EL MUNDO, UN DÍA

Blog del Periodista Manuel Jesús Orbegozo. Este blog se mantendrá en línea como tributo a quien con su pluma forjo generaciones de periodistas desde la aulas sanmarquinas. MJO siempre presente.

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Location: Lima, Lima, Peru

Primero, recorrió todo su país en plan informativo, y luego casi todo el mundo con el mismo afán. Por lo menos, muchos de los grandes sucesos mundiales de los últimos 30 años del siglo XX (guerras, epidemias, citas cumbres, desastres, olimpiadas deportivas, etc.) fueron cubiertos por este hombre de prensa emprendedor, humanista, bajo de cuerpo pero alto de espíritu, silencioso, de vuelo rasante, como un alcatraz antes que de alturas, como un águila, por considerar que la soberbia es negativa para el espíritu humano. Trabajó en La Crónica y Expreso, y más de 30 años en el diario El Comercio como Jefe de Redacción, luego fue Director del diario oficial El Peruano y como profesor de periodismo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo sigue siendo aún después de 30 años seguidos. Esta es un apretada síntesis de la vida de un periodista hizo historia en el Perú y en muchos de quienes lo conocieron. Puede además ver su galeria fotográfica en http://mjorbe.jalbum.net Nota: MJO partio el 12 de setiembre para hacer una entrevista, la más larga de todas. MJO no se ha ido, vive en cada uno de los corazones de quienes lo conocieron.

Tuesday, November 30, 2004

LA MADRE TERESA DE CALCUTA

CALCUTA, EL PURGATORIO
La mañana que conocí a la madre Teresa de Calcuta fue muy tormentosa. Por entonces, Calcuta no era una ciudad para divertirse, como París o Río de Janeiro, aunque tampoco tan tétrica como el infierno. En todo caso, podría ser comparada con el purgatorio.
Había mucha pobreza, mucho abandono del hombre, lo cual tampoco era un privilegio sino algo común en muchos pueblos del mundo. En Calcuta muchos hombres morían al amanecer y sus cadáveres eran recogidos por camiones carroñeros. No es hablar mal de Calcuta, pero lo que yo vi fue muy desesperante
Mi guía, Shabrir, me condujo por unos caminos abigarrados, calles umbrías, ricones absurdos; pasamos sobre el río Ganges y luego, llegamos al Mirnal Hriday (Corazón Puro) un viejo templo al que arribaban solo los viajeros que se iban al otro mundo. No era un hospital, era un moritorio.

La madre Teresa, una monja que pertenecía a una orden dedicada a enseñar a las niñas de las más altas castas de Calcuta, se rebeló contra ese estado de cosas. Pensó mejor en fundar una orden destinada a un fin más cristiano aunque más insólito: ayudar solo a los moribundos. Le pidió perdón por el ex abrupto a Pío XII, y al mismo tiempo, permiso para fundar una nueva Orden, la de las Misioneras de la Caridad. Y esperó. Diez años después, Pío XII le concedió el permiso. Era el año 1949.
Desde entonces, la madre Teresa se dedicó a ayudar solo a las gentes que se estaban muriendo no por falta de medicinas sino por carencia de amor humano y de Dios, cualquiera que Este fuera. Estableció un lema rotundo y definitivo: "Si el hombre vivió indignamente, por lo menos, que muera dignamente".

UNA MONJA EN EL DESIERTO
La vi de lejos en Calcuta y la vi de cerca en Etiopía cuando la sequía de los años 80. Entonces, la monja surcaba en un jeep el desierto de Mekele y luego descendía para limpiarles el sudor de la muerte a los moribundos, la saliva que escasamente se resbalaba por sus comisuras, La madre les espantaba las moscas que como nubes hacían más terrible el espectáculo de la muerte por hambre.
De su historia de moribundos, la madre Teresa había pasado a servir a los locos, a los tarados, a los cancerosos, a los minusválidos, a los leprosos, a los tullidos, a los con Sida o con síndrome de Dawn, a los solitarios -porque la pobreza de la soledad es muy amarga, decía ella-; en fin, a todos los desheredados de la Tierra.
La madre Teresa era silenciosa, hablaba muy poco, porque oveja que bala pierde bocado en esta pradera donde los lobos son más que los corderos; otro era el imperativo que constituía su quehacer primordial sobre la Tierra: llevar la esperanza a los hombres que se consideran desprendidos de las manos de Dios.
En mis contactos con el hombre en todas las latitudes de la Tierra, he conocido a muy pocos, tal vez cinco como los dedos de mi mano, capaces de olvidarse de si mismos, hábiles para entregarse a los demás sin esperar recompensa, enemigos del oro y de la plata y del poder. El Abate Pierre en París me conmovió cuando salía a recoger cobijas para los vagabundos infelices que atenazados por el frío invernal se morían en los "metros" de París; y me conmovió el Papa Juan Pablo II cuando apareció ante los periodistas que lo esperábamos -la mañana en que recibiría a Lech Walesa- y nos sonrió como si fuéramos los viejos amigos de un curita de aldea, de pueblos insignificantes; simple Juan Pablo, humilde, sin los aires imperiales de Pio XII, sin poses de divinidad sino poses de este mundo.
Sin embargo, la madre Teresa tenía mucho más virtudes, más carisma, más alma; no se notaba que existía, caminaba como impelida por un viento interior capaz de llevarla a consumar hechos morbosos, como limpiar con sus propias manos los sudores turbios, sacarle los gusanos de las llagas, el miasma o limpiarles las babas a los enfermos.

EL ROSARIO, EL ROSARIO...
Un hindú ilustre decía que la madre Teresa no le ha hecho ningún bien a Calcuta y en todo caso se convirtió en millonaria con tantos donativos ajenos. Las evidencias son otras habría que decirle con humildad cristiana a ese ilustre hindú. El premio Nobel que recibió la madre Teresa lo distribuyó entre los desheredados de la tierra. Pablo VI le regaló una limoussine blanca para que pudiera movilizarse con facilidad. La monja albanesa sonrió para sus adentros y rifó el regalo. Con lo que obtuvo construyó una aldea donde cobijó a cuatrocientas familias de leprosos, porque solo en Calcuta hay mucho más de 40 mil enfermos.
Se sabe que quien fue beata Teresa, y esperamos que, santa Teresa lo más pronto que puedan los cánones de la Iglesia, no tuvo jamás ni cuentas corrientes en los bancos ni bienes privados ni nada que no fuera amor humano y divino.
Cuando, con cierta malicia, la mañana de privilegio en que conversé con ella, le pregunté cuánto dinero llevaba en su bolsita de yute, la madre sorprendida me contestó que nada. Me explicó que las monjas de su Orden nunca llevan dinero. Ahí, supe que solo tienen dos hábitos blancos con bordes celestes: llevan uno pueto mientras lavan el otro.
Tuve curiosidad, entonces, y le pedí que me enseñara lo que había dentro del bolso. Lo abrió, me hizo hurgar. Miré hasta el fondo como a un abismo y luego, la madre metió la mano y sacó algo que resultó ser su rosario. Entonces, se lo pedí. "Obséquiemelo, madre, por favor ", -le pedí con decisión y mando. "Obséquiemelo, madre Teresa", le imprequé por segunda vez ante el estupor de la monja.
No necesité de una tercera vez. Recuerdo el rostro prematuramente zanjado de la madre Teresa, su ternura, su humildad, su voz de fuego apagado, sus ojos disminuidos en fulgor, pero no en fuerza. Hubo una especie de tironeo entre ella - que no me lo quería dar- y yo que se lo pedía enérgicamente. Entonces, me apercibí que su bondad divina pudo más que su orgullo humano: besó su puño que guardaba la joya y me la obsequió.
Toda la ciudad quedó pequeña para que cupiera en mí tanto alborozo.
Nunca podré evaluar si ese fue uno de los momentos espirituales más impresionantes de mi vida: ser dueño del rosario de quien algunos años más tarde será colocada en los altares de Dios. Un sentimiento comparable solo a la primera vez que vi la imagen de la Virgen de la Puerta del pueblo donde nací.
¿Valdrá la pena averiguar cuál sentimiento vale más?.

El hombre, variaciones

Nadie entenderá jamás la conducta del hombre, sus decisiones más recónditas. Porque nada hay más abyecto que un acto terrorista. Nada más despreciable que un terrorista. Sin embargo, los jueces que componen el tribunal que ampara los Derechos Humanos en Iberoamérica, dictaminó el pago de una altísima cantidad de dinero a los deudos de dos terroristas peruanos convictos y confesos, además de imponerle al Estado denomine, por ejemplo, a un Colegio, con el nombre de dichos terroristas como forma de disculparse ante la opinión pública y de perennizar esos nombres. ¿Es esto justo o injusto? ¿Es esto posible o es un absurdo?. (MJO)


TERRORISMO, NUNCA MÁS
El terrorismo debe ser proscrito de sobre la faz de la tierra. Porque sea de izquierda o de derecha, nunca tendrá justificación. Sin embargo, todos los días el terror se apodera de los hombres en cualquier lugar del mundo. En el Perú, hay indicios de que esta plaga mortífera pretende asomar nuevamente sus mil cabezas con el fin artero de desestabilizar aún más a muestro pobre país.
Hace exactamente 25 años, estuve en Bilbao donde presencié algunos episodios relacionados con actos de terrorismo que pretendo recordarlos aquí:

Conversaba en el tren que nos traía de Irún, en la frontera del país vasco, con el Ing. Florencio Hierro, sobre el secuestro de José María Bryan, ingeniero de la Central Nuclear de Lemóniz, por la organización de la ETA-militar, acto que a ambos nos parecía repudiable. A la cabeza de Bryan, los terroristas le habían puesto un precio: un disparo mortal.
“ETA no puede cometer un crimen tan alevoso como ese”, decía Hierro, vasco de nacimiento y conocedor de los problemas creados por la construcción de centrales nucleares en la región. Pero, ETA no puede poner en la picota la vida de un hombre que no tiene nada que ver con la política de las construcciones nucleares que corresponden solo al Estado español”.
Sin embargo, ese mismo día de la conversación a las 9 de la noche, ETA-militar descerrajó el tiro mortal anunciado, en la nuca de Bryan.

Ninguno de los asesinatos reivindicados por la organización terrorista vasca fue más repudiada como ese. “Pura canalla” fue la indignada nota de uno de los más prestigiosos diarios madrileños cuando se supo el final de Bryan. “Ni las movilizaciones populares ni las llamadas de hombres de tan probado vasquismo, como el escultor Chillida, ni los intentos de mediación han bastado. Nada probablemente bastará para detener a estos ruines etarras que arrojan barro y sangre a diario sobre la historia vasca, sobre el pueblo vasco, sobre la causa vasca. Y llaman a revancha vengativa de los otros asesinos de la otra antiEspaña. Ahora vendrán las explicaciones y los comunicados. No hay explicación posible a tanto horror. ETA ha terminado siendo pura canalla” comentó Hierro.

