EL MUNDO, UN DÍA

Blog del Periodista Manuel Jesús Orbegozo. Este blog se mantendrá en línea como tributo a quien con su pluma forjo generaciones de periodistas desde la aulas sanmarquinas. MJO siempre presente.

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Primero, recorrió todo su país en plan informativo, y luego casi todo el mundo con el mismo afán. Por lo menos, muchos de los grandes sucesos mundiales de los últimos 30 años del siglo XX (guerras, epidemias, citas cumbres, desastres, olimpiadas deportivas, etc.) fueron cubiertos por este hombre de prensa emprendedor, humanista, bajo de cuerpo pero alto de espíritu, silencioso, de vuelo rasante, como un alcatraz antes que de alturas, como un águila, por considerar que la soberbia es negativa para el espíritu humano. Trabajó en La Crónica y Expreso, y más de 30 años en el diario El Comercio como Jefe de Redacción, luego fue Director del diario oficial El Peruano y como profesor de periodismo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo sigue siendo aún después de 30 años seguidos. Esta es un apretada síntesis de la vida de un periodista hizo historia en el Perú y en muchos de quienes lo conocieron. Puede además ver su galeria fotográfica en http://mjorbe.jalbum.net Nota: MJO partio el 12 de setiembre para hacer una entrevista, la más larga de todas. MJO no se ha ido, vive en cada uno de los corazones de quienes lo conocieron.

Sunday, January 30, 2005

30 parlamentarios a Cartagena al TLC

SE VAN DE VACACIONES CON TODO PAGADO


El presidente de la República, los parlamentarios, los ministros, y otros empleados públicos, gozan de demasiados privilegios y ganan demasisado dinero. O sea, no está mal que ganen lo que ganan, lo malo está en que sus sueldos son desmesurados en comparaciòn con lo que gana la inmensa mayoría de peruanos.
“No puede ser para pocos las remuneraciones decorosas que le provean de recursos para atender las necesidades familiares e individuales de la persona. No puede afligir a la mayoría la frustración y la desesperanza", escribió alguna vez, Iván Rodríguez Chávez, Rector de una Universidad local y, actualmente, Presidente de la Asociaciòn Nacional de Rectores.
Los sueldos de los congresistas son excesivamente altos y, además gozan de muchos privilegios. Ahora, como a menudo, están haciendo noticia: según se informa en los medios, dentro de breve, viajarán a Cartagena, Colombia, a participar en las reuniones que Estados Unidos sostiene con los interesados en el TLC (Tratado de Libre Comercio).
Pero no viajará un grupo de especialistas de tres o cuatro parlamentarios, como debería ser. No, irán 30 congresistas de un solo golpe.
Y, ¿por cuenta de quién?. ¿Quién corre con los gastos? ¿Ellos se pagan sus pasajes, etc.?. No, todo será por cuenta del Estado, ¡qué tal con.ciencia!.

Tratando de explicar semejante insensatez, el presidente del Congreso, doctor José Flores Araoz dice que será un viaje provechoso, de mucha utilidad para el Perú, porque se meterá una aguja para sacar después una barreta. Pero, esa no es una justificaciòn compensatoria conociendo las necesidades de austeridad que predcisa el país y que lo viene empleado Flores Araoz. Lo justo sería que no viajaran tantos, sino los menos posibles. ¿Qué va a componer tanto congresista en Cartagena?. Asistirán a alguna de las reuniones, pero ¿el resto del tiempo?. Claro, obligatoriamente, lo dedicarán a la “dolce vita”. En tanto, aquí nos morimos de hambre.

Quiero aprovechar esta coyuntura para insertar las opiniones de Rodríguez Chávez vertidas en torno a la situaciòn nacional: “El Perú –revelaba- no debe tener mayorías pobres. No debe tener una población de baja calidad humana afectada por altos índices de desnutrición, anemia, tuberculosis, morbilidad y mortalidad. No puede ser un privilegio tener trabajo. No puede ser un privilegio comer todos los días. No puede ser un privilegio vivir en casa con agua potable, desagüe y energía eléctrica. No puede ser patrimonio de minorías poderse curar cuando se enferma y educar a sus hijos en los años de escolaridad obligatoria. No puede ser para algunos la igualdad de oportunidades ni la igualdad ante la ley”.
Una desgarrante síntesis de nuestra desgracia económica y social, pensé, pienso yo y preguntaba al resplecto: ¿lo escrito por el doctor Rodríguez Chávez es una letanía, una denuncia, una oración, un dicterio, un ruego o un llamado a la insurrección?

Porque es indigno, en este caso, por ejemplo, que mientras todos los días salen a las calles las madres del Vaso de Leche a reclamar sean escuchadas, mientras los obreros se agarran a fierrazo limpio con la policia desesperados por la desocupaciòn, 30 parlamentarios se largan a vacacionar en Cartagena.
La ética política no funciona aquí. O funciona para muy pocos, porque de los 30, solo 3: Aurelio Pastor, Mario Ochoa y Eduardo Carhuaricra han dicho que no irán. Otros congresistas sensatos han dicho que solo deben ir los que más o menos saben qué es el TLC. El Apra ha condicionado su viaje a la reducción del nùmero de viajeros.
Luis Casañeda Lossio, alcalde de la ciudad y candidato potencial para el 2006, en son de broma ha dicho: “Un poco más y se llevan hasta el gato”.

Termino repitiendo lo dicho por el Rector de Rectores:, porque nunca estará demás: “No puede ser para pocos las remuneraciones decorosas que les provean de recursos para atender las necesidades familiares e individuales de la persona. No puede afligir a la mayoría la frustración y la desesperanza".

Saturday, January 29, 2005

POL POT EN MI RECUERDO

Fui el último periodista que conversó con él


El conocido filósofo argentino, Mario Bunge, me preguntó si recordaba la impresión que me había causado Pol Pot. Yo le dije que sí, pero que ninguna en particular.
Le recordé que cuando conversamos en su palacio de Pnom Penh, la mañana estaba despejada; él más bien, estaba atormentado. Pol Pot me pareció un campesino rico o un pequeño burgués kampucheano, no un genocida. No tenía señas de serlo. Sonreía muy levemente mientras conversaba o mejor dicho , no sonreía. Se obstinaba en referirse a Vietnam y clamaba porque lo apoyaran todos los países del mundo; la invasiòn vietnamita era inminente. Eso lo preocupaba y no mis preguntas sobre si era genocida como lo llaman en Occidente, o de cuántas muertes se hacía responsable.
Tuvo tiempo para recibirme cuando los insurrectos internos lo tenian arrinconado. Todo andaba revuelto en el país. Una movida más y !jaque mate!.

Un día, el embajador Ok Sakun, -que era mi guía gentil-, cuando ibamos en jeep a los escenarios de la guerra, me informó que la noche de mi llegada habían asesinado al periodista Malcolm Caldwell, un viejecito inglés autor de un desesperado libro sobre Cambodia. Horas antes, con él y su esposa y dos periodistas canadienses más, habíamos visto una película filmada por cineastas japoneses sobre la conquista de Pnom Penh de manos norteamericanas, por los Khmer Rouge; toda una epopeya.
La cita fue el 30 de diciembre de 1978 y no ob stante el tiempo transcurrido- el rostro de Pol Pot es uno de los pocos que no se han descolorido en mi memoria. Lo tengo registrado perfectamente como en una computadora. No le falta nada: sus ojos oblicuos y su nariz asiática, el óvalo de su cara y sus cabellos hirsutos; recuerdo su tono de voz y su brilloso uniforme verde oscuro con casaca «Mao» cerrada hasta el cuello.
No tengo ningún hilo que me lleve a una madeja de esquizofrenia. Pol Pot no hablaba, como Hitler, a tragantadas, ni me causaba el temor que nos causa ver a aquel nazista aún en las películas. No tenía esa «mosca» hitleriana ni esos bigotazos stalinianos; más bien era lampiño y sobre sus pómulos se reflejaba la luz como sobre dos monedas opacas.

Me aseguró que en toda revolución caen muchos partisanos. Me habló de Napoleón para decirme que Vietnam hacía muy mal en invadir su país porque los invasores siempre tienen mal fin. Aceptó que muchos soldados murieron en la contienda. Ya Mao había dicho que una revolución no es un five o‘clok tea. Pero, dijo que tenía la conciencia tranquila. Estaba esperando la llegada de Kurt Walheim, Secretario General de la ONU de entonces, quien le había prometido quedarse un mes en Kampuchea para constatar el número de muertos y de paso, revisarle su conciencia.
Pero, yo considero imposible penetrar en la conciencia de nadie menos en unas dos horas que es lo que yo estuve con Pol Pot. No podía ajocharlo a preguntas sobre los crimenes que le imputaban porque habría sido inútil, él tenía los cinco sentidos puestos en la invasiòn vietnamita. Me contestaba indiferente, como un monje budista más que como un guerrero khmer.

Cuando me leyó el parte donde le informaban sobre las últimas escaramuzas de guerra, lo hizo sombríamente; el traductor me alcanzó el contenido en inglés, pero, entonces, vi que una nube nefasta le opacó los ojos; parpadeó apurado. Parecía que veía a los invasores entrando por la puerta del palacio donde conversábamos. Entonces, ordenó que dispusieran mi viaje en el primer avión que saliese a China.
Me entregó dos jarrones de laca y una tarjeta de visita. En el sobre escribió mi nombre en francés y «& madam». «Ustedes serán mis invitados cuando triunfemos sobre los vietnamitas como lo hemos hecho sobre los norteamericanos» me dijo mientras me apretaba la mano en la despedida.

Su suerte estaba echada. Veinticuatro horas después, 130 mil soldados vietnamitas, 14 divisiones de tanques apoyados por aviones MIG-19, al mejor estilo nazi, invadían Kampuchea para quedarse allí diez años.
Pol Pot huyó a las fronteras con Tailandia. Años más tarde, cuando yo regresaba de Filipinas después de ver triunfar a Corazòn Aquino, me decidí ir hasta Kao-I-dang, una aldea perdida en los bordes tailandeses; allí estaba Pol Pot.

Fue una odisea. Con un joven médico malasio llegamos clandestinamente hasta los bordes de esa mísera aldea que ni siquiera figura en los mapas; pero una cerca de alambres con superpuas nos impideron visitar a Pol Pot.
En un mercado popular, el malasio y yo almorzamos culebras en un puesto de comida de mala muerte y a mí me atacó un cólico biliar que casi me mata. En Bangkok estuve cuatro dias hospitalizado, pero nunca me pesó haber intentado hablar con el considerado mayor genocida de este siglo, despúes de Hitler. El profesor Bunge me dijo, como un consuelo, que Pol Pot no fue genocida sino asesino. Yo le pregunté por qué y el me dio una respuesta escolástica.
El caso puede ser que Pol Pot no sea sino un asesino más de los tantos que registra la historia humana, aunque no como Asursanirpal II, por ejemplo, que en Asiria, les cortaba la cabeza a sus enemigos solamente para formar pirámides con cuyas puntas pretendía tocar el cielo.

Como fui el último periodista que habló con Pol Pot, éste es un personaje inolvidable para mí. Lo recordé el día en que murió despreciado, enfermo, maldecido, con su cuerpo y su alma en la mayor miseria humana, y pensé en que nadie sabrá si se fue al cielo o al infierno, porque los designios de Dios, de Alá, de Buda o de cualquier otro dios idealizado por el hombre sobre nuestro destino final todavía siguen siendo un misterio.


ABRAHAM: SIERVO YCIERVO

La bíblica testa de Abraham

La testa de Abraham debe ser reconocida como una de las más importantes de la historia, pese a no haber sido oficialmente reconocida así.
Aunque la Biblia no es explícita porque los profetas fueron verdaderos estrategas de la diplomacia o eximios lingüistas del arameo, se sabe que Abram (así se debería escribir en castellano para no estar escribiendo Abraham con h intermedio porque como la letra h es muda no sirve para nada, al llegar a Egipto lo hizo acompañado de su fiel mujer Sarai.

(Es importante volver a señalar aquí la desconsideración de los traductores, al trasladar los nombres de otras lenguas a la nuestra, ya que no los mantienen como figuran en sus orígenes. En vez de escribir Sarai, como lo dice la Biblia, lo han corrompido y nos lo hacen escribir: Sara, quitándole la débil vocal i que al final le da cierta dulzura eufónica; Sara, en cambio, parece un imperativo japonés)

Pero, volviendo a Abram, él llega a Egipto y para ser apreciado por el Faraón, piensa que un mensaje de propaganda subliminal para establecer buenas relaciones amicales, podría ser Sarai.
Sarai era hermosa y pura y casta, pero estéril, de tal manera que por más relaciones sexuales que tuviera con quien lo desease, no podría concebir. Se sabe, aparte, que cuando tuvo 90 años de edad, un angel se le apareció y le dijo, concebirás un hijo, y ella concibió el hijo; y el ángel le dijo, le llamarás Isaac, y ella lo llamó Isaac.
Abram, este santo varón judío, según testimonio literal de las Sagradas Escrituras (Génesis 12, versículos 12 al 20) debió ver en su interior, que al Faraón se le podría hacer agua la boca ante ese "bocato di Cardenale", -aunque la frase no existía por entonces- y el Faraón mordería el anzuelo en cuya punta iba Sarai como carnada.
Esta interpretación es muy espinosa para los exégetas, pero los liberales dicen que de esta manera, Abram se convirtió, por determinación personal más que por revelación divina, de siervo del Dios de Israel en ciervo del Faraón de Egipto.
Sarai fue, pues, tomada por los cortesanos y llevada ante el Faraón, quien por respeto a ella (Génesis 12.16) trató e hizo que trataran bien a Abram, el cual adquirió ovejas, y bueyes, y asnos, y esclavos, y esclavas, y asnas, y camellos.
Los posibles trajines u orgías desaforadas del Faraón con Sarai al pie de las Pirámides, no debieron ser bien vistos por el omnipotente Dios de Israel y entonces le mandó esas plagas que se han hecho famosas y son conocidas, a través de la historia, como las Siete Plagas de Egipto.

