EL JUAN RULFO QUE CONOCÍ
Entrevisté a Rulfo en dos oportunidades, la última medio accidentada. Publico este texto en recuerdo a los 50 años que hace de la pulblicaciòn de "Pédro Páramo", la novela que según los expertos, es una delas mejores escritas en lengua catellana y de hecho, la mejor escrita en Latinomaerican:
En dos oportunidades entrevisté a Juan Rulfo. En las dos, hubo acercamiento amigable, pero ambas tuvieron incidentes. En la primera, Juan me hizo esperar demasiado; en la segunda, no solo me hizo esperar demasiado sino que no llegamos a conversar nada. La entrevista pactada temprano se rompió en pedazos antes de iniciarse.
Respecto a la segunda entrevista, escribí mostrándome admirador de su memoria más que de su brillante talento intelectual. Dije que era prodigiosa porque me hizo recordar a aquel indio navajo cuyas proezas mnemotécnicas fueron en un tiempo una especie de “best seller” en los Estados Unidos.
Se cuenta que una vez, una pareja de turistas entró a su cabaña y sin darle tiempo a pensarlo dos veces, le preguntó: “Abuelo, ¿Qué tomó Ud. de desayuno el 31 de diciembre de 1899?. El abuelo, sin inmutarse, les contestó: ”Un jarro de leche de cabra y dos panes con…”. Y no recordó más. La pareja se soltó la risa en su cara atravesada de navajazos y se fue.
Diez años después, la misma pareja regresó a visitar al anciano y no bien hombre y mujer aparecieron en la puerta de la cabaña, el navajo les dijo sin esperasr a que se lo preguntaran: “El 31 de diciembre de 1899 tomé leche de cabra y pan con mantequilla”.
Eso mismo me pasó con Juan Rulfo en la segunda vez que pretendí entrevistarlo. No bien me vió, cuando lo encontré en la calle en compañía del pintor Fernando de Zsyzslo, me saludó: “Hola, qué tal. Ah, sí, vamos a conversar pero ahora no traigo ninguna cajita de fósforos”.
Resulta que diez años atrás lo había entrevistado pasada la media noche en el Hotel Bolìvar y mi entrevista tuvo como leit motiv: una cajita de fósforos.
Mientras lo esperaba en el mismo hotel y a la misma hora, Rulfo no llegó ni a la misma hora ni al mismo hotel, él se había alojado en el Hotel Crillòn y no en el Bolívar como la primera vez.
Ahí fue que recordé la anoche de diciembre de 1966 cuando escribí: “Vine aquì a entrevistarlo porque aquì me dijo que nos encontraríamos. No en Comala sino en este hotel de lujo y a la medianche. El trato lo hicimos temprano en la Casa de la Cultura donde noté que se sentía atrapado por una sola pregunta de la curiosidad pública: ¿Es usted el escritor, aquel capaz de haber escrito “Pedró Páramo…etc.?.
La verdad era que no parecía que ese hombre metido en un terno oscuro demasiado flojo para sus carnes, fuera el autor de semejante portento. Pues, a él lo tenía esa anoche frente a mi tratando de escabullirse, mientras jugaba con una cajita de fósforos a la que manoseaba como una tempestad a una barca.
Yo le pregunté por qué no dejaba tranquila a la cajita de fósforos, qué viejas cosas le pisaban los talones, cuàl era sus trauma, por qué rompía sin piedad tantos palitos de fósforos. El bajó la cabeza y sonriendo me preguntò, si yo era psiquiatra o qué?.
Nuestra conversación fue muy larga. “Tenía 10 años, me contó él, y ya escribía novelitas a las que le amontonaba nombres como hojas. Nada bueno. Hasta un día en que todo fue a parar a a la basura. Pero, la inquietud literaria me seguía. Con Arreola y La Torre comenzamos a publicar una revistita a la que llamamos “Pan”. Cuando alguno de nosotros publicaba algo suyo tenia que pagar 50 pesos. Digamos, págabamos para leernos”.
“Luego, fui Agente de Inmigraciòn, -seguiò contando- mi trabajo consistía en viajar a la frontera llevando expatriados o algo así. No éramos policías aunque sí íbamos armados. Pero yo cambié la pistola reglamentaria por una retaquita de una pulgada de cañón. Entonces, quise escribir algunas de mis observaciones, pero Sergio Galindo me ganó. El trabajaba con lo mismo, me acuerdo cuando publicó “La Justicia en Enero”. Como la novela fue rebuena, pos yo rompí todo lo que había escrito hasta entonces”.
Rulfo seguía rompiendo palitos de fósforos mientras me contaba su vida: “Yo era vendedor, agente vendedor de la Goodrich. (Acaso, vendía llantas en Zenzontla, en Talpa. En todo México. En Apotlan, en San Diego. Por esos pagos fue que oiría hablar de los Torrico, de Odilón, de “La Perra”. Por esos mundos sería que supo de “La arremangada”, de Urbano Gómez). Eran los años del 50 y yo había batido récord como vendedor. En un año vendí algo asi como 5 millones de pesos. Era mi sétimo año cuando la literatura me ganó. Ahí fue que escribì “Llano en Llamas”.
- Y, cuando escribiò la segunda?
“El omnibus llega a Comala cuando la noche no es como la espuma. Veinte años han pasado desde que Pedro Páramo dejò atrás “esa llanura verde, algo amarilla por el maiz maduro que se va pasando el puerto de los Colimotes”.
