida de nacimiento, como término de necesidad social absoluta.
Humanamente, es un adverbio natural, sin drama; engloba a toda la humanidad y a todos los actos que realizan sus hombres y mujeres, todo lo común o circunstancial que nos es inherente. Humanamente se nace, se vive, se sueña y se muere.
Pero, otro es el problema de la realización de dichos actos; que la realice -vale la redundancia- el hombre y no la mujer, el hombre a cuyo concepto académico se une el de hombría u hombredad, con lo cual adquiere un valor lexicológico de mucho más quilates o tonalidades; constituye la nota de una partitura señera. El Diccionario, en su segunda acepción, une hombría -tomando al hombre como género-, lo une a exhibir cualidades específicas de entereza y valor. Que todos los hombres lloremos, es humano; pero que un hombre como género en particular llore, -aunque la actitud tampoco es sobrehumana-, de todos modos, no pretende una significación sexista sino otra representación, adquiere una resonancia desconocida.
El adverbio hombremente, -la unión del sustantivo hombre y la partícula mente inventado o empleado por Vallejo en su prosa informativa-, alcanza, pues, otra altura, otro cielo; es fuerte, trágica, triste, denota la soledad del hombre en el universo, su angustia existencial. Ver que mi padre se duele o llora hombremente ante la pérdida de su trabajo, ha de lacerarme muchísimo, pero muchísimo más que si mi mismo padre se doliera o llorara solo humanamente ante el cadáver de mi vecino. En el primer caso el dramatismo adquiere una connotación de mayor sentimentalidad y grandeza. En el caso segundo solo expresa una cierta expresión coloquial, connatural al género humano.
Vallejo empleó hombremente en esa crónica periodística, aunque también en poesía une nada y mente y conforma el adverbio nadamente, como aparece en el poema Trilce LXV: "flotáis nadamente detrás de aquesa membrana que/ pendula del cenit al nadir...". ¿Que grado de metafísica o extralingüística ensaya Vallejo al inventar estos términos?. ¿Hasta dónde pretende demostrarnos que esos adverbios constituyen otro mundo de la sensibilidad humana?. ¿Hasta dónde es que faltan términos en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua?
Cuando su amigo Abraham Valdelomar muere en 1919, Vallejo contó que "Llorando, sin embargo, atravieso el jirón por donde caminé tantas veces con Abraham y sobrecogido de angustia y desesperación llego a mi casa y me echo a escribir precipitadamente y como loco estas líneas".
También lloró en 1918, cuando leyó las últimas obras de El Conde de Lemos, según relata el mismo, pero nunca sabremos cuándo lloró humanamente o cuándo su dolor sobrepasó las lindes de lo humano y lo llevó a llorar hombremente.
Este es, pues, el Vallejo que para expresar sus sentimientos poética o prosaicamente se encuentra con que la lengua castellana no le provee del léxico que precisa. Para dar rienda suelta a su experiencia humana, no encuentra términos apropiados con qué describir una naturaleza humanamente sentida, pero inhumanamente desconocida por los lexicólogos de la Lengua Castellana, por otro lado, inhabilitados para inventar nada. Por eso, Vallejo inventa los términos que denoten sus experiencias o vivencias existenciales.
En su prosa periodística, como en su poesía, Vallejo emplea adjetivos, muchos de los cuales alcanzan la categoría de epítetos o cobran singularidades tonales o semánticas únicas. Hay que advertir que esto sucede más comúnmente en sus primeros escritos periodísticos modernistas y acaso, hechos "pour epater les buorgois", como lo sugiere Jorge Puccinelli en su prefacio a la heroica recopilación escritural de Vallejo "DESDE EUROPA".
Creo que, por ejemplo, cuando califica al café de funéreo, funéreo café, emplea un adjetivo de mortaja, de difunto, de funeral, de presencia depresiva. A nadie se le había ocurrido inventar el adjetivo funéreo para bautizar a una bebida naturalmente alegre, codiciada y a menudo, agradable. A nadie se le ocurrió antes aliar el color del café a una noche de funerales, de lamentos, de cercanías a un cadáver. En todos los velorios y muy especialmente en las oscuras noches de los pueblos andinos en las que se despide a los muertos, nunca se deja de tomar café. Sólo la experiencia y la sensibilidad telúrica de Vallejo pudieron bautizar al café con un adjetivo no unido a una bebida que se sirve en un deleitoso descanso de vida, sino en una noche de dolorosa muerte.