Increíble, pero ese mismo día había estado en el país vasco el rey Juan Carlos y la reina Sofía en visita que fue calificada de dramática porque ponía de relieve el coraje del rey al tomar el toro por las astas. En el Parlamento vasco, la casa de Juntas del histórico Guernica, el rey fue interrumpido por 30 miembros del Herri Batasuna, frente político de ETA, quienes fueron desalojados por la misma policía vasca. Pero, el rey no perdió la serenidad y espero que la interrupción terminara para poner fin a su mensaje
Posiblemente el rey, sabedor del caso de Bryan, ignoraba que cuando estaría llegando a su palacio, el joven profesional yacía en medio de unos matorrales, sellada su boca con esparadrapo, las manos atadas atrás y el tiro mortal que le había destrozado el maxilar superior.
“Esta furia debe ser erradicada porque es más execrable que cualquier otro tipo de muerte”, declaraba, por ejemplo, el presidente del país vasco.

La muerte de Bryan hizo llorar a España y el pueblo vasco decretó un día de huelga general en protesta por el asesinato. Ese mismo pueblo decretó otro día de huelga cuando un etarra murió intempestivamente, después de nueve días de interrogatorio en la Intendencia de Puerta del Sol.
“Las actividades de ETA-militar basadas en actos de terrorismo constituyen uno de problemas políticos más dramáticos de España”, escribí en esos días cuando todavía ni se soñaba que el terrorismo internacional iba a superar las atrocidades del terrorismo interno, como lo ocurrido al comienzo del año 2003 en Madrid.
Estuve, pues, en el país vasco hace 25 años- para enterarme de algunas de las actividades de los etarras. Fui a Hendaya en la frontera hispano-francesa, pensando que podía llegar al entierro de José Marías Sagardía, muerto al explosionar una bomba que sus enemigos habían colocado en su automóviel. Sagardía, del comando del ETA, estaba desde 1975, refugiado en Biarritz en lo que se tiene como el país vasco-francés.
La muerte de Sagardía era la quinta que se cometía con miembros de la ETA. La primera fue la muerte de José María Beñarán, en diciembre de 1978. A éste, también le pusieron una bomba de goma que lo hizo volar en pedazos. ¿Quién los mata en país extraño?. Se afirmaba que eran miembros de la vieja organización terrorista denominada OAS. Según Hierro, por cada etarra que hacían desaparecer recibía un millón de pesetas de entonces. Sagardía murió a los pocos días de explotar una bomba colocada en un bar de Hendaya, que causó la muerte de dos franceses más y muchos heridos.

El país vasco y Ubil, lugar de nacimiento de Sagardía, pusieron la bandera a media asta y a su entierro asistieron unos 30 mil vascos. Allí se clamó porque cesaran ya los actos de terrorismo. Pero, el clamor fue vano, todos los días se cometían actos de terrorismo. Estos se desencadenaban como si estuvieran programados electrónicamente.
Fui a Vitoria, donde funciona el gobierno del país vasco. Quería entrevistar a Carlos Garaokoetxea, presidente, pero no estaba. Se había ido a Estela al entierro de don Manuel Irujo, histórico dirigente del Partido Nacionalista Vasco que propugnaba la conquista de la autonomía, sin apelar a la violencia. Los periódicos locales trataban a Irujo de “mítica figura del nacionalismo vasco”. Entonces fui a Estela.
Esta es una ciudad pequeña pero pujante, como son todas las ciudades del Euskadi, una de las regiones industrializadas más poderosas de España. Irujo, en 1936, en plena Guerra Civil Española, fue llamado por LargoCaballero para formar parte de su gabinete en representación el PNV. En 1937, Manuel Azaña, lo nombró ministro de Justicia hasta que se exilió en Londres donde firmó el Consejo Nacional Vasco.
En Estela se dieron cita miles de vasos para despedir a Irujo. Una banda folclórica de “txistularis”, gaitas y tambores regionales tocaban una canción local y creo que el Himno Nacional del país vasco, el “Agur Haunak”, mientras la gente se arremolinaba en las estrechas calles de la ciudad a ver el paso de los restos de Irujo. Entre estas personalidades iba Garaokoetxea a quien, dadas estas circunstancias, no me fue posible entrevistar.

Triste episodio
El episodio de la muerte del Ing. Bryan sacudió –como dije-, tremendamente a España dada su brutalidad e ineficacia. La muerte de ese profesional nada tenía que hacer con la política nuclear que mantenía el Estado español. Las dos centrales de Lémoniz y Viscaya se construían aún cuando había protestas populares de envergadura.
Como editorializó El País, el intento de la ETA-militar de imponer por la fuerza la demolición de Lémoniz nada tenía que ver con los movimientos ecologistas y antinucleares que buscaban un modelo diferente de sociedad y cuyos puntos de vista, aunque discutibles o exagerados, eran respetables y merecedores de atención. Pero, ETA, - como decía un funcionario español -, sólo sabe discutir los problemas a punto de metralla. O de disparos mortales como el que liquidó al desdichado Bryan.

Terrorismo, nunca más
Los estados, como el nuestro, tienen que desarrollar campañas permanentes y tender cercos eficaces para acabar con el terrorismo. Claro que el problema es sumamente complejo porque no solo es policial o militar, abarca otros campos: educativos, sociales, económicos, etc. Pero, hay que arar mar y tierra para evitar más S-11, M-11 y todo lo que pueda suceder en cualquier rincón del mundo, como en la selva peruana donde embocadas terroristas asesinan a soldados enhiestos y hombres de buena voluntad.

Monday, November 29, 2004

Crónica sobre mi “casamiento” en el Congo

ASI ERA MBARÍ

En un foro sobre Etica Periodística realizado en la Universidad Ricardo Palma, se me ocurrió contar la anécdota de mi “casamiento” en el Congo Brazaville. Unos periodistas mexicanos que participaban en la reunión académica, luego de escuchar el cuento, tuvieron opiniones divergentes: uno de ellos opinó que yo había cometido una grave falta deontológica, mientras el otro me defendió a capa y espada, dijo que no, que de ninguna manera había ahí ninguna falla ética.

Como era de esperar, el numeroso público asistente intervino activamente en la discusión y sus opiniones también resultaron divididas: unos dijeron que nunca debí haber hecho eso, mientras otros si me justificaron.
Este hecho, que considero una anécdota más de las que le suceden a cualquier periodista del mundo, fue publicada por mí pocos días después del suceso – 12 de julio de 1987- en El Comercio-, aunque sin tantas señales como lo hago en el libro que tengo a punto de editar sobre mi vida profesional correspondientes a las tres últimas décadas del siglo pasado cuando, por lo menos, le vueltas al mundo.

El “casamiento”.
Digo que en junio de ese año de 1987, invitado por la ONU, viajé a Luanda, Angola, a participar en un Foro Mundial contra el Apartheid. Terminado el foro, me decidí viajar a Banguí, capital de la pobre República Centroafricana, donde en esos días se iba a juzgar al tirano Jean Bedel Bokassa: le perdonarían la vida o lo condenarían a muerte.
Avrigüé dónde quedaba la embajada de este país para solicitar la visa pero en la capital angoleña no había embajada de la RCA. Tenía que viajar primero a Congo Brazaville, y de allì proseguir a Banguí. Así lo hice.
Un sábado viajé a Brazaville y el domingo acudí a la embajada de la RCA donde me recibieron el pasaporte pero, dada mi condición de periodista, me dijeron que debía esperar el permiso especial de las autoridades del país.
Desde el domingo hasta el viernes no había noticias del permiso y eso llegó a desesperarme. Si no obtenía la visa ese viernes ya no podría asistir al juicio, habría perdido miserablemente el tiempo y lo que era peor, tendría que esperar una semana más porque solo había un vuelo cada ocho días.
Ahí fue cuando, esa mañana del posible desastre, la secretaria del Cónsul, al verme tan compungido me llamó para preguntarme qué me ocurría. La negrita que se llamaba Mbarí,se mostró muy afable conmigo. Le conté mi breve pero desesperante historia de reportero cuando en eso me preguntó de dónde era yo. Le dije que era del Perú, pero ella no sabía dónde quedaba el Perú. Le dije que en Sudamérica y ella siguió conversando, haciéndome preguntas sobre la distancia que nos separaba y si en mi país había oro y plata, etc., hasta que, finalmente, me preguntó si yo era soltero o casado.
El dios de los periodistas me iluminó como un relámpago. Yo intuí que por ese resquicio abierto milagrosamente por ella misma podría ingresar a obtener la visa. Le contesté que me había casado hacía años, pero que en la actualidad estaba divorciado, vivo solo, le dije.
Entonces, ella, me preguntó de golpe si me gustaría casarme con ella. Claro que sí, le dije y ella abriendo más sus ojos, tan oscuros como una noche africana, me inquirió muy interesada:
- ¿Te casarías conmigo?
- Claro que me casaría contigo, ¿por qué no?, le dije de inmediato.
- ¿Hoy mismo?- preguntó ella con mucha avidez.
Unos minutos más tarde estábamos yendo al mercado en su automóvil a comprar caviar, champán, etc., y luego, fuimos a su casa que quedaba en los alrededores de la pobre ciudad llevando las cosas que me costaron un ojo de la cara.
Su hermana, una negra más gorda que Mbarí, empezó a preparar el almuerzo de la boda. Al poco rato llegaron las autoridades de su embajada para participar en el ágape.
Hubo una ceremonia con sentencias pronunciadas en su dialecto étnico que yo no entendí nada. Seguimos almorzando y al terminar eran ya las 4 de la tarde. Nos quedamos solos. Entonces le sugerí que fuéramos a recoger el pasaporte. Fuimos. Entró a la embajada, sacó el documento y luego nos dirigimos a conversar, nos sentamos en una banca del parque frente al inmenso río Congo que se deslizaba como un amable brazo del Amazonas.
Yo tenía ya la visa en el bolsillo y ella, tenía una pregunta por hacer: Y, ahora ¿adónde nos vamos?. Yo le dije que “ ahora a ningún lugar, mañana, espérame aquí es este mismo lugar, tomaremos una lancha y cruzaremos el río para ir a Kinshasa, (capital del Zaire que quedaba ahí nomás al frente) donde pasaremos nuestra luna de miel”, le mentí piadosamente.
Porque no bien nos despedimos, regresé a mi hotel, tomé mi maletín y como alma que lleva el diablo, me fui volando al aeropuerto; eran las 6 de la tarde. A las 9, estaba volando a Banguí después de pasarme tres horas de angustia pensando en que en cualquier momento Mbarí podría llegar a buscarme.