- No había nadie.
- No hay nadie, le conversó el chofer.
- Nadie. ¿Qué pasó por aquí?
- Un correcaminos, señor. Asi los nombran a esos pájaros.
Pedro Páramo comienza a escribir su novela: “Vine a Comala porque me dijeron que acá…”
Mientras quebaba un palito más, Rulfo contó que una vez en Nueva York, él y Nthalie Sarraute sostuvieron sus puntos de vista literarios en una reuniòn. Tal vez habrían hablado asi:
-Beckett, el irlandés, escribe historias que no se sabe dónde comienzan ni dónde terminan. Historias sobre la vida o la muerte donde no están ni la vida ni la muerte.
-Pos, yo no soy irlandés, Nathalie. Yo no concibo el contenido de una obra que no tiene contenido. Creo que habrá alguien que escriba sobre la vaciedad, pero no una obra en el vacío.
-Narrar la vida de un personaje es una traiciòn a ese personaje. Yo no propugno los personajes sin nombre. “El, ella, ellos”, ya es un bastante.
-Pos tienes el derecho, Nathalie. Yo no. Yo me paso la vida buscando personajes. Te invito a conocer Jalisco.
Habrían habido aplausos, pero nunca se habría sabido si los aplausos fueron para la francesa o para el mexicano.
Aquella vez de la primera entrevista, escribì: “Los relojes deben marcar las 2 de la madrugada y Pedro Páramo sigue jugando con los fósforos, mirando desde abajo y a veces, contestanto, diciendo: “Yo no pienso en la muerte sino cuando quiero aprovechar la vida. Porque la vida es fábula y fábula es la novela. Debe ser fábula. Cuando deje de ser fábula dejará de ser novela. Los latinos tememos a la muerte, los europeos no. Especialmente la muerte colectiva. ¿Qué les importa a ellos?. Ellos han muerto por millones, sin embargo, se han vuelto a levantar como si nada. Eso sí. Parece que los que nacieron tras la guerra han llegado muy desorientados. Esta parece la razón por la que los “angry yougmen”caminen desbocados hacia un futuro que para ellos es negro. Esa versiòn es la que también ha hecho concebir “la literatura del desenfado”.
- ¿O de la sospecha, Juan Rulfo?
- Qué sé yo, pero vamos mal. El mundo anda torcido, la miseria, las guerras, la politizaciòn. Este es uno de los peores males. Yo estoy en contra de todo eso y especialmente cuando se trata de escritores. Los esritores no deben de afiliarse a nignún partidso, creo yo.
- ¿Y cuando hay que protestar?
- Que se proteste. Hay casos por los cuales se debe protestar con todas las fuerzas, como pasó con Vietnasm, pero eso escapa a la órbita de las política.
- ¿Y la palabra?
- Ha perdido su vigencia. Libertad, ahora no significa libertad; ¿en qué pais se le da su valor real?. Justicia, ¿quién puede hablar de justicia?. La justicia es hoy la más grande injusticia. En México, decimos que los blancos claman a Dios para pedir milagros; en cambio, los mestizos claman a Dios solo para pedir justicia, ¿Cómo, es aquí?
- ¿Cuál es la pregunta?, le inquirí yo.
- No, nada, -dijo el como para no ofenderme y más bien musitò entre dientes: “ ya es muy tarde”, y bostezó.
Rompiò los últimos palitos de fósforos, la cajita se quedò vacía y nos despedimos.
Cuántas vueltas le habria dado Pedro Páramo a la cajita de fosforos. La paró, la echò, la volviò, la tornò, la abrió y la cerró tantas veces, sacó palitos y los colocó sobre la mesa como flacos cadáveres. Quebró todos los que pudo: ¡trac, trac, trac!, por sus espinas dorsales.
Pensé que debería liberar a la cajita de fósforos.
Subimos, como al cielo, en el ascensor. Luego, entramos como a la muerte por un largo tunel alfombrado y sobrío y nos dijimos:”Adios, nos volveremos a a ver”.
Afuera parecia que ya iba a amanecer. “El día va dándose vueltas a pausas pero no se oyen los goznes de la tierra que giran enmohecidos, la vibraciòn de esta tierra vieja que vuelca su oscuridad.
“Verdad que la noche está llena de pecados”.
Epilogo:
Mayo de 1974. Igual que en 1966. Rulfo llegó a su hotel después de la medianoche. Lo esperé cuatro horas, pero no en el Bolivar donde me dijo que lo esperara sino en el Crillòn donde, realmente, se alojò. El escritor dijo, en el INC, que los esritores son unos mentirosos que todo lo que escriben son puras mentiras. Logicamente, lo que dijo podría ser verdad o no.
Rulfo llegó al hotel embriagado “de vine, de poesie ou de vertu”, como decía Baudelaire, y quiso jugar conmigo al gato y al ratón. Cuando ya se me estaba escapando lo sorprendí en el ascensor. Abriéndose paso con las manos me dijo que lo disculpara, que querìa dormir en paz.
Yo le digo que bueno, que duerma en paz, pero los delegados mexicanos de farra no sabían cómo consolarme, (El Embajador de su país lo haría al siguiente día). Creían que el autor de una de las más grandes novelas escritas en lengua castellana, me había ofendido. Ignoraban que eso era parte de los gajes del oficio de un reportero cualquiera como yo, en cualquier lugar del mundo, como el Perú.
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