Dramas reales
Una mariposa y una libélula luchaban a muerte al borde de la piscina en una elegante mansión de Monterrico, mientras las jóvenes parejas bailaban al son lento de un rock de Manzanero. Nadie se había dado cuenta de este detalle, sólo Sonia Mariscal.
Ella se sintió muy triste, se apartó del grupo y se puso a ver cómo la libélula quería matar a la mariposa, mientras ésta aleteaba desesperadamente y trataba de ponerse a flote para salvarse.
Por eso cuando Marlene se acercó a Sonia y le preguntó ¿qué haces, por qué no estás bailando?, ella le contestó: «estoy viendo cómo es la muerte».
-No seas tonta –le replicó Marlene- vamos a bailar.
-No tengo deseos –le contestó Sonia-.
Después se acercaría Rosa Núñez del Prado y les diría a las dos, ¿qué hacen, qué cosa les pasa?..
-Sonia está viendo cómo es la muerte- le contestaría Marlene.
-Quién piensa en la muerte, ahora que estamos jóvenes y hay fiesta- había sido la rápida respuesta de Rosa.
Unas horas después las tres estaban muertas.
GIGI prendió el motor de su automóvil sport y arrancó. Allí iban Cecilia y Vera. Hubo un momento de duda y Cecilia no supo si subir a este carro o al de Gargurevich. La llamaron de un carro primero y de otro después, luego se decidió: «Voy en el de Gigi». Cecilia escapaba así de la muerte.
Gargurevich paiva Antonio enganchó en primera y salió detrás del auto sport. En el asiento de adelante iban Rosa Núñez del Prado y Pedro Carbonel. Atrás, entraron Octavio Cabero Brito, Marlene Polentsky, Sonia Mariscal y Alfredo Anderson Pajares.
Gargurevich apretó el acelerador y sobrepasó al automóvil de Gigi.
Era la carrera hacia la muerte; dentro de breves instantes sólo uno sobreviiría a la catástrofe: Alfredo.
Primero había una nube de polvo. Después, el cuadro era macabro. Gargurevich estaba de bruces sobre el timón, le salía sangre por la boca y los oídos; el corazón se le había desprendido; su muerte fue instantánea. En el asiento de atrás, sólo había quedado Anderson. Los demás habían sido proyectados hacia adelante y yacían sobre los que subieron primero: Pedro Carbonel y Rosa Núñez del Prado. Sonia estaba inconsciente y sólo se escuchaba un silbido como de su respiración. Marlene no había perdido la conciencia, pero el dolor la privaba. Tenía las piernas molidas, la pelvis rota. Carbonel tenía el rostro desfigurado y una mueca como de espanto. Rosa Núñez del Prado tenía una mano en el timón y el rostro hacia arriba, suplicante. Había que sacar a Marlene y a Sonia que eran las que daban muestras de vida, pero el terror se había apoderado de Gigi, de Cecilia, de Vera que eran los primeros en llegar.
Gigi, ¡anda llama a la ambulancia, al patrullero! Valverde, ¡anda avisa a los familiares! Cecilia hace esfuerzos sobrehumanos para sacar a Marlene. «Me duelen mis piernas, mucho, demasiado, no soporto el dolor, me muero» dice Marlene y le pide a Cecilia: «No te muevas de mi lado, no me dejes». Llegaron los demás y entonces pusieron a Sonia y a Marlene sobre la carretera. Los momentos eran inenarrables. Cuando abrieron la portezuela de adelante, los cadáveres de Rosa y de Valverde cayeron pesadamente y ahí quedaron con los rostros hacia la noche.
SONIA no había querido ir a la fiesta. Pero Rosa Núñez habló con su mama´. «Déjela ir, señora, regresamos temprano, no sea malita». Esto mismo había ocurrido minutos antes en la puerta de la Av. La Paz 518, cuando un amigo de Rosa le había dicho a la tía: «Dele permiso, señora, yo mismo la traeré temprano». La señora recomendó que no pasaran de las 12 de la noche. Eran las 9 aún.
Dos días antes, Sonia había salido al Jirón de la Unión con su madre y su hermana. Tenían que comprar algunas cosas, el vestido. Ayer sábado 23, Sonia habría cumplido 18 años. Ella nació en Apurímac, pero su familia es cusqueña. Su padre fue magistrado de la Corte de esa ciudad.
Marlene se había visto con Rosa unos días antes. Marlene era descendiente de polaco y vivía en Petit Thouars. Era trabajadora, activa, muy alegre. Adoraba las fiestas. Ahora, su hogar es un desconsuelo. El silencio que reina en su casa es sepulcral. En medio de esa presión ambiental se mueve como un espectro, su madre que ha quedado sola. Marlene era hija única.
