EL MUNDO, UN DÍA

Blog del Periodista Manuel Jesús Orbegozo. Este blog se mantendrá en línea como tributo a quien con su pluma forjo generaciones de periodistas desde la aulas sanmarquinas. MJO siempre presente.

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Location: Lima, Lima, Peru

Primero, recorrió todo su país en plan informativo, y luego casi todo el mundo con el mismo afán. Por lo menos, muchos de los grandes sucesos mundiales de los últimos 30 años del siglo XX (guerras, epidemias, citas cumbres, desastres, olimpiadas deportivas, etc.) fueron cubiertos por este hombre de prensa emprendedor, humanista, bajo de cuerpo pero alto de espíritu, silencioso, de vuelo rasante, como un alcatraz antes que de alturas, como un águila, por considerar que la soberbia es negativa para el espíritu humano. Trabajó en La Crónica y Expreso, y más de 30 años en el diario El Comercio como Jefe de Redacción, luego fue Director del diario oficial El Peruano y como profesor de periodismo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos lo sigue siendo aún después de 30 años seguidos. Esta es un apretada síntesis de la vida de un periodista hizo historia en el Perú y en muchos de quienes lo conocieron. Puede además ver su galeria fotográfica en http://mjorbe.jalbum.net Nota: MJO partio el 12 de setiembre para hacer una entrevista, la más larga de todas. MJO no se ha ido, vive en cada uno de los corazones de quienes lo conocieron.

Thursday, March 31, 2005

Pol Pot y un cólico de culebras

AVENTURAS EN KHAO I DANG

Acabo de ver una operaciòn a la vesícula: solo tres agujeros en el vientre. Mi operaciòn fue un corte de 10 centimetros de largo y ocho días de convalescencia. Cuánto han cabiado los tiempos: hoy tres huquecitos en el vientre y un dia de convalescencia. Veamos este episodio de una operaciòn a la vesícula luego de un cólico ocasionado por comer culebras

Después que las enfermeras me asearon y me dieron el desayuno casi en la boca, me quedé solo en la aséptica sala del Hospital recordando hasta qué limites me había llevado mi peripecia tailandesa. Me sentía muy adolorido. El cólico biliar que me atacó el día anterior, fue feroz
Recordaba que después de asistir a las elecciones presidenciales en Filipinas en las que salió elegida Corazón Aquino, me interesé por conocer Malasia, Indonesia y sobre todo, Laos. Era el único país que me faltaba para conocer toda la dramática ex Indochina Francesa.
Años después, veía una película extraordinaria sobre el colonialismo francés y las luchas de liberación vietnamita en un cine limeño; escenarios que yo conocía. Me senté al lado de una hermosa muchacha que se mantuvo indiferente a cuantas referencias le hacía del mundo de Vietnam que yo conocía y algo de la guerra que lo abatió.
Al terminar la película, cada cual se fue por su camino, ella al sur y yo al norte, sin idea de volvernos a encontrar: ella estaba en la aurora de la vida y yo, en el crepúsculo; una digresión fatal.

Sabía que en la frontera tailandesa se habían refugiado miles de kampucheanos, pero además, que allí existía un foco de guerrilleros Kmer Rouge liderados por Pol Pot. Recordé al tristemente célebre Pol Pot cuando conversamos en Phom Penh, dos días antes de que los vietnamitas invadieran su país. Entonces, decidí ir a buscarlo.
En el ómnibus que me llevaba de Singapur a Kuala Lumpur, conocí a un joven estudiante de medicina que se iba de vacaciones a conocer Bangkok y Chang Mai, una ciudad arqueológica paradisíaca situada al norte del país.
Desde el primer momento, el estudiante se mostró muy cortés conmigo, era muy culto y además, hablaba fluidamente inglés y francés. Se entusiasmó sobremanera con la idea periodística de ir a buscar a los refugiados kam- pucheanos en la frontera, así que cuando llegamos a Kuala Lumpur ya se había decidido a ir conmigo en pos de Pol Pot.
El malasio Harwant Singh me sirvió de mucho porque además hablaba un poco de tailandés. Me servía de magnífico guía, aunque encontramos muchas trabas para otorgar autorizaciones; se precisaba de varios días para estudiar los casos. Tanto nos aburrimos que decidimos ir sin autorización.
Khao-I-Dang es una aldea que queda al noroeste de Tailandia y que ni siquiera figura en el mapa de este reino.
Allí se había establecido el más grande de los 14 campos de refugiados kampucheanos por cuenta de la ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados). En los momentos más patéticos de la invasión vietnamita, más de 200 mil cruzaron la frontera tailandesa. Muchos habían dejado ya ese shelter o refugio, pero aún quedaban 30 mil.
Aventura peligrosa
Para llegar a Khao-I-Dang realizamos un viaje muy largo y complicado..
En Singapur, al extremo del sudeste asiático, tomamos el primer tren de itinerario con destino a Kuala Lumpur. Fue un viaje de algunas horas, lugo llegamos a la capital de Malasia. Allí, tomamos un ómnibus que salió a las 9 de la noche rumbo a Tailandia.

A las 12 del siguiente día, llegamos a Hat Yai, luego de 25 horas de viaje A las 3, tomamos un nuevo ómnibus para ir a Bangkok, otro viaje incómodo, y 12 horas más de camino aunque sobre pistas magníficas, pero interminables.
De inmediato, nos pusimos a buscar la embajada de Kampuchea en Bangkok porque el interés principal era pasar la frontera y llegar hasta donde afilaban sus cuchillos los Kmer Rouge para rechazar a los vietnamitas; había muchas posibilidades.
Toda la mañana nos pasamos buscando la Embajada hasta que al final, los burócratas nos dieron el dato de que allí no había representación, sino en Aranyaprathet. A las 4 de la tarde tomamos otro ómnibus rumbo a Aranyaprathet ya muy cerca a la frontera de Kampuchea. De allí al campo de refugiados que buscábamos, había solo un paso.
Llegamos al lugar a las 9 de la noche. Estábamos felices, no porque por fin podríamos darnos un respiro, sino porque ya estábamos al borde de cumplir con nuestro objetivo: visitar el muy importante campo de refugiados de Khao-I-Dang.
Era necesario saber que en Tailandia vivía por lo menos un cuarto de millón de refugiados entre kampucheanos, vietnamitas y laosianos, distribuidos en numerosos campos de los cuales, tal vez el más importante era el de Khao-I-Dang. Era un triunfo haber llegado hasta allí.
Con Harvant tomamos una pieza en el único hotelito de la aldea y casi de inmediato salimos a buscar a alguno de los contactos que podría ayudarnos a visitar dicho campo, sin problemas.

Una vieja burócrata
La aldea, construida posiblemente a causa de la invasión de kampucheanos, a esa hora, estaba medio vacía. Sólo había movimiento frente al mercado donde la gente comía en la calle. Nos sentamos en una larga mesa y pedimos una sopa, pero, más que por hambre, como táctica para entrar en conversación con un grupo de extranjeros, supuestos trabajadores con refugiados. No nos equivocamos. Ellos trabajaban allí. Nos aconsejaron presentarnos al siguiente día al “Task Force 80” en las afueras de la aldea. Así lo hicimos. No bien amaneció, alquilamos un raro taxi o motocicleta de unos cuatro metros de largo y sólo para dos pasajeros.
El taxista era un experto en llevar pasajeros a esas oficinas. Pronto estábamos frente al “Task Force 80”, situado en una casa con vegetación tropical.
Primero, nos detuvo un guachimán que nos hizo sacar los zapatos antes de ingresar a las oficinas donde debíamos hablar con la jefa de la sección.
Así, descalzos, entramos a una oficina y luego, a otra. Allí, al fondo estaba una mujer rubia, de larga edad indeterminada, agestada, impertérrita.
Yo hablé. Le dije que éramos periodistas extranjeros que queríamos visitar un campo de refugiados...
La conversación con la vieja fue decepcionante. En pocos minutos, Ella fue subiendo el tono de su voz y creo que hasta de color. Además de burócrata, en esencia era prusiana, guardiana del infierno. Su negativa era rotunda. Regresen la próxima semana, nos dijo
El malayo y yo nos quedamos mirando amargos y desconsolados porque ninguno de los dos tenía tiempo suficiente para esperar. Nos dimos media vuelta sin hacerle al ogro, ninguna venia de agradecimiento. Afuera, nos pusimos los zapatos y nos resignamos a regresar a Bangkok.
El chofer nos dijo que más al Norte había otro shelter de muchísimo más fácil acceso. Vayan allá, nos sugirió.
Se me ocurrió preguntarle cuánto costaría un viaje al campo de Khao-I-Dang que era cosa de unos 20 kilómetros o más. Él contestó que era unos 50 baths. Le dijimos, te damos 100 si nos llevas, aunque no teníamos autorizaciòn. Le ofecimos más. El hombre dudó mucho, pero se le venía encima un huaico de dinero, así que aceptó. Iba a correr mucho riesgo, pero la recompensa era lujuriosa. En realidad, el riesgo lo íbamos a correr los tres.
Debíamos pasar cuatro puestos de control militar.
En dos de los controles pasamos más o menos bien. En el tercer control, hubo tensión. Sin embargo, la lógica de los soldados debió ser: si han pasado dos controles sin mayor dificultad, ¿por qué no van a pasar este control? Nos despidieron hasta con sonrisas.