Tal vez esto de la adjetivación corresponde a la disciplina periodística de la precisión que para Vallejo era obsesiva. Así lo declaró cuando el periodista español César Gonzáles Ruano, lo entrevistó en Madrid, enero de 1931, años después de su llegada a Europa.
Allí, entre Pablo Abril de Vivero, Vallejo y Ruano, se suscitó una reflexión en este periodista que lo expresó así: "Veo por de pronto, amigo Vallejo, algo importantísimo en un poeta y sin cuya condición no me interesa ni los poetas ni los periodistas ni las locomotoras: la precisa adjetivación: "flojo coñac".
Vallejo le había confesado a Ruano: "La precisión me interesa hasta la obsesión. Si Ud. me preguntara cuál es mi mayor aspiración en estos momentos no podría decirle más que eso: la eliminación de toda palabra de existencia accesoria. La expresión pura, que hoy mejor que nunca habría que buscarla con sustantivos y en los verbos...! ya que no se puede renunciar a las palabras!."
El periodista Ruano exalta aquí la confesión de Vallejo, luego de escuchar a Abril de Vivero recitar en la tertulia, los versos melancólicos de:
"Ahora que me asfixia Bizancio y que dormita
la sangre como flojo cognac, dentro de mí....
"Flojo" coñac, por otro lado, resulta un excelente adjetivo para la imagen poética de Vallejo al comparar la sangre con el cognac, una bebida espirituosa, cuyo uso era -y no sé si lo seguirá siendo-, de necesidad vital para aplacar el frío cuando el boom de la minería y el transporte en mulas por las jalcas serranas de La Libertad y aún en los hogares de la más modesta burguesía, era de imperio. El cognac, de la más rancia estirpe francesa tiene mucho de parecido a la sangre, aunque el licor que se desplazaba por las venas de Vallejo era un cognac flojo, un licor aligerado, un agua-chirle -como se diría en el idiolecto santiaguino-; que no tiene vigor o está mal atado o es tardo en las operaciones, tal lo registra el Diccionario de la Lengua. Esto evidencia una vez más que cuando Vallejo escribía, o tenía intuitivamente la precisión o la buscaba para no enervar su poesía o su prosa.
Porque para los periodistas, repito, la precisión es uno de los principales componentes de nuestro código textual. Nuestro programa técnico impone otras características, como la claridad, la concisión, la brevedad, etc., pero, la precisión es fundamental. Vallejo, en este sentido, es un ejemplo de periodista preciosista porque es preciso, además que, innovador, creador del cielo y de la tierra aunque esa sea ya parte de su genialidad.
Muchos periodistas tenemos miedo de calificar a nuestros sustantivos con adjetivos que puedan resultar no sólo insólitos sino incomprensivos. Pero, Vallejo parece tenía otra percepción del fenómeno comunicativo. Para él, lo más importante era satisfacer sus deseos de informar sus sentimientos, de dar a conocer la conciencia que tenía de las cosas por medio de la palabra: yo quiero decir esto, decir lo que yo siento, lo que yo preciso, -el yo mayestático- y Vallejo lo hacía. El quería comunicar tal cosa con tales términos y escribía tal cosa con tales términos, algunos de los cuales, formalmente, nos podrían parecer ahora aun crípticos.
Debemos recordar aquí que la preceptiva periodística señala que hay una clase de crónica a la que se le llama "interpretativa" porque constituye una relación subjetiva de los hechos, un enjuiciamiento personal del acontecimiento o de la realidad, aunque no una opinión; una crónica con visos de lo que profesionalmente se llama "agilidad periodística". Todas las crónicas de Vallejo son ágilmente interpretativas.
El dispone, además, de una natural "expresividad estilística" que, según el maestro español Luis Núñez Ladevéze, "está ligada a la habilidad para construir imágenes y combinar registros para expresar ideas, evocar ambientes y suscitar emociones". Parece que ésta fuera la estrategia extralingüística de Vallejo: el impresionismo para denotar su desgarramiento existencial y alertar así o mantener despiertos a sus lectores o feligreses, más propiamente dichos.
