EL MUNDO, UN DÍA

Blog del Periodista Manuel Jesús Orbegozo. Este blog se mantendrá en línea como tributo a quien con su pluma forjo generaciones de periodistas desde la aulas sanmarquinas. MJO siempre presente.

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Primero, recorrió todo su país en plan informativo, y luego casi todo el mundo con el mismo afán. Por lo menos, muchos de los grandes sucesos mundiales de los últimos 30 años del siglo XX (guerras, epidemias, citas cumbres, desastres, olimpiadas deportivas, etc.) fueron cubiertos por este hombre de prensa emprendedor, humanista, bajo de cuerpo pero alto de espíritu, silencioso, de vuelo rasante, como un alcatraz antes que de alturas, como un águila, por considerar que la soberbia es negativa para el espíritu humano. Trabajó en La Crónica y Expreso, y más de 30 años en el diario El Comercio como Jefe de Redacción, luego fue Director del diario oficial El Peruano y como profesor de periodismo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo sigue siendo aún después de 30 años seguidos. Esta es un apretada síntesis de la vida de un periodista hizo historia en el Perú y en muchos de quienes lo conocieron. Puede además ver su galeria fotográfica en http://mjorbe.jalbum.net Nota: MJO partio el 12 de setiembre para hacer una entrevista, la más larga de todas. MJO no se ha ido, vive en cada uno de los corazones de quienes lo conocieron.

Saturday, September 13, 2008

EVO Y SANTA CRUZ: DE BOLIVIA


En agosto de 1980 estuve en La Paz. Fui a cubrir el golpe del general García Meza. Apaciguado uno de los “200 golpes” dados en Bolivia, viajé a Santa Cruz. Estos son mis apuntes publicados oportunamente en El Comercio. Más que ser la ciudad donde campeaba el narcotráfico, para mi Santa Cruz era la región donde más campeaba la discriminación racial. Esto es parte de mis recuerdos de entonces. Con cuánto tiene que luchar Evo Morales para hacer que la democracia se imponga en su país corroído por la corrupción y el ansia de poder de los antibolivianos.


EL DÓLAR AGUJEREADO

En esos días me contaron en la Paz sobre un incidente con un ministro boliviano en Santa Cruz; al pagar la cuenta, los hoteleros se vieron en apuros porque no tenían pesos bolivianos para darle el vuelto. Solo dólares.

En Santa Cruz la moneda que circulaba más que el peso era el dólar.
Por una razón muy simple Santa Cruz y sus dos polos de desarrollo: Montero y Portachuelo constituían el centro de operaciones del contrabando y el narcotráfico más importante del Continente. En Santa Cruz se producía mucha coca y demasiada cocaína.
Para ver si podía comprobar tamaña afirmación, viajé a Santa Cruz, mil kilómetros hacia el oriente. La ciudad, ya no era la misma que conocí en los años 50, se había extendido demasiado en círculos concéntricos atacada de gigantismo urbano.
Exactamente en julio del 51 fui a Río de Janeiro aprovechando un viaje que me ofreció el Agregado Cultural de Brasil en uno de los vuelos que hacían los aviones de la FAB. Por entonces, conocí a un señor y a sus dos hijos, que ahora ya no estaban.
Para este viaje llevaba dos referencias. Me falló la más importante, pero de todos modos, el señor C. R. me sirvió muchísimo como confidente desinteresado y conocedor de los problemas del narcotráfico.
En una de las esquina de la plaza cruceña, el hombre empezó a hacer relatos sobre la fabricación de la cocaína en la cual andaba metida, prácticamente, la mitad de Santa Cruz.
Mi informante había sido funcionario de la Oficina de Control de Drogas y Sustancias Peligrosas durante dos años en los cuales “jamás recibí sobornos ni hice plata. Sin embargo, caí en la tentación, pero no como fabricante –aclaro- sino que di dinero para que lo invirtieran en la fabricación de pasta básica. Llegué a juntar 800 mil pesos en años de trabajo que se los di a mi sobrino. Cuando ya estaban listos unos 1000 kilos de pasta, lo agarraron. Lo perdí todo Ahora estoy en la miseria”.
C.R. me contó que su sobrino salió libre pagando mucho dinero y volvió a ser contratado por “dos congresales que pusieron su fábrica más allá de Montero, exactamente en Cruz Toledo. Allá fui con mi sobrino.
A un kilómetro de la fábrica nos dieron el alto dos guardianes armados con metralleta. Adentro había más hombres armados. En tres meses, mi sobrino era químico de la fábrica y ganó 300 mil pesos,. Pero los sorprendió el ejército, aunque después hicieron las pases con los “perros” –contó el hombre-. Todos fugaron de ahí mismo, en avión y desde entonces no sé en que país se encontrará mi sobrino”.

