EL MUNDO, UN DÍA

Blog del Periodista Manuel Jesús Orbegozo. Este blog se mantendrá en línea como tributo a quien con su pluma forjo generaciones de periodistas desde la aulas sanmarquinas. MJO siempre presente.

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Location: Lima, Lima, Peru

Primero, recorrió todo su país en plan informativo, y luego casi todo el mundo con el mismo afán. Por lo menos, muchos de los grandes sucesos mundiales de los últimos 30 años del siglo XX (guerras, epidemias, citas cumbres, desastres, olimpiadas deportivas, etc.) fueron cubiertos por este hombre de prensa emprendedor, humanista, bajo de cuerpo pero alto de espíritu, silencioso, de vuelo rasante, como un alcatraz antes que de alturas, como un águila, por considerar que la soberbia es negativa para el espíritu humano. Trabajó en La Crónica y Expreso, y más de 30 años en el diario El Comercio como Jefe de Redacción, luego fue Director del diario oficial El Peruano y como profesor de periodismo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo sigue siendo aún después de 30 años seguidos. Esta es un apretada síntesis de la vida de un periodista hizo historia en el Perú y en muchos de quienes lo conocieron. Puede además ver su galeria fotográfica en http://mjorbe.jalbum.net Nota: MJO partio el 12 de setiembre para hacer una entrevista, la más larga de todas. MJO no se ha ido, vive en cada uno de los corazones de quienes lo conocieron.

Saturday, December 04, 2010

ALFONSO BARRANTES LINGAN,, 10 AÑOShttp://www.blogger.com/img/blank.gif

Hace 10 años que murio Afonso Barrantes Lingan "Frejolito". Alfonso es inolvidable para muchos de nosotros, más que sus amigos. Este años, La Municipalidad de Lima le entregó a sus familiares y su nombre, La Medalla de la Ciudad de Lima. Yo deseo recordarlo como en los varios artículos que escribi a su nombre antes y después de su muerte:



ALFONSO BARRANTES LINGAN

EN TRUJILLO, conocí a Alfonso Barrantes Lingán en Trujillo, en 1949, en la redacción de un diario local. Por entonces, yo fungía de poeta más que de periodista, tanto que Alfonso desde entonces hasta su muerte, nunca me llamó Manuel Jesús, sino “Poeta”.
Solía concurrir al diario La Nación donde trabajaban varios jóvenes cajamarquinos universitarios, como por el ejemplo, el ahora doctor
José Fernández Díaz. El me presentó a Alfonso, jovencito imberbe, de pequeña estatura, pero ya con una presencia inolvidable que nunca cambiaría, carácter silencioso, insobornable, gran sentido de la ironía y el humor y sinceridad amical a prueba de fuego.
Como la mayoría de universitarios de la época, era aprista. Tenía 22 años justos y decía que desde los 15 años era “compañero” como sus parientes y otras gentes de su pueblo cajamarquino de San Miguel.
No puedo dar mayor razón de sus ajetreos políticos porque yo era en cambio, más bien, apolítico. A mi solo me gustaba la poesía. Ahora, a mi me más me gusta el periodismo.
Una mañana fuimos a su cuarto que debió alquilarlo a medias con otro cajamarquino, un cuartito semivacío, con dos camas de una plaza, una mesita donde ponían sus útiles de estudio, y un perchero donde colgaban la poca ropa que tenían, por ejemplo, un terno negro.
Nos veíamos a menudo y solo una vez fue a mi casa a participar en una reunión que sosteníamos quienes formábamos el grupo literario “Peña del Mar”, con el cajamarquino Eduardo Quirós Sánchez, gran periodista, que acaba de morir.
Así, hasta que al empezar el año 1951, ambos desaparecimos del mapa, ya no nos vimos más.

LIMA Y UN ESCUPITAJO
Nos volvimos a encontrar en Lima ya en la década del 50. El se había graduado en la Universidad de San Marcos y era un abogado y un aprista connotado y líder estudiantil, presidente de la Federación Universitaria. Era ya el final de la década
Cobró más fama cuando se voceó que él habría sido el que escupió al presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, en el Parque Universitario, cuando intentaba conversar con los estudiantes, durante su vista al Perú.
Luego, empecé a visitarlo con mucha frecuencia en su consultorio del Jirón Lampa,
Siempre fuimos amigos muy cercanos capaces de piropear sea como fuere o de improvisar almuerzos cuando se nos apetecía. Yo trabajaba en La Crónica primero y luego, al comenzar la década del 60, en El Comercio. Nuestra amistad se estrechó más porque físicamente nos separaba, solo unas tres o cuatro cuadras de distancia.

