EL MUNDO, UN DÍA

Blog del Periodista Manuel Jesús Orbegozo. Este blog se mantendrá en línea como tributo a quien con su pluma forjo generaciones de periodistas desde la aulas sanmarquinas. MJO siempre presente.

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Primero, recorrió todo su país en plan informativo, y luego casi todo el mundo con el mismo afán. Por lo menos, muchos de los grandes sucesos mundiales de los últimos 30 años del siglo XX (guerras, epidemias, citas cumbres, desastres, olimpiadas deportivas, etc.) fueron cubiertos por este hombre de prensa emprendedor, humanista, bajo de cuerpo pero alto de espíritu, silencioso, de vuelo rasante, como un alcatraz antes que de alturas, como un águila, por considerar que la soberbia es negativa para el espíritu humano. Trabajó en La Crónica y Expreso, y más de 30 años en el diario El Comercio como Jefe de Redacción, luego fue Director del diario oficial El Peruano y como profesor de periodismo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo sigue siendo aún después de 30 años seguidos. Esta es un apretada síntesis de la vida de un periodista hizo historia en el Perú y en muchos de quienes lo conocieron. Puede además ver su galeria fotográfica en http://mjorbe.jalbum.net Nota: MJO partio el 12 de setiembre para hacer una entrevista, la más larga de todas. MJO no se ha ido, vive en cada uno de los corazones de quienes lo conocieron.

Friday, March 18, 2005

WALL STREET Y LOS RIOS DE DOLARES

EL DINERO Y LA DESHUMANIZACION DE LA VIDA

Siempre sentí aversión natural al dinero, porque al final de cuentas, nunca resuelve nada o, en todo caso, solo resuelve los problemas que tienen soluciòn. Esta es una rápida reseña de mi única visita a Wall Street, el mar a donde van a desaguar todos los ríos de dinero del mundo.

Ese día, decidí hacer un recorrido minucioso por Wall Street, aquel famoso barrio de New York ligado a la imagen del dinero, sinónimo de riqueza, corrupción y opulencia.
Como cualquier mortal, tenía la idea de que iba a ser testigo de las transacciones financieras realizadas a los más altos niveles, que iba a ver las maniobras que hacen los ejecutivos o corredores de bolsa; pensaba que desde algún lugar podría observar cómo corren los ríos de dólares, de marcos alemanes, de yenes japoneses, de libras esterlinas, (no había euros todavía), etc. desde todos los mares del mundo.

Recuerdo que tomé el subway o metro en Times Square después de observar como cualquier provinciano en una urbe los grandes negocios de la pornografía, la explotación inicua de lo sexual; aunque igual que en otras plazas como las de Hong Kong, Copenhague, Bangkok o Manila.
El sexo ya dominaba con todo furor parcelas muy importantes de la vida de los norteamericanos, tal como lo había certificado el Reverendo Brooks R. Walker, cuando en su libro “La sociedad del Adulterio” se refiere, fuera de contexto, a quien “tenga sensibilidad afinada a las expresiones humanas de la catástrofe masiva que en la esfera de la moral parecen sufrir los norteamericanos actuales”.
Importante, porque ya no sólo se trataba de Norteamérica, según Brooks, sino de la moralidad mundial. “Nos parece difícil evitar la conclusión de que en Occidente estamos experimentando la quiebra del sistema moral que en una u otra versión ha guiado a una gran parte de la humanidad desde los tiempos de Moisés”, afirmaba, el pobre religioso, pobre pero augur: el sexo está derribando la moral del mundo, como la contaminación a la ecología.