Algunos tratadistas difieren de la forma cómo se intenta manipular este delicado asunto y hasta se han computado opiniones que arrojan que, la mitad condena a Abram por consentidor y la otra mitad lo absuelve por estratega.
También se discute por qué Dios no evitó que Abram se convirtiera en uno de los cornudos voluntarios más notables de la historia. Hay quienes afirman que las decisiones de Dios son impenetrables, y otros dicen que fue para probar la fe de su profeta mayor, de que cumplir parte de las estrategias para salvar a su pueblo, importaba más que el sexo bello de su mujer que, para los lingùistas no viene a ser lo mismo que "una mujer del bello sexo".
El Faraón llamó al venerable caldeo de Ur y le increpó su conducta, por qué le mintió diciéndole que Sarai era su hermana y no su mujer. El Faraón fue suave en sus recriminaciones, ya ves, por tu culpa me ha castigado Dios –Ra-, el de los egipcios y no, -Yehova-, el de los judíos. En la puerta de su palacio le dijo, ahí tienes a tu mujer, tómala y enhorabuena. En otros términos, les dijo que se fueran.
Y Abram y Sarai, se fueron.

Se fueron con todo lo que tenían: esclavos, esclavas, asnos, asnas, camellos, camellas, y la cabeza (de él)adornada, y lade ella grácil y perfumada, a cumplir con los designios de Dios.
La bíblica pareja fue escoltada hasta la frontera con Israel, (según Génesis 12 versículo 20, traducido de la Vulgata Latina, octava edición) y el mundo siguió andando como si aquí no hubiera pasado nada.


Thursday, January 27, 2005

PERIODISMO “CHICHA”: IGNOMINIOSO

Cárcel para los “empresarios de la vendimia”

Periódicos “chicha” se les llama, en Lima, a los periódicos “amarillos”. Y como todos lo saben, “amarillos” son los periódicos sensacionalistas, calificativo que les vienen desde el siglo XIX cuando los norteamericanos comenzaron a emplear el sensacionalismo como pan del día.
O sea, el verdadero periodismo no debe ser sensacionalista. Dentro de los matices o valores informativos de los acontecimientos, existen algunos consistentes en lo que rompe la cotidianeidad, la rutina, el acontecer intrascendente. Por ejemplo, un choque de vehìculos, un homicidio, el robo de un reloj de oro al paso, o las declaraciones de un ministro que viaja al extranjero, no son hechos sensacionales. Salvo que lo mencionado exceda la cantidad y la calidad y adquiera, entonces, el matiz de la sensacionalidad.
El periodismo “chicha” exagera la sensacionalidad y lo convierte en sensacionalismo, lo extremadamente exagerado. No dice “ayer se incendió una casa” sino “un infierno consumiò una casa”, etc. Cuando un accidente causa 2 muertos o más, el sensacionalista dice “habría 10 muertos”, etc, para lo cual su falsedad se ampara en el uso del condicional.
Pero, además, el periodismo “chicha” emplea la jerga delincuencial como herramienta lingüística oficial. Todos sus titulares lindan con la exageraciòn, pero, además, con lo más grotescamente soez.
En este sentido, el periodismo peruano todavía atraviesa por la peor de sus etapas de vida pública. Posiblemente peor que todos los periódicos sensacionalistas del mundo, porque el “amarillismo” es una plaga universal.
Pero, lo peor que le pudo pasar al periodismo “chicha” en el Perú durante el régimen del gobierno anterior denominado comúnmente “fujimontesinismo” es el haberse “vendido” para difamar a los enemigos de ese gobierno.

Vladimiro Montesinos, el capo nùmero uno de esa mafaia. preso ahora de repente para toda su vida, “compró” los periódicos “chicha” a excelentes precios en dólares.
Una vez caído el règimen de Fujimori, justamente por una “traiciòn” de una de las amantes de Montesinos, se descubrieron todos sus mangoneos, sus compras de diarios "chicha" y otros medios de comunicaciòn, como canales de televisiòn, etc.,
Bueno, es aclarar que quienes vendieron sus medios y por lo tanto se enriquecieron en dólares, no fueron los periodistas profesionales, sino lógicamente, sus propietarios.
Pues, bien, después del debido proceso judicial, ayer fueron condenados los principales protagonistas de esa “vendimia”. Y por supuesto, que han sido bien condenados. Cinco años de cárcel a los propietarios de los periódicos “chicha” que escribieron una página negra en la historia de la prensa nacional que tuvo y tiene aún aunque ahora menos, tantos profesionales ante quien debemos quitarnos el sombrero.
La lista es larga de estos delincuentes, pero todavía faltan caer algunos por adolecer de enfermedades o estar fugados en el extranjero. Pero, la justicia tiene los brazos muy largos, dice el pueblo.

NOTA: “Chicha” es un sustantivo considerado en el Diccionario de la RAE, en segunda acepciòn como: “de poca importancia”. También: “ser inhàbil”. Dice, luego, que es un modismo familiar decir: “calma chicha”, cuando se navega y el mar está tranquilo. Señala que: “es una bebida alcohólica de maiz fermentado en agua azucarada”, etc. En realidad, en el Perú se considera a la “chicha” como un primerísimo licor preinca y los indígenas actuales. Es de maiz fermentado y luego, apurado su efecto alcohólico con chancaca.
Es un tèrmino muy popular que lo empleamos en són despreciable, de mediocre, de poco valor o estima. Periodismo “chicha” es el peor calificativo con el que se ha podido bautizar al periodismo prístino de José Faustino Sánchez Carriòn, Unánue, Gamarra, Mariátegui, Vallejo, Palma, Cisneros y cien nombres más entre los muertos, y los que viven aùn.

IDI AMIN O LA BESTIA NEGRA

Recuerdos de Africa

La revista “New African” publicó datos escalofriantes sobre los crímenes de Idi Amín. Afirmó que desde enero de 1971 en que asumió el poder en Uganda, habían sido asesinados entre 200 mil a 500 mil ugandeses.
En febrero mató a sangre fría al Arzobispo Luwum de dos balazos en el pecho y uno en la boca. A menudo, los crímenes que cometía Idi Amín eran espeluznantes.
En Nairobi, conversé accidentalmente con un joven ex universitario ugandés. Un año antes habían asesinado a su padre, y él y dos de sus hermanos huyeron para ponerse a salvo de las garras de Amín.

Sólo en dos aeropuertos africanos escuché la orden terminante de que quienes no tenían visa no podían bajar del avión: en el Aeropuerto de Trípoli (porque en esos días, Libia estaba en guerra con Egipto) y en el de Kampala, Uganda (porque Idi Amín andaba en guerra permanente hasta con su sombra).
Cuando el avión en que viajaba a Sudáfrica, se detuvo en el Aeropuerto de Kampala, lo hizo tan lejos y tan incómodamente, que desde las ventanillas no se podía sacar ni siquiera una buena foto del aeropuerto. Entonces, numerosas personas entre las que había un periodista francés de “Paris Match” decidimos bajar del avión en vista de que sabíamos que había un permiso previo.

Yo me disponía a descender detrás del francés, cuando observé, casi al pie de la escalinata, a un soldado armado con metralleta y muchos más en los alrededores. Al vernos bajar y pretender enrumbar al aeropuerto, el soldado más cercano nos lanzó un grito tan feroz que nos hizo frenar de golpe.
Todo sorprendidos le hicimos señas que lo único que queríamos era tomar una fotografía y como toda respuesta, otro grito y, luego, nos apuntó con la
metralleta. Los demás soldados también alistaron sus armas. La aeromoza, que estaba en la puerta, nos pidió: Suban, «s’il vous plaise. Incroyable». Estaba asustada y yo, también, y el francés y todos los demás pasajeros que se dirigían al local del aeropuerto como un relax, no era para ninguna otra cosa, porque la fama de las bestialidades de Amín ya habían dado la vuelta al mundo. Conversando con el capitán, le oí decir en voz baja: “Estamos en una isla de salvajes”.

Un ogro real

Recordé a los periodistas de EFE que me decían en Madrid: “A Uganda no intentes ir ni con visa”.
Si los hombres de la Ley hubiesen buscado a Idi Amín, de Uganda, habrían tenido que pegar su retrato en todas las esquinas del mundo con algunas referencias como éstas:
«Es alto, fornido; con la conciencia más negra que la piel; parece una ballena que se desplaza en un mar de sangre, tiene un poco de Nerón, otro poco de Calígula, es un ogro, una bestia humana; vive en un pequeño país del tamaño de una llaga, pero sus crímenes son más grandes que la tierra; ni él mismo sabe a cuántos ha matado ya, aunque las cifras oscilan entre 200 mil y 500 mil. Tiene 34 hijos y un estilo propio de matar; por ejemplo, al Arzobispo Luwum le dijo (en enero de ese año, 1977): “Usted señor Arzobispo, ha estado complotando para derrocarme”. El Arzobispo anglicano le respondió que no, pero la “Bestia de Uganda” sacó su pistola y le disparó a boca de jarro, dos tiros en el pecho. Como el Arzobispo no cayó de inmediato, sino que se quedó como dudando entre la vida y la muerte, la “Bestia” le apuntó en la boca y le disparó y, entonces, sí, el Arzobispo se desplomó moribundo».
En los “pósters” se seguiría explicando que el hombre buscado por todos los rincones del mundo fue boxeador, y por entonces, Mariscal del Aire, y payaso, hacía payasadas de foca y era paracaidista. Le enseñaron paracaidismo en Israel donde tuvo un amigo del Servicio de Inteligencia con quien conversó después de la hazaña judía en el aeropuerto de Entebbe (a la sazón, construido por los israelitas); estudió en la Academia Militar de Sanburst y, sin embargo, se reía de la Reina y del Parlamento; cuando los ingleses anunciaron que atravesaban por seria crisis económica, el “Rey de la Selva” organizó una colecta pública en Kampala y los chelines que obtuvo los envió junto con un par de sus botas viejas “para que usted (la Reina Isabel) soporte mejor la crisis”.

El Ogro era experto en lanzamiento de dardos envenenados y solía alimentar a sus cocodrilos con la carne de sus enemigos. En Uganda, todos lo conocían, pero nadie se atrevía a entregarlo porque Uganda se había convertido en una isla del terror. Los hombres de la Ley, algún “sheriff”, como en las películas del Oeste, escribiría al final del “identikit”: “Si usted, le da caza, entréguelo ¡vivo o muerto! La humanidad se lo recompensará”.
Caminaba yo por una calle de Nairobi, Kenya, cuando se me acercó un joven no mal vestido, para preguntarme si deseaba algo en lo que pudiera ayudarme. Le dije que no. Que le agradecía. Pero insistió afirmándome que no me iba a pedir dinero. “Soy de Uganda –me dijo– he huido y estoy aquí hace más de un mes”. Pensé inmediatamente en que el joven apelaba a uno de los tantos recursos que tienen los desocupados para explotar la buena fe de los turistas; recordé al mercader de Calcuta, por ejemplo, que imperturbablemente me siguió toda una mañana hasta que al fin me convenció para que le comprara unos brocados hindúes. Este joven, sin embargo, no aparentaba ser un muerto de hambre. “Soy un ex estudiante”, me afirmó después y me enseñó un documento que lo certificaba. Luego, empezó así su relato: “Idi Amín mató a mi padre en Jinja el año pasado; tres de sus hijos huimos, dos deben estar en Sudán, yo estoy en Nairobi pasando muchas penurias”.

Yo avanzaba hacia el correo flanqueado por el ugandés, quien me repetía que no me pediría dinero, pero sí, algo que comer, tal vez un sándwich, “aquí la vida es muy dura, no hay trabajo, aguanto todo, porque por lo menos, sé que no me matarán”. Llegamos al correo, franqueé dos postales y avanzamos en busca de un bar. El muchacho dijo muchas cosas que coincidían con mis apuntes y con recortes de diarios y revistas que compraba a lo largo de mi viaje.