Sentados en la Plaza, muy limpia y cubierta por grandes manchas de sombra arrojada por árboles selváticos muy frondosos, C.R. me preguntó: “Quiere usted conocer a los traficantes?, Mire, ahí va uno”.
Yo le pregunté como se llamaba. El hombre exclamó impaciente, “aquí todos son traficantes, no pregunte usted por nombres ni apellidos, aquí hay los Razuk, el turco Razuk, los Suárez, en fin, vea usted, todos los que tiene esos carros viven de la cocaína”, y me señaló unos automóviles que pasaban como en un desfile de marcas, un desfile impávido como el signo descarado de la riqueza ilegal.
Le propuse ir al lugar donde fabricaban la cocaína, le dije que yo pagaba los gastos, pero tuvo miedo, me dijo que nos podían matar. “alí dsparan nomás los gendarmes”. Pero lo convencí. Le dije que eso le podía significar unos buenos dólares que yo estaba resuelto a darle. Hicimos el plan, primero iríamos a Montero, llamada La Ciudad Blanca, en cuyos alrededores estaban localizadas las más importantes fábricas de la droga.
Montero no pasaba de ser una gran aldea y sin embargo, alrededor de la Plaza circulaban los carros más lujosos de Bolivia. Todos chillando, todos ultimo modelo, todos sofisticados Toyota Corona, Datsu, Mercedes Benz, flamantes camionetas Brasilia, autos de carrera, jeeps elegantes, etc. En una hora desfilaron mas de 100 automóviles de lujo en medio de toques inmoderados de claxon.
C.R. se quejaba de no haber servido bien como funcionario de la Oficina de Narcóticos de Santa Cruz. “Cuando allanaban alguna fábrica –contó- me encontraba con que el fabricante era algún conocido mío o pariente, entonces, no sabía qué hacer, solo les recomendaba que suspendieron sus negocios y se fueran, nunca recibí sobornos ni entregué a nadie a las autoridades. Creo que no serví para nada”, recordó lleno de amargura.
Luego me llevó a ver las oficinas donde vendían automóviles de contrabando y aparatos electrónicos. Sus datos coincidían con los que obtuve en La Paz sobre contrabando y venta de cocaína. Aunque no eran cifras oficiales, se consideraba que a Bolivia entraban por cocaína, unos 300 millones de dólares anuales.,

Le dije al hombre que lo que ya había visto era algo del contrabando, lo que quería ver ahora era algo de los dólares. Como si le hubiera dado en la vena del gusto, me dijo: “Ya sé. Mañana tenemos que regresar a ver las peleas de gallos en Kennedy o en Okinawa”.
No sé que pasó con mi confidente C, R parece que tuvo miedo de alguna celada. No acudió a la cita, de tal amanera que después de dos horas de espera, a las 11 de la mañana, me fui solo primero a Montero y después a Portachuelo donde no pude encontrar quien me condujera a las fábricas de cocaína, porque hablar de contrabando en Santa Cruz o en Montero, era riesgoso.
Me acerqué a un señor que estaba sentado en la Plaza y empezamos a conversar sobre el contrabando. Desechó terminantemente ir a las fábricas porque quedaban lejos y era muy peligroso, se disculpó. “Si quiere vamos a ver una riña de gallos solo para narcos”, me dijo.
Uno de los coliseos se encontraba en Av., Kennedy, todavía sin asfaltar. El ingreso era libre y cuando entramos iban ya por la segunda pelea.
Luego de la tercera pelea llena de incidencias menores, vino la cuarta pelea que parecía iba a ser más brava. Eran dos hermosos gallos con el torso y las patas sin plumas, bien armados con espolones de metal muy afilados.

Las apuestas empezaron altas. Ninguna menos de 200 dólares. Los apostadores eran modestos algunos, otros, vanidosos.
Uno apostó 500 dólares, a la par. Pero cuando los amarradores soltaron los gallos hubo enardecimientos. De inmediato las apuestas crecieron como espuma: Pago 500, pago 600, hasta que uno apostó mil dólares, mil dólares más. Entonces, comprendí que los dólares corrían como agua. Pago mil contra 500, pago, saltó un apostador. Había tanta seguridad en el gallo, que un joven de camisa amarilla gritó: 1,500 más al colorado, le pagaron y entonces saqué la cuneta que los apostadores estaban confiando más de medio millón de dólares en los espolones de un par de gallos cualquiera.

Los animales picotearon granos invisibles en la arena. Como dos boxeadores se midieron, se midieron hasta que el más guapo rompió el circuito vicioso del tanteo.
¡Pum!, una patada y el favorito hinchó el pecho de victoria. El rival fue a parar a la arena.. Para qué hizo eso, el gallo en desventaja se paró recio y fue recto a lavar la ofensa. ¡Pum!, otra feroz patada, ¡pum!, una segunda y el gallo vanidoso resultó con el ala derecha casi totalmente desprendida. Un nervio la sostenía y por esto el dueño saltó a la arena a recoger a su animal, realmente imposibilitado de seguir peleando, una maniobra más humana que la “cuenta de protección”, de los referis cuando les cuentan a los boxeadores al borde del KO.

El hombre de amarillo, joven, de unos 35 años, había perdido casi medio milón de soles antiguos en dos minutos que duró la pelea. Pero, no estaba pálido, amasaba entre sus dedos una invisible bolita de papel. Vi otras dos peleas pero esa fue la más espectacular.

Mientras en Santa Cruz, Montero y Portachuelo corrían los dólares como el agua del río y las situaciones entre dos rivales se definían en la arena, en La Paz corrían los pesos bolivianos y las diferencias políticas se definían a punta de “golpes de estado” como el que se había dado en esos días, lo que ponían a Bolivia muy cerca de obtener el record mundial de los “200 golpes” en su historia republicana.
La clase politica boliviana había llevado a la inestabilidad a su país, los sectores indígenas fortalecían su particpación agrupándose en organizaciones cada vez más grandes”.


De esto hace cerca de 30 años. !Ya no un golpe más de los 200!. Evo y toda América no lo van a permitir. (MJO)

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