ANECDOTA CON KINSEY

Mientras me acomodaba a las circunstancias de este viaje urbano y mientras llegaba a Wall Street, y ojeaba las tiendas del sexo, recordé muy nítidamente al doctor Alfred Kinsey, famoso sexólogo norteamericano que en la década del 50, asombró a los Estados Unidos y al mundo, cuando publicó sus estadísticas sobre la vida sexual de los norteamericanos. Kinsey, luego de certeros seguimientos científicos, de maniobras inauditas, derribó varios mitos pertenecientes al sexo, al mismo tiempo que puso al descubierto datos escandalosos sobre la conducta sexual de hombres y mujeres norteamericanos, su proclividad al desenfreno más que a la inhibición, estadísticas incestuosas, violaciones y algunos otros tipos de aberraciones o juegos eróticos como el de la furiosa “Cama redonda”.
Recordé que Kinsey llegó al Perú a conocer Machu Picchu, según informaciones torcidas. Los redactores de los periódicos importantes de entonces fuimos a recibirlo al Aeropuerto ubicado en lo que hoy es una moderna Urbanización habitacional.
Nadie lo pudo, solo yo, porque apelé a un treta que para mi sigue siendo una violaciòn ética: Me hice pasar por el Director de mi diario. Entonces, logré que me recibiera.
Conversamos y bebimos whiskey, lo que me emborrachó porque ya entonces era absolutamente abstemio. Claro que le arranqué la confesiòn de a qué venia al Perú a estudiar la vida sexual de los incas, pero a base de haberme hecho pasar por el Director de mi diario.
Claro que que el director y mis colegas festejaron la hazaña, pero a mi siempre me pisa los talones el que pensar que de todos modos no estuvo bien que me hiciera pasar por otra persona.

LOS GRINGOS BORRACHOS

Pero, bien, decía que para ir a Wall Street desdoblé mi mapa y vi que debía bajar en Sheridan Square; desde allí caminé hasta East Village llenos de “punks”, esa especie de jóvenes con el pelo cortado como salamandras.
Hacía años que había visto “punks” en los países europeos, de tal manera que sus extravagancias no mellaron mayormente mi atención. Más me sorprendí cuando vi a los borrachos de Bowery, porque la idea que uno tiene de un gringo (green go)borracho no es la misma que tiene de un cholo borracho, tomando en cuenta que “cholo” le llamamos, en mi país, al mestizo, hombre disminuído,: mitad indígena y mitad extranjero, generalamente, blanco
Esta presunciòn constituía un tremendo error. Los gringos borrachos no solamente hacen reír sino que lastiman el corazón.
Una vez, al amanecer, me encontré con un borracho inglés en Hyde Park. Rápidamente lo asocié con el Superintendente de la Northern Perú Mining Companypoderosa empresa que en el Perú, nos explotó durante varias décadas: Conocí a ese gringo en las minas serranas de Milluachaqui donde pasaba mis vacaciones escolares y me gozaba llevándoles la comida hasta las puertas de las minas, a mis primos mineros, todos muertos ya. Aquel era para todos nosotros, no sólo un Superintendente, sino un Superman.
Me pareció increíble ver a un inglés durmiendo sobre la banca de un parque público, tapado con periódicos, con los dedos de los pies que se le salían por los zapatos rotos, toda una miseria.

No diré el análisis, porque aparecería muy vanidoso, pero sí la reflexión que hice de esa situación imprevista fue que, mientras la imagen que uno se hace de un gringo es que éste ha nacido sólo para ser gerente y los gerentes se emborrachan sólo con whisky; la imagen que uno se hace de un indio o de un cholo es que éste ha nacido sólo para peón y que se emborracha sólo con chicha o cañazo. Pero, hay sectores sociales como el lumpen, por ejemplo, que tiene carácter universal; por lo tanto, los hombres del lumpen urbano norteamericano que vi esa mañana en Wall Street, no se diferenciaba en nada de nuestro lumpen urbano; son iguales, tienen sus mismas miserias y provocan los mismos ascos o lástimas.

Hice dos o tres conexiones de subway hasta que, finalmente, al medio día llegué a Wall Street. Desembarcamos gentes de toda laya, había comerciantes de medio pelo que portaban cartapacios o folders raídos, hombres negros bien o muy mal vestidos, mujeres gordas y mucho turista que iba a conocer el purgatorio de Wall Street y luego a santificarse al pie de la Estatua de la Libertad.
Salí del subway como de un socavón. Con lo primero que me topé fue con una iglesia negra, como sobreviviente de un incendio. Por lo general, las iglesias cuando son muy viejas se llenan de un moho verde parecido al del metal, pero esta iglesia estaba impregnada de humo, como carbonizada. Adentro había imágenes y pensé cuán disgustado debería andar Dios por presidir los importantes como sucios negocios de los magnates de las mayores potencias mundiales del dinero.