Una meta increíble
Increíble, pero cierto, unos kilómetros más y ahí estaba Khao-I-Dang.
El soldado que se encontraba a la entrada nos pidió identificación y lógicamente, no pudimos enseñarle nada. Aquí sí no valió ningún argumento. El ingreso era absolutamente prohibido, salvo identificación del “Task Force”. El chofer y nosotros le rogamos al soldado como a un santo, pero no nos hizo caso porque no sabía nada de santos. ¿Cómo podía un budista saber de santos? Sin embargo, logramos convencerlo para que nos dejara ingresar a conversar con un grupo de kampucheanos que, a menos de 100 metros, nos miraba con curiosidad. Luego de dejar nuestros maletines y máquinas fotográficas a su cuidado, entramos al campo vedado, acompañados por otros soldados con boinas celestes.
La conversación con el grupo fue dramática por las dificultades de comunicación. El soldado que nos acompañaba sabía hablar kampucheano, pero poco inglés. El chofer hablaba inglés, pero no kampucheano. La traducción era una miseria, incomprensible.
Anoté un apellido: Sonh. El hombre procedía de Boen Raing. Hubo otro que contó haber caminado 37 días para llegar desde Kompon Chang hasta la frontera. No sabía si Pol Pot estaba cerca, o no, a ese refugio. El chofer nos tradujo algo sobre los sufrimientos, el drama del desarraigo. Nos dijo que muchos vivían allí desde hacía más de tres años y que no sabían cuando terminaría la guerra para regresar a su tierra, porque la tristeza los estaba matando, they say suffer very much they want go Kampuchea, traducía. Muchos estaban a punto de regresar a luchar contra los vietnamitas, nos dijeron.

Al notar que la comunicación no era fácil y no podíamos obtener estadísticas ni saber más detalles sobre la vida que llevaban los refugiados, el soldado nos dijo que deberíamos retirarnos. Le agradecimos mucho, nos tomamos una fotografía con él y le pedimos permiso para tomar fotos del refugio.
Empezamos a fotografiar a través de los cercos de alambre con púas que aislaban al shelter. Había unos muchachos distraídos pescando, (¿pescando qué?) en una charca. No había otras señales de vida, salvo el que aviones de guerra tailandeses hacían ejercicios de tiro en el cielo. Escuchamos el estruendo de varias docenas de bombas. Dos kilómetros más allá estaba Kampuchea.
Regresamos a Aranayprathet, después del medio día. Sentí mucho dejar Khao-I-Dang, y haber conversado con los kampucheanos e indagado por Pol Pot, sin resultados. Me habría agradado volver a conversar con él líder Khmer Rouge, cada día más condenado como uno de los más grandes genocidas del siglo.
Menú de culebras
Dimos unas vueltas por las calles de la aldea hasta que nos decidimos a almorzar. Allí, nomás, en el pobre y único mercadito local, cada uno escogió su menú. Pero, yo quise probar lo que había pedido mi amigo Harwant Singh. Él se antojó darse un banquete de “el”, o sea, culebras fritas.
Las escogimos vivas en la batea, cinco para él y tres para mí. No eran culebras muy grandes. El cocinero fue sacando una por una; clavaba la culebra en la mesa con un puñal en la cola y otro en la cabeza, luego con un cuchillo la cortaba diestramente a todo lo largo, la desprendía de la piel que quedaba clavada sobre la mesa, y luego de quitarle las entrañas, la partía en pedazos pequeños que iba echando en una olla llena de aceite hirviendo.
Nada más. Los pedazos de culebra se doraban a fuego violento y luego nos lo sirvió el cocinero en platos a los que roció con una especie de “siyao”. Al lado, un poco de arroz.
Para Harwant era un plato exquisito. Para mí, no. Desde el primer momento sentí asco. Claro que mi problema era más bien psicológico: comer culebras. Pero, el caso era probarlas de la misma manera cómo probé carne de perro en Nairobi, carne de camello en el desierto del Sahara o carne de mono en la selva de Contamaná, Perú.
Los primeros bocados me supieron a algo así como a marisco y debí haberme comido ya una culebra, cuando sentí asco y vómito. Ya no intenté terminar el plato. Pedí una bebida de soya que vendían heladísima envasada en cajitas de cartón; bebí tres cajitas porque el calor era insoportable. Pagamos y nos fuimos.
A las 3 de la tarde rondábamos por la agencia de viaje hasta que partimos rumbo a Bangkok.
Cuando todo iba sobre rieles empecé a sentir un dolor en el costado derecho del vientre. Primero, muy levemente, pero pronto, el dolor se enfureció tanto que empecé a transpirar, a quejarme y a no querer saber nada del viaje ni de la vida. Harwant, que era casi médico, palpó mi abdomen y sobre la marcha, diagnosticó: cólico biliar.
No sé cómo pude soportar tres horas largas de viaje y de dolor abdominal, el hecho es que al llegar a Bangkok, mi amigo malayo, me condujo de urgencia a un hospital cercano. Llegué que me moría de dolor. El médico de turno me atendió de inmediato, me pusieron inyecciones, agua destilada y me acostaron. Dormí bajo fuertes hipnóticos hasta el siguiente día.
Cuando me desperté, estaba hospitalizado, pero lo que era peor, había perdido de ir a conocer Chiang Mai y Laos. Estaba desconcertado.
Harwant fue a visitarme tres días después, luego de regresar de Chiang Mai, tampoco pudo ir a Laos.
En el quinto día de mi estada en el “Paolo Memorial Hospital” situado en Span Kwai Square, el director general, doctor Wajiravut Pranoj, fue a visitarme personalmente como si se tratara de saludar a un personaje. Conversamos un buen rato, pidió que nos tomaran una fotografía con mi cámara y luego ordenó que me hicieran un examen computarizado de mi vesícula. El ultrasonido reveló que tenía innumerable cantidad de piedrecillas desde tiempos inmemoriales.

Milagro de Wajiravut
Pero, la visita del doctor Wajiravut fue un milagro. Porque el Hospital al que había ido a parar, era el más moderno, el más caro de todo Bangkok y no lo sabía ni maliciaba siquierdonde las enfermeras me aseaban tarde y mañana, me talqueaban y rociaban con lociones orientales creo que más allá de su costumbre. Cuando esa misma mañana, antes del examen, pedí la cuenta, casi me repite el cólico: Cinco días: quinientos dólares. Si me quedaba ese día más, mi muerte económica habría llegado sin haber sido anunciada.
Pedí que me dieran de alta ahí mismo y con los medicamentos recetados por el doctor Wajiravut me fui a mi hotel de Rajdamri Street. Estuve dos días casi a pan y agua. Por las mañanas y las tardes salía a dar unas breves caminatas por la Rajprasong Square y luego, a la cama. Así, hasta que me sentí excelentemente bien. Entonces, regresé al Perú donde me operaron de la vesícula después de haber sufrido previamente, tres cólicos biliares más: el primero mientras volaba en un avión Madrid-Lima; otro, en Puerto Príncipe, Haití, que me obligó a solicitar la atención de un médico; y el tercero, en Nicaragua, en una casa particular donde me alojé, en plena revolución sandinista.
Era el cuarto cólico que me había atacado hasta entonces. No bien regresé a Lima, me operó el doctor Luis del Aguila, cuando era director del ex Hospital del Empleado, y amigo mío entrañable. Quedé muy bien: un corte de 10 centímetros y ocho días en el hospital; además, una eventración posterior e inoportuna con la que, de todos modos, pienso viajar al otro mundo.

Friday, March 25, 2005

EL ALCALDE CASTAÑEDA EN EL TINTERO

LA HIDALGUIA Y LAS CONTRADICCIONES

Luis Castañeda Lossio es el alcalde de la ciudad. Es un personaje muy importante y últimamente figuraba como nùmero uno en las encuestas para presidente de la República en los comicios de 2006. Castañeda ha negado tener la intenciòn de postular a la presidencia. Pero, Castañeda no es de confiar, no es muy estable. Este es un recuerdo que avala esa afirmaciòn.

La hidalguía es un término eminentemente castellano que, en su acepción figurada, se refiere a un individuo que goza de generosidad y nobleza de ánimo.
Luis Castañeda Lossio, hace algún tiempo, se refirió al presidente Alejandro Toledo como a un individuo al que le faltaba hidalguía, es decir, que no tenía grandeza ni nobleza de ánimo para reconocer los exabruptos a los que nos tiene acostumbrados.
Castañeda Lossio fue muy caballero al emplear un término artistocrático para pintar de una pincelada al presidente. El pueblo, como no sabe de pinceladas sino que pinta con brocha gorda, ya le habría dicho (¿o ya le dice?) que es un sinvergüenza, es decir, que no tiene vergüenza de lo que dice o hace, y que le importan un pepino los calificativos que le endilguen los hidalgos o los sanchopanzas.
El aspirante a ganarse un Récord Guiness de despropósitos sin rival alguno, dijo una vez que quien tiene la culpa de que el país esté caminando casi al garete, son los partidos de la oposicion y no él y la fanfarria gobiernista; es la oposición la que no los dejan trabajar, dijo el presidente.
Y todavía, con un aderezo más grave: nos lo dejan trabajar y por lo tanto, lo que la oposición pretende es desestabilizar la democracia, pobrecita la democracia, lo que quieren es tumbarla, patearla en el suelo y, finalmente, violarla y hacerle un hijo a quien después se negarán a reconocer.
El líder de Solidaridad Nacional le dijo claramente, según fue publicado en las páginas de Liberación (29.4.02) que "Desestabilizar la democracia es decirle una cosa al pueblo, generándoles espectativas y después incumpliéndolas, esa es la causa, esa es la razón de la desestabilización, de allí cargarles el muerto a la oposición me parece totalmente absurdo y lejano de la realidad".
Se refería al comportamiento del presidente Toledo lo que estaba conduciendo al país a una especie de anomia total. Parecía que todo aquí andaba por su cuenta. Las huelgas erupcionaban y saltaban en las tres regiones, como en los tiempos de Gonzáles Prada: donde ponías el dedo saltaba la pus. Una materia gris, inasible pero dolorosa y desesperante, que no es sino el descontento de una mayoría de peruanos que ven tiradas por los suelos sus esperanzas más caras puestas en un hombre que pareció ser una especie de redentor "cholo" (entre comillas para no ofender a tanto cholo auténtico e hidalgo, como Tello, Vallejo, Arguedas, Humareda y tantos más.).