Fenómeno histórico
Para el muchacho, Idi Amín era un fenómeno que no debía llamar la atención porque estos se dan a través de la historia. Recordó a Nerón y a Hitler quemando a Roma o calcinando a judíos, respectivamente, en actitudes que superan la megalomanía, pero que no andan lejos de la naturaleza humana. Eso en primer lugar; en segundo lugar, afirmó que los problemas internos de Uganda son los mismos de varios países africanos, problemas que tienen raíces en odios tribales o en celos religiosos. Recordó que el Presidente Obote a quien Idi Amín derrocó el 25 de enero de 1971 fue de la tribu de los Lango; aunque la mayoría de su guardia pretoriana era de otra tribu, los Acholis. Idi Amín al usurpar el poder tenía que hacer desaparecer a dos enemigos potenciales: A los Lango, por haber pertenecido Obote a dicha tribu; y a los Acholis por haber sido éstos la mayoría de sus guardaespaldas. “El primer crimen lo cometió Idi Amín un año antes de usurpar el poder –dijo el estudiante–. Mató al Brigadier Ocoya, que era de ascendencia acholi”.
–Pero no iba a matar a toda la tribu, le dije yo.
–Usted no puede hacer preguntas a las que yo deba dar respuestas lógicas. Idi Amín hará fusilar a todo cuanto crea que atenta contra su poder. Los crímenes de Idi Amín son pasmosos. A su última mujer la conoció en una reunión; ella era bailarina de un grupo de músicos-soldados y tenía un amante y un hijo. Idi Amin envió a sus guardias a decirle al amante, que nunca más volvería a ver a Sarah, aunque se podía quedar con el hijo. El amante se negó a dejar partir a Sarah, por lo que horas más tarde lo ametrallaron sin misericordia.
Leí, después, en una revista, que Idi Amín no podía, aunque lo quería, tener un hijo en Sarah. Entonces, la sometió al examen de una docena de médicos quienes diagnosticaron que el problema de la muchacha era de orden psicológico. Ninguno, sin embargo, reveló la causa específica de su trauma, a no ser el ex ministro de Salud, Henry Kyemba, luego, asilado en Londres. Este dijo que Sarah nunca pudo olvidar a su joven amante ni perdonar a Idi Amín, por haberlo asesinado. “Ella soñaba que su amante venía a visitarla todas las noches”, declaró el ex ministro. A Idi Amin no le quedó ningún otro recurso que asesinarla.
El joven, que en un momento dijo haber estudiado en la Universidad de Nakerere, intentó explicar que el fenómeno caótico de Uganda, además de tener raíces étnicas: Kakwas contra Acholis, Bantús contra Nilotes, todo lo cual era un caldo de cultivo para los desenfrenos de Idi Amín, tenía también relaciones religiosas. La mayoría de kakwas eran cristianos, los cuales combatían a los musulmanes; los católicos luchaban contra los protestantes. Había cristianos que complotan contra Idi Amín.
Varias horas conversé con el estudiante sin llegar a saber si realmente era un ex universitario ugandés o se había aprendido nombres y lugares de memoria para sorprender a los extranjeros y ganarse la vida. Yo chequeé, sin embargo, sus datos con el material que llevaba en mi maletín y había muchas coincidencias.

El joven no quiso que le tomara fotos ni menos revelar su nombre, aunque le hubiera sido fácil darme uno cualquiera. Cuando se alejaba apunté mi cámara hacia él en el preciso momento en que daba vuelta, para ver si yo cumplía con mi compromiso que realmente no asumí. Tengo la foto.

Una vergüenza
Nadie. No había nadie quien pudiera liquidar a lo que algunas revistas del Continente, llamaban “La vergüenza del Africa”. Leí en “Daily Nation” de Kenya una especie de imprecación: “¿Hasta cuándo, Africa y el mundo aparecen solamente como espectadores del bárbaro e indiscriminado genocidio en Uganda?”.
Esa fue una de mis preguntas al estudiante. Contestó que muchos quieren hacerlo, y si no lo hacía el ejército era porque estaba corrompido, las gentes que lo adulaban estaban corrompidas, soldados y policías analfabetos se llenaban de chelines y gozaban de increíbles privilegios, todos los vientos que soplaban en Uganda eran de terror; cualquiera podía ser detenido e inmediatamente fusilado. Los cadáveres amanecían por las calles, por los campos, ya no había lugares dónde depositarlos. La gran preocupación de Idi Amín era buscar la forma de desvanecer los cuerpos de sus víctimas.

En esos días, Idi Amín asistía a una reunión de la OUA en Libreville, Gabón. Allí se robó el show. Leí que cuando le tocó hablar, dio detalles sobre el último atentado contra su vida. Fusilaron a unas 20 personas “Antes de que ellos me coman, me los comí yo” dijo el ogro cínicamente y todos se soltaron la risa.
Muchos no dudaron de su frase, porque según el ex ministro de Sanidad, Henry Kyemba, Idi Amín era caníbal. El había contado que cuando hizo asesinar al general de Brigada, Charles Arube, en 1974, Amín pidió entrar a la morgue de Mulago, para reconocerlo. “Quiero estar solo” pidió. Al salir, los que examinaron nuevamente el cadáver de Arube se quedaron de una pieza: Al cadáver le faltaban varios dedos de las manos y los pies. El Ministro le escuchó decir a Amín en muchas oportunidades: “La carne humana tiene gusto salado”.

Casi todos los días, Idi Amín hacía noticia. En Argelia, leí que Amín había ordenado poner en libertad a un periodista canadiense después de 30 días de cárcel. En Madrid me enteré de que la “Bestia de Kampala” había sido víctima de un nuevo atentado. En Lima, en esos días, todos leímos este titular: “Idi Amín hace ejecutar a 15, en Uganda”. Mi pregunta de entonces, era: ¿Cuándo leeremos que Idi Amín fue ejecutado?
Con toda esta carga de pensamientos oscuros, proseguí viaje. Mi próxima parada: Johannesburgo.

Wednesday, January 26, 2005

VIEJA CHARLA SOBRE LOS RIÑONES:



LOS FILTROS DELA VIDA

«Entonces, se llega a una comunidad tan vieja como la vida: 2 millones y medio de habitantes están dedicados a su mera labor con el fin de mantener vivo el organismo al que sirven. Su régimen no es socialista ni demócrata ni comunista porque no tienen líderes o, en todo caso, tienen un lider que hasta la fecha no ha sido identificado. No trabajan por turnos ni por el sistema de cooperación popular porque no hay burocracia. Tal vez podría decirse que su trabajo lo realizan desde un punto de vista cristiano o sea, el de haz el bien y no mires a quien o más popularmente hablando uno trabaja para todos y todos trabajan para uno. Fascinante tarea simultánea la que realizan estos dos y medio millones de habitantes de una comunidad situada en la inhóspita región lumbar, preocupada por mantener un auténtico equilibrio bioquímico, filtrando ininterrumpidamente una serie de compuestos como el sodio, el potasio, el cloro, los fosfatos, los bicarbonatos, cargados, unos con iones positivos y otros, con iones negativos, procurando que las concentraciones estén siempre entre 7.35 y 7.45, porque de lo contrario, es decir que, con una variación de una 100 millonésima parte de esa unidad, se produciría una «acidosis» o una «alcalosis» que sería mortal para el organismo al cual prestan sus servicios. Allí está, esa comunidad de 2 millones y medio de habitantes encargados de tan extraordinaria tarea. Si el organismo al cual sirven tiene, por ejemplo, agua de más, de inmediato arrojan lo que sobra: y si le falta, entonces, la comunidad se encarga de proveerla, de tal manera que el equilibrio se establece con una perfección que sigue causando la admiración de los científicos preocupados en desentrañar sus invalorables servicios. De pronto, se llega a la vieja comunidad, tan vieja como la vida, con microscopios electrónicas, cuadros estadísticos, vejigas de plástico, etc... y uno se queda lelo, frío, estupefacto, al ver la sincronización con que esos habitantes de la comunidad realizan su trabajo. Y sin embargo, nosotros en Vietnam, por ejemplo, nos devoramos; en «Little Rock», nos segregamos, en...»
El profesor pasa «slides» para ilustrar su conferencia. Cien médicos peruanos, en el Hospital del Niño, interesados en nefrología, siguen apasionadamente el puntero del profesor que va señalando un río, luego una laguna, luego un monte, montes, llanuras, desiertos, vados, ríos, deltas. Es el filtro de la vida. Se está dictando una cátedra sobre los riñones.

Gustavo Gordillo Paniagua nació en Chiapas y tal vez nunca hubiera podido contribuir a la ciencia nefrológica si es que casi niño, no hubiera ingresado a la Escuela Médico-Militar de Ciudad México. Sus abuelos habían sido hacendados, pero después de la Reforma Agraria se fueron quedando pobres.
Nació en 1923 y se graduó como médico cuando apenas tenía los 23 años. Una beca para realizar estudios especiales en el Children Hospital de Boston, adscrito a Harvard University, lo hizo afirmar su pasta de investigador.
Actualmente y acaso, siempre fue así, habla muy lentamente. La modestia la lleva hasta en los bigotes achaflanados que es, como decir, muy mexicanos.
Gordillo eraentonces, Jefe del Departamento de Nefrología del Hospital Infantil de México, pionero del estudio de las enfermedades renales del niño.
Allí habló sobre los 2 y medio millones de unidades anatómicas y funcionales de los riñones que se encargan de regular la composición bioquímica del organismo, sin cuyo requisito no podría ser factible la vida.
Allí, dijo que él estaba dedicado a hacer esos viajes turísticos a través de aquella comunidad tan vieja como la vida formada por los glomérulos donde se filtra la sangre, a través de unos microscópicos vasos capilares y, sin embargo, capaces de realizar ultrafiltraciones de elementos químicos, de sólo los que el organismo necesita para supervivir.

El Dr. Gordillo era incansable en su conversación sobre los riñones. Hablaba como si quisiera convencerlo a uno de que esos órganos son más importantes que el cerebro o el corazón. Y, a lo mejor lo son en alguna forma cuando en esos años, el tema médico que estaba más en el tapete era el de la nefrología. Las noticias más sensacionales habían sido hablado de las aventuras de «el riñón artificial» y los transplantes de riñones en el campo pediátrico. A propósito, el científico mexicano primero fue nefrólogo de adultos, pero comprendió que los niños andaban desamparados, que la preocupación por ellos estaba en pañales como no podía ser de otra forma. Entonces hizo internado en niños. Los niños fueron su pasión.

Una noche, en Tlaxcala, mientras dormía, el Dr. Gordillo se dio cuenta de que su esposa, en sueños estaba llorando con desesperación. Ligeramente alarmado, la despertó. La señora (Cleofás Ana María de Jesús Touché de Anda de Gordillo) le relató que había tenido una horrible pesadilla: «He soñado –le contó- que tres hombres habían venido a tocar la puerta diciendo que un niño estaba gravemente enfermo y que te necesitaban. Tú fuiste por un obscuro camino rodeado de altos árboles, pasaste la estación del ferrocarril, luego doblando a la derecha, junto con los tres hombres, te internaste en una callejuela al final de la cual estaba la casa. Entraste. Te hicieron subir por una escalera y cuando terminaste de subir te cortaron la cabeza. Yo he visto la sangre».
El médico acarició a su Touché y ya iban a volver por el sueño, cuando escucharon toques en la puerta (Primera sorpresa). ¿Quien será? ¿Voy o no voy? No vayas. Voy. El doctor fue a ver quien tocaba la puerta: Tres hombres, así como los del sueño, con sus sombrerazos hasta las orejas. «Doctorcito, le necesitamos. Allá en el rancho, la mera muerte quiere llevarse a mi chilpayate». (Segunda sorpresa). ¿Voy o no voy? No vayas, Gustavo, mira que la pesadilla, mira que el sueño, como vas a ir. Voy. El doctor Gordillo se siente más comprometido con la vida del niño enfermo que con su propia vida.
Van por la avenida del sueño, obscura, misteriosa. Pasan la estación del ferrocarril y luego doblando a la derecha ingresan a la callejuela. Dan con la casa, los mexicanos abren la puerta, y ¡ahí... la escalera! (Tercera sorpresa). Había que subir. Un sudor frío comienza a correr por la espina dorsal del doctor Gordillo, ya es mucha coincidencia. Ahora, podría estar la muerte. Pero, tiene que subir. Los mexicanos deben estar sufriendo mucho porque apenas hablan. Entonces, el doctor Gordillo, el militar Gordillo no es ahí sino un mero hombre frente al destino. El lo enfrenta porque sabe que al final debe haber una vida que salvar. Pero, ¿si en vez del enfermo está el cuchillo del sueño? El sube y en cada escalón recuerda a sus hijos, a Gustavo, a Touché, a Verónica, a Rodolfo, a Gabrielito. Falta un escalón, de pronto el médico instintivamente se coloca el maletín sobre la cabeza. Los mexicanos se extrañan de ese movimiento, porque no saben nada de la pesadilla.
El alma ha regresado al cuerpo. Allí, sobre un petate, el chilpayate se muere. Mejor dicho, se hubiera muerto si es que Gustavo Gordillo Paniaga y el doctor Gordillo no hubieran llegado. (cuarta y última sorpresa: Felizmente, la pesadilla falló de plano al final).

—El hombre debería preocuparse por conocer mejor el planeta de su organismo. De este sabemos muy poco, -dijo en cierto momento de la charla-.
"Antes que de las armas atómicas, debería preocuparse por investigarse primero a sí mismo. No conoce nada de su propio organismo o conoce muy pco. Y eso, sencillamente, porque lo que se gasta en las Bombas H se debería gastar para investigar el cáncer".
Sobre los casos más dramáticos que le había tocado enfrentar dijo que “ todos son dramáticos, porque en todos está en juego la vida".
—Yo tengo mis dudas sobre la importancia del riñon, ¿cómo es posible que se pueda vivir con un solo riñón a veces?, pregunté yo
—Y a veces, hasta con sólo una quinta parte. El riñón es el órgano más sacrificado. Los nefrones que quedan se hacen cargo de la labor de los que faltan. Eso es extraordinario.
—Veo que Ud. fuma sabiendo que el tabaco da cáncer...
—Curioso, en Estados Unidos, las cajetillas de cigarrillos tienen una inscripción: Caution... etc. Pero ahí mismo, al otro lado, los fabricantes han puesto otra inscripción: Si a Ud. le da cáncer, nosotros lo indemnizamos.

