Rito salvaje en las “favelas” de Río de Janiero
Todavía en Río como en Haiti, los ritos africanos subsisten. El "vudu", la "macumba", etc., ponen su cuota de misterio en las grandes ciudades a la espalda de la cultura occidental y cristiana. Aquí, una de esas estampas pavorosas
En Río de Janeiro, presencié una impresionante reunión a la que fuimos invitados por María Rita Socopira, una mujer del pueblo, alegre como una pandereta, muy hábil y muy consentida por intelectuales cariocas de la talla de Guillermo de Figueiredo, Vinicius de Morais, Pedro Bloch, Oscar Niemeier, entre otros. Ellos fueron quienes me la presentaron y ella la que me invitó a presenciar el rito salvaje de “La macumba”.
Así que de pronto, después de la media noche, cuando había comenzado ya la segunda parte de ese baile feroz, María Rita Socopira me llamó al centro del “terreiro”. Siete mujeres danzaban a su alrededor. Adilso golpeaba el “tabaqué” a ritmo epiléptico. Otros negros hacían coro. Sudaban. El sudor les caía a borbotones abriendo surcos en el rostro, los brazos y las piernas.
Yo me quité los zapatos, como era de ritual, y así descalzo avancé resueltamente al centro de la pista. Las tamboras estaban detenidas y salvo algún movimiento clandestino, todo era silencio. Cerca ya de María Rita, su cara me sobrecogió. Tenía los ojos enrojecidos, su boca babeante, su rostro sudoroso, su cabeza cubierta con una capucha roja con cuernos que la hacían aparecer como la mujer del diablo.
“Avó Conga” estaba cerca de mí, observando mi miedo, embriagada en su sueño africano de bestias feroces y calor sensual. María Rita me desconoció. Digo, me desconocería, porque me tomó de las solapas y me sacudió. Pronunció raras palabras y me golpeó. Cuatro golpes dados con el brazo, de izquierda a derecha dos golpes, y, de derecha a izquierda, otros dos. Se acercó más hasta casi pegarme la cara y se rió a carcajadas, risa con ritmo, risa loca, infernal. Recuerdo su boca obscura y su blanca dentadura incompleta. Su aliento pésimo a “cachaza” y a sudor agrio.
Entonces me pareció mentira que esa María Rita Socopira fuera la misma a quien los realizadores argentinos Zavalía, Aciarelli, y yo, invitáramos la noche anterior, a espectar “En procura de una rosa”.
Me parecía mentira que la María Rita, que en ese momento nos llenaba de golpes e improperios, fuera la misma que la noche anterior asistiera al teatro con nosotros, vestida de rojo, con turbante blanco y zapatos de tacón alto. No era la misma, ahora, la misma que conversaba tan suavemente opinando a su manera y con juicio sobre algunos detalles de “La Zorra y las Uvas” de Guillermo de Figueiredo, que se reestrenaba entonces.
Ahora estaba salvaje, irracional.
María Rita oficiaba de figura principal de la “macumba” que esa noche se realizaba en su propio “terreiro” situado en la favela de “El Esqueleto”, arriba, en un “morro” desde donde se veía palpitar a la “Ciudad Maravillosa”.
SON DE NEGROS
La “macumba” es el rito de los negros. Mientras, La Habana duerme, mientras Río de Janeiro duerme, mientras duerme Litle Rock, en algunos rincones del mundo, la “macumba” oficia sus extraños ritos. Ahogada entre cuatro paredes, entre vahos de alcohol y alegría sensual, entre contorsiones de cinturas y culebrillas sueltas en la espina dorsal, la “macumba” se desarrollaba legalmente en Río. Nadie la detenía.
Si alguien hubiera observado, como a través del ojo de una cerradura, habría visto en el “terreiro” – local donde se realiza la “macumba”– que al frente de la sala había un altar lleno de santos, vasos de agua, velas, yerbas, medallas milagrosas y humo de tabaco.
A la izquierda, una negra sentada fumando a grandes bocanadas. Era “Avó Bahiana”. A la derecha, sentadas también, “Avó Conga” y “Avó Catarina”.
La primera parte de la “macumba” se llama “Misa blanca”, y está hecha para saludar a los santos en cartón y en yeso, presididos por el Sagrado Corazón de Jesús. Hay danza en esa misa, coros, preguntas y respuestas, aplausos y una rueda de licor para entrar en calor o ánimo. Las mujeres sonríen, descalzas y vestidas con vueludos trajes blancos llenos de encajes y gargantillas en los delgados cuellos.
Después de la media noche comienza la segunda parte de la “macumba” a la que denominan “Misa Roja” tal vez porque “Avó Bahiana” cambia su traje blanco por otro de color rojo-diablo con capucha y cuernos, disfraz que automáticamente la convierte en mujer de “Lucifer”.
Siempre observando el “terreiro” como a través del ojo de una cerradura, cualquiera hubiera visto a Adilso, a Amairo y a José tocando el “tabaqué”, las maracas, el bongó. Tocando a ritmo sosegado, sensual, lento a veces, pero a veces brillante como despertando de una pesadilla. Ritmo enloquecedor, a veces, ritmo al que las mujeres le dan todo el esguince de sus cinturas y el fervor de su sangre caliente. Ritmo de tamboras al que los deseos profundos de la gente de color, siguen como perros.
“Telecoteco” y palmas. Las mujeres cantan y danzan en círculo. Echando los senos adelante y las caderas atrás. Contorsionando los hombros, dislocando la cabeza. Así, bella y provocativa danza que va creciendo como la leche hirviente en una cacerola. Así, así, hasta que súbitamente ¡cae una! ¡Va a caer! ¡Quiere caer, pero no cae! Se retuerce. Grita incoherencias, grita a sorbos, a gritos pequeños, convulsivos. Les blanquea las córneas y babea.