Castañeda Lossio le señaló a Toledo un punto crítico en su agenda de despropósitos: lo de Arequipa, por ejemplo. Castañeda fue duro en sus calificaciones. Dijo más o menos que lo que debía hacer el presidente Toledo es enfrentar a los arequipeños y decirles sin ambages, como hombre, (según terminología de uno de los payasitos del regimen) "es cierto, discùlpenme, yo les mentí. Les mentí cuando les dije que no iba a privatizar los servicios públicos cuando, en realidad, yo los iba a privatizar porque asi lo tenía pensado".
Castañeda Lossio no fue el primero en reclamarle más hidalguía al lpresidente ni fue el último. Todos los dïas, los pobres muertos de hambre se lo reclaman en calles y plazas, y no es que quieran desestabilizar al país. No son los partidos de la oposiciòn ni es la prensa no adscrita al regimen los que quieren desastabilizarlo. Son los actos fallidos, las mentiras, las vanidades, el malgasto público, el nepotismo, el no dar en el blanco de la economía, las juergas, y ahora lo de las “firmas falsas” lo que ha desacreditado terminantemente al regimen.

Sin embargo, Castañeda acaba de dar marcha atrás en los conceptos señalados cuando recientemente puso a Toledo por las nubes al recibir el aval para terminar de construir el tranvía que unirá el sector de Villa el Salvador con el centro de la capital.

Una caricatura del conocidísimo Carlín aparecida en un diario local, satirizó de manera rotunda lo que Castañeda le “habría dicho” a Alejandro Toledo en dicha reuniòn. Marco Antonio Arrunátegui, en otra revista, lo recuerda: “Muchas gracias, señor Presidente, porque cuando usted fue elegido con un partido improvisado, sin programa y sin ideario, para que gobierne a tropezones y rodeado de pillos y oportunistas, me ha dado el mejor AVAL para que yo, que reúno los mismos requisitos, pueda ser elegido el año 2006. Juntos, si podemos”:
“Juntos, sí podemos” es el slogan del gobierno del presidente Toledo que ha inundado el país, dia y noche lo repiten todas las emisoras proclives al régimen.

Al presidente Toledo le queda poco tiempo para encerrarse en palacio y ponerse a estudiar las fórmulas, no mágicas ni químicas, sino realistas, y reavivar al país. De lo contrario, sus propias fallas, como si fueran pirañas se lo pueden devorar en menos de lo que canta un gallo, ahora más cuando lo de las “firmas falsas” se ha convertido en leña excelente para avivar el fuego de la vacancia.
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Wednesday, March 23, 2005

PERU: TURISMO PARA LA PAZ

HAY QUE FRENAR LOS ASALTOS A LOS TURISTAS

Nadie está libre, en ningùn lugar del mundo, de accidentes o hechos delictuosos que pueden poner en peligro las propiedades o hasta la vida de los turistas. Pero, es deber de los países receptores brindarles todo tipo de comodidades y cuidados a fin de salvaguardar tales propiedades y lo que es mas valioso aún, sus propias vidas. (Lima, 22 de marzo de 2005)

Mientras anoche, la primera dama, señora Eliane Karp de Toledo, posaba junto a su esposo para la televisiòn, durante la entrega del Premio de Turismo “Benjamín Roca Muellle”, la dama norteamericana, Mary Edwards, se debatía entre la vida y la muerte en una cama del hospital Casimiro Ulloa.
La dama acababa de llegar a Lima (sábado 18) atraída por la propaganda mundial hecha a favor de las riquezas monumentales incas y preincas de incalculable valor turístico que tiene nuestro país.
Venía acompañada de su esposo y seis turistas norteamericanos más. No bien fueron sellados sus pasaportes en el Aeropuerto, subieron a una camioneta coaster que los transportaría luego, a un hotel de Miraflores donde se iban a alojar. El chofer del vehìculo tomò el camino usual, el que bordea las playas de Costa Verde, Miraflores.
En esto, -eran las 7.30 de la noche- cuatro delincuentes enmascarados detuvieron al vehìculo y empezaron a saquear a los turistas para quitarles su dinero y otras pertenencias. Posiblemente hubo sorpresa desmedida e imposibilidad de frenar el asalto por parte de los turistas mientras los delincuentes tenían todo controlado bajo la amenaza de los cañones de sus pistolas. La señora Edwards no pudo controlar su estado de ánimo y comenzó a gritar; fue ahí cuando uno de los malhechores le disparó cobardemente hirièndola de gravedad en el estómago.
Terminado el asalto, los miserables huyeron y se perdieron en la noche, mientras el grupo, en medio de la desesperaciòn y la sangre, trasladaban de urgencia a la asistencia Pública a la señora Edwards donde fue atendida de inmediato.

Al siguiente día, todos los viajeros que vinieron con ella, se regresaron de inmediato a su país. No quisieron permanecer ni un minuto más en el Perú. Solo se quedó la señora herida y su esposo lleno de dolor y perplejidad.

Frente a este hecho sangriento me permito hacer las dos siguientes reflexiones: primero, la inseguridad de los turistas que llegan de visita al país; y segundo, el tratamiento mediático de sucesos como éste.
El presidente de la República, en la entrega del premio mencionado, se refiriò a la “atenciòn y seguridad que se les debe brindar a los turistas”, pero su referendcia fue solo tangencial, más se dedicò a resaltar los viajes de la señora Karp al extranjero a inaugurar exposiciones, pero no tuvo ni una sola menciòn a la señora Edwards que estos momentos se convierte en una especie de martir del turismo.

Porque ella no vino para que la asaltasen y la pusiesen al borde de la muerte. Ella vino, para conocer posiblemente Machupicchu o las Líneas de Nazca o el Señor de Sipán. Vino, acaso, motivada por la propaganda filmada recientemente en la que el presidente Toledo y la señora Karp son los protagonistas principales de las grandezas del Perú.
La señora Edwards y su esposo no vinieron para que cuatro delincuentes no solamente les roben su dinero sino a ella, una bala la pusiera al borde de la muerte. Cuando escribo esta nota se sabe que le han suturado las heridas en el hígado, pero todavía no le han podido extraer la bala que tiene alojada en el estómago.

En lo que corresponde al tratamiento mediático del hecho ni la prensa ni la radio ni la televisiòn, - salvo las contadas exceciones del caso-, se dio ninguna preferencia; se resaltó, al más alto volumen, el lío entre una modelito de prostituciòn y un argentino macreaux; los titulares de primera se referían al encuentro del encauzado Vladimiro Montesinos y su ex amante Jacqueline, pero no al asalto a los turistas en la Costa Verde.

Es hora de que las autoridades tomen actitudes drásticas frente a estas salvajadas. Es cierto que los delincuentes, los ladonres, los asaltantes proliferan en Lima y en todo el país como nunca antes sucediò. La pobreza y la ignorancia son caldo de cultivo excelente para que ocurran estos hechos.
Pero esto puede ser la explicaciòn, pero no la soluciòn. Es hora de que las autoridades busquen acabar con el problema, como decir, incremento de la policía nacional o de cuerpos especiales dedicados a salvaguadar la integridad de los turistas nacionales pero todavía más, extranjeros; atrapados estos delincuentes, caerles con todo el peso de la ley. Si no hay leyes especiales para estos casos, crearlas.
El Parlamento debe coadyuvar en esta tarea, lo mismo que los jueces.

Comencé este artículo con una paradoja: mientras la señora Karp asistía a una ceremonia donde su esposo la colocaba como la persona a quien se le debe el boom turistico del Perú, los médicos del Hospital Casimiro Ulloa, luchaban por devolverle la vida a Mary Edwards, convertida en un símbolo del peligro de ser turista en el Perú.

ULTIMA HORA: Hoy, (miércoles 23 de marzo) casi todos los diarios informan que el general PNP, Marco Miyashiro, había declarado que: aceptaba el descuido de la Policia de no ofrecer mayor seguridad a los turistas en el Aeropuerto, y anunciaba la creaciòn de un cuerpo policial dedicado exclusivamente a salvaguardar a los turistas.
Una excelente noticia que debe ser de inmediato difundida por todo el mundo para que los turistas potenciales no tengan ningún temor de visitar el Perú.
Asi mismo, casi todos los medios afirmaron que la salud de la señora Edwards está estable dentro de su gravedad. !Gran alegría, señora Karp!.

