EL MUNDO, UN DÍA

Blog del Periodista Manuel Jesús Orbegozo. Este blog se mantendrá en línea como tributo a quien con su pluma forjo generaciones de periodistas desde la aulas sanmarquinas. MJO siempre presente.

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Primero, recorrió todo su país en plan informativo, y luego casi todo el mundo con el mismo afán. Por lo menos, muchos de los grandes sucesos mundiales de los últimos 30 años del siglo XX (guerras, epidemias, citas cumbres, desastres, olimpiadas deportivas, etc.) fueron cubiertos por este hombre de prensa emprendedor, humanista, bajo de cuerpo pero alto de espíritu, silencioso, de vuelo rasante, como un alcatraz antes que de alturas, como un águila, por considerar que la soberbia es negativa para el espíritu humano. Trabajó en La Crónica y Expreso, y más de 30 años en el diario El Comercio como Jefe de Redacción, luego fue Director del diario oficial El Peruano y como profesor de periodismo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo sigue siendo aún después de 30 años seguidos. Esta es un apretada síntesis de la vida de un periodista hizo historia en el Perú y en muchos de quienes lo conocieron. Puede además ver su galeria fotográfica en http://mjorbe.jalbum.net Nota: MJO partio el 12 de setiembre para hacer una entrevista, la más larga de todas. MJO no se ha ido, vive en cada uno de los corazones de quienes lo conocieron.

Thursday, January 20, 2005

Egipto: KARNAK Y LUXOR

El esplendor de la piedra

La mejor hora para visitar los templos de Karnak o Luxor en el Alto Egipto, es el atardecer. A esa hora, la luz crepuscular permite destacar aún más la grandeza de las edificaciones y también los esfuerzos que hace la luz para no ser atrapada o derrotada por las sombra.
Se supone que esta lucha dialéctica muy parecida a la que tiene entablada la vida y la muerte con visos de eternidad, se realiza diariamente desde hace más de 4 mil años. A la postre, nunca se sabrá quien ha de ganar la batalla.

Los templos de Karnak forman un complejo levantado en una inmensa área, incalculable a simple vista, conforman un todo que no se puede dividir. Cada faraón construía su parte buscando, cada cual, el mayor esplendor, pero es posible que la parte edificada por Amun-Ra, sea la más soberbia, la de mayor esplendor.
Se calcula que todo el complejo está edificado sobre una área de más de 78 mil metros cuadrados, un espacio mucho más que suficiente para que allí quepan la iglesia de San Pedro del Vaticano, la Catedral de Milán y la Catedral de Nuestra Señora de París juntas.
El asombro empieza desde cuando se ingresa al complejo arquitectónico donde la recepción la realizan los carneros de piedra labrada, de grandes cuernos acaracolados, dobladas sus extremidades, uno al lado del otro, con la mirada fija en el infinito; aparentemente, a ellos no les interesan los visitantes sino el horizonte, que es la eternidad.
Después ya no es posible tomar nota detallada de todo lo que se va apreciando. El asombro ya no se mide por la forma cómo los visitantes abren los ojos, sino cómo abren la boca, cómo se respira. Tal vez la respiración pueda ser una buena medida porque ésta se agita claramente en cuanto el corazón va tallando la grandeza del hombre capaz de construir, piedra sobre piedra, monumentos tan magníficos.
Primero, los arquitectos egipcios debieron levantar los planos, después los constructores tomaban las medidas correspondientes y luego, empezaban a acumular las piedras con las cuales se materializaría el homenaje a los dioses. Antes que nadie, Amún, el padre, era el que recibía más honores; después, Mut, la madre; y, finalmente, Khnsu, el hijo.
La historia registraría más tarde los nombres de los faraones en cuyos reinados se hicieron las edificaciones y no de quiénes las materializaron, lo cual ha servido para que Bertold Brecht escriba un vibrante poema donde fustiga a la historia que sólo señala los nombres de los reyes que emprendieron las obras, pero no los nombres de quienes las construyeron.
Todo lo que a nosotros nos parece demasiado fastuoso merece el calificativo de “faraónico”. Las riquezas que acumulaban los reyes o dioses eran dignos de la magnificencia de uno de los templos de Karnak; riqueza que significaba, por ejemplo, ostentar 5 mil 164 estatuas; disponer de 81 mil 322 esclavos, vasallos y sirvientes; tener 421mil 262 cabezas de ganado; 433 huertas y jardines; 691 mil 334 acres de tierras; 83 barcos que navegaban en el Nilo; y ser dueño de 46 edificios y 63 ciudades y aldeas.