Está “manifestada”, dicen ellos. Son los “caboclos” o espíritus evocados por “Avó Bahiana” los que han comenzado a descender para “poseer” a las personas. Son los “exú” a veces buenos hasta ser abuelos, a veces malos hasta ser asesinos. Son los “exú” que pueden ser “caveras”, “Sete encrucilhadas”, “sete flechas”, “pombagiras”, “ye manshá” que es la reina del mar, “ogum” que es el más bueno de todos, o “izarapuá” que es el más terrible.
Cae Nazaret, otra de las “macumberas”, 17 años bailando, religiosamente, dos veces por semana. Quiere salirse de la ronda, pero no puede. Deia le alcanza un “puro” que Nazaret devora a grandes bocaradas.
Y ¡cae otra! Vieja negra que solloza. Cae un hombre. Es José. Estaba tranquilo haciendo coro. De repente, rueda. Es el “Avó”. Se encoge y salta rítmicamente ahora, llevando el son del “tabaqué”. Deia le alcanza una “bengala” que es un palo, símbolo de la ancianidad.
Son las tres de la madrugada y la orgía sigue. Ruedas de “cachaza” y “tabaqué”. Detrás del coro de mujeres hay una docena de curiosos del lugar que baten palmas sin dejar el compás. El ritmo incita. El ritmo llama. Llama, hasta que cae una de las que han ido a curiosear.
Cae otra mujer. Cae otro hombre. Caen como frutos madurados de golpe. Volteando los ojos, cimbreando la cintura, babeando caen hombres y mujeres. A su alrededor la comparsa sigue bailando; los “tabaqués”, sonando. El son llena la casa en cuyas paredes se multiplica y rebota como mil pelotas de ping-pong.
Cinco mujeres y cuatro hombres están “manifestados”. Poseídos por el espíritu invocado de antemano por “Avó Baiana”. En tanto María Rita hace su ingreso al ruedo y ordena quiebren las ocho botellas vacías que hay a su alrededor. Ahora hay una alfombra de vidrios.
La “macumbeira” sube a la alfombra y danza. Entonces, los que nunca antes hemos visto este espectáculo, la admiramos. Porque aquí no hay truco como en los teatros. Aquí, María Rita baila con los pies desnudos sobre los vidrios rotos que son como cuchillos. Adilso corta el ritmo para apuntalarlo después más caliente aún. Y María Rita baila más desesperadamente sobre los mismos vidrios. Después viene otro negro y se frota el torso desnudo con los pedazos de botellas. Se pasa las velas encendidas por la espalda y no se quema. Soporta el fuego, increíble.
Un chiquillo, aprendiz de macumbeiro, dormita y es la María Rita quien lo despierta. Le ha puesto la brasa de un cigarro sobre el pecho. Pero el pecho del chiquillo no está acostumbrado a estas prácticas y él ahoga un grito y el dolor al ver su carne achicharrada.
El tiempo vuela al son de las tamboras. Casi clarea el alba. María Rita ríe a carcajadas. La sugestión, la cachaza, el tabaco, el baile, sus hondos instintos primarios la han ido transformando en un ser salvajemente irracional. Ha pedido el gallo para el sacrificio final.
María Rita ríe a carcajadas en la cara del pollo. Festeja la entrega como un triunfo. Le arranca luego, algunas plumas y le quiebra el cuello con las manos. La sangre salta y María Rita la recibe en la boca. Ahora comienza a chuparle la sangre sorbo a sorbo, en tanto los “tabaqués” arrecian. Arrecian hasta un momento en que ella va cayendo al suelo lentamente, moviéndose, batiéndose como una cuchara en una olla.
El pollo da los últimos aletazos cuando María Rita poseída totalmente yace sobre el suelo, apuñalada por las miradas de “macumbeiros” y curiosos.
Hay un silencio breve, porque María Rita vuelve otra vez al ritmo. Se levanta ahora soltando carcajadas. Gira enseñando el pollo. Haciendo juego. Hasta que le abre las entrañas con las manos y los dientes. En la cara de los curiosos hay una nota de pavor, pero los “macumbeiros” se alegran. Ha llegado la hora del festín; es el momento cumbre del rito.
La orgía aquí es desenfrenada. María Rita mide a los “manifestados”. Mira a los “avós” y a las negras abuelas que caminan lentamente sobre sus bastones fumando sus charutos o bebiendo “cachaza”.
Comienza el reparto de las entrañas del animal. A Nazaret, el corazón; a la “Avó Conga”, los riñones; al negro José, el hígado, etc. Todos reciben su ración de entrañas calientes que ellos saben devorar. Hay gritos salvajes de júbilo, hay “tabaqués” enloquecidos, maracas, gritos cortos, suspiros que deben llegar al Africa.
Hay una mujer que cae sobre su vestido blanco y queda allí clavada como una rara flor de negra corola ensortijada. Hay otra mujer que cae largo a largo y que sólo se sabe que está viva, porque se ve latir su corazón desesperado a través de un botón de mostacillas.
Cantó un gallo a lo lejos. Era el anuncio de la madrugada. Los “tabaqués”, esos tambores sordos iban llegando al orgasmo. Los negros sudaban acongojados. Las mujeres soltaban su último babeo. El diablo miraba impertérrito desde su altar con ojos de fauno rojo, y reía con esa su vieja risa estereotipada tan vieja como el mundo.
Había llegado a su fin el espectáculo de la “macumba” bajo el cielo de Río de Janeiro, allí, arriba, a las espaldas de la ciudad.
En el camino de descenso encontramos a algunos negros que madrugaban al trabajo, bostezando. Bostezaba, también, el sol que asomaba por Pan de Azúcar.
son
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