Saturday, March 19, 2005

EL JUAN RULFO QUE CONOCÍ

A 50 años de la publicaciòn de "Pedro Páramo"

Entrevisté a Rulfo en dos oportunidades, la última medio accidentada. Publico este texto en recuerdo a los 50 años que hace de la pulblicaciòn de "Pédro Páramo", la novela que según los expertos, es una delas mejores escritas en lengua catellana y de hecho, la mejor escrita en Latinomaerican:

En dos oportunidades entrevisté a Juan Rulfo. En las dos, hubo acercamiento amigable, pero ambas tuvieron incidentes. En la primera, Juan me hizo esperar demasiado; en la segunda, no solo me hizo esperar demasiado sino que no llegamos a conversar nada. La entrevista pactada temprano se rompió en pedazos antes de iniciarse.

Respecto a la segunda entrevista, escribí mostrándome admirador de su memoria más que de su brillante talento intelectual. Dije que era prodigiosa porque me hizo recordar a aquel indio navajo cuyas proezas mnemotécnicas fueron en un tiempo una especie de “best seller” en los Estados Unidos.
Se cuenta que una vez, una pareja de turistas entró a su cabaña y sin darle tiempo a pensarlo dos veces, le preguntó: “Abuelo, ¿Qué tomó Ud. de desayuno el 31 de diciembre de 1899?. El abuelo, sin inmutarse, les contestó: ”Un jarro de leche de cabra y dos panes con…”. Y no recordó más. La pareja se soltó la risa en su cara atravesada de navajazos y se fue.
Diez años después, la misma pareja regresó a visitar al anciano y no bien hombre y mujer aparecieron en la puerta de la cabaña, el navajo les dijo sin esperasr a que se lo preguntaran: “El 31 de diciembre de 1899 tomé leche de cabra y pan con mantequilla”.

Eso mismo me pasó con Juan Rulfo en la segunda vez que pretendí entrevistarlo. No bien me vió, cuando lo encontré en la calle en compañía del pintor Fernando de Zsyzslo, me saludó: “Hola, qué tal. Ah, sí, vamos a conversar pero ahora no traigo ninguna cajita de fósforos”.
Resulta que diez años atrás lo había entrevistado pasada la media noche en el Hotel Bolìvar y mi entrevista tuvo como leit motiv: una cajita de fósforos.
Mientras lo esperaba en el mismo hotel y a la misma hora, Rulfo no llegó ni a la misma hora ni al mismo hotel, él se había alojado en el Hotel Crillòn y no en el Bolívar como la primera vez.
Ahí fue que recordé la anoche de diciembre de 1966 cuando escribí: “Vine aquì a entrevistarlo porque aquì me dijo que nos encontraríamos. No en Comala sino en este hotel de lujo y a la medianche. El trato lo hicimos temprano en la Casa de la Cultura donde noté que se sentía atrapado por una sola pregunta de la curiosidad pública: ¿Es usted el escritor, aquel capaz de haber escrito “Pedró Páramo…etc.?.
La verdad era que no parecía que ese hombre metido en un terno oscuro demasiado flojo para sus carnes, fuera el autor de semejante portento. Pues, a él lo tenía esa anoche frente a mi tratando de escabullirse, mientras jugaba con una cajita de fósforos a la que manoseaba como una tempestad a una barca.
Yo le pregunté por qué no dejaba tranquila a la cajita de fósforos, qué viejas cosas le pisaban los talones, cuàl era sus trauma, por qué rompía sin piedad tantos palitos de fósforos. El bajó la cabeza y sonriendo me preguntò, si yo era psiquiatra o qué?.

Nuestra conversación fue muy larga. “Tenía 10 años, me contó él, y ya escribía novelitas a las que le amontonaba nombres como hojas. Nada bueno. Hasta un día en que todo fue a parar a a la basura. Pero, la inquietud literaria me seguía. Con Arreola y La Torre comenzamos a publicar una revistita a la que llamamos “Pan”. Cuando alguno de nosotros publicaba algo suyo tenia que pagar 50 pesos. Digamos, págabamos para leernos”.
“Luego, fui Agente de Inmigraciòn, -seguiò contando- mi trabajo consistía en viajar a la frontera llevando expatriados o algo así. No éramos policías aunque sí íbamos armados. Pero yo cambié la pistola reglamentaria por una retaquita de una pulgada de cañón. Entonces, quise escribir algunas de mis observaciones, pero Sergio Galindo me ganó. El trabajaba con lo mismo, me acuerdo cuando publicó “La Justicia en Enero”. Como la novela fue rebuena, pos yo rompí todo lo que había escrito hasta entonces”.
Rulfo seguía rompiendo palitos de fósforos mientras me contaba su vida: “Yo era vendedor, agente vendedor de la Goodrich. (Acaso, vendía llantas en Zenzontla, en Talpa. En todo México. En Apotlan, en San Diego. Por esos pagos fue que oiría hablar de los Torrico, de Odilón, de “La Perra”. Por esos mundos sería que supo de “La arremangada”, de Urbano Gómez). Eran los años del 50 y yo había batido récord como vendedor. En un año vendí algo asi como 5 millones de pesos. Era mi sétimo año cuando la literatura me ganó. Ahí fue que escribì “Llano en Llamas”.
- Y, cuando escribiò la segunda?

“El omnibus llega a Comala cuando la noche no es como la espuma. Veinte años han pasado desde que Pedro Páramo dejò atrás “esa llanura verde, algo amarilla por el maiz maduro que se va pasando el puerto de los Colimotes”.
- No había nadie.
- No hay nadie, le conversó el chofer.
- Nadie. ¿Qué pasó por aquí?
- Un correcaminos, señor. Asi los nombran a esos pájaros.
Pedro Páramo comienza a escribir su novela: “Vine a Comala porque me dijeron que acá…”

Mientras quebaba un palito más, Rulfo contó que una vez en Nueva York, él y Nthalie Sarraute sostuvieron sus puntos de vista literarios en una reuniòn. Tal vez habrían hablado asi:
-Beckett, el irlandés, escribe historias que no se sabe dónde comienzan ni dónde terminan. Historias sobre la vida o la muerte donde no están ni la vida ni la muerte.
-Pos, yo no soy irlandés, Nathalie. Yo no concibo el contenido de una obra que no tiene contenido. Creo que habrá alguien que escriba sobre la vaciedad, pero no una obra en el vacío.
-Narrar la vida de un personaje es una traiciòn a ese personaje. Yo no propugno los personajes sin nombre. “El, ella, ellos”, ya es un bastante.
-Pos tienes el derecho, Nathalie. Yo no. Yo me paso la vida buscando personajes. Te invito a conocer Jalisco.
Habrían habido aplausos, pero nunca se habría sabido si los aplausos fueron para la francesa o para el mexicano.

Aquella vez de la primera entrevista, escribì: “Los relojes deben marcar las 2 de la madrugada y Pedro Páramo sigue jugando con los fósforos, mirando desde abajo y a veces, contestanto, diciendo: “Yo no pienso en la muerte sino cuando quiero aprovechar la vida. Porque la vida es fábula y fábula es la novela. Debe ser fábula. Cuando deje de ser fábula dejará de ser novela. Los latinos tememos a la muerte, los europeos no. Especialmente la muerte colectiva. ¿Qué les importa a ellos?. Ellos han muerto por millones, sin embargo, se han vuelto a levantar como si nada. Eso sí. Parece que los que nacieron tras la guerra han llegado muy desorientados. Esta parece la razón por la que los “angry yougmen”caminen desbocados hacia un futuro que para ellos es negro. Esa versiòn es la que también ha hecho concebir “la literatura del desenfado”.
- ¿O de la sospecha, Juan Rulfo?
- Qué sé yo, pero vamos mal. El mundo anda torcido, la miseria, las guerras, la politizaciòn. Este es uno de los peores males. Yo estoy en contra de todo eso y especialmente cuando se trata de escritores. Los esritores no deben de afiliarse a nignún partidso, creo yo.
- ¿Y cuando hay que protestar?
- Que se proteste. Hay casos por los cuales se debe protestar con todas las fuerzas, como pasó con Vietnasm, pero eso escapa a la órbita de las política.
- ¿Y la palabra?
- Ha perdido su vigencia. Libertad, ahora no significa libertad; ¿en qué pais se le da su valor real?. Justicia, ¿quién puede hablar de justicia?. La justicia es hoy la más grande injusticia. En México, decimos que los blancos claman a Dios para pedir milagros; en cambio, los mestizos claman a Dios solo para pedir justicia, ¿Cómo, es aquí?
- ¿Cuál es la pregunta?, le inquirí yo.
- No, nada, -dijo el como para no ofenderme y más bien musitò entre dientes: “ ya es muy tarde”, y bostezó.
Rompiò los últimos palitos de fósforos, la cajita se quedò vacía y nos despedimos.

Cuántas vueltas le habria dado Pedro Páramo a la cajita de fosforos. La paró, la echò, la volviò, la tornò, la abrió y la cerró tantas veces, sacó palitos y los colocó sobre la mesa como flacos cadáveres. Quebró todos los que pudo: ¡trac, trac, trac!, por sus espinas dorsales.
Pensé que debería liberar a la cajita de fósforos.
Subimos, como al cielo, en el ascensor. Luego, entramos como a la muerte por un largo tunel alfombrado y sobrío y nos dijimos:”Adios, nos volveremos a a ver”.

Afuera parecia que ya iba a amanecer. “El día va dándose vueltas a pausas pero no se oyen los goznes de la tierra que giran enmohecidos, la vibraciòn de esta tierra vieja que vuelca su oscuridad.
“Verdad que la noche está llena de pecados”.