El investigador y su esposa fueron al Cusco para admirar las ruinas de Machu Picchu y así completar la serie de monumentos que conocían como: La Muralla China, las Pirámides de Egipto, la Acrópolis en Grecia, el Circo en Roma; han estado cerca al Ghanges, al Eufrates, conocen la Torre Eiffel como el Bing-Ben, etc..
«Pos, vamos pasando la vida que es tan corta. Si uno está joven, le falta experiencia; si uno está viejo, ya la experiencia no le sirve para nada. Total, el diagnóstico de la Vida siempre es «Reservado».

A propósito, ¿Qué será de la vida del doctor Gordillo?, me preguntó yo, todavía en el camino.


UNA ESPECIE DE CALDERA DEL DIABLO

KARACHI, AYER


Estuve en Karachi, antigua capital de Pakistán. Era la primera vez que llegaba a esta ciudad y como no sabía si mi estada sería corta o larga –resultó demasiado larga– el primer día salí a conocer los monumentos nacionales, las mezquitas donde los musulmanes se inclinan a besar el suelo en honor a Alá y terminan quedándose dormidos.
Como se sabe, los musulmanes no tienen imágenes en sus templos porque para ellos resulta imposible hacerse una imagen de Dios. Y para no ofenderlo, prefirieron no hostilizarlo con imágenes. Peor o mejor aún, en la India hay una secta religiosa que también es monoteísta, pero para los sectarios no sólo resulta imposible imaginar a Dios, sino darle un nombre. Llamarlo Jesucristo o Jehová, por ejemplo, resultaría inmensamente ofensivo.

Me tomé una foto frente al mar de Omán montado sobre un viejo camello en primer plano que dobló las patas obediente para la fotografía y para que el muchachito que lo explota cobrara después, unas cuantas monedas de turista pobre.
Después, imprimí numerosas fotos a colores de la abigarrada muchedumbre de una calle central, y fotos de la Refinería de Schwechat donde, por entonces, se refinan 10 millones de toneladas de petróleo provenientes de Irán, según me lo dijo el chofer del taxi que me conducía, y un millón y medio de toneladas del propio Pakistán.
Como mi estada demoró involuntariamente más días, pude ver de cerca la grandeza de la ciudad –antes la capital porque entonces era ya Islamabad– pero, también su pobreza
Karachi me hacía recordar a Calcuta donde la cantidad de mendigos era impresionante. En Calcuta, me seguían sin importarles el tiempo que tomarían hasta llegar a conmoverme. En Karachi, los mendigos no me seguían, permanecían inmóviles. Se podría decir, apelando al humor negro, que muchas veces preferí pasar delante de ellos sin tomarlos en cuenta o, en todo caso, saltando sobre sus cabezas como en una carrera de obstáculos.
Vi mendigos sin dedos, sin manos, sin brazos, sin pies, sin piernas a causa de la lepra o de males congénitos; contrahechos, carcomidos por alguna enfermedad o simplemente deformados por la miseria, pero, así mismo, a viejos o jóvenes a quienes no les faltaba nada. Es que la mendicidad, en nuestros pobres pueblos en desarrollo, es un oficio, no es una necesidad.

A ratos, me parecía que la Naturaleza se había encargado de fabricar hombres especialmente para hacerlos mendigar en Karachi. Un día, a la vuelta del «Garden Road», vi a la media cuadra, a un muchacho en el suelo. Pensé que sería un yoga. Caminé para verlo más de cerca y no era sino una especie de mezcla de brazos y piernas entrecruzados y al centro, una cabeza cuyos ojos fijos apenas miraban las suelas de los transeúntes.
En esas circunstancias, recordaba a Zulfikar Alí Bhutto pretendiendo llenarse de bombas atómicas para tener la paridad con la India. “No importa que mi pueblo coma hierbas, decía, pero debemos estar de igual a igual con la India, porque nos puede seguir agrediendo”.
Pero, Ali Bhutto, el envanecido Primer Ministro pakistaní de esos días, se le veía en la cuerda floja como que caería como un títere al que se le retiran los hilos que lo mantienen vivo. Lo ahorcaron, un poco de acuerdo a las leyes del Corán.
Él decía, por entonces: “Tal vez mi único crimen está en que soy el hombre con mayor capacidad para comprender los problemas nacionales e internacionales de este país, el líder que nuncantes produjo Pakistán, el único que podría conducirlo a buen éxito” ¿De que le sirvió toda esa cháchara de vanidades?
Se le acabaron las pretensiones. “Los Angeles Times” decía que Bhutto tenía los días contados y que sólo muriendo él se volvería a reprimir el tráfico de drogas que en esos años, le costó la vida a unos 200 hombres y la pérdida de unos 200 millones de dólares.

Una mañana doblé hacia un parque donde dormía mucha gente tirada en el suelo. Fue una escena reconfortante, sin embargo, contemplar que las frescas flores de fucsia de colores puros caían en racimos casi hasta tocarle la cara a tanto desdichado; las flores trataban de convertir el drama en una colorida “naturaleza muerta” de algún Van Dyk holandés.
En “Victoria Road Salder” había un aviso sarcástico de Coca-Cola. No siempre bebiendo Coca-Cola se va mejor, en Karachi; al contrario, se va peor. A la vuelta había un mercado popular lleno de mugre donde, en medio de cajones y de gentes que dormían sobre los cajones, se empezaba a descubrir las mercaderías del día: mangos gigantes y ciruelas.
En un rincón, a lo lejos, percibí la sombra chinesca de una cabra y un hombre sentado. Me acordé de Gandhi y me pareció correcto registrar fotográficamente esa escena. Puse el diafragma de mi máquina en 1.2 y me acerqué hasta 5 metros de la escena. Cuando estuve por disparar, el hombre relinchó en su rincón. Se puso furioso. Intentó agredirme. Me asusté y apuré el paso. Debió ser un santón, uno de esos hombres que tratan de purificarse en el sufrimiento. No tenía ropas, tenía cadenas que lo rodeaban por todo el cuerpo, cadenas de perro o de esclavo.

La ciudad se iba llenando de gentes. Una persona entró en la Andrew’s Church, una iglesia que tenía una invitación hipócrita: “All are wellcome”. ¿Qué importaba que todos fuéramos bienvenidos?
Empezaron a aparecer las carretas, aquellas que hacen servicio de taxi, y las motonetas de fúlgidos colores que también hacen servicio, pero más barato; y carretas haladas por caballos o burros pequeños como decir, la mitad de nuestros burros, pero, acá, más fuertes porque tiraban cargamentos enormes. Sin embargo, al atardecer, yo veía a los burritos, como agotados. Donde paraban se quedaban mirando largamente el suelo. Cabeceaban, pero Esopo habría afirmado que estaban filosofando.
La ciudad se iba llenado de más gentes, de minorías nacionales fáciles de distinguir por sus vestimentas, diferentes unas de otras. Los hombres, con sus vestidos de sábana; las mujeres con sus saharis de refulgentes colores, con brillantes de bisutería en las aletas de la nariz o en la frente. Algunas mujeres llevaban el rostro cubierto, mientras otras tenían un velo sólo hasta la mitad de la cara. El chofer de taxi explicó, el primer día, que era una costumbre tradicional que va desapareciendo poco a poco, porque ahora, los hombres son menos celosos que antes.

La caldera del diablo
Ya al medio día, Karachi, era como una caldera del diablo hirviendo de miseria a más de 40 grados en la sombra. El centro parecía una feria ambulante. Casi todas sus calles estaban atestadas de puestos de vendedores pobres donde se podía adquirir desde una “piedra preciosa” a un centavo, como también zapatos, láminas postales, alfombras “persas” o drogas made in Pakistán. El que me vendía postales me ofrecía, por lo bajo, opio o hashish. Pobre hombre desinformado, no sabía que la venta de la droga en todo lo alto, era legal.
Cuando uno se pone a pensar en las características de los pueblos subdesarrollados, de las ciudades, como Karachi o la misma Lima, y los compara con otros, con los de Europa Occidental o los Estados Unidos, por ejemplo, entonces piensa que tal vez, las cosas sean mejores así.
Recordaba Estocolmo. Sucede que en el país que, por entonces, había alcanzado el más alto nivel de vida en el mundo, se aseguraba la vida hasta la muerte y, sin embargo, era el país donde más se cometían suicidios. La juventud buscaba evadirse y se entregaba a la homosexualidad, al lesbianismo, a la droga. Yo le tomé fotos a un joven de 25 años en el momento mismo en que la policía sueca le daba alcance. Bien vestido, bien plantado, bien comido y bien bebido y, no obstante, era apenas un vulgar ladrón de automóviles.
Vi cómo la policía sacaba de su guantera un alambre lleno de llaves con las que el ratero abría cualquier vehículo. No escuché bien las respuestas que le daba a la policía, pero de pronto, eran las mismas que la de ese otro “arribati” a quien le interrogaban los psiquiatras de Upsala. Cuando le preguntaron por qué hacía eso, contestó:
-«Porque me encuentro muy solo». Y lloró ante sus interrogadores.
Por entonces, Pakistán tenía un nuevo gobierno quien, a su vez, había hecho nuevas promesas. Ojalá con él cambien las cosas, decía la gente. Mientras tanto, Karachi seguía igual, esplendoroso con sus mezquitas –la más moderna del mundo musulmán estaba levantada allí– pero, también, su corte de mendigos.

Me interrogaba, ¿para qué invertir tanto en instalar centrales atómicas, en ir y venir a los Campos Elíseos o a Washington cuando ahora la bomba atómica la puede fabricar cualquiera?
Antes, el Club Atómico lo formaban dos superpotencias. Por entonces, había ya 40 países que estaban solicitando su ingreso al macabro Club. Se había acabado el chantaje. ¿Para qué centrales, cuando un estudiante de Massachusetts podía construir por unos cuantos dólares, bombas caseras y baratas de 400 kilos capaces de borrar del mapa a ciudades de 200 mil habitantes?
Al atardecer, cuando el sol doraba el domo de las más hermosas y costosas mezquitas levantadas en todo el mundo musulmán, en los alrededores de la ciudad, como en los descampados del Aeropuerto, los pakistaníes empezaban a reunirse como tribus nómadas y prendían fuego, pero no era para cocinarse algo sino para entibiar el frío descarado de la noche.

Luego –sacaba mis propias conclusiones– ellos no dormirán sobre sábanas ni se taparán con frazadas porque no las tienen, pero sí soñarán con Alá, aunque con toda seguridad, Alá no soñará con ellos.

Dramas reales

«CARRERA HACIA LA MUERTE»

Una mariposa y una libélula luchaban a muerte al borde de la piscina en una elegante mansión de Monterrico, mientras las jóvenes parejas bailaban al son lento de un rock de Manzanero. Nadie se había dado cuenta de este detalle, sólo Sonia Mariscal.
Ella se sintió muy triste, se apartó del grupo y se puso a ver cómo la libélula quería matar a la mariposa, mientras ésta aleteaba desesperadamente y trataba de ponerse a flote para salvarse.
Por eso cuando Marlene se acercó a Sonia y le preguntó ¿qué haces, por qué no estás bailando?, ella le contestó: «estoy viendo cómo es la muerte».
-No seas tonta –le replicó Marlene- vamos a bailar.
-No tengo deseos –le contestó Sonia-.
Después se acercaría Rosa Núñez del Prado y les diría a las dos, ¿qué hacen, qué cosa les pasa?..
-Sonia está viendo cómo es la muerte- le contestaría Marlene.
-Quién piensa en la muerte, ahora que estamos jóvenes y hay fiesta- había sido la rápida respuesta de Rosa.
Unas horas después las tres estaban muertas.

GIGI prendió el motor de su automóvil sport y arrancó. Allí iban Cecilia y Vera. Hubo un momento de duda y Cecilia no supo si subir a este carro o al de Gargurevich. La llamaron de un carro primero y de otro después, luego se decidió: «Voy en el de Gigi». Cecilia escapaba así de la muerte.
Gargurevich paiva Antonio enganchó en primera y salió detrás del auto sport. En el asiento de adelante iban Rosa Núñez del Prado y Pedro Carbonel. Atrás, entraron Octavio Cabero Brito, Marlene Polentsky, Sonia Mariscal y Alfredo Anderson Pajares.
Gargurevich apretó el acelerador y sobrepasó al automóvil de Gigi.
Era la carrera hacia la muerte; dentro de breves instantes sólo uno sobreviiría a la catástrofe: Alfredo.

Primero había una nube de polvo. Después, el cuadro era macabro. Gargurevich estaba de bruces sobre el timón, le salía sangre por la boca y los oídos; el corazón se le había desprendido; su muerte fue instantánea. En el asiento de atrás, sólo había quedado Anderson. Los demás habían sido proyectados hacia adelante y yacían sobre los que subieron primero: Pedro Carbonel y Rosa Núñez del Prado. Sonia estaba inconsciente y sólo se escuchaba un silbido como de su respiración. Marlene no había perdido la conciencia, pero el dolor la privaba. Tenía las piernas molidas, la pelvis rota. Carbonel tenía el rostro desfigurado y una mueca como de espanto. Rosa Núñez del Prado tenía una mano en el timón y el rostro hacia arriba, suplicante. Había que sacar a Marlene y a Sonia que eran las que daban muestras de vida, pero el terror se había apoderado de Gigi, de Cecilia, de Vera que eran los primeros en llegar.
Gigi, ¡anda llama a la ambulancia, al patrullero! Valverde, ¡anda avisa a los familiares! Cecilia hace esfuerzos sobrehumanos para sacar a Marlene. «Me duelen mis piernas, mucho, demasiado, no soporto el dolor, me muero» dice Marlene y le pide a Cecilia: «No te muevas de mi lado, no me dejes». Llegaron los demás y entonces pusieron a Sonia y a Marlene sobre la carretera. Los momentos eran inenarrables. Cuando abrieron la portezuela de adelante, los cadáveres de Rosa y de Valverde cayeron pesadamente y ahí quedaron con los rostros hacia la noche.

