PINOCHET: NUNCA EN DOMINGO

Hace 20 años, tres meses exactos –domingo 10 de setiembre de 1986- Augusto Pinochet casi muere destrozado por los obuses disparados por miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, en un tramo de la carretera del Cajón del Maipo. Pinochet y su nieto Rodrigo, se salvaron porque iban en un auto blindado, aunque el general fue herido en una mano por las esquirlas de los vidrios de una de las puertas del auto.
Ese mismo día domingo, un grupo de exiliados chilenos vivían otro drama en la ciudad de Buenos Aires.
Ahora, el domingo 10 de diciembre de 2006, Pinochet murió pasado el medio día,
Yo quiero contar la historia de ese grupo de exiliados, y cuando el general Pinochet, de acuerdo a lo que la doctrina cristiana decreta para los perversos, posiblemente debe haber sido enviado al infierno.

“Resulta que en esos días de setiembre de 1986 fui invitado para viajar a Chile acompañando a 28 exiliados políticos.
Después de la diáspora del setiembre negro de 1973, un grupo de chilenos repartidos en varios países del mundo, resolvieron volver a su país después de 13 años de haber sido arrancados de sus raíces. Me pareció correcto ser testigo de ese hecho histórico
Se había trazado un cronograma de viaje. El domingo anterior todos los de la aventura debían encontrarse en Buenos Aires. El lunes deberían tomarse las providencias necesarias y el martes, viajar a Chile.
Sin embargo, el domingo 10 de setiembre de 1986, sucedió lo impredecible: un atentado contra el presidente Augusto Pinchet complicó la situación ensombreciendo el retorno. Los diarios bonaerenses informaban que había empezado una nueva versión represiva. Chile vivía bajo una otra etapa de estado de sitio y de terror.
Los exiliados sabían el peligro que significaba regresar. Muchos estaban seguros de que todo sería en vano, pero otros dijeron: “viajaremos de todas maneras”. Estaban reunidos en el Centro Cultural “Raul Scolobrini” de Chacabuco 1072, Buenos Aires, contándose sus nostalgias y cantando sus cuecas.
La partida se debería realizar el martes a las 10 de la mañana en una nave de Aerolíneas Argentinas. Viajarían 28 y no lo harían Hortensia, la viuda de Salvador Allende ni su hija Isabel, allí reunidas, porque se lo pedían los mismos exiliados.
El viaje de los chilenos estaba respaldado por un grupo de personajes latinoamericanos. Estaban parlamentarios, militares retirados de alta graduación, hombres públicos que se habían comprometido a apoyar el ingreso de los chilenos a su país. Había argentinos, uruguayos, paraguayos, venezolanos, brasileños, italianos, peruanos y de otros países. Entre los peruanos figuraban Alfonso Barrantes Lingán, alcalde de Lima; César Delgado Barreto, senador de la DC; Hilda Urízar, diputada del partido aprista; Fernando Arias, miembros del CEN del mismo partido, y Valentín Pacho, Secretario General de la CGTP. Como periodistas íbamos Armida Testino, José Vargas Sifuentes y yo.Los peruanos prepararon un breve alegato reclamándo el ingreso de los exiliados a su patria de acuerdo a la Carta de las Naciones Unidas.
Al Aeropuerto de Buenos Aires llegamos a las 9, rumbo a Santiago, en el vuelo 204.
Un grupo numerosos de chilenos había concurrido a ver cómo empezaba la “Operación Retorno”. Una venezolana entonaba canciones de exiliados acompañada por una guitarra solitaria.
Hasta que llegó la hora. No hubo lágrimas de despedida sino de alegría, hurras a Chile, abajo la dictadura, y otros gritos. Como no hubo palomas de la paz, los chilenos que se quedaban en tierra entregaron a los viajeros frescos claveles rojos como símbolo de la libertad. Subimos al avión. Aterrizamos en Mendoza y ahí mismo seguimos viaje.
Cuando los chilenos se dieron cuenta de que estábamos sobrepasando la Cordillera, rompieron en aplausos, mientras los más sensibles, lloraban al ver el cielo de su geografía después de más de diez años de destierro.
El avión tocó tierra en Santiago y de acuerdo a las autoridades, lo hicieron parquear en el último tramo de la pista de aterrizaje. Mala seña, pensamos nosotros.
Desde las ventanillas vimos en el aeropuerto cómo se agitaban banderitas de familiares o amigos de los exiliados que llegaban. Luego las banderitas desaparecieron como tragadas por el viento.