Epilogo:
Mayo de 1974. Igual que en 1966. Rulfo llegó a su hotel después de la medianoche. Lo esperé cuatro horas, pero no en el Bolivar donde me dijo que lo esperara sino en el Crillòn donde, realmente, se alojò. El escritor dijo, en el INC, que los esritores son unos mentirosos que todo lo que escriben son puras mentiras. Logicamente, lo que dijo podría ser verdad o no.
Rulfo llegó al hotel embriagado “de vine, de poesie ou de vertu”, como decía Baudelaire, y quiso jugar conmigo al gato y al ratón. Cuando ya se me estaba escapando lo sorprendí en el ascensor. Abriéndose paso con las manos me dijo que lo disculpara, que querìa dormir en paz.
Yo le digo que bueno, que duerma en paz, pero los delegados mexicanos de farra no sabían cómo consolarme, (El Embajador de su país lo haría al siguiente día). Creían que el autor de una de las más grandes novelas escritas en lengua castellana, me había ofendido. Ignoraban que eso era parte de los gajes del oficio de un reportero cualquiera como yo, en cualquier lugar del mundo, como el Perú.

Friday, March 18, 2005

WALL STREET Y LOS RIOS DE DOLARES

EL DINERO Y LA DESHUMANIZACION DE LA VIDA

Siempre sentí aversión natural al dinero, porque al final de cuentas, nunca resuelve nada o, en todo caso, solo resuelve los problemas que tienen soluciòn. Esta es una rápida reseña de mi única visita a Wall Street, el mar a donde van a desaguar todos los ríos de dinero del mundo.

Ese día, decidí hacer un recorrido minucioso por Wall Street, aquel famoso barrio de New York ligado a la imagen del dinero, sinónimo de riqueza, corrupción y opulencia.
Como cualquier mortal, tenía la idea de que iba a ser testigo de las transacciones financieras realizadas a los más altos niveles, que iba a ver las maniobras que hacen los ejecutivos o corredores de bolsa; pensaba que desde algún lugar podría observar cómo corren los ríos de dólares, de marcos alemanes, de yenes japoneses, de libras esterlinas, (no había euros todavía), etc. desde todos los mares del mundo.

Recuerdo que tomé el subway o metro en Times Square después de observar como cualquier provinciano en una urbe los grandes negocios de la pornografía, la explotación inicua de lo sexual; aunque igual que en otras plazas como las de Hong Kong, Copenhague, Bangkok o Manila.
El sexo ya dominaba con todo furor parcelas muy importantes de la vida de los norteamericanos, tal como lo había certificado el Reverendo Brooks R. Walker, cuando en su libro “La sociedad del Adulterio” se refiere, fuera de contexto, a quien “tenga sensibilidad afinada a las expresiones humanas de la catástrofe masiva que en la esfera de la moral parecen sufrir los norteamericanos actuales”.
Importante, porque ya no sólo se trataba de Norteamérica, según Brooks, sino de la moralidad mundial. “Nos parece difícil evitar la conclusión de que en Occidente estamos experimentando la quiebra del sistema moral que en una u otra versión ha guiado a una gran parte de la humanidad desde los tiempos de Moisés”, afirmaba, el pobre religioso, pobre pero augur: el sexo está derribando la moral del mundo, como la contaminación a la ecología.

ANECDOTA CON KINSEY

Mientras me acomodaba a las circunstancias de este viaje urbano y mientras llegaba a Wall Street, y ojeaba las tiendas del sexo, recordé muy nítidamente al doctor Alfred Kinsey, famoso sexólogo norteamericano que en la década del 50, asombró a los Estados Unidos y al mundo, cuando publicó sus estadísticas sobre la vida sexual de los norteamericanos. Kinsey, luego de certeros seguimientos científicos, de maniobras inauditas, derribó varios mitos pertenecientes al sexo, al mismo tiempo que puso al descubierto datos escandalosos sobre la conducta sexual de hombres y mujeres norteamericanos, su proclividad al desenfreno más que a la inhibición, estadísticas incestuosas, violaciones y algunos otros tipos de aberraciones o juegos eróticos como el de la furiosa “Cama redonda”.
Recordé que Kinsey llegó al Perú a conocer Machu Picchu, según informaciones torcidas. Los redactores de los periódicos importantes de entonces fuimos a recibirlo al Aeropuerto ubicado en lo que hoy es una moderna Urbanización habitacional.
Nadie lo pudo, solo yo, porque apelé a un treta que para mi sigue siendo una violaciòn ética: Me hice pasar por el Director de mi diario. Entonces, logré que me recibiera.
Conversamos y bebimos whiskey, lo que me emborrachó porque ya entonces era absolutamente abstemio. Claro que le arranqué la confesiòn de a qué venia al Perú a estudiar la vida sexual de los incas, pero a base de haberme hecho pasar por el Director de mi diario.
Claro que que el director y mis colegas festejaron la hazaña, pero a mi siempre me pisa los talones el que pensar que de todos modos no estuvo bien que me hiciera pasar por otra persona.

LOS GRINGOS BORRACHOS

Pero, bien, decía que para ir a Wall Street desdoblé mi mapa y vi que debía bajar en Sheridan Square; desde allí caminé hasta East Village llenos de “punks”, esa especie de jóvenes con el pelo cortado como salamandras.
Hacía años que había visto “punks” en los países europeos, de tal manera que sus extravagancias no mellaron mayormente mi atención. Más me sorprendí cuando vi a los borrachos de Bowery, porque la idea que uno tiene de un gringo (green go)borracho no es la misma que tiene de un cholo borracho, tomando en cuenta que “cholo” le llamamos, en mi país, al mestizo, hombre disminuído,: mitad indígena y mitad extranjero, generalamente, blanco
Esta presunciòn constituía un tremendo error. Los gringos borrachos no solamente hacen reír sino que lastiman el corazón.
Una vez, al amanecer, me encontré con un borracho inglés en Hyde Park. Rápidamente lo asocié con el Superintendente de la Northern Perú Mining Companypoderosa empresa que en el Perú, nos explotó durante varias décadas: Conocí a ese gringo en las minas serranas de Milluachaqui donde pasaba mis vacaciones escolares y me gozaba llevándoles la comida hasta las puertas de las minas, a mis primos mineros, todos muertos ya. Aquel era para todos nosotros, no sólo un Superintendente, sino un Superman.
Me pareció increíble ver a un inglés durmiendo sobre la banca de un parque público, tapado con periódicos, con los dedos de los pies que se le salían por los zapatos rotos, toda una miseria.

No diré el análisis, porque aparecería muy vanidoso, pero sí la reflexión que hice de esa situación imprevista fue que, mientras la imagen que uno se hace de un gringo es que éste ha nacido sólo para ser gerente y los gerentes se emborrachan sólo con whisky; la imagen que uno se hace de un indio o de un cholo es que éste ha nacido sólo para peón y que se emborracha sólo con chicha o cañazo. Pero, hay sectores sociales como el lumpen, por ejemplo, que tiene carácter universal; por lo tanto, los hombres del lumpen urbano norteamericano que vi esa mañana en Wall Street, no se diferenciaba en nada de nuestro lumpen urbano; son iguales, tienen sus mismas miserias y provocan los mismos ascos o lástimas.

Hice dos o tres conexiones de subway hasta que, finalmente, al medio día llegué a Wall Street. Desembarcamos gentes de toda laya, había comerciantes de medio pelo que portaban cartapacios o folders raídos, hombres negros bien o muy mal vestidos, mujeres gordas y mucho turista que iba a conocer el purgatorio de Wall Street y luego a santificarse al pie de la Estatua de la Libertad.
Salí del subway como de un socavón. Con lo primero que me topé fue con una iglesia negra, como sobreviviente de un incendio. Por lo general, las iglesias cuando son muy viejas se llenan de un moho verde parecido al del metal, pero esta iglesia estaba impregnada de humo, como carbonizada. Adentro había imágenes y pensé cuán disgustado debería andar Dios por presidir los importantes como sucios negocios de los magnates de las mayores potencias mundiales del dinero.

Wall Street me pareció ominosa, en especial, por la parte que le toca en esto de las deudas del pobre Tercer Mundo. Diferente al resto de Nueva York, aquí veía poca luz como si esto fuera un requisito para realizar algunas transacciones. Recordé que algunos negocios precisan realmente de un antro, de la penumbra, de lugares con poca luz.

Los edificios me parecieron tan altos y las calles tan estrechas que en un cierto momento vi que se intentaban dar de cabezazos. Las construcciones son supermodernas, edificios lineales, como los llamados “Tweens”, aunque todavía quedaban algunos edificios de bancos con recias columnas de estilo romano o griego.
Había dos o tres grupos de niños que al pie de un monumento parecido a George Washington, devoraban con mucha avidez lo que habían llevado en sus loncheras. Como se recordará, Washington, primer presidente de USA fue muy adinerado y se casó con Martha Dandrige, una bellísima mujer y además, muchísimo más rica que él.
Wall Street es un atractivo turístico y una curiosidad para los niños norteamericanos. Dije entre mí, de estos grupos que veo hoy día, ¿cuántos volverán a Wall Street convertidos en magnates?

A las 3 de la tarde
entré a un restaurante barato porque en un cartel callejero promocionaba un menú turístico. Pura engaño. Pagué tres veces más de lo que se anunciaba en el cartel, aunque la culpa fue mía porque yo pedí lo que veía que otros pedían. Cuando me trajeron la factura me di cuenta que no siempre vale aquello de «a donde fueres haz lo que vieres».