SONIA no había querido ir a la fiesta. Pero Rosa Núñez habló con su mama´. «Déjela ir, señora, regresamos temprano, no sea malita». Esto mismo había ocurrido minutos antes en la puerta de la Av. La Paz 518, cuando un amigo de Rosa le había dicho a la tía: «Dele permiso, señora, yo mismo la traeré temprano». La señora recomendó que no pasaran de las 12 de la noche. Eran las 9 aún.
Dos días antes, Sonia había salido al Jirón de la Unión con su madre y su hermana. Tenían que comprar algunas cosas, el vestido. Ayer sábado 23, Sonia habría cumplido 18 años. Ella nació en Apurímac, pero su familia es cusqueña. Su padre fue magistrado de la Corte de esa ciudad.
Marlene se había visto con Rosa unos días antes. Marlene era descendiente de polaco y vivía en Petit Thouars. Era trabajadora, activa, muy alegre. Adoraba las fiestas. Ahora, su hogar es un desconsuelo. El silencio que reina en su casa es sepulcral. En medio de esa presión ambiental se mueve como un espectro, su madre que ha quedado sola. Marlene era hija única.
Rosa quiso ser periodista. Pasaba al segundo año en la Universidad Católica y era la primera alumna de su clase. Siempre fue la primera. En el Mater Admirabilis, en el Colegio Nuestra Señora de la Paz, siempre sacaba los primeros premios. En la Católica había obtenido cuatro diplomas. Ambiciosa, este año se presentó para seguir la carrera de Bibliotecaria. Con su hermana Ruth, de negros ojos ahora ensombrecidos por el llanto habían concluido muy bien los exámenes. Sus padres están inconsolables.
Octavio Cabero, a quien sus amigos le llamaban «Tabo», trabajaba en la Fábrica de Velas y Ceras, de propiedad de su familia. Pero, Carbonel, al que le decían «Picolin» era el más entusiasta, el más alegre, el más emprendedor. Era el motor del grupo de 60 amigos que siempre hacían fiestas, siempre sostenían reuniones. La última reunión iba a ser el 30.

EL CAMION 807082, como una mole de muerte, parda, confundida con la noche, adelantaba y retrocedía a pocos, lentamente tratando de ingresar en un depósito de la cuadra 18 de la Av. de Tomás Marsano. Era la una de la madrugada y Alejandro Mifume de 38 años de edad intentaba guardar su camión denominado trailer en un depósito que los vecinos dicen que antes no fue depósito, que los vecinos dices que antes no tuvo los letreros como aparece ahora.
La caravana de automóviles había partido de la residencia de Monterrico y venía cantando hacia la ciudad. La fiesta se había terminado sin novedad.
De pronto, Gargurevich vio que en el horizonte aparecía una montaña, una pared, más oscura que la noche. Entonces, apretó el freno, a fondo, a fondo, más a fondo, pero ya no había remedio. Los frenos no podían detener al vehículo. Este se estrellaba indefectiblemente, sobre el lado derecho del camión.
Eso fue todo. No se necesitó ningún otro tipo de fuerzas para que la tragedia se desencadenara. En una fracción de segundo, todo estaba consumado.

CECILIA se dio cuenta de que los voluntarios estaban robando; los que ayudaban a retirar los cadáveres, estaban robando. Entonces ella le sacó el reloj a Marlene, su esclava y su collar de perlas. Le sacó a Sonia su esclava, las carteras y aún así, a Marlene le robaron dos sortijas; a Sonia su reloj, su sortija, su medalla; a Rosa, su medalla, su pulsera, sus sortijas; a Gargurevich, 5 mil soles, su esclava, su reloj; a Carbonel, su reloj, su billetera, a Octavio Cabero su reloj, su billetera; a Alfredo Anderson, su reloj, su billetera.
Para que la tragedia fuera completa, los «abuitres» no tenían por qué faltar.

EN SU LECHO del Hospital del Empleado, Anderson Pajares, el único sobreviviente, quejándose porque le duele demasiado la columna vertebral, dice: «No me pregunte, nada, no recuerdo nada, recuerdo que estuvimos bailando, recuerdo que subí al carro, pero de ahí no recuerdo nada o no sé, no quiero recordar nada, quiero pensar que no ha pasado nada, que mis amigos están vivos, que mis amigas están vivas, no quiero creer que ellos han muerto, que yo me haya salvado, no puede ser, esto es imposible no me pregunta nada, por favor».
Carbonel era el más entusiasta. El dijo una vez, nosotros no tenemos tanto dinero para hacer nuestras fiestas, para procurarnos sanas diversiones, así que vamos a formar una Cooperativa. Y la formaron. Tenían su junta directiva y todos estabánobligados a ahorrar. El era estudiante de Ciencias Económicas en la Universidad Católica y pensaba que el cooperativismo es unode los grandes sistemas de ahorro y de ayuda mutua. Las reuniones las hacían en una banca del parque Miraflores, porque no tenían local.
El sábado 30 debieron tener una fiesta. Las invitaciones habían ya comenzado a circular y estaban impresas en letras doradas sobre un afelpado papel rojo: «Fiesta ‘Hippie in¡, ven el sábado 30 de marzo a las 9 pm. Tu sitio es Tarapacá 407, cuadra 46 de Av. Arequipa. P.D. Obligación: disfrazarse».

TAL VEZ se hubiera salvado Sonia y Marlene, dicen. Pero el tiempo que demoraron en trasladarlas a los puestos asistenciales fueron fatales. Sonia llegó viva a la Asistencia, pero mientras consultaban una cosa y otra, expiró. A Marlene la condujeron al Hospital del Empleado, pero sus heridas tan múltiples (23 fracturas) la llevaron a la tumba. A Octavio Cabero lo iban a trasladar al Hospital del Empleado, pero no lo podían recibir porque no era empleado. Lo llevaron al Hospital 2 de Mayo. Allí murió el sábado a las 6 de la mañana. Marlene murió el lunes a las 12 de la noche.

Y PENSAR que todo esto sucedía en un abrir y un cerrar de ojos, que seis vidas jóvenes quedaban truncas para siempre, mientras, sobre la piscina de la residencia de Monterrico la libélula había vencido a la mariposa.
Cosas de la vida y la muerte.

Tuesday, January 25, 2005

EL MOCHICA MURIO HACE 100 AÑOS

DICCIONARIO DE LA LENGUA: ASOMBROSO


Mumerosos tipos de asombro trae la publicación el Diccionario Mochica, de Hans Henrich Brüning, compilaciòn de José Antonio Salas García, auspiciada por la Universidad de San Martín de Porres. Es una revelaciòn científica de la lengua muchic o mochica hablado en el norte del país hasta finales del siglo XIX.
El primer asombro consiste en comprobar que uno de los mayores inventos del hombre es el lenguaje. Todo lenguaje es la demostraciòn de esa grandeza. “Así- dice George Guadorf- la invención del lenguaje es la primera de las grandes invenciones, la que contiene en germen todas las otras, quizas menos sensacional que la domesticación del fuego, pero la más decisiva. El lenguaje se presenta como la más originaria de todas las técnicas”.
O sea, no puede existir un grupo humano cualquiera que no tenga su código de comunicaciòn o información colectiva, como lo corrobora el mochica.
El lenguaje es, entonces, la única herramienta que permite expresar lo que uno experimenta y la forma cómo describe al mundo. El mochica era una lengua completa, integral, y además, por lo que nos muestra Brüning, bastante compleja, en especial, su fonética; debio ser eufónícamente bella. “Sad” era “maiz”, pero pronunciado con otra entonaciòn era “dormir”; y otra entonaciòn: “pecho”. “Penyas tsipa sad”, “tiene mucha leche en el pecho la madre”.

Es interesante apoyarnos en lo que el notable antropólogo Fernando Silva-Santisteban afirma sobre el particular: “El lenguaje no solo sirve para comunicar ideas sino para poder pensar e incluso, para poder sentir, mejor dicho, para poder identificar las sensaciones”. Ahora, bien, aunque parezca mentira, todas las lenguas “ya sea de los bosquimanos, de los esquimales o de los abrígenes de los desiertos autralianos, al igual que de los europeos o latinoamericanos cultivados, poseen sistemas altamente perfeccionados de sonidos significantes e igualmente gramáticas muy desarrolladas”. Todos, como el mochica, tienen suficiente vocabulario para sus hablantes puedan expresar lo que sienten o quieren respecto a su mundo interior como exterior.
Este es un asombro, pero otro asombro mayor todavia radica en que las lenguas, como los hombres: nacen, crecen, se desarrollan y mueren; el mochica nació y vivió hasta descansar ahora en paz, en el libro de Brüning. ¿Cuánto tiempo hace que muriò el mochica?. Hace 100 años. Increible.

Bien, otro de los asombros lo constituye el que haya personajes como aquel Brüning, ingeniero mecánico, que desde Schleswig, Alemania, su pueblo natal llegò al Perú en 1848, a trabajar en la hacienda azucarera de Pátapo y luego en otras haciendas, pero no a realizar estudios lingüisticos sobre el mochica.
¿Qué tenía qué hacer Brüning con que en algunos pueblos de su entorno, abslutamente ajenos a su trabajo, se hablaba esa lengua? ¿Por qué tenía que interesarse en registrar los términos agónicos convencido de que el destino de dicha lengua era la extinciòn?.
Su sentido científico y un entrañable amor al Perú nacido como a otros extranjeros que vienen no solo a amontonar dinero sino a acopiar todo lo que de riqueza espiritual queda o quedaba en el país, como en este caso, dicha lengua imperial.
El libro, en el que ha trabajado indesmayablemente al profesor Salas rastreando las huellas dejadas por Brüning aun en Alemania, está, pues, lleno de asombros.
Según Brüning, el puerto de Eten es el último lugar donde se hablò el muchic. Debido a su gran sentido científico el estudioso alemán, un buen día, prefiriò irse a vivir allí para recoger, en trabajos de campo, lo que quedaba de la lengua. Y qué gran desilusiòn comprobar que nadie le quería dar informaciòn, todos se avergozaban de su lengua materna. El empleo sustitutivo del castellano los había acomplejado, tal como sucede actualmente con el quechua, el aymara, etc. Los hijos o los nietos de los quechuahablantes tienen vergüenza de seguir empleándolo como su lengua materna.

El hecho es que Salas ha logrado sistematizar lo que Brüning no pudo terminar porque el tiempo lo apremió, tuvo que regresar a su país donde muriò, aunque dejando en Museos apropiados las compilaciones lingüsticas recogidas. Salas ha tenido que ir hasta esas fuentes para estudiarlas.
En la Introducciòn a “Diccionario Mochica”, Salas relata la aventura de Brüning. Menciona datos con los que se podría escribir una novela porque son dramáticos y entran en escena otros estudiosos o no Zevallos Quiñones, Mejìa Baca, y otros, relacionados con la vida de Brüning, lo cual constituye otro asombro.
Como dice Silva-Santisteban, los que hablan una lengua pueden expresar todo lo que sienten sin restricciones. En efecto, en el Diccionario se dan ejemplos que corroboran estas afirmaciones científicas.
Cuando los mochicas decían: “amos meyepantse ansmam”, querian recomendar: “anda despacio, no te vayas a caer”. Usaban paráfrasis y no dejaban de idear metáforas o interpretaciones. Preguntaban: “¿in tse sagma?”. ¿Por dónde andas?.
Su pronunciación debió ser dificultosa: “Tsatsa” significaba “muchacha”; el pronombre interrogativo “¿Cómo…”? Era “¿Am…?”. Pero, dependía de la pregunta, ¿cómo te llamas?, o ¿como dices?, eran diferentes.
Se asombraban: “Aman atinm”, que nosotros traduciríamos por “ya está amaneciendo”, pero ellos hacían una hermosa metáfora universal, para ellos la frase era: “Todavía estamos entre dos luces”.

En suma,”Diccionario Mochica” constituye otro invalorable aporte que rebasa el campo de la lingüística, la etnólogía o la antropología, para llegar a todos los que vivimos a la espectativa de asombrarnos de la riqueza cultural de este nuestro viejo país, uno de los más valiosos del mundo.

Sunday, January 23, 2005

FALTA DE ETICA MINISTERIAL

Seguiràn recibiendo 16 sueldos anuales

En el Perú, rige una tabla de sueldos para todo el mundo, menos para el presidene de la República y los ministros de Estado o sea, solo los poderosos.
En general, la mayoría de trabajadores estatales o privados recibe lógicamente doce sueldos por año, más dos gratificaciones corrspondientes a las festividades patrias: el 28 de julio, día de la independencia nacional; y regliosa, día de la Navidad, a fin de año.
Sin embargo, algunos empleados poderosos que son los correspondientes a los puestos públicos ganaban 16 sueldos anuales: 12 correspondientes a los meses del año, dos por 28 de julio y Navidad y 2 por cualquier otro pretexto.
Siempre sabíamos de ese abuso, pero por más que protestábamos, la regla de oro era inquebrantable.
Hasta que un día, avergonzados por semejante abuso, -flagrante violacion de ética elemental-, el mismo Congreso de la República legisló en el sentido de que todo el mundo no debe recibir sino solo 14 sueldos al año, inlcuyendo a los mismos legisladores.
Muy bien. En ese momento, aplausos públicos ensordecedores, hasta la reciente denuncia del economista Dennis Falvy, un profesional que constituye una pulga en la oreja para los abusivos del poder en el sector de la economía pública.