“El tango del viudo”
En Banguí tuve otro percance de menor cuantía, pero de todos modos asistí al juicio del vilipendiado “Napoleón africano”, Bokassa, lo que me permitió escribir una crónica reproducida posiblemente en todos los países de habla castellana, pues fue difundida desde Madrid, por la Agencia de Noticias EFE.
Recuerdo que en EFE estuvieron muy contentos con mi primicia y mi peripecia, porque, creo, fui el único periodista de habla castellana que asistió al célebre juicio a un tirano a quien, dígase de paso, escuché contar hasta cómo se comió el brazo de uno de sus enemigos políticos. El no contó esa anécdota de caníbales sino su cocinero.
Yo le envié muchas tarjetas postales a Mbarí, una no bien llegué a Banguí, y luego otras desde las Islas Canarias, de Madrid, París y Lima, disculpándome y prometiéndole que de todos modos iba a enviarle los pasajes para que viajara a Lima, así como también los brazeletes de oro y los aretes de plata que le ofrecí. Nunca jamás obtuve ninguna respuesta.
De ahí viene el lìo que roza con la ética periodística, según los pulcros. Unos afirman que hice muy mal en mentirle a una mujer por muy negra que fuera, eso no se hace, eso es machismo y deslealtad, etc., alegan; otros afirman que no, que eso lo habría hecho cualquier periodista, porque lo importante era conseguir la visa sin la cual no habría podido llegar a Banguí y asistir al juicio a Bokassa, es decir, cumplir con una tarea periodística que, en ese momento, era de interés mundial.
Yo asistí a ese foro universitario con presión arterial alta, marcaba 20/10. Uno de los mexicanos dijo que así somos de locos los periodistas. Yo dije que sería ideal morir cumpliendo una tarea periodística como esa porque entonces a uno lo consideran un héroe y hasta le levantan un monumento. La gente se rió.
Y bien, yo estoy tranquilo con mi conciencia y no sé cuál será la opinión de quienes lean esta crónica; claro que el Consejo de Etica del Colegio de Periodistas del Perú ni el de la Prensa Peruana, se van a meter en esta pelea de negros, y no sé si me absolverían o no, acaso tomando en cuenta mi correcta intensión y el hecho de que, por lo general, nunca he tratado de hacer nada contra la ética periodística; la norma de mi vida ha sido siempre vivir y dormir tranquilo.
El doctor Luis Jaime Cisneros, presidente de la Academia Peruana de la Lengua, que ha leído este cuento, desde su posición de ilustre académico y humanista, considera que la negrita ya debe haberme perdonado, pero yo no, yo estoy absolutamente seguro de que Mbarí nunca me va a perdonar.
¿Y, usted?


Recuerdos de Pablo Neruda

NERUDA EN EL RECUERDO


Claro que recuerdo muy nítidamente a Pablo Neruda. Lo recuerdo porque conversé con él varias veces y en distintas oportunidades, y solo me falló entrevistarlo en su Isla Negra chilena. No estaba allí el día que lo visité aunque pude aguaitar en los compartimentos sus mascarones de proa y sus caracoles muertos.

Conocí a Neruda en la década del 50, cuando regresaba a Chile, en barco, del brazo de Matilde. Con el escritor Sebastián Salazar Bondy y otros amigos subimos a bordo para invitarlo a almorzar y pasear brevemente por la ciudad. "Le gusta mucho el cebiche", nos había informado el periodista Genaro Carnero Checa.
De regreso al periódico, escribí la crónica del encuentro, que titulé de esta forma sencilla: POETA NERUDA /PASÓ POR LIMA. Pero, el editor general del diario donde trabajaba, un anticomunista rabioso, cambió ese título por este otro mediocre: POETA ROJO/ PASÓ POR LIMA.
Esa sorna política, sin embargo, no cambió en nada la simpatía amistosa que sellamos desde el primer encuentro. En la embajada de su país, en una siguiente oportunidad, lo esperábamos desesperadamente. Los Genaros fraternos de esos días: el uno, Medina, de Chile; y el otro, Carnero Checa, del Perú, me habían recomendado sobremanera para una entrevista exclusiva.
La embajada chilena estaba llena de intelectuales y curiosos y la entrevista no había cuando se concretara; se estaba yendo al agua. "Ya ves, Orbegozo -me comentó Neruda- no es posible conversar a solas. Pero, mañana zarparemos a las 4, a las 3 te esperaré a bordo".

Yo escribí que esa tarde esperábamos al poeta, desesperadamente. Hasta que llegó con su lenta manera de andar y de decir, con sus pasos de corcho,
balanceándose como un gran plantígrado, mirando con sus ojos cansados de quelonio. A manera de disculpa nos contó que había estado visitando anticuarios. "Fui con el señor Embajador", dijo. Y fue cierto, quería ver si el mar había varado otro mascarón de proa hacia la vida, otros vejestorios; quería ver si había otros caracoles vacíos o piedras abandonadas al crepúsculo.
Justamente, yo le alcancé un par de caracoles que le había traído desde lejos. La cubana Mayelín me había dicho que le trajera caracoles para su colección. Así, cuando estuve en Wonsan, Corea del Norte, hundí mis manos en la arena coreana y encontré un caracol que parecía un arrugado cuenco. Después fui a Haiphong, vietnam, y allí encontré otro caracol, pero, a diferencia del primero, éste tenía heridas, había sido despedazado por las tempestades y las bombas de la guerra norteamericana. Ya no servirìa para escuchar los broncos mensajes del mar de Tonkin relacionados con el heroísmo vietnamita.
Neruda observó los caracoles como un tasador de piedras preciosas y me dijo con su grave voz de genio: "Muchas gracias, Orbegozo". Después, como si se tratara de una recompensa, en uno de los dos tomos de su Obra Completa me firmó un autógrafo con tinta verde. "Siempre con tinta verde, -dijo el Embajador que o flanqueaba-, parece que esa tinta se la fabricaran a él exclusivamente", "¿Significa algo ese color?", pregunté yo.
"Tal vez, como somos del sur de Chile, allí todo es verde, está dominado por el verde en todos los tonos aunque ahora lo han quemado todo. Pero, de alguna manera, ese color es indestructible", contestó el poeta.

Mientras, yo recordaba a Hora Zero cuando muy temprano había discutido con unos jóvenes poetas que hablaban de neruda con minúscula, que no querían saber nada de Neruda porque no está vigente, decían. Yo defendí a Neruda,como siempre, con uñas y dientes, con los ácidos de sus propios versos: "Todos pican mi poesía/ con invencibles tenedores/buscando sin duda una mosca. Tengo miedo".
Bueno, yo no tenía miedo aunque tal vez lo tenía, porque al final de todo:"Tengo miedo de todo el mundo/ del agua fría de la muerte/ soy como todoslos mortales, inaplazable", pensé con Neruda.

El poeta, como frente a una audiencia, no sabía a quien responder. Contó quevenía de ofrecer recitales, por ejemplo en el "Round House" que es un teatro inglés donde antes, los laboristas realizaban sus sesiones. Por entonces, era como un nido de “hippies”. "Al comienzo tuve miedo, -contò Neruda-, verme entre tantas barbas crecidas y melenas, pero después, el espectáculo resultó muy interesante".
Nadie preguntaba nada, la audiencia estaba como atónita. Neruda hablaba sin dejar que lo interrumpiera ni una mosca. Con los dedos entrelazados, se parecía un obispo oficiando una ceremonia pagana. El estaba ahí, omnipotente, como si de él dependiera toda la poesía del mundo. Habló de la cebolla, !viva Neruda!; de Tupac Amaru, !viva Neruda!; de las papas fritas, !viva Neruda!. Habló de Machu Picchu, !oh, viva Neruda!.
Yo quería interrumpir pero daba miedo cortar como con un cuchillo el ambiente que simulaba un iceberg de admiración silenciosa.
Veía a Neruda medio inalcanzable, no como a Nicanor Parra, por ejemplo, a quien invité a comer camarones y conchitas de abanico; hasta nos fuimos a Ica en mi carro, con Alfonso La Torre, escuchándolo recitar todo el camino. Me habría gustado preguntarle qué opinaba de Parra, pero ni eso; solo recordaba que Neruda le había regalado una corbata y estos versos:
"No solo/tiene/uvas/esta/parra/sino/frutos/
mentales/higos/rugosos/como/reflexiones/
exprimidas/o nueces encefálicas/.
Así es la parra/ del poeta/Parra".

En algún momento, se desató esta rara conversación:
Yo: De no haber sido poeta, usted ¿habría sido ferroviario?
Neruda: No, arquitecto, con perdón de Embajador.
Embajador: Tú has construido dos o tres casas...
Neruda: Que tú me perdonas.
Embajador: ¿Por qué?. Tienen todo el sentido moderno de la multiplicación. La "Isla Negra" (que no es isla ni es negra) por ejemplo, está creciendo.

Neruda ya no contestó nada, solo sonrió. Era la sonrisa del adiós, porque de inmediato se puso de pie con dificultad y empezó a despedirse de todos. Y se fue.
Luego, en el barco, Neruda, no pudo decir nada porque llegó tarde. Entonces escribí que se caló su gorra vasca o de golfista y caminó hacia su camarote. Yo me sentí como una malagua. ¿Qué voy a escribí ahora?, dije entre mí. Me van a preguntar bajando del barco, ¿y, lo reporteaste? Y yo no sabré qué contestar, estaba descalabrado.

Afuera, en el puerto no había cambiado nada: La prosa de la vida volvía a ser la poesía de Neruda: "Nada del mar flota en los puertos, sino cajones
rotos/desvalidos sombreros/y fruta fallecida/. Desde arriba/ las grandes
aves negras/inmóviles aguardan/. El mar se ha resignado a la inmundicia/las
huellas digitales del aceite/ se quedaron impresas en el agua/como/si
alguien hubiese andado/sobre las olas/ con pies oleaginosos/la espuma /se
olvidó de su origen/ ya no es sopa de diosas/ni jabón de Afrodita/es la
orilla enlutada de una cocinería/con flotantes, oscuros/derrotados repollos"
(Oda a las Aguas del Puerto)
Pablo Neruda zarpó del Callao para no regresar más. Salvo en el recuerdo. Neruda regresará siempre a todos los puertos del alma mientras se escuchen cercanos o lejanos, algunos de sus 20 poemas de amor o Una canción desesperada.





LA ETICA DE LOS PARLAMENTARIOS

OTRA VEZ, LA ETICA
PARLAMENTARIA


Otra vez, una minoría parlamentaria quedó por las patas de los caballos. Como se sabe, el gobierno pretendía poner las cosas en su sitio y envíó al Congreso para su aprobaciòn, el proyecto de una ley que acabaría con la llamada, oficialmente, Cédula Viva; aunque más conocida popularmente como la “Cédula de los Vivos”.
Se trataba de reformar una ley que dividiò a los jubilados peruanos en dos grupos abismales. Los de la ley 19990 y los de la ley 20530. Esta última era de privilegio. Mientras los de la primera ley reciben cantidades mínimas que no constituyen una carga ominosa para el Estado, los de la segunda, reciben cantidades cuantiosas que sí constituyen una carga fiscal agobiadora.
Claro que no todos los de la 20530 eran los del privilegio. Numéricamente, el 3% recibía sumas anuales millonarias, mientras el resto, sumas más o menos tolerables, aunque de todos modos, envidables.
Entre ese 3% de ventajistas había quienes recibìan 20 o 30 mil soles mensuales, como se dice, en su cama, muchos, sin haber hecho nada.
Esto estaba muy mal visto por la ciudadanía, porque el Estado no puede hacer tanto distingo. Eso sucede siempre aunque algunas veces rinde frutos y otras, no. Por ejemplo, todos saltamos hasta el techo cuando el presidente de la República se señaló un sueldo en dólares que sobrepasaba los 18 mil dólares mensuales, 15 veces menos que el presidente de Argentina. Mientras tanto, mucha gente se muere de hambre en el país, ¿cómo es posible que su presidente pueda ganar tanto?