EL OTRO LADO DE LA MEDALLA

Me quiero referir aquí al otro mundo de Wall Street, al mundo modesto, real, humilde, al que palpitaba al ras del suelo. Me refeiero a los a los vendedores de comida al paso, de tacos mexicanos; a los negritos trafacientos que sobre un cajón movible tiran tres cartas y te dicen, vea usted ésta es la que gana, éstas otras dos pierden, ¿dónde está la que gana?, 10 dólares, levante, gáneme los 10 dólares, ¿dónde está la que gana?; es decir, la misma promesa que hacen los prestidigitadores de baja estofa en el Parque Universitario u otro parque limeño o de Hong Kong.
Mientras los dólares corrían como ríos subterráneos al interior de Wall Street, afuera, al ras del suelo, los dólares circulaban pero de uno en uno, de mano en mano, sin necesidad de contratos ni de letras.
Los ambulantes vendían desde donuts hasta camisas made in Taiwán, chucherías, artesanías de la Estatua de la Libertad, globos de jebe que parecían hot dogs y máquinas de afeitar desechables, cocacolas de todo tipo, apple-pies, helados y pop corn, todo cuánto se presta para ganarse escasamente la vida, y sólo a diferencia de Lima, con suma tranquilidad porque no tienen quién intente desalojarlos en resguardo del ornato de la ciudad.
En el centro financiero del mundo, donde los dólares, los francos franceses, los marcos alemanes, las liras, los yenes, etc. corren tan crecidos como el Amazonas, la vida, para las grandes mayorías, rueda sencilla como un arroyuelo y dura como en cualquier lugar pobre del mundo.
Realmente, nada corrompe tanto como el dinero, nada enajena tanto como el dinero, ningún poder es peor que el del dinero y, sin embargo, nada es más apetecible que el dinero. Por eso, en medio de semejante paradoja, nada más hermoso que ver cómo en esa metrópoli del dinero, había aún quien se dedicara a vender flores.

Esa tarde de mi visita, una vitrina llena de muñecas de plástico y un vendedor de tulipanes gigantes fueron, acaso, el único toque de belleza que humanizaba el mercado del dinero, el otro mundo del Wall Street, desde cuya iglesia negra, Dios debe mirar el mundo con indiscutible antipatía.

Wednesday, March 16, 2005

LA LEPRA YA NO ES UN CASTIGO

Historias del mal biblico y de un leprólogo famoso

De cuando la leptra era más temida que la muerte. De cuando la discriminaciòn a los leprosos era inhumana. Yo recuerdo mi contacto con los leprosos y con un médico que dedicó su vida a curarlos. Esta es la breve historia de Oscar Sigal, un médico heróico ya fallecido, de mis cercanias a la lepra y a los enfermos.


Cuando visité Nepal y veía a los numerosos leprosos tendidos a lo largo de las calles centrales de Kathmandú tratando de que advirtiéramos sus mutilaciones para conmovernos y ganarse una moneda tirada con buena puntería a sus tarros de lata, recordé de inmediato lo que me pasó en Lima: acompañar a dos leprosos y luego, entrevistar a un leprólogo, en verdad, experiencias periodísticas inolvidables.
Primero, los sustos que pasé y, luego, el haber conocido al doctor Oscar Sigal, un especilista en el mal de Hansen; pero además, una especie de sabio. El caso sucedió así:

EL HOMBRE
A las 6 de la tarde de un día cualquiera, toqué la puerta de su casa en Navidades 189, Chosica. Un minuto después, tras el ladrido de un joven dálmata de aquellos de las películas de Walt Disney, apareció el doctor Sigal. Se sorprendió de mi visita, porque era inesperada. Me invitó a pasar. Atravesamos un jardín de rojas rosas que a esa hora crepuscular intensificaban su color y ya en la salita, me dijo, siéntese, mientras pidió permiso para cambiarse de pantalón. Había estado con el vestido blanco de faena. Asomó luego con un pantalón de color negro sujeto tímidamente atrás con un imperdible.
Empezaba a conocer a otro hombre, humilde, y por lo tanto, muy cerca a la sabiduría. Por fin, conocía a Sigal a quien, por otro lado, quise hacerle una consulta unos diez años atrás.
Porque resulta que en esas décadas, se encontraba en Lima, un abogado francés que recorría el mundo haciendo campaña contra el miedo bíblico que todavía la humanidad siente por la lepra. En las fotos periodísticas, el francés aparecía abrazando a los leprosos, conversando con ellos, dándoles las manos, y hasta besándolos. Yo me pregunté: ¿y yo, por qué no puedo hacer lo mismo?
Entonces me dirigí al Ministerio de Salud donde esa mañana, el francés Vicent Follereau, sostendría una reunión con el ministro F. Garrido Lecca. Ahí estaba el francés y los leprosos y mientras se pronunciaban los discursos de rigor, me acerqué a dos de ellos y les propuse casi al oído: ¿Quieren salir conmigo a pasear por la ciudad?
Los hombres se quedaron atónitos ante ofrecimiento tan imprevisto como insólito. Me miraron muy sorprendidos y sonrieron. Mi propuesta fue aprobada con creces, porque hacía muchísimos años que no habían salido de su encierro del Leprosorio de Guía, y no conocían Lima.
Había que salir sin que nadie se diera cuenta, proceder como si se tratara de “El Gran Escape”. Efectivamente, tomamos la escalera en vez del ascensor y en pocos minutos estuvimos en la calle. Los hice subir a mi automóvil, uno se sentó a mi lado y el otro, atrás. Me di cuenta de que a ambos les faltaban algunos dedos y, según ellos, la lepra había sido frenada. Muy contentos, enrumbamos al centro de la ciudad. Ellos, que eran de la selva, nunca habían visto Lima y todo los deslumbraba. Cuadré el automóvil en los alrededores de la Plaza de San Martín y empezamos a caminar a pie. Sintieron sed. Nos sentamos en el Bar Zela y quisieron beber un vaso de cerveza, pero yo andaba sin dinero y sólo tenía para pagar coca-colas. En la foto de ese encuentro aparecida en la revista “Caretas”, se les ve a los leprosos en mi compañía.
Del Bar Zela, llamé a la redacción de “Caretas” para que enviaran un fotógrafo, que no demoró para registrar el acontecimiento. Luego, nos fuimos a pasear por el Jirón de La Unión, que ellos no habían visitado nunca. Los hombres estaban muy contentos. De pronto encontramos a un grupo de periodistas que charlaban frente al local del diario “La Prensa”. El periodista Pedro Felipe Cortázar se acercó a saludarnos, a mi ya mis acompañantes y, a pesar de que la culpa no fue mía, cuando se enteró de que estos eran leprosos, no me dirigió la palabra por más de un año. Pedro Felipe, de puro cortés, pero ignorante del caso, se adelantó y les dio la mano a los leprosos sin que yo pudiera evitarlo.
Escribí la crónica de esa breve aventura en la revista citada que, con dos fotografías, una a toda página, fue publicada ampliamente. Allí, relataba mi encuentro con los leprosos y el drama que se suscitó cuando uno de ellos llegó a visitar a su familia. Recuerdo que su esposa abrió la puerta de su casa después de preguntar “¿quién es?”, pero luego de darse de sopetón con la cara de su esposo, cerró violentamente la puerta, como si en vez de ver a un leproso hubiera visto al demonio. Nos miramos entre nosotros. El dobló la cabeza, lloró y se quejó amargamente. "¿Ya ve, usted? –dijo el hombre–, nosotros estamos muertos en vida".
Muy tarde ya, nos despedimos luego de haber vivido una de mis más patéticas experiencias periodísticas y de haberle regalado un rato de placer a los leprosos.
Pero mi caso no quedó ahí. Como se sabe, el virus de la lepra se puede incubar en un mes, en un año o en diez años. Yo me quedé con esa idea y no obstante de que mi mujer desinfectó rigurosamente mi automóvil, siempre vivía pensando en la lepra.

PARA MORIRSE DE RISA
Un día me levanté muy temprano y cuando me iba a lavar la cara vi una gran mancha roja que comenzaba en mi codo y terminaba en mi muñeca. Me quedé espantado. Me puse mi camisa aceleradamente en silencio, y en vez de salir como todos los días a buscar noticias, con el corazón en la boca me dirigí rumbo al famoso Leprosorio de Guía. Yo me preguntaba a mi mismo: “¿Debo ir a un leprólogo o debo quedarme en silencio?. Pensé en mi gran amigo, el doctor Hugo Pesce o, por supuesto, en Sigal, director de ese Leprosorio. Me dio mucho miedo tocar su puerta.
Al siguiente día, debería ir a buscar a Sigal, pero mientras lo esperaba me fui poblando de ideas tétricas, me veía ahí, adentro, encerrado de por vida. Transpiraba pensando en mi futuro, calculaba mi vida dentro del Hospital, me parecía oler el formol detestable, ver las gasas, las pinzas; era para salir corriendo.
Le dije a mi mujer: mira esta mancha que me ha aparecido en el brazo. Ella ya la había visto y lo primero que pensó fue que era lepra, aunque no me dijo nada para no alarmarme. Acordamos en que debía ir a consultarle a un médico de la Asistencia Pública y después a Sigal.
El final fue feliz. Mi gran susto pasó a la historia en un minuto: porque mi diagnostico fue que se me habían roto pequeños vasos arteriales y la sangre se había derramado a lo largo del brazo.
De todos modos, me pasé el gran susto de mi vida por intentar “hacer noticia” aunque fuera buscando el protagonismo. Lo importante, como tituló CARETAS a mi artículo, era que alguna vez, un periodista caminara “De la Mano con La Lepra”.
Por eso, lo primero que le pregunté a Sigal fue cómo cómo había podido vivir tantos años entre los leprosos sin contagiarse ni temerles.