Resulta que mostrando el diario El Peruano donde se publican todas las reglamentaciones de ls Leyes, Falvy mostró en un programa de TV, que al lado de la norma sobre los 14 sueldos, hay otra por ahí escondida que constituye una excepciòn abusiva: Todos recibirán solo esos 14 sueldos, menos el presidente de la República y los Ministros de Estado, es decir, los que en estos momemto son los que menos trabajan, los que menos merecen ganar tanto, claro, salvo las excepciones de ley.
Es decir que si un ministro gana 30 mil soles mensuales, recibiràn 360 mil soles en un año, pero además 120 mil soles corespondientes a los 16 sueldos extras que ellos recibirán por consitutir la excepciòn.
Por supuesto que el presidente Toledo no ha dicho nada hasta ahora ni los ministros, nadie ha abierto la boca.
Ni la abrirán, mientras el país se pregunta: ¿es esto justo acaso? ¿No es una falta de ética elemental que ellos sean la única excepciòn de la regla cuando nosotros, las grandes mayorìas nacionales nos morimos de hambre?.
Tanta inmoralidad, ¿nos les remuerde acaso la conciencia?
Leamos lo que dice un sabio al respecto: “Hay en todos los hombres ideas morales. Bueno, malo, vicio, virtud, lícito ilícito, derecho, deber, obligaciòn, culpa, responsabilidad, mérito, demérito, son palabras que emplea tanto el ignorante como el sabio, en todos los tiempos y paises; este es un lenguaje perfectamente entendido por todo el linaje humano sean cuales fueras las diferencias en cuando a aplicaciòn del significado a casos especiales, etc…”
¿No sería bueno, que el presidente Toledo y los ministros peruanos leyeran no a Boecio ni a Aristóteles sino solo a Balmes y vieran que recibir 16 sueldos cuando algunos reciben hasta 14, es antiético, es decir atenta contra el comportamiento humano?.
Los ministros saben que los sueldos de un maesro o un policía puede ser hasta 50 veces menos, entonces, ¿no sería bueno que se conformaran solo con los 14 sueldos, que ya es demasiado?

¿Qué les parece si renuncian públicamente a los 16 sueldos y solo se quedan con 14 que no es darle gusto a Dennis Falvy sino a su propia conciencia?.

CHINA: EN LA RUTA DE LA SEDA

CRUZANDO EL DESIERTO DE GOBI

Los camellos doblaron mansamente las rodillas para que nosotros pudiéramos montar con facilidad.
Puestos en pie, los mansos animales miraron con suficiencia el desierto y emprendieron la marcha al desesperantemente lento ritmo de su paso.
En esos tiempos de medios de transporte supersónico, un viaje en camello significaba retroceder a los cuentos de «Las Mil y una Noches». Pero, así fue en un rincón de China en un tramo de la legendaria «Ruta de la Seda» antes usada por Marco Polo y otros comerciantes y aventureros en sus viajes al Oriente.
Esta fue, en realidad, una incursión en el tiempo más que en el espacio y se debió a una parada forzosa que hicimos en el itinerario de mi último viaje a China. Habíamos intentado volar de Dunhuang a Lanchow pero nos informaron que por causas del mal tiempo (se había desatado un insólito viento de arena) no podríamos salir del lugar.

Rápidamente, nos organizaron un paseo a «La Ruta de la Seda». El viaje fue interesante porque nos permitió conocer semejante tramo histórico, además de reflexionar sobre el cambio de los tiempos.
Li Wei-yi, que además de ser un buen intérprete, es un hombre sensible, al acercarnos parsimo- niosamente a «La Montaña de la Arena que Canta», se refirió a los posibles cambios del paisaje y de los tiempos. Li hizo un largo relato sobre los viajes de Marco Polo cuando pasamos cerca al oasis donde los aventureros de la seda solían paliar los vientos de arena y la sed. Increíble pensar que tal vez, pisábamos las huellas dejadas por el célebre aventurero veneciano.

Li dijo luego: «sólo el hombre no cambia, sólo la amistad persiste». Se refería a la amistad entre los pueblos y en este caso, al de Perú y China, fenómeno este de la amistad, que es universal.
Con Li nos acabábamos de conocer en Shanghai cuando un avión de la CAAC nos hizo cruzar el Atlántico en un sueño. No habíamos visitado aún la pujante ciudad de Lanchow con su palacio de Weng Chang ni su Pagoda Balkan desde donde se ve discurrir mansamente el otrora feroz río Huang He. Tampoco, habíamos visitado a los dos mil Budas en sus cuevas de Dunhuang. ni menos a los guerreros ni a los caballos de terracota desenterrados en Xi-an, la vieja capital de Zhung kuo (China), el imperio unificado de Qin Shi-huang. Menos, habíamos visitado la Muralla China en el paso de Jia you que nos hace ver cómo pudo haber tanta voluntad y paciencia de picapedreros, albañiles y arquitectos chinos que, sin embargo, no figuran en la historia. Alguna vez, Brecht indignado por estos lapsus, preguntó en un poema:

«En la noche en que fue terminada la Muralla China,
¿a dónde fueron los albañiles que la construyeron?»


Nosotros, de nuevo en este continente, todavía no habíamos llegado a Kunming donde nos esperaría la sorpresa de una obra arquitectónica colosal: El Bosque de Piedra, acumulamiento de montañas que se aprietan unas contra otras como amantes primerizos. La Naturaleza debió haberse cansado de ordenar las montañas y dejó a éstas en el abandono. Un espectáculo asombroso.

Con Li, tampoco habíamos visitado aún la basílica de estalactitas poéticamente llamada: «La Cueva de la Flauta del Viento que Sopla», otro asombro de la Naturaleza, una obra arquitectónica que le hubiera sido imposible repetir a Miguel Angel. Dentro de la gigantesca caverna, cuyo paseo es interminable, hay esculturas que son un desafío a la imaginación.
Tampoco habíamos surcado el río Li para contemplar el paisaje de las Montañas de Guilin, que nosotros estuvimos acostumbrados a ver sólo en paja de trigo, en las reproducciones de Gouzi Shudian. Vas en el ferryboat como en una platea de teatro y desde allí ves cómo se te acerca el paisaje: Montañas a medio moldear en primero, segundo y tercer planos, las últimas desvaneciéndose en el cielo, como pinturas a tinta china. Otro espectáculo que hay que ver con los propios ojos.
Todavía no habíamos visitado Shen zhen, la futura «New York» china, cuando desde el camello, Li sugirió: ¿Por qué no componemos un poema relacionado con el tiempo, el hombre, la amitad?
Yo juré por los dioses chinos que no era poeta, pero de todos modos se admitió a debate esto que pergeñé avergonzadamente:

«Esta mañana cabalgamos/ sobre el tiempo.
dos mil años han quedado/ sólo al volver el rostro.
«Cuánta caravana bajo la arena! / Han cambiado las dunas/
de «La Montaña de Arena que canta»/
y el agua de «la Fuente de la Luna en Creciente».
«A horcajadas del camello/ bajo la mansedumbre de su paso/
rueda, ahora, otro mundo.
«Qué grandes cambios!/ sin embargo» dijo Li/ filosofando.
«En el Gobi, se han borrado las huellas/
de los comerciantes de la seda./ Las huellas de la amistad/
permanecen intactas/ al viento de los siglos.
«Esta mañana ha sido magnífica/ para el corazón/
de los hombres/ y los dioses».


Li compuso también su poema, lógicamente, en chino. A la siguiente mañana me lo estaba recitando armoniosa, lentamente, como imitando a un viejo instrumento de cuerdas de oro.
Los chinos escriben sus poemas según antiguas melodías. Hay que recordar a Mao Tse-tung cuando escribe según la melodía Pu Suam-tsi o Nan Chang-jung, etc.

Li debió publicar su poema junto al mío. Pero, esto no fue posible. El viaje a China terminó y también los cantos a la amistad y a la seda.
Para mí, todo sucedió como un sueño, por eso, otra vez volví a traer a la memoria al filósofo Chuang Tse cuando una noche soñó que era una mariposa y al despertarse no sabía si era una mariposa que estaba soñando que era Chuang Tse.


Saturday, January 22, 2005

Ingratos recuerdos de Chile

DE CUANDO PINOCHET ERA EL REY

Exacto, cuando era el rey, recuerdo lo que nos ocurrió en el aeropuerto de Pudahuel; la represión fue inmisericorde, incivil.
Aunque los policías chilenos no llegaron a agredirnos físicamente, hubo un momento en que nos sentimos vejados por la impotencia de repelerlos, de pagarles su brutalidad con la misma moneda.
En la pista del aeropuerto, en una hora de larga duración, se creó un micromundo parecido a lo que en grande debía pasar en Chile en esos días donde los derechos humanos eran pisoteados como si se tratara de borrar un insecto del mapa social. Y se ignora aún hoy que si esa fuera la comparación, hay trillones de insectos que, teóricamente, como la libertad, nunca van a desaparecer de la faz de la Tierra.
A pesar de que había pasado muchas peripecias profesionales a causa del abuso de la fuerza, tenía pocos recuerdos comparables a lo que me acababa de pasar en Chile. Sólo uno, tal vez el único y más parecido: el de Uganda.

Eran los tiempos de Idi Amin. En Madrid acudí a pedir visa para entrar al país. Lógicamente, me la negaron. Cuando viajamos rumbo a Sudáfrica, recurrí a que me dejaran bajar en el Aeropuerto de Kampala –era el comienzo de la década del 70– para contar que había pisado la tierra de ese ogro negro.
Dieron la orden de bajar y entonces, yo fui uno de los primeros en hacerlo, pero cuando estábamos al pie de la escalera, vino una contraorden y dos furiosos soldados armados hasta con bombas de mano, nos obligaron a subir al avión. Fue una contraorden inesperada. A los cinco primeros que ya estábamos caminando por la pista, nos hicieron regresar y subir apuntándonos a la cabeza con sus metralletas.
Sin metralletas, pero con la misma furia de los negros de Idi Amin Dada, se comportaron los jóvenes policías chilenos, un martes –10 de setiembre de 1986– en el aeropuerto de Pudhauel.

Una aventura histórica
Recuerdo que en esos días recibí una invitación para viajar a Chile acompañando a 28 exiliados políticos. Después de la diáspora del setiembre negro chileno de 1973, un grupo de chilenos repartido en varios países de América, resolvió volver a su país después de 13 años de haber sido arrancado de raíz. Me pareció correcto ser testigo de ese hecho histórico.
Se había trazado un cronograma de viaje. El domingo anterior, todos los de la aventura debían encontrarse en Buenos Aires, como en efecto, todos llegaron a la cita. El lunes deberían tomarse las providencias y el martes, viajar a Chile. Así de simple.
Sin embargo, el domingo sucedió lo impredecible: un atentado terrorista contra el presidente Augusto Pinochet complicó la situación, ensombreció el panorama del retorno de los exiliados. Los diarios bonaerenses informaban que se había empezado una nueva versión represiva: Chile vivía bajo otra etapa de estado de sitio y de terror.
Lógicamente, los exiliados sabían el peligro que significaba intentar su ingreso a Chile. Muchos estaban seguros de que todo sería en vano. Sin embargo, “viajaremos de todas maneras” dijeron en el Centro Cultural “Raul Scolobrini” de Chacabuco 1072, Buenos Aires, donde se reunieron para contarse sus nostalgias y cantar sus cuecas.
La partida se debería realizar el martes a las 10 de la mañana en una nave de Aerolíneas Argentinas. Viajarían 28 y, no lo harían, solamente porque se lo pidieron los mismos chilenos del exilio, no lo harían la viuda del ex presidente Salvador Allende ni su hija Isabel.

El viaje de los exiliados estaba respaldado por un grupo de personajes latinoamericanos. En Buenos Aires, confluyeron parlamentarios, militares retirados de alta graduación, hombres públicos conocidos que se habían comprometido a apoyar el ingreso de los chilenos a su país. Había argentinos, uruguayos, paraguayos, venezolanos, brasileños, italianos, peruanos y de otros países. Entre los peruanos, figuraban Alfonso Barrantes Lingán, Alcalde de Lima; César Delgado Barreto, senador de la Democracia Cristiana; Hilda Urízar, diputada del Partido Aprista; Fernando Arias, miembro del CEN del mismo partido; y Valentín Pacho, Secretario General de la CGTP. Como periodistas íbamos Armida Testino, José Vargas Sifuentes y yo.
Los peruanos prepararon un breve documento que contenía párrafos principistas como éstos: “Al acompañar a los exiliados en su regreso al seno de su patria, reivindicamos, de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas, su derecho a vivir en su país y a contribuir a su desarrollo, dentro de una fecunda pluralidad democrática”, documento que todas las delegaciones avalaron con sus firmas.