Bien. El proyecto de la ley de marras del Ejecutivo llegó al Parlamento. Entre otros, el paralementario Natale Amprimo señaló que en una de esas instancias, el Tribunal Correccional había fallado contra la Ley vigente: "En su informe que consta de más de 38 páginas el TC ha señalado que debe legislarse sobre el monto de las pensiones a fin de que no existan abismales diferencias en la cuantía de las mismas y sin perjuicio de disponer el pago de tributos que la ley imponga", dijo el legislador.
Sostuvo que “era imperiosa la necesidad de corregir las desigualdades en el tratamiento de pensiones que dependen de los recursos públicos provenientes de los impuestos que pagan todos los peruanos y que tienen un costo de oportunidad”.
El proyecto se discutiò rudamente dos veces en el Congreso hasta que se llegó a un instante en que se debería votar a favor o en contra.
Gran discuciòn en las curules y dentro del corazón de los partidos políticos para ver si se daba o no el voto aprobatorio. Había que considerar que se estaba poniendo en juego la sensibilidad de los legisladores antes que su convenienecia personal, su ética, sus principios de humanismo. Estaba en juego el beneficio de los otros, no del mío.
El clima era tenso porque se rumoreaba que de pronto, no se alcanzaría a votar en contra de la aprobaciòn de la Ley que mataba para siempre dicha cédula viva, ahora, tristemene cèlebre.
Hasta que se sometiò a votaciòn y entonces, los legisladores aparecieron tal como son, sin ropajes que cubrieran sus miserias como personas infraternas, interesadas en sus propios beneficios antes que en el de los demás.

¿Cual fue el resultado final?. Bueno es saberlo.
Votaron en contra: Xavier Barrón, Hector Chávez, Tito Chocano, Martha Moyano, José Luis Risco, Luis Negreiros y Daniel Robles.
Votaron en contra, porque ya están benficiados por este régimen de pensiones: Judith de la Matta, Elvira de la Puente, Luis Flores, Edith Chuquival, Gonzalo Jiménez y Dora Nùñez.
Se abstuvieron de votar: “Martha Hildebrandt, Pedro Morales, Eithel Ramos y Enma Vargas.
Estos nombres publicados en todos los díarios de la capital, radios y televisión, han demostrado históricamente que no están dispuestos a sacrificarse -si vale el término y llega la ocasión- por los demás.
¿Cómo se puede uno imaginar que el “proletario” ex albañil, José Luis Risco, que jamás debió llegar al Parlamento porque no lo merecía, haya votado a favor de los privilegiados?. ¿Y, cómo Martha Moyano a quien su hermana María Elena ya la hubiera motejado por torcida?. Está bien que el señor Xavier Barrón vote en contra porque todos sabemos que es un “niño bien”, el típico “blanquito miraflorino”, de pocos escrúpulos. Tal vez Elvira de la Puente, la Chuquival, etc., ¿pero los otros?.
La aprista Judith de la Mata hizo el trise papel de un payaso de circo de barrio. En su curul, se erigió para decir que quienes votaban en contra de la ley de los privilegiados eran como quienes estuvieron a favor de que se crucificara a Jesús. Todos se rieron de la señora ante tamaña comparaciòn, pero a la, ahora, una verguenza para el APRA, la risa le importò un comino.

Pero, todavía hay más: aprobada la Ley de anulaciòn de la dicha 20530, se ha informado que más de docientos ex parlamentarios y otros privilegiados van a mover cielo y tierra para que nos les quiten sus sueldos suntuosos. Ojalá que en los cielos nadie los escuche.
Pero, el mundo sigue andando, aunque la ética de algunos parlmentarios, como los señalados, otra vez andan por los suelos.


Alfredo Bryce Echenique: Está triste el tigre

Alfredo Bryce:
ESTA TRISTE EL TIGRE

Tiene la voz de siempre, pausada y de bajo tenor, aunque no engolada ni ceremoniosa. La tarde en que conversamos vestía como si volviera de un safari, tal como yo vi en Kenia al ayudante de un cazador inglés que regresaba del bosque vestido igual que Alfredo Bryce Echenique; y estaba cansado y triste no obstante que su cacería había sido prodigiosa.
Lo primero que percibí en Bryce fue un inocultable temor a la vejez y a la muerte que podrían frenar sus ímpetus desbordantes de sentido del humor que nos hace reir tanto o sonreir cuando leemos cualquiera de sus textos. Pero, la cronología no ha de vencerlo y su vitalidad arder inextinguible como una lámpara del Sagrario. Cierto, el espíritu de Bryce no puede extinguirse así nomás al menor soplo del viento, aunque de estar triste está; está triste el tigre.
Bryce me dijo algo así como que no regresa el Perú porque se lo imponga la melancolía o la nostalgia de la tierra sino porque no quiere envejecer ni morir en tierra ajena donde sus amigos son postizos, y no como Alberto Massa, entre otros, sus amigos del alma con quienes piensa pasar todo el resto de su vida de viejo y de muriente.
Este miedo, sin embargo, no es de su exclusividad ni tampoco para alarmarse, todos le tememos a la vejez y a la muerte, y algunos, pánico, como Fernando de Zsyzslo, por ejemplo. La anécdota preferida del famoso pintor es aquella que me contó de cuando Ulises y Aquiles se encuentran en el reino de la muerte y Aquiles le dice a Ulises:
- "Feliz tú que sigues siendo rey en el lugar donde te encuentres", y Ulises le contesta:
- "Prefiero ser un campesino en el reino de la vida y no un rey en el reino de la muerte".
Y yo sé de ese otro sabio que dijo: "No es que yo le tenga miedo a la muerte, lo que pasa es que lo único que quiero es que cuando venga no me encuentre".

La vejez o la muerte son terribles en ciertas circunstancias. Bryce mismo recuerda que en 1987 fue a dictar unos cursos a universitarios en Texas. De pronto, se le vino a la memoria esta escena: huelga en La Oroya, los obreros de la Cerro de Pasco Co. violentos pidiendo aumento de sueldo; el gerente Francis Francovich es golpeado furiosamente y arrojado a la calle sangrando y desnudo. El jovencito Bryce intenta rescatar a Francovich, que es su gran amigo. Bryce corre despavorido a sacar el automóvil y huir juntos, pero lo encuentra con las cuatro llantas en el suelo.
Esa es la primera escena. La segunda, treinta años después, Bryce recuerda que Francovich vive en Austin. Lo llama por teléfono y una voz como de moribundo le contesta lacónicamente: hola. Bryce toma un taxi y va a buscarlo. Cuando llega a su casa, el cuadro es deprimente: Francovich es apenas un mendigo, hemipléjico y hambriento. Se dan la mano, se miran. El ex gerente de la poderosa Cerro de Pasco balbucea: food, food, please.
Bryce sale a buscar comida. Compra arroz y frejoles. Se los lleva y Francisco devora todo lo que tiene por delante, y llora. Bryce disimula sus lágrimas y maldice. Uno de sus hijos vive en la casa contigua: escena norteamericana creíble. Sale a buscar a Clementina, la otra hija de Pancho, a quien le enrostra el abandono en que tienen a su padre. Pero, la psicología de los norteamericanos es así; la vida de los viejos en Estados Unidos es trágica.
- ¿No es, acaso, para llorar ser viejos en los Estados Unidos?
Al salir de la casa atraviesa un jardín donde alcanza a ver un juego de sapo; entonces recuerda cuando en La Oroya jugaban y él le ganaba a Francovich. Bryce escribe un cuento desesperante: "Un sapo en el desierto".

Bryce no quiere vivir allí ni en Francia ni en ningún otro país que no sea el Perú. "En París, la soledad es tragicómica. Para eso, a los viejos, a la gente, no le queda sino criar perros. Con elllos viven, conversan, se acompañan; con ellos rellenan los huecos negros de su soledad. Cuando se van de vacaciones, los abandonan y como siempre fueron engreídos, sufren en la calle. No son como nuestros perros chuscos que salen a buscarse la vida. Los perros empiezan a enflaquecer hasta que se mueren en las calles como perros. Mientras, por otro lado, las asistencias públicas se llenan de viejos. Los hijos o los nietos van a dejarlos alegando una bronquitis para poder irse de vacaciones. Los abandonan olímpicamente. "En Europa no hay solidaridad ni siquiera familiar. Me acuerdo de esos 12 sketches de Gassman, Sordi, Tognazi, que hacen de hijos intentanto llevar a la vieja a dejarla en un hospital. El lío se arma cuando la vieja se da cuenta de que los hijos quieren deshacerse de ella; una especie de nuevos monstruos".
- O sea que ¿no vivirías en Paris, en Barcelona, en Texas?.
- Tú, ¿Qué dices?-
- No sé, falta amor humano, solidaridad, ¿no?
- Es el fracaso de nuestra civilización.
- ¿Y aquí?
- Imagínate, aquí nadie se muere de hambre ni de soledad. Si los niños tienen hambre inventan los Vasos de Leche, si la gente pobre tiene hambre, se arman los Comedores Populares, etc. Eso se llama solidaridad. ¿Has visto tú alguna vez un solo comedor popular en Europa?.

"La amistad funciona aquí plenamente", dice Bryce. El -como todos nosotros- tiene sus amigos entrañables, digamos "Jaime Dibós, el "Perro" Diez Canseco, el gordo Massa, Lucho Elías". El día en que San Marcos le otorgó a Bryce el título de Doctor Honoris Causa, la ceremonia no empezó hasta que llegó el gordo Massa. Dos nos tuvimos que levantar para darle el asiento y allí se arrellanó todo él para aplaudir y gozar como si él fuera el homenajeado. No sé si por allí anduvo Elías. Con éste se trataban de compadres desde cuando eran estudiantes. Luego de casado, Bryce vio que la esposa de Elías estaba embarazada. Bryce la señaló como jugando, "esa barriga es mía", le dijo a la señora. Y lo fue. Sólo que Elías tuvo que esperar ocho años el regreso de Bryce. Cuando volvió bautizaron al hijo y ahora sí son compadres oleados y sacramentos. Porque así funciona la amistad a la peruana.