Rosa quiso ser periodista. Pasaba al segundo año en la Universidad Católica y era la primera alumna de su clase. Siempre fue la primera. En el Mater Admirabilis, en el Colegio Nuestra Señora de la Paz, siempre sacaba los primeros premios. En la Católica había obtenido cuatro diplomas. Ambiciosa, este año se presentó para seguir la carrera de Bibliotecaria. Con su hermana Ruth, de negros ojos ahora ensombrecidos por el llanto habían concluido muy bien los exámenes. Sus padres están inconsolables.
Octavio Cabero, a quien sus amigos le llamaban «Tabo», trabajaba en la Fábrica de Velas y Ceras, de propiedad de su familia. Pero, Carbonel, al que le decían «Picolin» era el más entusiasta, el más alegre, el más emprendedor. Era el motor del grupo de 60 amigos que siempre hacían fiestas, siempre sostenían reuniones. La última reunión iba a ser el 30.
EL CAMION 807082, como una mole de muerte, parda, confundida con la noche, adelantaba y retrocedía a pocos, lentamente tratando de ingresar en un depósito de la cuadra 18 de la Av. de Tomás Marsano. Era la una de la madrugada y Alejandro Mifume de 38 años de edad intentaba guardar su camión denominado trailer en un depósito que los vecinos dicen que antes no fue depósito, que los vecinos dices que antes no tuvo los letreros como aparece ahora.
La caravana de automóviles había partido de la residencia de Monterrico y venía cantando hacia la ciudad. La fiesta se había terminado sin novedad.
De pronto, Gargurevich vio que en el horizonte aparecía una montaña, una pared, más oscura que la noche. Entonces, apretó el freno, a fondo, a fondo, más a fondo, pero ya no había remedio. Los frenos no podían detener al vehículo. Este se estrellaba indefectiblemente, sobre el lado derecho del camión.
Eso fue todo. No se necesitó ningún otro tipo de fuerzas para que la tragedia se desencadenara. En una fracción de segundo, todo estaba consumado.
CECILIA se dio cuenta de que los voluntarios estaban robando; los que ayudaban a retirar los cadáveres, estaban robando. Entonces ella le sacó el reloj a Marlene, su esclava y su collar de perlas. Le sacó a Sonia su esclava, las carteras y aún así, a Marlene le robaron dos sortijas; a Sonia su reloj, su sortija, su medalla; a Rosa, su medalla, su pulsera, sus sortijas; a Gargurevich, 5 mil soles, su esclava, su reloj; a Carbonel, su reloj, su billetera, a Octavio Cabero su reloj, su billetera; a Alfredo Anderson, su reloj, su billetera.
Para que la tragedia fuera completa, los «abuitres» no tenían por qué faltar.
EN SU LECHO del Hospital del Empleado, Anderson Pajares, el único sobreviviente, quejándose porque le duele demasiado la columna vertebral, dice: «No me pregunte, nada, no recuerdo nada, recuerdo que estuvimos bailando, recuerdo que subí al carro, pero de ahí no recuerdo nada o no sé, no quiero recordar nada, quiero pensar que no ha pasado nada, que mis amigos están vivos, que mis amigas están vivas, no quiero creer que ellos han muerto, que yo me haya salvado, no puede ser, esto es imposible no me pregunta nada, por favor».
Carbonel era el más entusiasta. El dijo una vez, nosotros no tenemos tanto dinero para hacer nuestras fiestas, para procurarnos sanas diversiones, así que vamos a formar una Cooperativa. Y la formaron. Tenían su junta directiva y todos estabánobligados a ahorrar. El era estudiante de Ciencias Económicas en la Universidad Católica y pensaba que el cooperativismo es unode los grandes sistemas de ahorro y de ayuda mutua. Las reuniones las hacían en una banca del parque Miraflores, porque no tenían local.
El sábado 30 debieron tener una fiesta. Las invitaciones habían ya comenzado a circular y estaban impresas en letras doradas sobre un afelpado papel rojo: «Fiesta ‘Hippie in¡, ven el sábado 30 de marzo a las 9 pm. Tu sitio es Tarapacá 407, cuadra 46 de Av. Arequipa. P.D. Obligación: disfrazarse».
TAL VEZ se hubiera salvado Sonia y Marlene, dicen. Pero el tiempo que demoraron en trasladarlas a los puestos asistenciales fueron fatales. Sonia llegó viva a la Asistencia, pero mientras consultaban una cosa y otra, expiró. A Marlene la condujeron al Hospital del Empleado, pero sus heridas tan múltiples (23 fracturas) la llevaron a la tumba. A Octavio Cabero lo iban a trasladar al Hospital del Empleado, pero no lo podían recibir porque no era empleado. Lo llevaron al Hospital 2 de Mayo. Allí murió el sábado a las 6 de la mañana. Marlene murió el lunes a las 12 de la noche.
Y PENSAR que todo esto sucedía en un abrir y un cerrar de ojos, que seis vidas jóvenes quedaban truncas para siempre, mientras, sobre la piscina de la residencia de Monterrico la libélula había vencido a la mariposa.
Cosas de la vida y la muerte.
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