Al aeropuerto de Buenos Aires llegamos a las 9 de la mañana donde debíamos embarcarnos rumbo a Santiago en el Vuelo 204 de Aerolíneas Argentinas. Allí encontramos a un grupo numeroso de chilenos que había concurrido a ver cómo empezaba la “Operación Retorno”. Una cantante venezolana entonaba canciones de exiliados acompañada por una guitarra solitaria. Había pancartas: “Adiós al Exilio” y “Viva Chile”, y unas ganas desesperadas de acabar con las formalidades aduaneras para partir.
Hasta que llegó la hora. No hubo lágrimas de despedida, sino alegría, hurras a Chile, abajo la dictadura, y otros gritos. Como no hubo palomas de la paz, los chilenos que se quedaban en tierra nos entregaron a los viajeros, frescos claveles rojos como símbolos de la libertad. Subimos al avión.
Aterrizamos en Mendoza y ahí mismo seguimos viaje. Cuando los chilenos se dieron cuenta de que estábamos sobrepasando la Cordillera, tal vez recordando los rostros del Libertador San Martín y los de sus huestes, rompieron en aplausos. Ellos veían la geografía de su país desde el cielo después de 13 años de destierro.
El avión tocó tierra en Santiago y de acuerdo a las autoridades, lo hicieron parquear en el último tramo de la pista de aterrizaje; mala seña.
Desde las ventanillas vimos en el aeropuerto cómo se agitaban banderitas de familiares o amigos de los exiliados que llegaban. Posteriormente, quienes agitaban las banderitas de bienvenida desaparecieron como tragadas por el viento.

Empieza la trifulca
Colocada la escalera de desembarco, subieron unos jóvenes que de ninguna manera, eran un comité de recepción. En efecto, unos 30 o 40 hombres se alinearon en el pasadizo del avión y ordenaron que no se moviera nadie. Empezaron a pedir pasaportes a los viajeros que tenían derecho a descender, mientras los periodistas peruanos y de otros países, con sus máquinas fotográficas, tomábamos de cerca los rostros de los fieros miembros de la CNI, un cuerpo de policías que no creía en nadie.
Rápidamente, entregué mi pasaporte porque quería ser el primero en bajar para fotografiar lo que ya imaginábamos: una seria trifulca.
Cuando me preparaba a tomar las primeras fotografías, dos policías me dijeron que les entregara mi máquina. Les dije que no, por qué, si está prohibido tomar fotos, sencillamente no las tomaré, pero mi máquina no tengo por que entregársela. Pero, ellos estaban furiosos por requisármela y velar el rollo de película. Discutimos acaloradamente. Sin el menor respeto, me jalaban con violencia la máquina que llevaba al cuello. Pese a haberme identificado como periodista peruano, me zarandeaban a su gusto tratando de arrebatármela. Como dos policías no pudieron vencer mi resistencia, acudieron dos más. Entre cuatro y con la furia desatada, ya no pude hacer más. Me doblaron los brazos hacia atrás y me arrancharon la máquina. Logré zafarme y rescatarla nuevamente. Entonces, les propuse: bien, voy a velar las fotos, yo mismo las voy a velar. Abrí la máquina y velé el rollo. Toda la documentación fotográfica se fue al agua y apenas logré salvar un rollo que tomé en Buenos Aires. Antes de bajar del avión, escondí el rollo en mis medias y, luego, se lo pasé al alcalde Barrantes para que me lo guardara. Era el único documento gráfico de ese accidentado viaje al Sur.
Cuando Vargas Sifuentes bajó, también los policías le exigieron que les entregara su máquina, pero además, el casete de su grabadora. También él pugnó por defender sus fueros, pero la policía estaba furiosa y el periodista, impotente de repelerla.
Desde donde me aisló la policía veía que Armida Testino luchaba contra los vándalos en la escalera del avión. Felizmente, en esos momentos bajaba la diputada Urízar. Ella acudió en su defensa y entre ambas lograron salvar el rollo de su máquina y eludir el ultraje. Las hicieron subir a una camioneta celular y se las llevaron al Resguardo. Por allí andaba buscándonos José Romero, Encargado de Negocios de la Embajada del Perú, en Santiago. Él se enfrentó diplomáticamante, pero con energía a los policías.
¿Con qué permiso está usted aquí?, le enrrostraron los policías. Con el de su Canciller, les contestó enérgicamente, Romero. Gracias a su intervención, el problema de Armida Testino e Hilda Urízar se arregló. Posteriormente y porque el embajador Luis Marchand se encontraba en Lima, tanto el Consejero Luis Mendívil, como el Secretario Juan José Calle, estuvieron con nosotros hasta que subimos al avión de regreso a Lima.

Un drama diferente
Mientras tanto, dentro de la nave se vivía otro drama. La policía, en un momento determinado, no dejó que nadie subiera ni bajara. El único peruano que se quedó, junto a los paraguayos, etc., que no tenían por qué bajar, fue Fernando Arias. Su presencia resultó valiosa para los exiliados porque de no haber habido testigos extranjeros, ¿qué habría pasado con ellos?.
Arias hizo todo lo posible por impedir desmanes. O, por lo menos, atestiguarlos. Arias contó que el comportamiento de los exiliados fue sereno, altivo, aunque dramático porque veían que todo su castillo de ilusiones había rodado por los suelos. Cuando Julieta Camposanto, ex senadora de Allende, y muy anciana ya, fue obligada a sentarse a empujones y codazos, ésta le dijo a su cancerbero: eres muy joven todavía, pero cuando tengas hijos, enséñales a no faltarle el respeto a los ancianos. Después, Arias contó que los chilenos hicieron gala de su idiosincrasia fatalista. Una dama envejecida en el exilio, le dijo sarcásticamente a un policía que le buscaba un mejor ángulo para fotografiarla: si no te gustai así, espérate que voy a sacarme un pecho, pue. Al policía no le quedó sino sonreír. Los minutos, las horas, pasaban lentamente. Cuando el jefe de la policía le pidió a Arias que bajara ya, éste aceptó, pero antes, llamó al capitán del avión para solicitarle que hiciera una revisión total de la nave y así evitar, sorpresas en el cielo. Eso se hizo. Entonces, Arias bajó. La responsabilidad de la delegación peruana había concluido.

En general, los personajes políticos que estuvieron dispuestos a realizar gestiones de ingreso de los exiliados, no intervinieron para nada porque desde el primer momento fueron segregados y controlados por la policía. Un cronograma perfecto de “represión a la chilena”.
A las 5.15 de la tarde, hora de Chile, los extranjeros que nos quedamos, vimos que el avión argentino despegó de Pudahuel. Desde los ventanales del comedor del aeropuerto, lo vimos perderse en el cielo. Adentro iban los 28 chilenos que no pudieron entrar a su país. Ahí iban ex ministros de Estado, ex parlamentarios, ex dirigentes sindicales o estudiantiles o simplemente familiares de los comprometidos con Allende, como quien me lo hizo recordar cuando junto a Hortensia, nos pasamos en su casa acompañado por el gran periodista e inolvidable amigo, el “Negro” Genaro Carnero Checa.
No hay mal que dure cien años

Afuera, en Santiago, se realizaba, en esos momentos, el mitin organizado por el gobierno. A través del aparato de la televisión instalado en el aeropuerto, veíamos desfilar a hombres y mujeres, niños o ancianos con sus banderas y sus pancartas vivando al “Excelentísimo señor presidente Pinochet”, como decía el locutor. Aquel agradecía con las dos manos en alto, –la derecha ya sin la venda– con la que apareció el día del atentado.
Algunos de nosotros nos dimos cuenta de que los claveles que recibimos en Buenos Aires, horas atrás, estaban aún lozanos. Como la libertad, era difícil que se marchitaran.

A las 8.30 de la noche, en un avión de AeroPerú –magnífica atención de Luis Alberto Sánchez– en Pudahuel, despegamos rumbo a Lima y luego de perfecta toma de pista en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, todos descendimos maldiciendo al general Pinochet que no permitió que la “Operación Retorno” de los exiliados tuviera un “happy end”.

Pero, todos estábamos seguros de que “Otra vez será”. Como que eso sucedió poque la sabiduría popular es tajante: “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Pinochet no duró cien años y nunca general alguno sufrió tanta maldición como éste cuando abandonó el reino.
Y cómo sufre toma de su misma medicina.

WALL STREET

Donde los ríos de dólares no se ven

Ese día, decidí hacer un recorrido minucioso por Wall Street, aquel famoso barrio de New York ligado a la imagen del dinero, sinónimo de riqueza y opulencia.
Como cualquier mortal, tenía la idea de que iba a ser testigo de las transacciones financieras realizadas a los más altos niveles, que iba a ver las maniobras que hacen los ejecutivos o corredores de bolsa; pensaba que desde algún lugar podría observar cómo corren los ríos de dólares, de marcos alemanes, de yenes japoneses, de libras esterlinas, etc. hacia todos los mares del mundo.
Recuerdo que tomé el subway o metro en Times Square después de observar como cualquier provinciano, los grandes negocios de la pornografía, la explotación inicua de lo sexual; aunque igual que en otras plazas como las de Hong Kong, Copenhague, Bangkok o Manila.
El sexo ya había empezado a dominar con todo furor una parcela muy importante de la vida de los norteamericanos, tal como lo había certificado el Reverendo Brooks R. Walker, cuando en su libro “La sociedad del Adulterio” se refiere, fuera de contexto, a quien “tenga sensibilidad afinada a las expresiones humanas de la catástrofe masiva que en la esfera de la moral parecen sufrir los norteamericanos actuales”.
Importante, porque ya no sólo se trataba de Norteamérica, según Brooks, sino de la moralidad mundial. “Nos parece difícil evitar la conclusión de que en Occidente estamos experimentando la quiebra del sistema moral que en una u otra versión ha guiado a una gran parte de la humanidad desde los tiempos de Moisés”, afirmaba.

Los gringos borrachos
Decía que para ir correctamente a Wall Street desdoblé mi mapa y vi que debía bajar en Sheridan Square; desde allí caminé hasta East Village para ver a los “punks”, esa nueva especie de juventud que se cortaba el pelo al estilo de las salamandras.
Hacía años que había visto “punks” en los países europeos, de tal manera que sus extravagancias no mellaron mayormente mi atención. Más me sorprendí cuando vi a los borrachos de Bowery, porque siempre la idea que uno tiene de un gringo borracho no es la misma que tiene de un cholo borracho.
Tremendo error. Los gringos borrachos no solamente hacen reír sino que lastiman el corazón.
Una vez, al amanecer, me encontré con un borracho inglés en Hyde Park. Rápidamente lo asocié con el Superintendente de la Northern Perú Mining and Company a quien había conocido en las minas serranas de Milluachaqui donde pasaba mis vacaciones escolares y me gozaba llevándoles las portaviandas de comida hasta las puertas de las minas, a Alberto, Constante y Fanor Torres, mis primos mineros, todos muertos ya. Aquel era para todos nosotros, no sólo un superintendente, sino un superman.
Me pareció increíble ver a un inglés durmiendo sobre una banca de un parque público, tapado con periódicos, con los dedos que se le salían por los zapatos rotos, toda una miseria.
No diré el análisis, porque aparecería muy vanidoso, pero sí la reflexión que hice tontamente de esa situación imprevista; estas fue que, mientras la imagen que uno se hace de un gringo es que éste ha nacido sólo para ser gerente y los gerentes se emborrachan sólo con whisky, la imagen que uno se hace de un indio o de un cholo es que éste ha nacido sólo para peón y que se emborracha sólo con chicha o cañazo. Pero, hay sectores sociales como el lumpen, por ejemplo, que tiene carácter universal; por lo tanto, los hombres del lumpen urbano norteamericano que vi esa mañana en Wall Street, no se diferenciaba en nada de nuestro lumpen urbano; son iguales, tienen sus mismas miserias y provocan los mismos ascos o lástimas.
Hice dos o tres conexiones de subway hasta que, finalmente, al medio día llegué a Wall Street. Desembarcamos gentes de toda laya, había comerciantes de medio pelo que portaban cartapacios o folders raídos, hombres negros bien o muy mal vestidos, mujeres gordas y mucho turista que se iba a conocer el purgatorio de Wall Street y luego a santificarse al pie de la Estatua de la Libertad.
Salí del subway como de un socavón. Con lo primero que me topé fue con una iglesia negra, como sobreviviente de un incendio. Por lo general, las iglesias cuando son muy viejas se llenan de un moho verde parecido al del metal, pero esta iglesia estaba impregnada de humo, como carbonizada. Adentro había imágenes y pensé cuán disgustado debería andar Dios por presidir los importantes como sucios negocios de los magnates de las mayores potencias mundiales del dinero.

Wall Street me pareció ominosa, en especial, por la parte que le toca en esto de las deudas del pobre Tercer Mundo. Diferente al resto de Nueva York, aquí veía poca luz como si esto fuera un requisito para realizar algunas transacciones. Recordé que algunos negocios precisan realmente de un antro, de la penumbra, de lugares con poca luz.