JUICIO SONADO
En esos días, defendió un célebre juicio producido por la injusticia oficial contra cuatro campesinos a quienes la policía culpaba de la desaparición o muerte de un teniente en las sierras limeñas. Asistí e informé con ardor sobre el proceso y no viajé a lomo de mula con Alfonso y los policías al lugar donde desapareció el teniente del crimen en las resquebrajaduras serranas, por razones ajenas a mi voluntad.
Pero, al regreso armé la crónica que él luego chequeó para no incurrir en errores o exageraciones sobre su participación en este juicio que corroboró la inocencia de los acusados dramáticamente, encarcelados y vilipendiados por la policía y los jueces de la injusticia peruana. Los cuatro serranos limeños analfabetos fueron declarados inocentes y puestos de inmediato en libertad
El reportaje lo publique en cuatro páginas de EL DOMINICAL de El Comercio.
A la media tarde, celebramos el triunfo de la justicia, su triunfo profesional, su sensibilidad social y su desinterés económico, porque no les cobró nada por su defensa, como tampoco les cobraba nada a los sindicalizados o acaso 10 soles mensuales.
Entonces, todos nos fuimos a almorzar en un restaurantito criollo a la vuelta de la esquina, y nunca como ese, fue el mejor almuerzo que tuvimos juntos en esos días. Pagamos a medias.
CHINA Y LA SOLIDARIDAD
En 1971 viajé a China y a mi regreso lo llamé para contarle mi viaje y proponerle formar una Asociación entre el Perú y China para intercambio cultural y de confraternidad. Su gran poder de convocatoria hizo que una semana después, veinte personajes políticos y profesionales de categoría se reunieran en mi casa de Pueblo Libre y formáramos el ICUPECH o Instituto Cultural Peruano Chino que Alfonso y yo presidimos junto a distinguidos asociados como el Ing. Carlos Malpica, al historiador Emilio Choi, al lingüista Alfredo Torero, entre 20 personajes más amigos de China.
En cierta oportunidad, la Embajada china al celebrar su aniversario cívico el 1ro.de Octubre, no invitó a un General de la Revolución Peruana, artífice del establecimiento de las relaciones entre los dos países. Alfonso, les enrostró públicamente ese olvido o mezquindad a los chinos y se retiró de la reunión, como signo de su acrisolada honestidad política y su férrea solidaridad humana.

NOBEL ARGENTINO
Cuando me fui a vivir detrás de la Avenida Benavides, cerca de la GUE Juana Alarco de Dammert, él se mudó a la urbanización LA CAPULLANA, y entonces, estábamos como a la vuelta de la esquina.
Estábamos tan cerca que cuando él lo deseaba iba a tomar desayuno a mi casa donde comía tres huevos pasados con rocoto molido, que nunca dejaba de llevar consigo.
Su casita era de un piso y tenia sala-comedor, un dormitorio, cocina y baño. Eran los años 80 y él precisaba de más espacio para sus reuniones sociales, apretada de reuniones políticas, en especial con miembros de Izquierda Unida o de la CGTP. Entonces acordamos que cuando lo precisara, solo me haría saber su visita y la hora. Tenía mi sala o mi escritorio para sus reuniones.
Por ejemplo, en 1989, recibió la visita del Premio Nóbel argentino, Adolfo Pérez Esquivel, quien regresaba de Ayacucho luego de supervisar la situación de los DD. HH. y la ANFSEP, Asociación de mujeres golpeadas por el terrorismo oficial y el otro, maldito de Abimael Guzmán. Pues se le invitó una cena en mi casa a la que asistieron intelectuales interesados en los problemas del martirio, como el ex rector de San Marcos, Antonio Cornejo Polar y el eximio Fernando Silva Santisteban.
Después, construiría el segundo piso en su casita de La Capullana donde instaló su nutrida biblioteca, sus autógrafos y pinturas personales como la que le hizo Guayasamín. Entonces, su espacio vital se desahogó. El primer piso se convirtió en cómodas salas de recepción.

