EL MUNDO, UN DÍA

Blog del Periodista Manuel Jesús Orbegozo. Este blog se mantendrá en línea como tributo a quien con su pluma forjo generaciones de periodistas desde la aulas sanmarquinas. MJO siempre presente.

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Primero, recorrió todo su país en plan informativo, y luego casi todo el mundo con el mismo afán. Por lo menos, muchos de los grandes sucesos mundiales de los últimos 30 años del siglo XX (guerras, epidemias, citas cumbres, desastres, olimpiadas deportivas, etc.) fueron cubiertos por este hombre de prensa emprendedor, humanista, bajo de cuerpo pero alto de espíritu, silencioso, de vuelo rasante, como un alcatraz antes que de alturas, como un águila, por considerar que la soberbia es negativa para el espíritu humano. Trabajó en La Crónica y Expreso, y más de 30 años en el diario El Comercio como Jefe de Redacción, luego fue Director del diario oficial El Peruano y como profesor de periodismo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo sigue siendo aún después de 30 años seguidos. Esta es un apretada síntesis de la vida de un periodista hizo historia en el Perú y en muchos de quienes lo conocieron. Puede además ver su galeria fotográfica en http://mjorbe.jalbum.net Nota: MJO partio el 12 de setiembre para hacer una entrevista, la más larga de todas. MJO no se ha ido, vive en cada uno de los corazones de quienes lo conocieron.

Saturday, January 08, 2005

RECUERDOS DEl "CUMPA" JORGE DONAYRE

EL INVERNADERO DEL CENTAURO

(Jorge Donayre Belaunde fue uno de los más destacados periodistas peruanos de la generaciòn del 50. Muriò hace diez años exactos. Cuando estaba enfermo de muerte, escribì el siguiente artículo que fue publicado en el diario Expreso. Veamos por qué republico el artículo:)

“Alguna vez, Jorge Donayre Belaúnde escribió que los periodistas somos una especie de centauros porque mitad hombre mitad caballo recorremos todos los caminos de la tierra sin importarnos que las piedras hieran nuestros cascos o el rigor nos atenace en la nieve o nos desuellen los calores del infierno.
Bufamos, babeamos, nos damos la cabeza contra el suelo, pugnamos por testimoniar lo bien o mal que hacen algunos de nuestros congéneres, nos metemos hasta el cuello en la miasma social; subimos, bajamos; a veces somos felices cuando topamos el horizonte con nuestras narices, hasta un día en que, cansados de haber recorrido todos los recovecos del bien y del mal humanos, y pretendido en nuestro afan insomne, acomodar el mundo aunque sea moviéndolo milímetros de su eje, buscamos el invernadero.
O como los toros de lidia, buscamos las tablas para doblar allí las manos, aunque procurando hacerlo con suprema valentía y diginidad.
Premonitoriamente, Donayre escribió aquella vez sugiriendo que estaba a punto de colgar las herraduras. No es que ya no pudiera más con los caminos sino con las piedras que algunos de los hombrs, a veces del mismo oficio, ponemos adrede en los caminos. No había resentimiento en su breve relincho editorial sino una especie de sarcasmo a la intgegridad de los hombres, aquel de sus desvalores más infamantes.
Desde mi cuadra contesté su relincho fustigante para advertirle que pensar en el retiro así no era ni siquiera posible, que había que recordar al viejo Hemingway cuando a los dos, a los tres con Mario Saavedra Pinòn, nos dijo que el mayor éxito de la vida es “Durar”.

“Todavía duramos, Cumpa –escribí yo- y eso ya es una éxito para nosotros, no hay por qué desanimarse”. Pero, Donayre ya lo había decidido, no me hizo caso y se arrinconó en su invernadero.
El nombre de Donayre no debe sonarles mucho a las generaciones de jóvenes periodistas, pero para quienes militamos en las décadas que empezaron el 50 cuando el periodismo alcanzó gran apogeo, tiene mucha significación. Reportero ágil de mente y de alma, su singularidad consistía en sus crónicas humanas, las cuales parecen haber caído en desuso, como si lo que le pasa al hombre ya no nos interesara. Donayre escribía así porque es un hombre con los defectos y las virtudes que tenemos todos los demás, pero con más sentido humano que todos los demás.