ILUSTRE HISTORIA
Sigal hablaba con dejo alemán, aunque había nacido en Chiclayo. Cuando tuvo 8 años, su padre, que era ingeniero, lo llevó a Alemania donde pasó los mejores días de su vida como son los de la niñez y la juventud. Estudió en Viena hasta graduarse como médico-cirujano. Pensó en venir al Perú, pero tuvo dificultades para viajar. Anduvo por Barcelona donde permaneció 14 años. Allí aprendió hasta el catalán y de paso conoció a una cubana de grandes ojos vivos que después sería su esposa. Sigal vino al Perú mucho después de la Guerra Civil Española.
Yo inventariaba todo lo que tenía en su salita de recibo tan pequeña como para que vivieran solamente él y su esposa, mientras él relataba a paso ligero, sin detenerse en detalles anecdóticos por más que yo le mostraba mi interés.
Inventarié en la sala: una silla de brazos, una silla común y corriente como un ciudadano; un sofá que hacía esquina, y cuadritos colgando en la pared, crepusculares, delirantes, abstractos, como dijo él; uno, donde se podría señalar la eternidad, el tiempo y la muerte.
Le pregunté cuál es el arte en ese cuadro y el señaló una especie de arpa diluida en sepia, la muerte es la calavera, el tiempo y la eternidad son el color azul. El doctor Sigal, me miró por debajo de sus gruesos lentes cuando le pregunté si creía que hay eternidad; sonrió acaso, porque la pregunta era medio ingenua. El contestó así: “En estos días he leído que los astrónomos acaban de descubrir rayos de astros muy lejanos que partieron hacia nosotros hace más de dos millones de años luz. Yo no sé, no tengo la menor idea de lo que esto significa, no me hago la menor idea de la distancia a la que esos astros se encuentran, sabiendo como todos lo saben que la luz recorre apenas 300 mil kilómetros por segundo. ¿No será eso la eternidad?”, se preguntó Sigal.
El se habría vuelto rico si hubiera abierto un consultorio en Lima y puesto su placa y dicho que estudió en Viena, que sus maestros fueron los profesores Finger y Openheimer, entre otros (ambos de fama mundial) y más que todo, si hubiera ambicionado más el dinero que el hacer bien a sus semejantes. Pero él prefirió irse a refundir en Andahuaylas, Apurímac, donde recién se había descubierto un foco de lepra. Allí estuvo un tiempo hasta que en los años 45, lo enviaron a San Pablo. Hasta entonces, ningún médico había querido ir a refundirse en la selva. Por lo tanto, se convirtió en el primero y único médico residente en ese lugar y por esos tiempos.
Dijo que la lepra es un mal ya vencido por la ciencia. “Le puedo decir que la lepra se cura en un cien por ciento. Ahora, ya no hay que temerle, pues, ha sido dominada. Lo único que debe considerarse es que no se cura en un día o dos, el tratamiento dura años, puede ser dos como puede ser diez. Depende cómo responda cada organismo”.
Entonces, el temor es producto de la ignorancia. “Somos un país subdesarrollado en todas las esferas, como en lo cultural. La gente ignora muchas cosas elementales. Hay enfermos a quienes tenemos que darles sus pastillas en la boca, porque de lo contrario, botan las pastillas, las esconden, malogrando así el proceso de curación. El horror bíblico que se sentía por la lepra ya ha quedado para la leyenda”.
Me explicó que el cáncer, la arteriosclerosis y otras enfermedades podrían ser peores que la lepra, pero para un hombre de sensibilidad social, como el doctor Sigal, sólo había algo peor que el Mal de Hansen: la pobreza.
No le pareció bien que la máxima preocupación de las grandes Potencias fuera seguir preparándose para la guerra. Me dijo, “¿quiere ver un detalle, quiere ver por qué pienso que lo peor que puede ocurrir ahora es la preparación de los países para destruir al hombre?”.
Fue a traer una revista. Mientras yo seguía inventariando sus cosas, qué poco había en las paredes, a mi alrededor. ¿Cuál es lo más valioso, me preguntaba yo, aparte de los modestos cuadritos y sin pretensiones artísticas que pinta en sus ratos de ocio? A mí me parecía que el televisor es mi única distracción –dijo la señora Rosa María Villamil que lo acompañaba aún– porque yo nunca voy al cine, desde hace muchos años.
En la revista científica donde escriben los hombres más entendidos de cualquier país del mundo aparecía un comentario acre, una noticia de las tantas que trascienden, pero a las que a veces no se les da publicidad. “Vea usted –me tradujo– aquí dice que unos biólogos de Estados Unidos están probando un gas letal en un valle de Utha, cuando de pronto, cometieron un error; se les escapó el gas e intoxicaron a personas y aniquilaron a las ovejas de toda la zona. El Estado ha tenido que indemnizarlos a todos por los daños. ¿Cómo puede ser –se preguntó– que los científicos estén haciendo estos experimentos de muerte, en vez de hacer experimentos de vida?”.
Yo le pedí algunas fotografías de sus actividades. Su señora sacó algunas y todo fueron recuerdos de la colonia de San Pablo, de los días y las noches que pasaron allí, de los viajes en canoa, de los enfermos leprosos. A él se le veía muy joven, muy fuerte y además, soñaba con que alguna vez se jubilaría en mejores condiciones, y no como será mañana.
La noche había caído ya y había que despedirse. Jorge Sigal y su señoras no sabían cómo agradecer esta visita que para mí habría sido rutinaria si la calidad humana de mis interlocutores no hubiera estado a la altura de otros personajes (Trimborn, Hemingway, Ungaretti, después, La Madre Teresa o Maria Reiche) a quienes siempre considero –por lo simplemente modestos– cercanos a la sabiduría.
–¿Algo de qué quejarse, doctor Sigal?
–De nada. Me he acostumbrado a no tener muchas necesidades.
Sigal apareció con una botella de licor. Sirvió. Yo no bebo, doctor Sigal –le dije–, pero voy a tomar esta copa de coñac “Domec” (del legítimo) porque como dice Baudelaire siempre hay que beber hasta emborracharse: “Enivrez-vous de amour, de poesíe o de vertú, mais, toujours, enivrez vous de lo que sea, pero siempre ¡“Emborráchate”!.

Traté de hacerlo, entonces, pero sólo por haber conocido a un hombre de la talla de Jorge Sigal, de un sabio o un santo.

Saturday, March 12, 2005

KASPAROV: ¡ADIOS AL AJEDREZ!

Asi lo vi jugar frente a Karpov, en Sevilla

Uno de los maestros de ajedrez que más tiempo está usufructuando su calidad de Campeón Mundial es Garry Kasparov, a su vez, llamado “Hijo de la Perestroika” por su apegó a esa jugada política de Mihail Gorvachov que, al final de cuentas, no sirviò de nada para salvar a la ex URSS. Kasparov luego de esta ultima como reciente contienda que lo ha colocado como reincidente campeòn mundial, acaba de declarar que se retirará del ajedrez. Una lastima.
He aquì, mi breve relato de una de sus partidas frente a Anotoli Karp, su enconoso rival, en la que quedaron tablas.


El campeonato mundial se jugó en Sevilla. Recuerdo que todos los que asistimos a verlos jugar - rusos geniales que se mascaban pero no se pasaban-,los miramos con el aliento sostenido, como si estuviéramos en misa.
Garry Kasparov jugó P4AD. Karpov le respondió P4R.
La lucha entre los dos más grandes jugadores de ajedrez del mundo había comenzado.

Kasparov llegó temprano al teatro Lope de Vega de dicha ciudad donde se realizaba ese nuevo campeonato, a diferencia de Karpow que llegó con las justas.
Garry Kasparov y Anatoli Karpov eran lo suficientemente jóvenes como para creer que tenían las caras serias. Ambos llegaron sonrientes, ágiles como potros entrando a una pradera, optimistas y briosos.
Cuatro horas y media después de haber empezado la sexta partida del campeonato Kasparov arrugó el entrecejo y pidió tablas.

No se sabe si el campeón del mundo es supersticioso. El hecho es que no le pudo ganar a su contrincante porque hubo un detalle muy sutil que lo preocupó. Cuando ambos se dieron la mano, antes de empezar la partida, Kasparov hizo caer a su rey con la manga de su saco; Un real jaque-mate prematuro.
A pesar de que, por ejemplo, el maestro Andersen, que comentaba la partida en el hall del teatro, decía que Karpov estaba comprometido y pataleando como un gato de espaldas.
Kasparov le había planteando a su rival un juego posesional un tanto clásico que Karpow supo eludir con destreza. Se aferró a defenderse ante las movidas un tanto agresivas de Kasparov.
Este jugaba herido por la última derrota. Cuando se ponía de pie para dejar solo a Karpov, echaba una mirada al tablero como un general mira un campo de batalla. Dos o tres veces se puso la mano a la cintura como desafiando.
Karpov dio muestra de major sangre fría porque se entretenía, de vez en cuando, en mirar a los aficionados que llenaban la platea del teatro.
Parecía que Karpov estaba decidido a hacerle la vida imposible a Kasparov respondiéndole con frialdad y como a un real enemigo, eludiéndole todo tipo de complicaciones teóricas.
Los entendidos comentaban en los pasillos del teatro que Kasparov le jugaba a Karpov en su mismo estilo, lo cual quería decir que aquel jugó como contra si mismo.
Como es natural, los eximios jugadores parecían pensar mucho mucho antes de mover sus piezas aunque hay momentos en que ¡pam, pam!, se comen sus piezas aclarando el campo de batalla, pero dejando nuevos problemas estratégicos.
Es curioso ver cómo se comportaban los jugaddores entre si. A Kasparov se le pilló más de una vez observando a su rival a través de sus dedos, luego de colocar las manos en la cara.
De vez en cuando, Kasparov miraba a la platea para ubicar a su madre, la señora Clara Kasparova, que lo acompaña casi siempre en las competencias. Por su parte, Karpov observaba a una joven de lentes muy finos que llegó con él al campo de batalla.