No hay que olvidar tampoco que Vallejo, desde cuando arriba a Europa, se apercibe de que la finalidad del lenguaje debe ser cognoscitivo, mostrar la realidad social desde los fondos con intenciones de conocimiento. Este descubrimiento lo asombra; para él es un horizonte renovado. Lee a Joseph Conrad y se asombra; un terremoto interior lo remece. De él capta lo que podría convertirse en el leit motiv más inmediato de su vida: "Dadme la palabra justa y el acento justo y moveré el mundo", dice Conrad.
Entonces, Vallejo con su verbo, como Arquímedes con su palanca, pretende mover el mundo, más que nada, intencional y emocionalmente, hacia la humanización. Todo su trabajo, a partir de ahora, estará aún más encuadrado en una recia filosofía de vida y de obra, como periodista y como hombre; en fondo y forma cambios humanísticos más acendrados y formidables.
Cuando critica a nuestra idiosincrasia social como anómala o derrotista, Vallejo dice: "Nos volvemos pesimistas estériles, ciudadanos malvados, corazones dispépticos y riñones diputados". Corazones dispépticos o sea, de digestión palpitativa imperfecta o mejor aún, inservibles por reflejo; y riñones diputados. Nada mejor que los riñones, -qué tales riñones de los señores diputados de ayer y de hoy-, funcionando como máquinas filtrantes de argucias aguachentas o tratando de convertirlas en jugos vitales, aunque interesados; en la práctica, inútiles de toda inutilidad, que es lo que posiblemente Vallejo buscaba y consideraba necesaria para su adjetivación esplendentemente irónica.
Habla de obesidad ambiente, o ambiente obeso, en referencia al espectáculo pseudo intelectual que presentaba Lima en la segunda década del siglo XX, -según Vallejo- y no muy diferente al ambiente de hoy, lleno de egolatrías, de círculos viciosos, de argollas, de prejuicios y de vacías testas. Nada más espectacular que retratar a ese ambiente como obeso, antipoético, repleto de flatulencias o de grasas; y de cabezas clavas.
En la misma entrevista a Valdelomar, cuando éste le refiere a Vallejo sobre una de sus obras en preparación relacionadas con la ley del ritmo que gobierna al universo, el periodista Vallejo vuelve a inventar otro término que le sirve para compendiar su idea de orquesta y de ritmo o tonalidad; inventa un adjetivo preciso: orquestónica. Vallejo habla de la naturaleza orquestónica del ritmo.
Como se podrá apreciar el término no forma parte de nuestro léxico. Es necesario señalar que la Naturaleza vive a un ritmo que se concatena, que no anda suelto; una secuencia que no camina en desbandada sino que está orquestada; ritmos que palpitan por su cuenta, como armonizados en una orquesta. Entonces, inventa ese adjetivo cuya síntesis lo satisface a plenitud, y también, innegablemente, a nosotros.
Al describir a Ventura García Calderón, el periodista Vallejo lo señala así: "Ventura grandiánimo y frutal, deja caer su ayuda y sonríe noblemente". Se supone que Vallejo también ha unido el adjetivo grande al sustantivo ánimo para formar otra palabra novedosa: "grandiánimo".
En el Diccionario de la Lengua no existe este término, aunque sí otro parecido, el de "grandánime" que indica tener grandeza de ánimo. ¿Vallejo quiso decir lo mismo e ignoraba este registro, o lo que quiso decir de García Calderón era solamente que tenía mucho ánimo, disponía de un gran ánimo o ánimo grande o estaba muy animoso?. Porque, como se puede comprobar, los dos términos tienen distinto significado. Grandánime, incluso, delata una prosopopeya más distintiva.
En lo que respecta a la calificación de "frutal", este es un adjetivo conocido pero novedoso e insólito cuando Vallejo lo emplea para dibujar a una persona. Frutal merece una lectura no denotativa sino connotativa. ¿La personalidad de Ventura era apetecible como una manzana o una naranja? ¿O su edad cronológica o intelectual alcanzaba la sabia madurez de una fruta?. ¿Qué quiso decir Vallejo al describir a García Calderón grandiánimo y frutal?. Los periodistas de ahora, aparte de no describir así estilísticamente ¿sabemos, acaso, conformar una metáfora quitándole a la comparación el adverbio como interpuesto entre el sustantivo y los adjetivos que lo califican?. Fácil será comparar en este caso, la imagen poética propuesta por Vallejo cuando dice: ¿Qué estará haciendo a esta hora/mi andina y dulce Rita de junco y capulí?, y aprender. Vallejo ya no precisa de explicarla porque nosotros la entendemos y nos regocijamos en nuestro corazón más que en nuestra mente, pues, se trata de Rita "con su talle como de junco" y "su color como de capulí"
En función de lo preciso, Vallejo, en un artículo publicado en 1924, referido a la última generación de la Literatura Peruana, afirma que: "Junto a Valdelomar surge también Percy Gibson, bello vegetal lírico, en cuya obra se maridan triunfalmente la salud de pan bueno del Archipreste de Hita y el humorismo inglés de sus ancestros".