No creo que Bryce se haga el despistado, yo creo que lo es. Porque su personaje, Martín Romaña, no es otro que el mismo Bryce o, en último caso, los dos son prototipos de una anticultura natural, los dos se visten como quieren, con una media de un color y la otra, de otro. Así que no hay que alarmarse cuando ante los universitarios en Nanterre o Vincennes, como ante los televidentes de Hildebrandt, se presenta borracho como lo reconoce en la página 222, cuando le contaba su vida de aventuras a Octavia de Cádiz. A él le da lo mismo chana que Juana, le importa un pepino las apariencias y la Miss Fama con la que muchísimos quisiéramos acostarnos cuando, en realidad, hacemos demasiado poco para merecerlo. Generalmente, no somos sino unos meros figurettis, como ahora dicen las urracas.
Bryce ve a la fama con cierto sentido del humor, tan volátil y hasta tan inútil, como la veía Borges. Cuenta que alguna vez, Borges y Sábato promocionaban sus libros autografiándolos para darles un valor agregado. Borges se dio cuenta de que se había formado una cola impresionante que daba vuelta por Corrientes hasta el Obelisco. "Mirá vos -le dijo Borges a Sábato observando la cola- lo que van a costar los libros que no lleguemos a firmar, a firmar". Y sonrió como sólo saben sonreír los sabios irónicos.
- O sea que a ti el éxito ¿no te interesa?
- No tanto como se lo imaginan ustedes.
- ¿Te consideras humilde, entonces, Alfredo Bryce Echenique?
No dijo ni si ni no, pero alabó a Julio Cortázar y a Juan Rulfo. "Los admiraba mucho porque eran silenciosos, muy simples, muy leales, no sé si eran humildes o no, pero me llevaba muy bien con ellos", recordó removiendo un arcón.
-Entonces, a ti ¿no te gusta ni que te entrevisten?
- No, un día, no bien llegué al aeropuerto, los periodistas me preguntaron sobre el presidente Fujimori, qué opinaba sobre su futuro político. Les dije que yo no era oráculo. En Buenos Aires, no me preguntaron sobre la amigdalitis de Tarzán ni sobre García Márquez sino sobre Menem; yo no soy político, les dije a los ché. Me preguntaron sobre cómo terminaría la guerra de Kosovo, yo no soy oráculo, les dije.
- O sea que ¿nada con los políticos?
- Los políticos me joden –dijo con todas sus letras, como es su costumbre.
Luego, contó que Fidel conversaba una mañana con la madre Teresa de Calcuta. Entonces, se produjo el siguiente diálogo:
Fidel: ¿Así que usted, madre Teresa, es una gran revolucionaria del amor?
Madre Teresa: No, yo no soy una revolucionaria, todo lo que hago es sólo por amor a Dios.
Fidel: Pero, el amor a Dios, ¿no encarna una idea revolucionaria?
Madre Teresa: No, hijo, el amor a Dios es otra cosa -le contestó y lo quedó mirando con honda ternura.
Al término de la cita, Fidel le comentó a Bryce y a otras personas que lo rodeaban: "Es la primera vez en mi vida que converso con una santa".

Bryce caminaba una tarde todo desorientado por la avenida Larco de Miraflores. Un muchachito de la calle lo reconoció y se le acercó.
- Bryce, fírmame un autógrafo -se despachó sin cohibiciones.
- Te firmo si me enseñas dónde queda la tienda del suizo Oeschle.
- Oeschle ¿qué es eso? -el muchachito se rasca la cabeza tratando de recordar- Oeschle ya no existe.
- ¿Cómo que ya no existe? -Bryce se rasca la cabeza-. Entonces, ¿dónde puedo comprar un par de calzoncillos?.
Hasta ahora no sabe dónde comprarlos. Lima, Miraflores, el Perú, todo ha cambiado demasiado desde cuando él era apenas un desprevenido jovencito gagá.

Nada le golpeó más el corazón, el día en que volvió a San Marcos, -según él- que cuando cruzó el patio de Derecho y vio la pila y escuchó a los músicos universitarios que lo recibieron con "Todos vuelven a la tierra en que nacieron...".
Bryce casi pierde la brújula. pero, recobró la compostura y siguió, aunque no faltaron recuerdos hondos en su interior como cuando viajó a visitar Jauja una vez más y, de pronto, se vio ingresando al hotel Huaychullo, con sus anteojos de sol luego de pasar frente al restaurante El Olímpico y, al lado, su papá manejando su viejo Chevrolet del 51 y, entonces, cien pájaros del camino lo despertaron con su canto. Bryce había estado soñando. Pero sonrió porque fue un sueño feliz, por lo menos, tuvo la magnífica oportunidad de volver a estar con su padre, muerto hacía ya muchos años.
"Conozco todos las regiones del Perú, pero me gusta más la costa, soy urbano; luego, la sierra es hermosa; la selva es desconcertante, por eso me gusta menos, pero todo aquí es un sueño", dijo para aliviar la historia melancólica que acababa de contar.

Charles Baudelaire, el rey de los poetas malditos franceses, decía que "mientras vivas enivre vous du vin, de poesie ou de vertu, emborráchate de lo que sea, pero siempre emborráchate". No se sabe si Bryce piensa lo mismo que Baudelaire, cuyas obras Las Flores del Mal y Un Mundo para Julius fueron calificadas poco menos que de escandalosas. Pero, de lo que sí parece estar seguro es de que aquí en el Perú, en Lima, en cualquier rincón de la patria ha de seguir escribiendo, acaso recobrando el pasado al que no quisiera volver más.

Alfredo Bryce Echenique bebe, fuma, bebe, respira, sueña, bebe y vive aquí, de nuevo en su patria adorada donde, fundamentalmente, sus amigos solidarios van a compartir con él sus horas de crepúsculo, van a avivar su espíritu de escritor, como el aceite, la lámpara del Sagrario.

Sunday, November 28, 2004

¿DESAPARECERÁN LOS LIBROS?

¿Ud, qué opina?
¿DESAPARECERAN LOS LIBROS?


En un programa que conduce el periodista Oppenhemier se habló sobre si el libro desaparecerá o no. Oppenheimer le informó a un grupo de editores de libros que un “sabio” - como sarcásticamente lo llamó el novelista peruano light, Jaime Bayly-, le ha declarado que el libro desaparecerá dentro de breves años, tal vez dos o tal vez tres.Esto porque se está trabajando una página virtual electrónica que cualquiera podra adquirir en el futuro y llevarla en el bolsillo como una cosa cualquiera. En esa página estarán impresas las páginas no de uno sino de cien libros que se pueden leer a la hora que a uno le de la gana y donde lo quiera; en el bus, en la cama o en el baño. Los editores dijeron que eso no podrá ser o tal vez sea, pero como un proceso de transiciòn y después de muchos años.Ya en Farenheit 14 se sugiriò un gran incendio en el que se consumieron las páginas de todos los libros de la tierra. Sin embargo, el libro no fue exterminado, los libros siguieron viviendo a pesar de la parábola.

Yo creo que el libro tendrá que morir algún día como han muerto aunque sea metafóricamente muchas cosas que nunca antes se pensó que podrían desaparecer. ¿Alguien pensó, hace 50 años, que los linotipos podìan desaparecer?. Los que somos viejos en el trabajo periodístico, ¿acaso nos imaginamos, 50 años atrás, que los fotografías - grabadas en los llamados “cliches” de metal- iban a ser reemplazados por un papel impreso en una computadora cualquiera?.
Al paso que vamos, es posible que los libros desaparezcan como medio físico de cultura. Lo que no desaparecerán jamás, serán los téxtos que representan lecciones, novelas o noticias, además, producto o hechura de la mente humana.En el programa de Oppenheimer se discutió si los gobiernos de América Latina deben o no invertir en promocionar la lectura o sea, el recurrir a los libros para incrementar el conocimiento o la cultura. El “sabio”, miembro de un instituto de investigación, había dicho que no, que los gobiernos no deben gastar más en libros, que eso significa echar el dinero al agua. Los editores dijeron que si era bueno: Claro, ellos hablaban desde su punto de vista porque esas inversiones son parte de su negocio.

En el tema este de que ahora se lee menos que antes, el mundo, en general, anda desquiciado. En efecto, ahora no se lee nada. Las estadísticas sobre lectura en mi país, (el Perú), por ejemplo, son ridículas. Pero, así se leyera, el aumento en el índice de lectura no mejoraría en nada la miseria en la que viven las mayorìas y ya no solo en mi país sino en todos los llamados eufemísticamente “países en desarrollo”.O ¿habrá alguien que pueda creer que cuando se está con hambre este pude apagarse leyendo unas 10 páginas de un libro de Sartre o de Bayly, el light, que comerse un pan con queso?.

Usted ¿qué opina?..

Saturday, November 27, 2004

CORDOBA, ESPAÑA

(Crónica de viaje)