CHILE Y LA URSS
El 9 de septiembre de 1986, Alfonso me llamó para invitarme a un viaje a Argentina, había que acompañar a 29 exiliados chilenos que regresaban a su país. Había mucho acompañante latinoamericano en Buenos Aires. Entre los peruanos, él, en su calidad de alcalde de Lima; César Delgado Barreto, senador de la DC; Hilda Urízar, diputada del partido aprista; Fernando Valentín Pacho, Secretario General de la CGTP y otros. Alfonso redactó un alegato reclamando el ingreso de los exiliados a su patria de acuerdo a la Carta de las Naciones Unidas.
Cuando llegamos al aeropuerto de Pudahuel, los carabineros chilenos nos rodearon y nos trataron como a delincuentes. No dejaron bajar a ningún chileno y a nosotros nos repatriaron después de hamaquearnos de las solapas como a carteristas.
Alfonso, todo desaliñado, no pronunció una sola palabra soez como nosotros, pero si maldijo al demonio de Pinochet y a sus secuaces.
En 1987 fuimos invitados junto a otros peruanos a participar en la celebración del “70 Aniversario de la Revolución Rusa” famosa que partió en dos a la historia mundial. Mucho frío en Octubre. Todos –hasta Mihail Gorbachov- fumábamos cigarrillos de neblina, Terminado el desfile al que no asistieron las fuerzas bélicas, la gran fiesta cívica llegó a su fin.
En la noche el Embajador peruano, Roger Loayza, nos invitó una cena y a la media noche salimos a dar unas vueltas por Moscú. Alfonso y muchos de nosotros comentábamos con desánimo ese episodio, al que maliciábamos nefasto. Pocos años después, la superpotencia URSS se deshacía como un cubo de hielo en un vaso de whiskey.
En un cierto momento del paseo, todos notamos la curiosidad de un joven aprista sorprendido por el porte de un soldado moscovita de guardia en la gigantesca Plaza Roja.
Al siguiente día, Alfonso y yo nos fuimos a visitar Leningrado, la de entonces, a visitar su Museo famoso y a hacerle algunas preguntas históricas al helado río Neva.

CAMPEONATO DE SAPO
Cuando cumplí 30 años como Periodista Profesional, impensadamente recibí una invitación de la Municipalidad de Lima, donde se me informaba iría a recibir la Medalla de la Ciudad y un Diploma, por este acontecimiento personal.
Esa mañana estuvieron en la mesa de honor, Alfonso, el Embajador de la Republica Popular China y el doctor Francisco Miró Quesada, director de El Comercio.
También numerosos amigos ante quienes vertí mi gratitud por el homenaje que yo sabía lo había generado Alfonso.
Al siguiente domingo en un almuerzo en mi casa, Alfonso y el Embajador chino dirimieron un Campeonato de Sapo, deporte en que el embajador no era embajador sino rey.

EL POETA Y EL SAHARA
Luego, con Alfonso viajamos a Argelia invitados por el POLISARIO para visitar el Sahara Occidental. También fueron Sandro Mariátegui y Víctor Andrés García Belaúnde. En un rincón del desierto, cerca de Tindouf, a Alfonso y a mi nos dieron una carpa donde teníamos como guía a un soldado saharaui. Almorzamos asado de camello y después de las 6 de la tarde llegaron 2 hermosas muchachas árabes para prepararnos té, una de sus costumbres de cortesía ancestral. El té, nos contó el soldado, siempre debe tener tres sabores: el del amor, el de la vida y el de la muerte. Eso creímos haber probado luego de su preparación diligente. Al siguiente día nos regalaron sendos pañuelos con los que se defienden del simún –diabólico viento de arena- y de los 50 grados de calor del desierto. Con mucho entusiasmo nos tomamos fotografías con las muchachas.
Al terminar la reunión, Alfonso me pidió que le escribiera un poema a la hermosa Hajmala. “Por algo eres poeta”, me sacó en cara el apodo con el que siempre me reconoció. Yo me había olvidado de la poesía, pero veinte años después, recordando a Alfonso le escribí el poema a Hajmala, que voy a leer perdida ya toda ponderación. Se titula:

EL DESIERTO
Oteaba el Sahara infinito.
silencioso y tierno.
Tenía tu ternura, Hajmala,
y tu silencio.
Cuando tendías sobre la arena,
tu pañuelo dorado,
yo descubría
otro continente.
De la mano,
cruzábamos sus mares,
sus cumbres y sus huertos,
y nos mirábamos
sin decir una sola palabra.

A nadie le constaba
que nos mirábamos
sin decir una sola palabra.
El desierto era un testigo
exageradamente tierno
pero mudo.
Yo precisaba un notario,
una piedra, un dromedario,
alguien que certificara
que nos mirábamos.
Te quiero decir, ahora,
un secreto al oído, Hajmala:
Una tarde de octubre
en tus ojos hermosos
de carbones molidos
se extravió mi vida.
Si la encuentras, Hajmala,
quédate con ella.
Ya no me la devuelvas
Ya no la necesito.