Aparte de la alta calidad formal modernista e intelectualizada de este párrafo, Vallejo dice que ambos autores se maridan, o sea, una forma de mayor exactitud expresiva que sus sinónimos: se juntan, se unen, se alían, se alinean, se parecen, etc. Maridar es, según el Diccionario de la Lengua, unirse en matrimonio; pero, en sentido figurado, significa unirse o enlazarse. Para Vallejo, los valores intelectuales Valdelomar y Gibson no sólo se unen adjetiva sino sustantivamente, sus valores literarios se machihembran o se casan, tales marido y mujer. Los periodistas, en general, no nos esforzamos por encontrar el verbo, el adjetivo, la palabra, el término preciso, más preciso, para expresarnos; casi siempre empleamos lo primero que se nos ocurre.
Vallejo, en situación parecida, escribe que "Toño Salazar, el gran artista centroamericano, que tiende a hombrearse con Bagaría en lo del caricato, etc.", emplea el verbo "hombrear" porque es de mucha mayor significación que sus sinónimos. Por ejemplo, "compararse", "igualarse", objetivamente son mucho más débiles que ponerse hombro a hombro, hombrearse.
También en TRILCE, el solitario poema publicado en la revista Alfar (Paris) y exhibido en Montevideo (Uruguay), como un ícono o una pieza de museo, inédita e irrepetible, Vallejo dice: Más el lugar que yo me sé/en este mundo nada menos/hombreado va con los reversos". Aquí, el lugar que él se sabe, poéticamente, también va hombro a hombro con los reversos.
En lo que respecta al comportamiento deontológico, cuando habla de los diplomáticos de viejo cuño, el periodista Vallejo alaba al paso a los jóvenes, con ágiles crayones descriptivos: "Como se comprenderá -dice- estos diplomáticos de nuevo estilo carecen de la notoriedad de similor de los otros. La recepción brillante, el hábil discurso, la levita irreprochable, el lujoso carruaje de tres aurigas y cinco alazanes, -todo aquello que vocea ante las multitudes al histrión del protocolo- caracterizan justamente al diplomático clásico. Dentro del espíritu protocolar clásico, el destino permanentemente de los pueblos depende del pulquérrimo nudo de una corbata o, a lo sumo, de la astuta declinación de un verbo".
Este preámbulo es parte de una entrevista realizada por Vallejo a un diplomático peruano en Madrid, lo cual lo preocupa hondamente por el lirismo apologético empleado. Le confiesa a Pablo Abril de Vivero. "He pensado mucho en este artículo y me parece que él lleva cierto ribete oscuro de ambigüedad moral, que no está de acuerdo con mi manera de ser. He pensado mucho en esto y me disgustaría que se publique ese artículo". Tal su responsabilidad, autocrítica y honestidad periodísticas respecto a dicha entrevista. (Entrevista y no "artículo" como él lo llama, y mejor publicara que publique, sic, aunque ahora, académicamente, un americanismo consentido).
Una semana después vuelve a escribirle a su amigo Pablo para decirle si debe o no debe publicar la entrevista. Finalmente, se publica en Lima (Variedades, 30.7.27), aunque "los malvados paisanos dirán que he sido pagado para escribir o que el Gobierno me tiene asalariado. Pero, usted sabe –se duele ante su amigo Pablo- que no es así. Y tal es mi destino. Mientras otros venden sus estupideces, yo sólo cargo con el ·"se dice" sin sacar de ello un pan siquiera. Está muy bien. Cada cual debe seguir su vida, unos a la derecha y otros a la izquierda y otros al centro. Así es la vida", se conduele Vallejo, luego de retratar su ámbito que no ha cambiado mucho, porque hoy, todavía hay quienes vendemos mucha estupidez.