CORDOBA
La nostalgia mora

Como Tebas, Córdoba también tenía 7 puertas y estaba circundada por una muralla para ser guardada como una joya. Tebas desapareció, no obstante sus murallas y sus puertas; pero Córdoba, sobrevivió. Sigue siendo una joya, aunque ya nada la circunda ni la guarda, salvo avenidas y paseos modernos y el Guadalquivir que pasa lento, como una tortuga, por debajo de los puentes Romano y San José.
A Córdoba la puedes recorrer en un solo día, pero no porque haya muy poco que ver, sino porque todos sus asombros los tiene reunidos en un puño. Córdoba es, digamos, como un libro de García Márquez que, no obstante lo voluminoso, eres capaz de bebértelo de un solo trago. Hay una conjunción asombrosa del ayer y del hoy, del pasado y del presente, muy machihembrados y advertibles a primera vista. Das vuelta la cara y ya tienes ahí a Maimónides, por ejemplo. Este es un monumento frente al cual te detienes y sin que sepas nada de él, deducirás que no se trata de un santo ni de un poderoso, sino de un sabio. Esto, porque Maimónides (Moisés ben Maimón, el más grande pensador de la raza hebreo-española), te mirará desde la lejanía con tanta humildad que te hará recordar que esa virtud es sólo privilegio de los sabios.
Caminas por entre calles adoquinadas y estrechas, con casas que tienen tantas ventanas de hierro forjado, como paredes de cal. En cada reja hay jaulas de pájaros o macetas de claveles, de tal manera que en pocos minutos te encuentras rodeado de paredes, de colores y de cantos, como en una rara selva.
Levantas los ojos y ves los miradores del Alcázar de los Reyes Cristianos. Entras. De entrada: un asombro. Te informan que allí, el año 1486, la reina Isabel de Castilla y el rey Fernando de Aragón, recibieron al navegante genovés Cristóbal Colón, quien les iba a informar sobre una locura: Un viaje en busca de las Indias que, a la postre, resultó ser América. Entonces, tú te das el lujo de acompañar al navegante, según tu grado de imaginación, en su entrevista con los reyes ante quienes te puedes postrar si tu corazón tiene algo de monárquico.
Pero seguramente, lo que en tu visita a Córdoba te va a conducir al pasmo, es la Mezquita.
Así como Sevilla tiene su Alcázar y Granada tiene su Alhambra y su García Lorca, así Córdoba tiene su Mezquita, un templo que desde el año 785, pasó de mano en mano, desde los Abderraman, aceitunados reyes árabes, hasta los cristianos, unos 10 siglos después. De esta manera, la Mezquita es un muestrario de estilos arquitectónicos deslumbrantes. Ahí, hay un rincón lleno de reminiscencias visigódicas; otros rincones árabes, bizantinos; el mudéjar extraordinario, tanto como los rincones de estilo gótico, plateresco o hispánico-flamenco, posiblemente tan vívido como una copla.
No hay luz artificial dentro del templo musulmán para ver mejor lo que hay en el interior. Apruebo la disposición. Es preferible esperar que salga el sol para que se filtre por las claraboyas y puedas ver así los claroscuros sobre cuyo fenómeno óptico fundaron su gloria pintores como Goya o Velázquez. Con el sol, que no entra de golpe sino a rampas, se ven mejor los combates a muerte entre la luz y las sombras. Las arquerías se iluminan por partes para que puedas apreciar dónde reside el arte o la sabiduría de los arquitectos árabes. Pero también la de los arquiectos hispanos porque el altar mayor y el coro cristianos, son obras de maravilla. Por allí también entra la luz, pero no de golpe para no herir tus ojos ni tu sensibilidad. Ahora, si quieres ver la luz total, entonces, sal de la Mezquita. Afuera te recibirán los naranjales con sus enormes frutos, enormes naranjas agrias, hechas expresamente para que el sol organice su gran fiesta de oro sobre las cáscaras.
Dos esquinas más allá, pasarás por el barrio de la judería; porque esa parte de España fue tierra de todos, de árabes como de judíos, de moros como de cristianos, de ibéricos como de bereberes. De allí, al barrio de la Ajarquía con una gran plaza vacía, la de la Corredera mientras no lleguen los gitanos con sus artículos de venta adobados de “mentirijillas”. Allí mercan los arrabaleros. Allí puedes encontrar desde un estoque “legítimo” de Manolete hasta cacharros para el agua que parecen ubres de barro; desde macetas con claveles reventones de plástico hasta tangas para las que intentan asolearse en la Costa Brava el próximo verano.
Y ya que hemos mencionado a Manolete, ahí puedes observar su monumento y también visitar su tumba. En el cementerio general donde también reposan Guerra y Guerrita y, tal vez, algún peón que no alcanzó la gloria como ellos, Manolete, yace tan inmóvil como cuando citaba a sus enemigos. (Una vez vi torear a Manolete en la Plaza de Acho, en Lima, y de su toreo sólo tengo una idea débil, pero todos dicen que era muy sereno y que su serenidad cuando se ponía frente al toro, era la serenidad de Córdoba). Yo me detuve mucho rato frente al yacente Manolete de mármol que exhorna su tumba para buscar esa similitud, pero ya fue imposible. O tal vez, yo me equivoqué de camino porque la verdad es que Córdoba sigue viva y Manolete, no, salvo en el recuerdo, que nunca será lo mismo. ¿Cómo se podría hacer, entonces, la comparación?
El Cristo de los Faroles es un rincón hermoso. Y muy sugestivo. Es la efigie de un Crucificado al que lo rodea una media docena de faroles que se mantienen en unos postes torcidos y negros. Me dieron la idea de que minutos antes pudo haber pasado un huracán que habría provocado un incendio y barrido a la gente que acompañaba a la procesión.
Hay un Museo donde te puedes extasiar recordando más a Goya, que a Carlos IV, el retratado. Como todo mortal, el Rey tuvo su cuarto de hora. Junto a toda su familia posó para el genio de las brujas y los esperpentos, pero luego, vino el tiempo y lo borró todo; sólo se salvó el pintor. Porque, ¿quién se acuerda de Carlos IV si antes no se acuerda de don Francisco de Goya y Lucientes?
Luego, ahí, más pintores, incluyendo a Romero de Torres, otro cordobés legendario.
Después, verás el Palacio de Viana, la Cruz de Mayo, la Plaza de las Flores, la Calahorra, los patios cordobeses legítimos y las tiendas de artesanía y los faroles y las calesas haladas por gordos caballos que te hacen pasear por las callejuelas de ayer y de hoy, de una de las más sugestivas ciudades de España.
Cuando te das cuenta, ya el sol se estará ocultando por detrás del Puente Romano y, entonces, como salidas del fondo de la tierra, escucharás coplas y cante jondo y castañuelas. Se agitan las tabernas de ayer o los nightclubs de hoy. Porque Córdoba tiene de todo para los goces de la materia o del espíritu: Hermosas mujeres con cinturas de guitarra flamenca y vinos añejos y nostalgia, eso sí mucha, demasiada nostalgia.

CESAR VALLEJO Y SANTIAGO DE CHUCO

VALLEJO Y SANTIAGO DE CHUCO


Alguna vez, conocí París, con su famoso Museo de Louvre, sus Campos Eliseos, su Arco del Triunfo y sus Tullerías; subí a la Torre Eiffel y me asomé en los puentes a ver cómo el río Sena se llevaba sobre sus aguas el reflejo de las torres inconclusas de Notre Dame y episodios históricos de la Revoluciòn Francesa. Pero eso no significaba conocer el mundo, porque ahí no había nacido César Vallejo.
Luego, conocí Amsterdam, Oslo, Copenhague y Praga en Checoslovaquia, con sus viejas casas oxidadas y la casa donde vivió Franz Kafka. Si cerrabas los ojos era fácil encontrar al hombre sufriendo la metamorfosis kafkiana hasta convertirse en el insecto despreciable que él imaginó. Y también, adoré al Niño Jesús de Praga, imagen original de la copia que los niños otuzanos adoramos en los perdidos días de nuestra infancia; pero eso no significaba conocer el mundo, porque ahi no había nacido Vallejo.

Y conocí Nairobi y Dakar, la capital negra del Senegal, donde vi al poeta Sedat Seghnor, el día en que recibió a S. M, la reina Isabel de Inglaterra, y vi a las negras senegalesas pasear por las calles de la ciudad con sus mouchoirs enrollados en sus cabezas erguidas y dignas; pero eso no quería decir que habia conocido el mundo, porque en Dakar no había nacido Vallejo.
Y viajé a conocer Pekín y Shanghay y Xian; y conocí la milenaria Muralla China y la Tumba de los Reyes donde se enterraron los emperadores creyendo que todo ese esplendor les iba a durar en la otra vida, y cuán equivocados anduvieron, porque todo fue falso; y conocí la Ciudad Prohibida donde antes sólo vivía el Emperdor y sus concubinas y sus eunucos: y entonces, pensé que ya había conocido el mundo y, sin embargo, no era cierto, porque allí no había nacido Vallejo.
Y conocí Estambul partida en dos por el estratégico Estrecho del Bósforo, y vi sobre el mar los reflejos de las esplendorosas luces de neón como que intentaban resucitar a la legendaria Constantinopla y pensé que con eso ya conocía el mundo: pero ahí no había nacido Vallejo.
Y fui entonces, a Egipto a conocer las Pirámides y la Esfinge y conocí Luxor donde el esplendor de la piedra te deja estático al atardecer cuando se entabla la lucha a muerte entre la luz que quiere supervivir y la sombra que pretende aniquilarla; lucha que te hace pensar en la dialéctica de la vida y la muerte, que viene a ser lo mismo: y pensé que eso era todo el mundo, pero anduve equivocado porque ahí no había nacido César Vallejo.

Viajé a conocer la Acrópolis y me ensimismé observando la perfección de las columnas de mármol del Partenón, su perspectiva y su diseño y la genialidad de los escultores y arquitectos atenienses y aunque no estaba Pericles, se respiraba la grandeza del siglo que vivieron los griegos; y entonces, pensé que ya había conocido el mundo; pero en Atenas no había nacido Vallejo.
Y viajé a Agra, la primera capital de la India de hace 60 siglos y me extasié observando las cúpulas y tocando con mis propias manos la suavidad del mármol del Taj Mahal, cenotafio mandado construir por un soberano triste a nombre de su esposa irrescatablemente muerta de amor. Y pensé que ese era el mundo que pretendía conocer, pero allí no había nacido Vallejo.
Y conocí Bogota, llamada la Roma de América por ser su sede cultural y escenario de cien años de soledad, ahora todo hecho trizas por las FARC; y también conocí la culta capital del Uruguay. Y estuve en los carnavales de Montevideo y de Rio de Janeiro, ex capital de Brasil, con su peñón de Pan de Azúcar que se deslíe todo los días como un terrón de azúcar en el mar de Botafogo, y subí a Urca, el peñón en cuya cúspide se erige un Cristo que abre los brazos para recibir a todos los forasteros del mundo; y pensé que eso era el mundo que me faltaba conocer, pero me di cuenta de que allí no había nacido César Vallejo.

Llegué a Gdansk, a orillas del mar Báltico, 30 grados bajo cero, por donde pasean orondos pelícanos curados del frío, y conocí Varsovia y vi la altivez política de sus ciudadanos y ví a Chopin en mármol y observé la alegría de las hermosas polacas de piernas torneadas, metidas en botas con un diseño de su exclusividad. Pero, eso no era completar mi conocimiento del mundo, porque allí no había nacido Vallejo.
Y alcancé a visitar Londres y fotografié al Big-Beng cuando daba la hora del crepúsculo, y tambiën a Winston Churchill con su bastón camino al Parlamento y la gloria; y crucé el Támesis lleno de aguas pasajeras e historia, y vi el monumento al almirante Nelson, con pintas infamantes escritas con crayones irreverentes por beatneaks de la época, hartos de los códigos de la sociedad occidental. Y, pensé que eso era todo el mundo, pero me equivoqué, porque allí no había nacido Vallejo.
Y fui a Bankok, la moderna capital del reino de Siam y vi cómo era una ciudad atravesada por canales que conducían a un río mayor, el del sexo que lo inundaba todo, porque el mayor ingreso fiscal de Tailandia provenía de la prostitución. Pero las calles estaban saturadas de monjes budistas que las santificaban con sus oraciones y sus hábitos amarillo-epatitis. Pensé que con eso ya conocía el mundo, pero en Bangkok, no había nacido Vallejo.
Y estuve en Hong Kong, una ciudad que parecía Nueva York solo que levantada en una esquina del Asia, ciudad donde los banqueros compraban y vendían hasta su alma. Y vi los barcos anclados en la bahía convertidos en casas flotantes para los anglochinos porque entonces la isla era inglesa hasta cuando le fue devuelta a China después de 150 años de colonialismo. Y pensé que entonces ya conocía el mundo, pero allí no había nacido Vallejo.

Y fui a España, recorrí todos sus rincones: caminé como sobre el cuero extendido de una res, porque eso parece la península ibérica, y disfruté de las gitanerías de la Virgen de la Macarena en Sevilla, y de Córdoba, la nostalgiosa; y de Bilbao y la ETA; y estuve en Granada donde aun resuena la voz de García Lorca y, por supuesto, visité 30 veces Madrid pensando en que con eso ya conocía el mundo. Pero resulta que en España solo escuché –se ha de seguir escuchando- la admonitiva voz de César Vallejo en "España, aparta de mí este cáliz"; pero él, el poeta-poeta César Vallejo, “ay, siguió muriendo”, porque ahí no había nacido.
Conocí Nueva York y subí al Empire State y estuve en Wall Street donde corren todos los ríos de dinero del mundo tratando de igualar en codicia al dólar norteamericano; y vi de cerca a las Torres Gemelas un día hechas polvo por el terrorismo, de lo cual, aparte de la insanía, hemos aprendido la lecciòn de que nada es eterno en la vida y que las torres más altas pueden rodar por los suelos ( “because hight towers go down, but low cottages stand”) y nada sobre la Tierra es indestructible, salvo el amor humano. Y entonces, pensé que eso era todo, que eso era conocer el mundo, pero no fue así, porque ahi no había nacido César Vallejo.
Y entonces, conocí Argel y el desierto del Sahara cuando los marroquíes se disputaban a tiros con los saharahuis un pedazo del desierto infinito; y vi cómo las sombras de los hombres se agigantan sobre las arenas cuando el sol se oculta ceremonioamente en el horizonte. Y dije, ahora sí ya conozco el mundo, pero, había una carencia: ahí no había nacido César Vallejo.