El sol del atardecer dora los altos muros, las piedras silenciosas que cumplen su destino una sobre otra; piedras tan grandes algunas como las de la fortaleza de Sacsayhuamán en el Perú. Las columnas redondas muestran jeroglifos ya descifrados por los egiptólogos, y las calles estrechas recuerdan que por allí caminaron los reyes esplendentes y, también, los esclavos sumisos.
La arquitectura hace gala de ensambladuras imposibles, de esquinas agudas o redondas, de corredores por donde se deslizan silenciosamente los vientos, los días y las noches, el polvo de los tiempos. Los arquitectos tenían ya el más alto concepto de su función, de expresar en sus construcciones no sé si el utilitario, pero sí la majestuosidad. Han pasado mas de 4 mil años y todo sigue igual, hay algunas piedras caídas, desbrozadas por la acción del tiempo, pero todo es vívido, sólo faltan los personajes para quienes hicieron los templos.
Las sombras de las columnas dibujan en las sendas, escaleras sobre las cuales se camina sin saber si se sube o se baja o sólo lo llevan a uno a encontrarse con los dioses que miran desde sus ojos encantados de piedra.
Hay muchas estatuas de los faraones que gobernaron la vieja Tebas, como la de los Ramsés que intentaron perpetuarse por una eternidad. Los toques del viento han carcomido sus rostros y a alguno le falta un pedazo de nariz, a otro un pedazo de oreja; lo que parece es que no les falta vida. Sus sonrisas y las miradas de sus ojos nos hacen pensar en que tuvieran alma y vivierann todavía.

LUXOR Y EL ESPLENDOR
Muy cerca a Karnak se levanta Luxor, los restos de este otro esplendoroso complejo de piedra a la que Homero llamó, en su tiempo, “La Ciudad de las Cien Puertas” recogida después por Bertold Brecht y referida expresamente en uno de sus más cáusticos poemas.
Mientras en la orilla oriental del Nilo están el Templo de Karnak, en la orilla occidental reposan los Colosos de Memmon, las Tumbas del Valle de los Reyes y El Valle de las Reinas y otros templos conmemorativos que completan el esplendoroso pasado tebano.
El Templo de Luxor fue construido por el dios Amon-Ra en homenaje a su boda con Mut, su bella esposa. La construcción de este templo es obra de Amen Hoeb y Ramses II, según los historiadores.
Los colosos de Memmon a un lado del camino que conduce al Valle de los Reyes, son gigantescos. Se mantienen en una situación como si hubieran estado siendo traslados y de pronto, quienes hacían el traslado, los abandonaron a medio camino por razones inexplicables.
Luxor fue sede del gobierno desde el año 2100 hasta el año 750 a. C. y sus palacios son esplendorosos, adjetivo que resulto imprescindible para calificar esas obras. Los reyes de la dinastía Ramsés están sentados, impasibles, con sus insignias reales en la cabeza y sus miradas de eterna complacencia. Se presume que eran felices, máxime ahora en que se está descubriendo que los esclavos recibían un salario por su trabajo y la fama de explotadores asignados a los reyes, se ha devaluado.

Al atardecer, el sol ríela sobre el Nilo y dora las columnas y las paredes de Luxor. Mañana, el sol saldrá por el Este y dará de golpe sobre los restos faraónicos hasta llegar las tardes, otra vez, para seguir dorando las mismas columnas y paredes de Karnak apenas pisadas por el asombro de los visitantes.
Pareciera que los faraones y los arquitectos hubieran tenido predilección por el juego de la luz y la sombra, que como digo al comienzo de esta crónica, no viene a ser sino una especie de juego entre la vida perecedera y la muerte eterna. ¿Alguna vez ganará la vida?


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