Sucede que el “Cumpa Donayre” como lo conocemos los hombres de su generación está muy enfermo, lo acosa una lenta enfermedad degenerativa, agravada porque se encuentra solo. Y la soledad es un mal implacable, la treta con que se disfraza el olvido para pasar de contrabando a una especie de muerte por knock out; estás en el ring, pero como si estuvieras muerto.
Donayre fue un hombre limpio, bohemio por naturaleza porque en esos tiempos era hermoso y regocijante practicar la bohemia. Vivía al día y se plació de vivir a salto de mata, de las redacciones a la calle, los bares, los amigos, los sucesos, la anécdota y como refugio final, otra vez, las redacciones. Como Diógenes, se pasaba la vida buscando a un hombre que le explicara por qué los herreros cometen tantas contradicciones en las herrerías de este mundo y ya ni siquieras en las utópicas de la mitología. Como el Cínico griego, a él no le interesaba ni siquiera la escudilla para beber el agua cuando llegaba al río, le bastaba el cuenco de sus manos. Así es la idea lírica que me hago de Donayre.

El periodista enfermo, sin embargo, no se duele del pasado, sino del presente, del olvido y de la situaciòn en que se encuentra el periodismo y sus instituciones nacionales. Mucho de su organismo está mellado porque todo avanza hacia el crepúsculo, pero lo que no se mella aún es la lucidez, se da cuenta de todo.
Desde su cama de enfermo pugna por alegrar su alma recordándonos que en sus anaqueles reposan sus días de éxito patentizados en las deedicatorias y albanzas que alguna vez le dedicaron Martín Adan, Manuel Mujica Gallo, Luis Alberto Sánchez, Luis Mirò Quesada de la Guerra, Gonzalo Rose y tantos otros distinguidos representantes de la cultura nacional.
Tal vez sea inùtil hacer estas referencias personales, pero el caso es que en sus grandes ojos saltones hechos a la medida del asombro –que es el alma de la profesión periodística- nadan hoy dos lágrimas permanantes que no pueden ser otra cosa que su llanto.
¿Llanto o requiem?. Porque ¿acaso un periodista, como Donayre, no debe recibir en sus días de enfermo la asistencia de alguna institución de periodismo profesioal a la que un dia llenó sus bodegas con el oro y la plata de sus crónicas inigualables?. ¿Acaso alguna de esas instituciones no dispone de asistencia social o sirve siquiera para prestar aliento a un periodistas solitario?. ¿No es doloroo y hasta absurdo comprobar que personas o instituciones particulares ajenas a la profesión se sientan más comprometidas con un reportero de su talla?. ¿Y, acaso no habrá más periodistas que, hoy o mañana, viva, vivamos, el mismo drama?.
Colijo, por otro lado, lo que siente Donayre en el corazón. El periodismo atraviesa por una crisis de mediocridad que es necesario superar. De los 20 periódicos que cuelgan en los puestos de venta como reses en el matadero, 3 o 4 se salvan de la vindicta pública, ya no solo de los técnicos de la información que somos nosotros sino de cualquier títere que tenga un centimetro de frente. Solo leer los titulares de algunos de esos periódicos basta para darnos cuenta del bajo nivel profesional con que se fabrican las noticias. Las lágrimas de Donayre, acaso evidencian la debacle.
No es cuestión de hacer un melodrama sobre la vida de un hombre, sobre un centauro en su invernadero, ni aprovecharse de su situaciòn dramática de abandonado, pero cúan fortificante sería que a su nombre, los periodistas tomáramos conciencia de la mediocridad del momento y buscáramos la forma de darle otra imagen, aquella que corresponde a la dignidad de un periódico. Hay que reaccionar y voltear la página y reconstruir y emprender la ruta correspondiente a nuestra época y, en conseucuencia, con nuestra sociedad todavia en el infierno. Creo que esa noticia mejoraría notablemente la salud física y moral de nuestro viejo compañero de aventuras.

El centauro Donayre está en su invernadero tascando el freno porque todavía está vivo y lo ha de estar por muchos años más. Pero su situaciòn, la imagen de su vida no debe pasar inadvertida para nadie. Debe servir a la comunidad periodística y a la sociedad en general para observar la debacle y echarle “aquì y en el instante” unas dos o tres reflexiones y exigir un mejor comportamiento al periodismo y sus instituciones, y al hombre por encima de todo”.

(Han pasado diez años de su muerte y las cosas nos han cambiado nada, ni un ápice. Donayre murió en el abandono y en la soledad como viven y mueren los periodistas. La infraternidad entre nosotros enrostrada entonces, subsiste, y la mediocridad periodística, también. Qué pena que las cosas sigan igual y que a mi ya no me sea posible ver si en los próximos diez años algo cambia, porque algo debe de cambiar. MJO)

2 Comments:

Blogger Roberto Iza Valdés said...

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8:54 PM  
Blogger Roberto Iza Valdés said...

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1:56 PM  

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