Breve crónica de verano
Ella es alta. Morena. Elegante. Modelada exigentemente. Por debajo de su cintura, una leve prenda oculta el secreto de esta historia; otra prenda, como una suave jaula, evita la fuga de sus senos pródigos hacia el horizonte. La playa se llena de ella cuando antes del medio día ha dejado su traje junto al de sus amigas o hermanas que parecen cortadas por la misma tijera. El espectáculo, sin embargo, es ella. Los muchachos la ven y la poseen de pies a cabeza con los ojos. Los viejos, más altruistas y pragmáticos, dicen, agua que no has de beber, etc. El sol mira desde arriba y ya nada tiene qué hacer con ella salvo montar en cólera cuando se da cuenta de que sobre la piel de la muchacha apenas rebotan sus bocanadas de fuego, de furia y de lascivia. Nada hace presumir que le agrade untarse con cremas de hinds o de nivea. Pronto se acerca al mar donde aparece y desaparece cubierta por las dos piezas de su breve ropa de verano haciendo de su baño, un dulce juego de salón, recreo de focas. Sale como envuelta en miel y se dirige al puesto de aguas gaseosas donde sacia su sed ignorando que mil ojos han estado también saciando su sed fatigosa con la miel de su tersa piel oscura. Al atardecer, se viste y levemente se esfuma del escenario como si nada hubiera ocurrido, como si su presencia no hubiera endiablado de erotismo al sol, al mar y a los veraneantes. Hossana a este otro exquisito espectáculo del verano.
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