Wall Street me pareció ominosa, en especial, por la parte que le toca en esto de las deudas del pobre Tercer Mundo. Diferente al resto de Nueva York, aquí veía poca luz como si esto fuera un requisito para realizar algunas transacciones. Recordé que algunos negocios precisan realmente de un antro, de la penumbra, de lugares con poca luz.

Los edificios me parecieron tan altos y las calles tan estrechas que en un cierto momento vi que se intentaban dar de cabezazos. Las construcciones son supermodernas, edificios lineales, como los llamados “Tweens”, aunque todavía quedaban algunos edificios de bancos con recias columnas de estilo romano o griego.
Había dos o tres grupos de niños que al pie de un monumento parecido a George Washington, devoraban con mucha avidez lo que habían llevado en sus loncheras. Como se recordará, Washington, primer presidente de USA fue muy adinerado y se casó con Martha Dandrige, una bellísima mujer y además, muchísimo más rica que él.
Wall Street es un atractivo turístico y una curiosidad para los niños norteamericanos. Dije entre mí, de estos grupos que veo hoy día, ¿cuántos volverán a Wall Street convertidos en magnates?

A las 3 de la tarde
entré a un restaurante barato porque en un cartel callejero promocionaba un menú turístico. Pura engaño. Pagué tres veces más de lo que se anunciaba en el cartel, aunque la culpa fue mía porque yo pedí lo que veía que otros pedían. Cuando me trajeron la factura me di cuenta que no siempre vale aquello de «a donde fueres haz lo que vieres».

EL OTRO LADO DE LA MEDALLA

Me quiero referir aquí al otro mundo de Wall Street, al mundo modesto, real, humilde, al que palpitaba al ras del suelo. Me refeiero a los a los vendedores de comida al paso, de tacos mexicanos; a los negritos trafacientos que sobre un cajón movible tiran tres cartas y te dicen, vea usted ésta es la que gana, éstas otras dos pierden, ¿dónde está la que gana?, 10 dólares, levante, gáneme los 10 dólares, ¿dónde está la que gana?; es decir, la misma promesa que hacen los prestidigitadores de baja estofa en el Parque Universitario u otro parque limeño o de Hong Kong.
Mientras los dólares corrían como ríos subterráneos al interior de Wall Street, afuera, al ras del suelo, los dólares circulaban pero de uno en uno, de mano en mano, sin necesidad de contratos ni de letras.
Los ambulantes vendían desde donuts hasta camisas made in Taiwán, chucherías, artesanías de la Estatua de la Libertad, globos de jebe que parecían hot dogs y máquinas de afeitar desechables, cocacolas de todo tipo, apple-pies, helados y pop corn, todo cuánto se presta para ganarse escasamente la vida, y sólo a diferencia de Lima, con suma tranquilidad porque no tienen quién intente desalojarlos en resguardo del ornato de la ciudad.
En el centro financiero del mundo, donde los dólares, los francos franceses, los marcos alemanes, las liras, los yenes, etc. corren tan crecidos como el Amazonas, la vida, para las grandes mayorías, rueda sencilla como un arroyuelo y dura como en cualquier lugar pobre del mundo.
Realmente, nada corrompe tanto como el dinero, nada enajena tanto como el dinero, ningún poder es peor que el del dinero y, sin embargo, nada es más apetecible que el dinero. Por eso, en medio de semejante paradoja, nada más hermoso que ver cómo en esa metrópoli del dinero, había aún quien se dedicara a vender flores.

Esa tarde de mi visita, una vitrina llena de muñecas de plástico y un vendedor de tulipanes gigantes fueron, acaso, el único toque de belleza que humanizaba el mercado del dinero, el otro mundo del Wall Street, desde cuya iglesia negra, Dios debe mirar el mundo con indiscutible antipatía.

1 Comments:

Blogger Roberto Iza Valdés said...

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6:29 PM  

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