Y estuve en Tahiti donde vi bailar el hula-hula a muchachas cubiertas su cintura y sus senos solo con hojas de palmera y pétalos de rosas; y estuve en Nueva Zelanda y en Australia. En Sidney visité el Opera House, una especie de monumento cultural apoteósico y también me contacté, en el Zoo, con los canguros y las canguras que son las únicas mamás del mundo que no tienen nodrizas que les carguen a sus hijos en el vientre donde ellas los conciben; y pensé que eso era suficiente, que eso era todo ya, pero me di cuenta de que ahi no habia nacido César Vallejo.
Y entonces, dije, voy a a conocer Sudáfrica, y fui en los días del "Apartheid" o la discriminaciòn racial; vi brutalmente partida en dos a una parte de la sociedad humana: en esta mitad los negros y en esta otra mitad, los blancos. Los blancos tenían sus escuelas, sus restaurantes, sus lugares de diversión pública a los cuales, los negros no podían acceder de ninguna manera. Y sentí una punzada en el corazón. Me dolíó mucho que los hombres se discriminaran y que, a pesar de tanta tristeza creí que con eso estaba completando mi conocimiento del mundo. Pero Vallejo, tampoco había nacido allí.
Y fui a México, el país de los charros sombrerones y los corridos de "si Adelita se fuera con otro", y también visité Buenos Aires, justamente cuando los ingleses les ganaron a los argentinos la Guerra de las Malvinas y los vi llorar a mares por las calles Corrientes o Chacaritas, y entonces, pensé que no obstante semejante atropello de lesa humanidad, ese era el resto del mundo que me faltaba conocer. Pero no fue así, porque ahí tampoco había nacido Vallejo.
Y conocí Roma, porque - todos los caminos conducen a Roma-, y ahi estaba la Ciudad Eterna y las ruinas de las obras monumentales que ordenaron construir los emperadores; y ahí estaba el Coliseo donde Nerón y sus pretores se deleitaban viendo cómo los leones destrozaban a los gladiadores y Nerón tocaba la lira mientras ardía la ciudad. Y de paso, conocí el Vaticano donde encontré a Juan Pablo II el día en que abrazó a Lech Walesa, el lider del Movimiento polaco de "Solidaridad"; y pensé que con esa epopeya cerraba mi conocimiento del mundo. Pero, en Roma ni en el Vaticano habìa nacido César Vallejo.

Y entonces, fui a Biafra a ver cómo son las guerras de secesión y cómo los generales de la muerte ponen a los niños como rehenes hasta el exterminio por hambre; y fui a Etiopia sin pensar en que iba a darme cara a cara con la muerte. Cinco mil personas morían diariamente atacadas por una implacable peste natural: la sequía. Era como un castigo de Dios. En Mekele vi morir a cientos de hombres y mujeres, niños, jovenes y viejos tirados sobre las arenas del desierto sahaliano, mientras los médicos lloraban de impotencia ante la muerte y los dromedarios rumiaban su desdicha y lloraban las insólitas muertes de sus pastores Y, con esos dramas, pensé haber llenado mi alforja de conocimientos de la miseria del mundo. Pero, ni en Biafra ni en Mekele había nacido Vallejo.
Y conocí Phon Penh, de la ex Indochina francesa, un rincón ensangrentado del Oriente Lejano. Y conocí el palacio del príncipe Sihanouk empedrado con adoquienes de plata, y visité las ruinas de Angok Thom y Angkor Wat, gigantescos templos levantados en homenaje a Buda sin pensar que alguna vez se iban a convertir en piedras desbaratadas sobre las que crecen hierbas lujuriosas y pasean lagartijitas de color azul. Hablé con Pol Pot, acusado de haber ordenado la muerte de varios millones de campesinos kampucheanos. Y, estuve triste y pensé que, de todos modos, ya había conocido el mundo, pero me di cuenta de que allí, tampoco había nacido César Vallejo.

Y viajé a conocer Amristar, en el norte de la India, dominada por una secta de hombres cáusticos y endurecidos por el fanatismo religioso, los de la secta Sih. Y visité el Templo de Oro o "Golden Temple", como lo llamaron los ingleses mientras regentaban el sub continente, como un feudo. Y varios días después, me enteré de que uno de esos sihs, que conformaba la guardia real de Indira Ganhi, lo había asesinado. Y pensé que ya conocía el mundo y sus cobardías, pero ahí no había nacido César Vallejo.
Y, conocí Pyongyang y Seul, las capitales de las dos Coreas, creadas por inconducta del hombre y de las Naciones Unidas que dividieron a un país en dos a instancias de los Estados Unidos de Norteamerica. Querían que el agua del comunismo no se mezclara con el aceite del no-comunismo. Y entonces, fui hasta Panmum jum, en el Paralelo 38, lugar donde se había firmado un armisticio ignominioso, hace más de 50 años. Y pensé que ahora sí conocía el mundo y sus mezquindades, pero ahi, no había nacido Vallejo.
Y conocí Filipinas y vi de cerca al presidente Marcos, y más cerca aún a Cory Aquino, la mujer que le ganó por KO las elecciones presidenciales lo que significó la caida del dictador y su huída, -como las ratas de un naufragio-, hacia el destierro y la muerte; y pensé que eso era todo el mundo; pero ahi tampoco había nacido Vallejo.
Y fui a Reijiavik, la capital de Islandia, muy cerca al Polo Norte y estuve presente cuando se reunieron allí George Bush y Mihail Gorbachov para ver cómo acababan con sus miedos de desencadenar, cualquiera de los dos, una guerra nuclear que acabara con el mundo; y, además, conocí de cerca la luz polar y dije, ahora si conozco todo el mundo; pero no era cierto porque ahí tampoco había nacido César Vallejo.

Entonces, volé hacia la isla Galápagos de las tortugas gigantescas y las íguanas que parecían herederas directas de los dinosaurios prehistóricos, y conocí a los pájaros- pinzón que le dieron a Charles Darwin la clave para escribir y plantear su tesis sobre la evolución del hombre y de la vida en la Tierra y, precisamente, por eso creí que ya conocía el mundo. Pero me di cuenta de que tampoco estaba en lo cierto, porque ahí no había nacido César Vallejo.
Y cuando regresaba de ver un golpe de estado en el Tchad, me detuve en Moruá, Camerún, a conocer a Oudjila, un rey negro que en pleno siglo XX tenía su harem donde vivía con sus 80 hijos y sus 40 mujeres que lo mantenían como a un rey de bastos; y de paso conocí a Jean Bedel Bokassa, en Banguí. Bokassa se gastó todo el erario público cuando se hizo coronar como Napoleón, aunque la dicha le duró muy poco: el pueblo lo enjuició, aunque sus jueces no alcanzaron a condenarlo a muerte; su propio corazón fue el que lo mató de un infarto. Y dije, ensimismado en el asombro: este es el mundo que me faltaba conocer, pero no fue asi, porque ni en el Tchad ni en el Camerùn ni en Centroáfrica, habìa nacido Vallejo.
Y conocí Moscú. Fui a conocer Moscú en invierno y en primavera. Y vi el Kremlin recortar su silueta en los hermosos atardeceres primaverales asi como ensombrecerse en los atardeceres de invierno. Y me paseé en la Plaza Roja y fijé bien en mi mente la restallante figura de la iglesia ortodoxa de San Basilio, y vi a Lenin tendido como si se acabara de morir. En efecto, asistí a sus funerales políticos luego de que el imperialismo soviético se derrumbara como un castillo de naipes. Y pensé que con conocer Moscú conocía ya todo el mundo, pero ahí, tampoco había nacido Vallejo.
Y entonces, visité Nepal; recorrí las modestas calles de Kahtmandú y observé desde la lejanía las imponentes cumbres de los montes Himalaya y entre estas, al Everest, al que vislumbré desde el Palacio Potala construído en una corniza de Llahsa, Tibet. En Kahtmandú y en Llahsa me dijeron que estaba en el Techo del Mundo, y yo creí que ya no había nada más que conocer que el Techo del Mundo. Pero, ahi no había nacido César Vallejo.

Y, conocí Haití y vi de cerca a los "zombies" -mitad hombres y mitad fantasmas-, como también los vi en Accra, capital de Ghana, en el corazón del Africa, y ví cómo en los barrios populares, los haitianos pobres se mataban por un pilón de agua o una letrina, y ya no estaba Papa Doc, el presidente miserable que hundió a la isla en la mayor pobreza del mundo. Y por extensión pensé que ya nada me quedaba por conocer. Pero, una vez más, me di cuenta de que ahi no había nacido César Vallejo.
Y conocí, Sri Lanka, Colombo, su capital, al fondo de la India; una isla como una lágrima desprendida del llanto del subcontinente. Y conocí Dikwela donde los celaneses han levantado un Buda que ellos creen que es el más grande del mundo. Pero, no lo es, porque después, conocí Leshan. Ahi, sí, los chinos de una dinastia perdida en la leyenda, labró un Buda en una montaña. Les tomó 99 años de paciencia labrarla y ese sí es el Buda mas grande del mundo: diez personas pueden pararse en la uña de cualquiera de los dedos de sus pies. Entonces, dije, ahora sí, ya no puede haber más, ahora si conozco todo el mundo. Pero, ahi no había nacido César Vallejo.

Hasta que un día, hasta que un dia, conocí Santiago de Chuco, una ciudad que no es como Nueva York ni como Dakar ni como París ni como Roma ni como Hong Kong ni como Banguí ni como Varsovia ni como Moscú ni como ninguna ciudad de ningún país del mundo, pero es más que todas esas ciudades del mundo.
Santiago de Chuco es una ciudad, como siempre la imaginé, porque tiene parte del cielo y de la tierra donde yo nací. Santiago es una ciudad andina del Perú, de calles tortuosas y casas con techos a dos aguas, con tejas rojas, y aroma exultante a eucaliptos envanecidos y pacharosas modestas, con pájaros salvajes y Ritas con el sabor andino a cañas del lugar; una ciudad de hombres imantados de una singular fuerza telúrica, cargados de sabidurías y éticas religiosas hasta en su manera de dar los días, dignidad hasta en sus sombreros y sus ponchos.

Entonces, dije, digo a los cuatro vientos que ahora sí conozco el mundo, todo el mundo, porque en Santiago de Chuco del Perù, en una de sus calles, en una de sus casas o de sus rincones, nació uno de los poetas màs geniales del mundo en lengua castellana, lengua de Cervantes y del Mìo Cid.
Sí, porque en Santiago de Chuco, que tanto quize conocer y que ahora ya conozco, nació el poeta César Vallejo, muerto en París, pero muerto inmortal.

Santiago de Chuco, La Libertad (Perú), 2002.