Vallejo no empleó nunca la interlínea ni el sesgo. Fue un periodista responsable que emitió sus opiniones en lo político y artístico, etc., sin cortapisas. Fue irónico, fue tajante, inflexible en sus convicciones. Es preciso insistir, sin embargo, que Vallejo ejerció el autocontrol para no emitir juicios peligrosos, ambiguos o maledicientes. Fue exageradamente pulcro.
Vallejo pone en evidencia, una vez más, su honestidad profesional y su respeto a la técnica periodística y al fondo de lo que escribe cuando el 7 de mayo de 1927, la revista Variedades de Lima publica su artículo "Contra el Secreto Profesional" relacionado con la producción literaria de intelectuales latinoamericanos, como Neruda, Borges o Chocano, y el anuncio de la publicación de un libro de su amigo Pablo Abril de Vivero.
Vallejo descarga sus baterías contra toda la cáscara que envuelve a los creadores de entonces, pero lo más saltante de todo es que, luego de enviado el artículo desde Paris a Lima, encuentra que no está escrito correctamente ni en forma ni en fondo. Entonces, corrige afiebrado, corrige, corrige y el artículo reescrito lo envía a Repertorio Americano de San José de Cosa Rica donde aparece el 13 de agosto de 1927, tres meses después de publicado en Lima.
¿Cuál es la magnitud de este episodio?. Vallejo realiza lo que según se puede encuestar, ningún periodista, en ninguna oportunidad ni en ningún lugar del mundo, -como he escrito alguna vez- ha realizado: corregir un artículo publicado para volverlo a publicar, ahora sí, oleado y sacramentado. Después de leer y releer "Contra el Secreto Profesional", Vallejo le hace 38 sustituciones, 16 supresiones y 12 agregados, además de colocar o quitar algunas comas y puntos aparte o seguidos; un exagerado respeto a la profesión, a sí mismo y a los demás. A través de este tasajeo se puede observar la delicadeza del autor, su responsabilidad, su cálculo político, su sindéresis, su perfeccionismo, su tratamiento del contexto, su humildad. Suprime la frase "Levanto mi voz", porque tiene que haberse preguntado, ¿quién soy yo para levantar mi voz?. Los periodistas actuales somos soberbios. Decimos sin escrúpulos: "yo soy el rey y ¿qué hay?".
Hace 75 años, Vallejo vislumbraba para la sociedad mundial, un estado de cosas miserable donde la cantidad se impondría a la calidad, la pulcritud a la suciedad, el orden al desmadre. Tal sucedía, entonces. Vallejo escribió con hálito de profecía: "Se busca la cantidad, mayor o menor para todas las cantidades de medida. La calidad de los actos queda, de este modo, completamente fuera de la vida, o si ella entra para algo, es siempre para medirla por el sistema métrico decimal. En el box, un recto es mejor que otro, en el sentido en que hizo inclinar un adarme, en favor del majador, la balanza de la pelea. En el criterio de récord, hasta la gracia, cuando la hay, es apreciada cuantitativamente".
En efecto, hoy, el mercado de la información dispone de un argumento llamado rating, por ejemplo, para conseguir más televidentes, y también tiene argucias para ganar más oyentes o más lectores a como dé lugar, no importa que sea basado en chismes, injurias, violaciones a la intimidad, ampayes, o pus antes que colirio, nalgas antes que sesos, burdel antes que justicia social.
Finalmente, se debe señalar que César Vallejo periodista nos dejó una enseñanza ética que muchos de nosotros profesionales o no, debemos aprender y concienzar como norma de vida para contravenir a quienes pretenden imponernos los códigos contemporáneos de una conducta ruin.
Tomando como guía una frase de Antenor Orrego sobre que "La vida, como match, es una desvitalización de la vida", Vallejo afirmó que, en efecto, la vida como "Pulpa moral del match es la esclavitud y el amujeramiento. Yo no vivo -expresó Vallejo- comparándome a nadie ni para vencer a nadie y ni siquiera para sobrepugnar a nadie. Yo vivo solidarizándome y, a lo sumo, refiriéndome concéntricamente a los demás, pero no rivalizando con ellos. No busco batir ningún récord. Yo busco en mí el triunfo, libre, universal, de la vida. No busco batir el récord del hombre sobre el hombre, sino la superación, centrípeta y centrífuga de la vida".
Eso dijo César Vallejo, el poeta, el escritor, el antihéroe del periodista de hoy. Eso lo dijo hombremente, César Vallejo, el peruano inmortal.
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