Recuerdo de los "Tweens"
Los edificios me parecieron tan altos y las calles tan estrechas que en un cierto momento vi que se intentaban dar de cabezazos. Las construcciones son supermodernas, edificios lineales, como los llamados “Tweens”, -luego borrados por el terrorismo- aunque todavía quedan algunos edificios de bancos con recias columnas de estilo romano o griego.
Había dos o tres grupos de niños que al pie de un monumento parecido a George Washington, devoraban con mucha avidez lo que habían llevado en sus loncheras. Como se recordará, Washington, primer presidente de USA fue muy adinerado y se casó con Martha Dandrige, una bellísima mujer, muchísimo más rica que él.
Wall Street es un atractivo turístico y una curiosidad para los niños norteamericanos. Dije entre mí, de estos grupos que veo hoy día, ¿cuántos volverán a Wall Street convertidos en magnates?.
Eran las 3 de la tarde. Entré a un restaurante barato porque en un cartel callejero promocionaba un menú turístico. Engañifa. Pagué tres veces más de lo que se anunciaba en el cartel, aunque la culpa fue mía porque yo pedí lo que veía que otros pedían incontroladamente. Cuando me trajeron la factura me di cuenta que no siempre vale aquello de a donde fueres haz lo que vieres.
El otro lado de la medalla
Me quiero referir aquí al otro mundo de Wall Street, al mundo modesto, real, humilde, al que palpitaba a ras del suelo. Me quiero referir a los ambulantes a los vendedores de comida al paso, de tacos mexicanos; a los negritos trafacientos que sobre un cajón movible tiran tres cartas y te dicen, vea usted ésta es la que gana, estas otras dos pierden, ¿dónde está la que gana?, 10 dólares, levante, gáneme los 10 dólares, ¿dónde está la que gana?; es decir, la misma promesa que hacen los prestidigitadores de baja estofa en el Parque Universitario u otro parque limeño o de Hong Kong.
Mientras los dólares corrían como ríos subterráneos al interior de Wall Street, afuera, al ras del suelo, los dólares circulaban pero de uno en uno, de mano en mano, sin necesidad de contratos ni de letras.
Los ambulantes vendían desde donuts hasta camisas made in Taiwán, chucherías, artesanías de la Estatua de la Libertad, globos de jebe que parecían hot dogs y máquinas de afeitar desechables, cocacolas de todo tipo, apple-pies, helados y pop corn, todo cuánto se presta para ganarse escasamente la vida, y sólo a diferencia de Lima, con suma tranquilidad porque no tienen quién intente desalojarlos en resguardo del ornato de la ciudad.
Es decir, en el centro financiero del mundo, donde los dólares, los francos franceses, los marcos alemanes, las liras, los yenes japoneses, etc. corren tan crecidos como el Amazonas, la vida, para las grandes mayorías, ruedra sencilla como un arroyuelo y dura como en cualquier lugar pobre del mundo.
Realmente, nada corrompe tanto como el dinero, nada enajena tanto como el dinero, ningún poder es peor que el del dinero y, sin embargo, nada es más apetecible que el dinero. Por eso, en medio de semejante paradoja, nada más hermoso que ver cómo en esa metrópoli del dinero, había aún quien se dedicara a vender flores.

La tarde de mi visita a Wall Street, una vitrina llena de muñecas de plástico y un vendedor de tulipanes gigantes fueron, acaso, el toque de belleza que faltaba para humanizar el mercado del dinero, el otro mundo del Wall Street, mundo al que Dios, desde su iglesia negra donde se encuentra, debe mirar con indiscutible antipatía.

Friday, January 21, 2005

RECUERDOS DE ALFRED KINSEY

EL MAS FAMOSO SEXOLOGO DE EE. UU


Mientras me acomodaba a las circunstancias de ese viaje urbano y mientras llegaba a Wall Street, mientras ojeaba las tiendas del sexo, recordé muy nítidamente al doctor Alfred Kinsey, famoso sexólogo norteamericano que en la década del 50, asombró a los Estados Unidos y al mundo, en general, cuando publicó sus estadísticas sobre la vida sexual de los norteamericanos.
Kinsey, luego de certeros seguimientos científicos, de maniobras inauditas, derribó varios mitos pertenecientes al sexo, al mismo tiempo que puso al descubierto datos escandalosos sobre la conducta sexual de hombres y mujeres norteamericanos, su proclividad al desenfreno más que a la inhibición, estadísticas incestuosas, violaciones y algunos otros tipos de aberraciones o juegos eróticos como el de la furiosa “Cama redonda”.
Recordé que una tarde cualquiera, el famoso doctor Kinsey llegó al Perú a conocer Machupicchu, según informaciones torcidas. Los redactores de los tres únicos periódicos importantes de entonces: “El Comercio”, “La Prensa” y “La Crónica”, fuimos a recibirlo al Aeropuerto de La Corpac, ubicado en esos tiempos donde hoy se ubica una moderna Urbanización
Venía acompañado de su esposa, una señora joven que parecía ajena a las correrías sexuales aunque científicas de su marido.
Cuando los reporteros nos acercamos a saludar y entrevistar al doctor Kinsey nos encontramos como ante un impenetrable Muro de Berlín. Nos dijo que nos agradecía la atención, pero que no iba a declarar absolutamente nada, salvo que venía al Perú a tomarse unos días de vacaciones. Por más que insistimos, el doctor Kinsey, sonriendo estereotipadamente tal como sonríen los norteamericanos y, luego de registrarse en la Aduana, nos despidió a los reporteros, tomó un automóvil remisse del Hotel Country Club de San Isidro y se marchó muy raudo.

De vida o muerte
Supongo que cada periodista encargado de la comisión hizo lo mismo que yo: redactar una nota en la que se daba cuenta de la fría llegada del famoso sexólogo en plena moda y entregarla a su Jefe de Redacción. Mi jefe, Pedro Morales Blondet, un hombre joven, gordo, gruñón, literato descuidado, pero con mucho talento u olor para la noticia, no aceptó la carilla escrita que le presenté y me conminó: Usted entrevista al doctor Kinsey o no regresa a la redacción. Arrugó el papel con sus dos manazas de ogro, como era su costumbre, y lo arrojó al tacho de basura.
Me di media vuelta y maldiciendo, maldiciendo, regresé al Country Club porque, realmente, no me quedaba otra cosa qué hacer. Desde un comienzo de mi vida periodística gozaba ya de una pequeña fama como que hacía todo lo posible por no fallar en el cumplimiento de mis comisiones. Ahora, el reto era grave. ¿Cómo entrevistar al doctor Kinsey cuando en el aeropuerto fue terminante al decir que no iba a prestar declaraciones de ninguna naturaleza a nadie bajo ninguna circunstancia?.
Llegué al Hotel de San Isidro y lo primero que hice fue averiguar donde se había alojado. Supe que ocupaba una cómoda suite en el subsuelo.
A las 7 de la noche, envié el primer mensaje con Venancio, un mozo que siempre colaboraba con los periodistas. Regresó para decirme que el doctor Kinsey no iba a atender a nadie. A las 7.30 envié otro mensaje y cerca de las 8, envié el último mensaje en que me jugaba mi destino.
Entre las tarjetas de visita que cargaba en los bolsillos, encontré una que decía: Dr. Manuel Cisneros Sánchez. Al pie, Director de “La Crónica” y luego, la dirección y el número telefónico. El doctor Cisneros no solamente era el director de uno de los tres periódicos más importantes de la época, sino uno de los personajes políticos más influyentes de ese entonces, como que fue hasta Primer Vicepresidente de la República. .
¿Qué me podría ocurrir si me hago pasar por el director de “La Crónica” y a su nombre, le pido una cita especial?, me pregunté angustiado ante la cerrada negativa de Kinsey. ¿Qué pasaría si me recibe? ¿Estaré cometiendo una falta ética injustificable?
Me jugué el todo por el todo. Tomé la tarjeta y al pie de su nombre escribí en inglés, algo así como: saluda muy atentamente al doctor Alfred Kinsey y esposa y le ruega lo reciba unos instantes para saludarlo.
Envié la tarjeta con Clemente, otro huancaino bueno, viejo ya, pero muy conocido y amigo de los hombres de prensa. Clemente subió después de un rato para decirme que el doctor Kinsey me iba a recibir en 15 minutos más.
En efecto, el mismo doctor Kinsey me abrió la puerta de su departamento y me invitó a pasar y sentarme, y luego de presentarse y presentarme a su delicada esposa, a quien parece que hizo levantar de la cama, casi simultáneamente empezó a servir sendos vasos de whisky.
Debí haberme comportado como todo un gentelman para que no se descubriera mi identidad porque en ningún momento noté que lo azotaban vientos de la más leve sospecha, por ejemplo, el reconocerme como uno de los periodistas que acudí a recibirlo a la Corpac o ser un director tan joven y creo que no vestido elegantemente. Al comienzo, nuestra conversación fue convencional, llena de cumplimientos, hasta que luego, tocamos el tema del sexo y de su libro. Simultáneamente, Kinsey, que era un notable bebedor, iba sirviendo el whisky de tal manera que cuando ya eran cerca de las 9 de la noche, yo me encontraba mucho más que medio borracho. Digo así, porque ya por entonces, yo no bebía ningún tipo de licor; lo que me estaba ocurriendo entonces era mortal, sentía que me daba vueltas la cabeza, y que hablaba un inglés nefasto; me sentía un cowboy montando briosos potros de whisky.
Tuve que despedirme aceleradamente y mal que mal llegué a la redacción con la suficiente fuerza de voluntad como para escribir mi turbulenta entrevista.
Al día siguiente, “La Crónica” aparecía con una noticia a todo lo ancho de la primera página con un titular sensacionalista levantado por Morales Blondet, periodista acostumbrado a soliviantar multitudes, titular que decía:

KINSEY VIENE A ESTUDIAR
VIDA SEXTUAL DE LOS INCAS

Así era, en efecto. Kinsey traía mucha inquietud para cosechar materiales que le permitieran interpretar la vida sexual de nuestros antepasados; él sabía mucho ya sobre los “huacos pornográficos” y sobre que nuestros abuelos no fueron unos angelitos, aunque sus prácticas no tenían visos de degeneración sexual. Recuerdo que cuando habló de las prácticas sexuales en el Tahuantinsuyo me pareció que no las comparaba con Sodoma y Gomorra
Aquellos días eran los del mayor regocijo de los periodistas que obteníamos una primicia, es decir, una noticia exclusiva, una noticia que ninguno de los otros diarios la consignara tan pronto como sucediera el acontecimiento. La mía era una primicia de primera categoría.
Me festejaron no bien llegué a la Redacción del diario de la avenida Tacna, al medio día, pero mi alegría interior y me vanidad profesional se frenaron en seco cuando un conserje me alcanzó un encargo eléctrico: El doctor Cisneros quiere hablar con usted, urgente.
Sentí que el mundo se me venía encima, porque me creí descubierto en mi treta; mi temor era la reacción que esto podría causarle al director del periódico. Subí al sexto piso donde tenía su oficina y antes de tocar la puerta, la señorita Maruja Velázquez que estaba haciendo antesala, me sonrió y me dijo, te felicito por la primicia.
Tenía que entrar; no había otra escapatoria. Cuando abrí la puerta, el doctor Cisneros estaba de pie y no bien estuvimos cara a cara no pudo reprimir su alegría y avanzó a abrazarme: Te felicito, Orbegozo, exclamó, te felicito. Muy bien tu noticia. Siéntate y cuéntame cómo obtuviste esta primicia.
La primera impresión que me dio el doctor Cisneros es que sabía lo de la treta. Pero, ¿quién pudo habérselo dicho? No recordaba haberle contado nada a nadie; sin embargo, como un reo al descubierto no me quedó sino sólo decirle la verdad con pelos y señales, o sea, contarle que me había hecho pasar por él para conseguir la entrevista. Cisneros se dio cuenta de que mi actitud no atentaba contra la ética y, entonces, no sólo me disculpó sino que me felicitó nuevamente, brindándome un par más de abrazos. Me despidió con una sonrisa a todo lo ancho de su rostro mofletudo.

Borrachera fatal
Me sentí azorado y estaba por retirarme cuando recordé algo que era mucho más grave de lo que le había dado cuenta. Recordé, como lejanamente, que en medio de la borrachera en que me encontraba la noche de la entrevista, había invitado –a Kinsey y señora– “a almorzar a mi casa” al siguiente día o sea, esa misma mañana en que me felicitaba el director de mi periódico.
Sin molestarse en absoluto, el doctor Cisneros llamó por teléfono a su esposa y le dijo que preparara un almuerzo para cinco personas, que dentro de una hora sería servido en el jardín de su casa. Yo llamé al doctor Kinsey al Country Club para decirle que a la 1.30 de la tarde iría un chofer a recogerlo de su hotel.
A las 2 de la tarde estábamos almorzando juntos, los cinco personajes directos e indirectos de esta farsa de teatro periodístico que yo monté inocentemente, aunque urgido por la amenaza de mi jefe de redacción.
Por mi parte, nunca jamás le revelé a nadie este secreto profesional porque siempre lo consideré un pecado; creo que un exagerado concepto de la ética periodística por la que, desde siempre, sentía enorme respeto.
No obstante, en un medio día de agosto de 1955, en el banquete que todo el personal de “La Crónica”: directivos, periodistas, empleados y trabajadores de talleres, me ofrecieron con motivo de haber obtenido el Premio Nacional de Periodismo de ese año, el doctor Cisneros Sánchez, el mismo director del Diario y gran personaje político como que –repito– llegó a ser Primer vicepresidente de la República en los tiempos del presidente Manuel Prado, en su discurso de ofrecimiento, reveló el secreto que yo tenía guardado como en una caja de seguridad bancaria.

No solamente explicó las causas y fines de mi comportamiento sino que lo justificó. Entonces, mis ex compañeros de trabajo me aplaudieron como no lo había esperado; fue una gran experiencia profesional y humana que me marcó para siempre.