Breves recuerdos de Borges

A las 4 de la tarde, Jorge Luis Borges dio por terminada la reuniòn que se organizó en la librería de don Juan Mejia Baca, en el Jiròn Azángaro. Los intelectuales limeños, jóvenes y viejos, -que de ese librería hicieron una pascana-, se arremolinaron a su alrededor para verlo y escucharlo decir “cosas para la eternidad”.
Muchos fueron los llamados, mas pocos los escogidos para acompañarlo personalmente hasta el Hotel Bolívar donde se alojaba, hotel que jamás pensé que el tiempo iba a reducir sus elegantes salones elitistas a populares restaurantes al paso. Fuimos acompañándolo: Alfonso La Torre y yo, sin pensar tampoco que ALAT se iba a morir tan temprano y tan dramáticamente.
Borges me tomó del brazo, porque ya la luz solía escasear en sus ojos mientras su equilibrio lo confiaba a un bastón que de joven debió haber sido una desprevenida rama de roble. Asi fuimos cruzando las calles hasta que nos detuvimos al llegar al Jiròn de la Uniòn.
-¿Por què no continuamos?- preguntò Borges.
- Porque el semáforo está en rojo-, le contesté y nunca me imaginé que eso iba a darle motivo para una de sus singulares reflexiones. En la librería de Mejia Baca había hecho referencias a que nada en la vida es absoluto ni siquiera la libertad individual de la que tanto se habla.
- ¿Ven, ustedes? -dijo Borges como preguntando- la luz de ese semáforo ha coactado nuestra libertad, no podemos seguir caminnado.

Borges, un mal recuerdo.
Para mí, Borges es un mal recuerdo, es decir, nunca me imaginé que yo iba a jugar un papel personal tan decepcionante frente a Borges; me comporté sin inecuanimidad, falto de profesionalismo.
Una hora estuve frente a èl y toda la hora me pasé pensando en cómo era posible que estuviera frente a él, a un genio de la literatura universal. Me parecía mentira que fuera Borges, el escritor argentino, el que se prestaba para mis preguntas inhábiles. En general, más me interesaba verlo actuar, ver sus ojos casi inmóviles detrás del cristal de sus lentes sobre gruesas monturas, su nariz respingada, su cabello cano, sus manos con venas abultadas y su respiraciòn inaudible, su forma de beber; eso me preocupaba mucho más que conocer lo que pensaba sobre la literatura o la vida.
Claro que le hice algunas preguntas nacidas de la improvisaciòn pero no del càlculo. No me comporté como un reportero principante que todo lo quiere saber y lo mide para que la entrevista no le salga despreciable. El hálito, el tono de su voz, su parsimonias, su quietud, me importaban más que sus respuestas.

Así fue
Tal como lo escribí en esos años, ante su cordial ofrecimiento, “pedí té, mecánicamente, porque lo que más me preocupaba era saber a qué Borges iba a entrevistar: si al que arrastraba la costumbre del “five o clock tea” porque venía de ingleses, o al otro, al autor de algunas páginas vàlidas para la inmortalidad”.
- “Y, bueno, siéntese y conversaremos, para qué va a preocuparse. Después de todo, los dos Borges están en sus manos, con sus afinidades esenciales y sus diferencias. Aquí tiene Ud., al Borges que dicta conferencias y enseña inglés en la Universidad de Buenos Aires y al otro, al íntimo, a quien yo no he de sobrevivir. Aquí, tiene Ud., al resignado, al que…
- ¿Resignado con qué?
- Con el primero, con el perdido en la realidad.
- ¿Perdido o evadido de la realidad?
- Y, bueno, evadido que esa es también una forma de la realidad, ¿no
María Esther, vos que decís?.
No estaba María Kodama sino María Esher Vásquez, era su secretaria. Ella volteó su cabeza alborotada –como escribí entonces- y le retrucó a Borges: “Y yo ¿qué tengo que contestar –le replicó tiernamente- vos sos el que tenés que dar la respuesa”.

El mundo fue y será una porquería…
Eran los días en que los pueblos buscaban definiciòn en las palabras y en los hechos para mejorar su vida. Palabras, como revoluciòn, insurgencia, cambios, burguesìa, imperialismo, ricos y pobres, estaban de moda.
- “Y bueno, yo soy burgués –dijo Borges- , y no me avergüenzo de serlo. Nosotros somos como un sandwich al que aplastan los ricos de arriba y los pobres de abajo. Qué desigual es este mundo., -se quejó no por su incipiente ceguera-. Ahora, un portero gana más que una enfermera y una enfermera gana más que un médico. Al final, más valor tienen los diplomas de los analfabetos que…”
No terminó su frase pero era fácil completarla. Eso sucedió en la década del 70. Han pasado treinta años y las cosas, socialmente, siguen igual, o peor. Aquí, congresistas, por ejemplo, ganan más que diez obreros de construcciòn juntos y más que cien campesinos juntos. Y ¿qué hacen los congresistas?. Nada. Podríamos emplear un adverbio preciso y completar la frase “no hacen absolutamente nada”.
Claro, puede salvarse alguno al que más le interesam sus electores más que su barriga, pero esa es la excepciòn de la regla. Y eso sì, unos cuantos se pelean a muerte por mantener los privilegios de la ley 20530 para que cuando se jubilen sigan mamando las ubres de la naciòn hasta extinguirlas.
O sea que “el mundo fue y será una porquería, ya lo sé,/ en el 506 y en el 2000 también.../”, como dice el tango argentino, sí, la sabia voz de un compadrito de Boca acompañada por algún bandoneón silvestre y recopilado en alguna página vàlida para la historia por el célebre ciego del Aleph.


FAHRENHEIT 9/11

El film de Michael Moore que se está proyectando en algunos cines locales, es un brutal alegato contra la guerra. Esto en primer lugar. En segundo lugar, es una acusación frontal contra la política prepoente del presidente norteamericano George W. Bush. Y, en tercer lugar, es llana y sencillamente un reportaje periodístico y no una película de corte típico común
Sobre esto último, mi percepciòn formal es que se trata de alguna manera de emplear en el cine una de las especies periodísticas más completas del género caracterizada por el factor investigativo. Todo reportaje periodístico se basa fundamentalmente en la investigaciòn y Farhenheit, asi como otros films parecidos son frutos de acuciosa labor invetigativa. Moore nos presenta un acontecimiento exahastivamente documentado. El periodista, en general, debe premunirse de todos los datos posibles que le permitan mostrar su trabajo con base objetiva, nada de presunciones, aunque estas pueden ser vàlidas cuando se trata de emplear el periodismo llamado interpretativo.

La habilidad de un periodista investigador radica en mostrar, de todo lo que ha cosechado, solo lo que sirva para corroborar sus asertos, pero además, no todo lo que ha tenido en manos sino lo más significativo. En este caso, Moore, presenta a Bush, que es el protagonista principal del film, provocando en el espectador todos los estados de animo posibles, ternura, admiraciòn, humor, compasiòn, pero también, asco y desprecio.
Un reportaje cinematogràfico puede competir con un reportaje escrito con cierta ventaja en vista de que su base expresiva es la imagen. Y ya lo dijeron los chinos, miles de años atrás, que una imagen vale más que cien palabras.
Desde el punto de vista periodístico, Farenheit, como “Allende” que tambièn se está dando en Lima, son excelentes muestras del valor que tienen un medio de comunicaciòn como es el cine, aspecto sobre cuyas enseñanzas, las Escuelas de Periodismo deben empezar a consolidarlas.
En lo que coresponde al presidente Bush, no obstante, Moore, ser norteamericano, lo presente desnuda su alma y sus mezquindades en toda su dimensiòn. Bush no tiene escapatoria, aparece arrinconado por la vindicta pública como un ser despeciable, como que desprecia la vida de seres absolutamente inocentes. Es un empleador de la muerte a la que envia a miles de kilòmetros de distancia de su país para segar vidas como se ve en el film y como ha sido siempre la cultura de la muerte.
En lo que se refiere al film como alegato contra la muerte, pocas palabras precisan para señalar que este es su fin principal. La muerte, final inexcusable de la vida, debe producirse como que se producirá por cualquier intermedio, menos por la mano del hombre mismo. Entre los mandamientos de la Ley de Dios hay uno que reza: No mataras. Posiblemente estuvo inspirado por el Dios de los cristianos después de haber creado El mismo un ejemplo crucial: el asesinato de Abel por su hermano Caín.
La muerte por mano ajena y peor aun cuando no es en defensa propia –un recurso jurìdico que podría ser explicado y hasta justificado- es detestable. Máxime cuando la muerte es masiva como sucede en una guerra. En el film se ve cómo las bombas soltadas sobre Bagdad y otras ciudades de Irak en la guerra de estos dias, causa la muerte de algunos soldados, pero más aun de niños, mujeres y viejos que nada tienen què hacer con los apetitos asesinos de los soldados de Mr. Bush. Tal vez, la guerra puede ser aceptada como un ùltimo recurso para zanjar algunos problemas entre los hombres, pero eso debe ser cuando todo, absolutamente todo medio pacíficio, se ha agotado. Boher nos presenta el caso de una mujer patriota que alaba las determinaciones de Bush y muestra su amor a los Estados Unidos su patria- enarbolando la bandera de las estrellas todos los días de su vida. Se precia de tener a sus hijos en el frente de guerra listos a defenderla con su vida. Hasta que un dia, un comando le avisa que disculpe, pero su hijo ha muerto en el frente de batalla. Entonces, toda la visiòn de la patria, pero sobre todo de la vida.- que tenía la dama, da un giro de 180 grados. Las mujer no puede creer que su hijo haya muerto. Entonces, viaja hasta la Casa Blanca a reclamar, lo único que ella quiere es que le devuelvan vivo a su hijo.
Peronalmente, yo tengo una imagen de la guerra que me marcó para siempreo, que nunca más podrè olvidar. Fue cuando una mañana, asistí al “trainning camp” de los guerrilleros palestinos que hacìan ejericio para pasarse al otro lado del rìo Jordan a hacerle la guerra a Israel.
Era un ejercicio con tiro real. Delante iba un pelotòn de voluntarios y detràs un capitan que les disparaba luego de una señal tras lo cual todos debìan tirarse a tierra hasta que la ráfaga cesara. Todo iba bien hasta un momento en que vimos que mientras todos los diez o quince que conformaban el pelotòn siguieron adelante, uno de ellos se sentó y luego cayó de espaldas agonizante. Cuando me acerqué junto con el capitán, quien disparaba, vimos que el guerrillero estaba mortalmente herido. Una esquirla de granada le habìa destrozado el bajo vientre. Tenía los intestinos sangrando, afuera, todo era un remolino de sangre. El guerrillero de unos 15 años tenía los ojos vueltos como pidiendole misericordia a Alá, su dios. Pero Alá, como el Dios de los cristianos y otros dioses, estaba preocupado en otros asuntos , no podía tender al muchacho.
El capitán me dijo que había que seguir, que informarìa a las patrullas sobre el caso, el muchacho ya habría ingresado al paraiso de Alá por haber muerto combatiendo a sus enemigos.
No pude evitar mi dseconsuelo; dejé caer mis làgrimas mientras gurdaba en mis bolsillos sus galones de soldado de la liberaciòn palestina.
En ese momento, juré escribir contra la guerra, que es la muerte, hasta el fin de mi vida.