EL CANCER
En julio de 1995, estuve a punto de morir, tres días en coma y prácticamente abandonado en el Hospital Rebagliati. Gracias a la férrea gestión empedernida del doctor Francisco Mirò Quesada y la de Alonso Barrantes Lingán, me salvé de la muerte.
Resucitado, opté por una costumbre de gratitud: cenar todos los meses en compañía de Alfonso y de Carlos Morante, el médico que participó en la operación de rescate de las garras del cáncer.
Más de un año después, el doctor Morante luego de cenar, como era nuestra costumbre, me dijo que había visto al doctor Barrantes de muy mal semblante y que lo convenciera para que lo examinaran en el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas.
Alfonso se sorprendió ingratamente de la noticia que le di. Se quedó pensando y envuelto en un mundo de infinita tristeza, se quejó:
-Y ahora ¿qué va a ser de mi mamita?.
Alfonso se refería a la posible orfandad de la señora Susana Lingán Celis, su tía adorada, quien lo había criado desde cuando no tenía uso de razón, luego de quedarse huérfano.
Pese, a lo duro del mensaje, logré convencerlo.
-“Mañana, vamos”, me dijo decidido.
Al siguiente día, a las 9, lo llevé al hospital, y esperé a que lo examinaran Una hora, dos, tres horas después, aparecieron Alfonso y el médico amigo, haciéndose bromas.
Alfonso nunca creyó que tuviera cáncer. Me dijo, que visitaría a otro de nuestros amigos comunes, el doctor Luis Ayala, prestigioso gastroenterólogo peruano.
Este lo examinó y dudó de que tuviera cáncer, lo mantuvo algún tiempo dándole medicinas curativas modernas, hasta que llegó un día en que debió viajar a Cuba aprovechando la generosidad y amistad que, -el jamás renegado marxista-, Alfonso Barrantes Lingán mantenía con Fidel y la Isla.

CUBA.
Alfonso viajó a Cuba acompañado por el doctor Ayala, médico amigo y testigo de su vida y de su muerte en La Habana.
Nadie pensó que Alfonso iba a morir allá, ni siquiera por culpa del cáncer sino por un pretexto nimio que solo Luis Ayala lo alcanza a explicar, como un problema orgánico, aunque también como lo que nosotros llamamos “mala suerte”. Alfonso había sido operado por cirujanos cubanos cuyos intervención fue brillante. Alfonso estaba convaleciente, cuando el día que iba a reunirse con políticos limeños para hablar sobre el Perú, amaneció muerto.
La causa de su muerte fue el cáncer que empezó escondido en el duodeno y terminó en el páncreas.
Alfonso en La Habana y yo en Lima, seguimos comunicándonos por Internet. Tengo algunos mensajes de Alfonso con breves comentarios sobre la cosa política peruana, como el problema del video Kouri-Montesinos, que nosotros criticábamos con asco, y luego matizábamos nuestra intercomunicación con crónicas de toros.


Durante años, como provincianos netos, nos íbamos a las corridas de Octubre y como él, entonces, no podía asistir a la Plaza de Acho, yo le narraba desde la distancia las corridas tal como lo escribía en mi periódico.
En uno de esos mails, Alfonso me decía, lo siguiente en relación con el cercano periodo eleccionario presidencial:
“Nuestro pueblo va a tener que elegir entre candidatos que no representan sus intereses, nuestros amigos conocidos están empezando a dar inicio a sus campañas pues, en el fondo la mayoría de ellos, lo único que cuenta es lograr un estado en el establo parlamentario para ”epatar” y luego cobrar con la puntualidad del cobrador empedernido. Todos, victimas de su patológica vocación por la notoriedad que desgraciadamente es nutrida por los periodistas que olvidaron, como lo has dicho tú en alguna oportunidad, que el periodismo es difusión y afirmación de valores.
Al final, con su típica gracia y lenguaje provinciano, me decía:
Ya te avisaré la fecha de mi retorno. Entre tanto, para Betty, para ti, hijos y nietos y las queridas de tus hijos, abrazos de ALFONSO; domingo 29 de octubre 11.15 am”.


Treinta días después, Alfonso Barrantes Lingán, -“El Frejolito” de los pobres tan simple como su propio apodo, el que servía todos los días un Vaso de Leche a los niños de las barriadas, el político incorruptible, carismático y humilde por excelencia, el solo Alfonso para sus amigos. moría irremediablemente en La Habana, para luego resucitar entre nosotros, como lo manda el Evangelio de Dios y de los Hombres.