EMPIEZA LA TRIFULCA
Colocada la escalera de desembarco, subieron unos jóvenes que de ninguna manera eran un comité de recepción Unos 30 o 40 hombres se alinearon en el pasadizo del avión y ordenaron que no moviera nadie. Empezaron a pedir documentos a los viajeros que tenían derecho a desembarcar mientras los periodistas tomábamos de cerca los rostros de los fieros miembros del CNI, carabineros que no creían en nadie.
Entregué mi pasaporte con la visa No 10280, porque quería ser el primero en bajar para fotografiar lo que ya lo imaginábamos sería una trifulca.
Cuando me preparaba a tomar las primeras fotografías, dos policías me pidieron mi máquina. Les dije que no se las iba a dar, pero ellos estaban furiosos. Lo que querían era velar el rollo de película. Discutimos agriamente. Sin el menor respeto me jalaban con suma violencia para quitarme la máquina que la llevaba al cuello.
Como dos policías no pudieron vencer mi resistencia acudieron dos más, me doblaron los brazos hacia tras y me arrancharon la máquina. Logré zafarme y rescatarla nuevamente, y velar yo mismo el rollo de película, que es lo que ellos querían. Toda la documentación se fue al agua.
Cuando Vargas Sifuentes bajó, también los policías le exigieron que les entregara su máquina, pero además su grabadora. También el pugnó por defenderse, pero los furiosos policías pudieron más.
Desde lejos vi que Armida Testino luchaba contra los vándalos en la escalera del avión. Felizmente la diputada Urízar logró evitar más abusos. Los policías las subieron a una camioneta y las llevaron al Resguardo.
Nos buscaba José Romero, Encargado de Negocios de la Embajada del Perú en Santiago. El se enfrentó diplomáticamente pero con energía a los policías.
El Embajador Luis Marchand no estaba en Santiago, pero el Consejero Luis Mendívil y el secretario Juan José Calle, no nos desampararon hasta que regresamos a Lima.

DRAMA DESESPERANTE
Dentro de la nave se vivía otro drama. La policía, no dejó que nadie se moviera de su sitio. El único que se quedó fue Fernando Arias, cuya presencia resultó valiosa para los exiliados.
Arias hizo todo lo posible por impedir desmanes. Contó después que el comportamiento de los exiliados fue sereno, altivo, aunque dramático porque veían todo su castillo de ilusiones por los suelos. Cuando Julieta Camposanto, ex senadora de Allende y muy anciana fue obligada a sentarse a empujones y codazos, ésta le dijo a su cancerbero: “Eres muy joven todavía, pero cuando tengas hijos, enséñales a no faltarle el respeto a los ancianos”.
Después contó que los chilenos hicieron gala de su idiosincrasia fatalista. Una dama envejecida en el exilio, le dijo sarcásticamente a un policía que le buscaba un mejor ángulo para fotografiarla: “Si no te gusta así, esperáte que voy a sacarme un pecho, pue”. El policía sonrió con sorna.
Los minutos, las horas, pasaban lentamente. Cuando el jefe de la policía le pidió a Arias que bajara ya, éste aceptó, pero antes llamó al capital del aviòn para solicitarle hiciera una revisiòn total de la nave y asi evitar sorpesas en el cielo. Eso se hizo. Entonces, Arias bajó. La responsabiliad de la delegación peruana había concluido.
Los personajes políticos que pretendieron realizar gestiones para el ingreso de los exiliados, fueron bloqueados desde el primer momento.
A las 5.15 de la tarde, los extranjeros que nos quedamos, vimos que el avión argentino despegó de Pudahuel. Desde el aeropuerto lo vimos perderse en el cielo Adentro iban los 28 chilenos que no pudieron ingresar a su país.
Ahí iban ex ministros, es parlamentarios, ex dirigentes sindicales, ex estudiantes o personas comprometidas con Allende.

NO HAY MAL…
Afuera en Santiago, en esos momentos se realizaba el mitin organizado por el gobierno. Por la TV veíamos desfilar a hombres y mujeres con sus banderas y sus pancartas vivando al “Excelentísimo señor presidente Pinochet”. Pinochet agradecía con las manos en alto, la derecha ya sin la venda con la que apareció el día del atentado.
Algunos de nosotros nos dimos cuenta de que los claveles que recibimos en Buenos Aires, horas antes, estaban aún lozanos como la libertad, era difícil que se marchitaran.
A las8.30 de la noche, en un avión de AeroPerú despegamos rumbo a Lima. Al descender en el Aeropuerto Jorge Chávez, todos lo hicimos maldiciendo al general Pinochet que no permitió que la “Operación Retorno” de los exiliados chilenos tuviera un “happy end”.
Pero, todos estábamos seguros de que “Otra vez será”, como sucedió años después, porque la sabiduría popular es tajante: “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Pinochet no duro cien años y nunca general alguno sufrió tanta maldición como éste cuando abandonó el reino”. (Manuel Jesús Orbegozo, TESTIGO DE SU TIEMPO, pag.253, Fondo de Cultura Económica, abril 2006)

Hoy, Pinochet, que no duró 100 años sino solo 91, está hecho polvo y no se sabe si su alma se habrá ido al cielo o al infierno. Eso solo lo saben los chilenos y la Historia que alguna vez dictará su inapelable veredicto.