Karpov estaba sentado en una silla tapizada de rojo y alto respaldar; en cambio, la silla de Kasparov era de color crema y no tenía respaldar; no precisaba reclinar la cabeza como lo hacía Karpov. Como su silla era giratoria, este jugaba a darse vueltas para mirar fijamente o perder la mirada en lo platea del teatro.
Primero, los jugadores se sentaron y empezaron lo que los ignorantes creemos que no se pueden mover de sus asientos. No es así. Se pueden poner de pie y alejarse del tablero a la hora que quieran. Lo hacen especialmente después de mover sus piezas y marcar su tiempo en el reloj.
El primero en moverse fue Karpov. A los 12 minutos no aguantó, se puso en pie y se saliò. Pero, ingresó no bien Kasparov iniciò un nuevo movimiento. A veces, pensaban mucho Kasparov estuvo 30 minutos detrás de una movida de caballo.

Apenas, en los tableros electrónicos y con las explicaciones del maestro Andersen, se ve que las piezas cobran vida y se nota el asedio de los caballos, la escondida y lenta pero eficaz amenaza de los alfiles. Se notaba con qué majestad daban sus pasos los reyes; cómo, la dama, mujer al fin, preparaba las celadas para defender a su mardio, mientras los peones, que podria decirse, son la gente del pueblo, hostigan implacablemente. Nunca se ha visto mejor el triunfo democrático que cuando un peón se convierte en rey o da jaque-mate al soberano.
La partida se jugó en una tarde lluviosa, a las orillas de legendario rio Guadalquivir, pero, en términos generales, defraudò a los admiradores de Kasparov.
Ambos, soviéticos, pero uno de ellos (Karpov) nacionalizado suizo, ocupaban el centro del escenario teatral de Lope de Vega y del mundo, bajo la advocaciòn de la bandera de su país de nacimiento.
Afuera, confundidas las astas, con los altos álamos y palmeras del parque, flameaban las cuatro banderas respectivas a los países y entidades en juego.
La sonrisa incial de Kasparov se tornó en un sombrío ademán cuando se despidiò de su contrincante. A éste se le vio más satisfecho porque de todos modos, mantenía su condiciòn de ganador con 3.5 puntos sobre 2.5 de Karpov.
La partida fue suspendida cuando Kasparov jugó A4CD. Entonces, ambos jugadores propusieron tablas.
Eran las 9.30 de la noche cuando una fuerte llovizna humedecía la cálida noche sevillana.

Wednesday, March 09, 2005

Rito salvaje en las “favelas” de Río de Janiero

LA MACUMBA ENDIABLADA

Todavía en Río como en Haiti, los ritos africanos subsisten. El "vudu", la "macumba", etc., ponen su cuota de misterio en las grandes ciudades a la espalda de la cultura occidental y cristiana. Aquí, una de esas estampas pavorosas


En Río de Janeiro, presencié una impresionante reunión a la que fuimos invitados por María Rita Socopira, una mujer del pueblo, alegre como una pandereta, muy hábil y muy consentida por intelectuales cariocas de la talla de Guillermo de Figueiredo, Vinicius de Morais, Pedro Bloch, Oscar Niemeier, entre otros. Ellos fueron quienes me la presentaron y ella la que me invitó a presenciar el rito salvaje de “La macumba”.
Así que de pronto, después de la media noche, cuando había comenzado ya la segunda parte de ese baile feroz, María Rita Socopira me llamó al centro del “terreiro”. Siete mujeres danzaban a su alrededor. Adilso golpeaba el “tabaqué” a ritmo epiléptico. Otros negros hacían coro. Sudaban. El sudor les caía a borbotones abriendo surcos en el rostro, los brazos y las piernas.
Yo me quité los zapatos, como era de ritual, y así descalzo avancé resueltamente al centro de la pista. Las tamboras estaban detenidas y salvo algún movimiento clandestino, todo era silencio. Cerca ya de María Rita, su cara me sobrecogió. Tenía los ojos enrojecidos, su boca babeante, su rostro sudoroso, su cabeza cubierta con una capucha roja con cuernos que la hacían aparecer como la mujer del diablo.
“Avó Conga” estaba cerca de mí, observando mi miedo, embriagada en su sueño africano de bestias feroces y calor sensual. María Rita me desconoció. Digo, me desconocería, porque me tomó de las solapas y me sacudió. Pronunció raras palabras y me golpeó. Cuatro golpes dados con el brazo, de izquierda a derecha dos golpes, y, de derecha a izquierda, otros dos. Se acercó más hasta casi pegarme la cara y se rió a carcajadas, risa con ritmo, risa loca, infernal. Recuerdo su boca obscura y su blanca dentadura incompleta. Su aliento pésimo a “cachaza” y a sudor agrio.
Entonces me pareció mentira que esa María Rita Socopira fuera la misma a quien los realizadores argentinos Zavalía, Aciarelli, y yo, invitáramos la noche anterior, a espectar “En procura de una rosa”.
Me parecía mentira que la María Rita, que en ese momento nos llenaba de golpes e improperios, fuera la misma que la noche anterior asistiera al teatro con nosotros, vestida de rojo, con turbante blanco y zapatos de tacón alto. No era la misma, ahora, la misma que conversaba tan suavemente opinando a su manera y con juicio sobre algunos detalles de “La Zorra y las Uvas” de Guillermo de Figueiredo, que se reestrenaba entonces.
Ahora estaba salvaje, irracional.
María Rita oficiaba de figura principal de la “macumba” que esa noche se realizaba en su propio “terreiro” situado en la favela de “El Esqueleto”, arriba, en un “morro” desde donde se veía palpitar a la “Ciudad Maravillosa”.

SON DE NEGROS

La “macumba” es el rito de los negros. Mientras, La Habana duerme, mientras Río de Janeiro duerme, mientras duerme Litle Rock, en algunos rincones del mundo, la “macumba” oficia sus extraños ritos. Ahogada entre cuatro paredes, entre vahos de alcohol y alegría sensual, entre contorsiones de cinturas y culebrillas sueltas en la espina dorsal, la “macumba” se desarrollaba legalmente en Río. Nadie la detenía.
Si alguien hubiera observado, como a través del ojo de una cerradura, habría visto en el “terreiro” – local donde se realiza la “macumba”– que al frente de la sala había un altar lleno de santos, vasos de agua, velas, yerbas, medallas milagrosas y humo de tabaco.
A la izquierda, una negra sentada fumando a grandes bocanadas. Era “Avó Bahiana”. A la derecha, sentadas también, “Avó Conga” y “Avó Catarina”.
La primera parte de la “macumba” se llama “Misa blanca”, y está hecha para saludar a los santos en cartón y en yeso, presididos por el Sagrado Corazón de Jesús. Hay danza en esa misa, coros, preguntas y respuestas, aplausos y una rueda de licor para entrar en calor o ánimo. Las mujeres sonríen, descalzas y vestidas con vueludos trajes blancos llenos de encajes y gargantillas en los delgados cuellos.
Después de la media noche comienza la segunda parte de la “macumba” a la que denominan “Misa Roja” tal vez porque “Avó Bahiana” cambia su traje blanco por otro de color rojo-diablo con capucha y cuernos, disfraz que automáticamente la convierte en mujer de “Lucifer”.

Siempre observando el “terreiro” como a través del ojo de una cerradura, cualquiera hubiera visto a Adilso, a Amairo y a José tocando el “tabaqué”, las maracas, el bongó. Tocando a ritmo sosegado, sensual, lento a veces, pero a veces brillante como despertando de una pesadilla. Ritmo enloquecedor, a veces, ritmo al que las mujeres le dan todo el esguince de sus cinturas y el fervor de su sangre caliente. Ritmo de tamboras al que los deseos profundos de la gente de color, siguen como perros.
“Telecoteco” y palmas. Las mujeres cantan y danzan en círculo. Echando los senos adelante y las caderas atrás. Contorsionando los hombros, dislocando la cabeza. Así, bella y provocativa danza que va creciendo como la leche hirviente en una cacerola. Así, así, hasta que súbitamente ¡cae una! ¡Va a caer! ¡Quiere caer, pero no cae! Se retuerce. Grita incoherencias, grita a sorbos, a gritos pequeños, convulsivos. Les blanquea las córneas y babea.
Está “manifestada”, dicen ellos. Son los “caboclos” o espíritus evocados por “Avó Bahiana” los que han comenzado a descender para “poseer” a las personas. Son los “exú” a veces buenos hasta ser abuelos, a veces malos hasta ser asesinos. Son los “exú” que pueden ser “caveras”, “Sete encrucilhadas”, “sete flechas”, “pombagiras”, “ye manshá” que es la reina del mar, “ogum” que es el más bueno de todos, o “izarapuá” que es el más terrible.
Cae Nazaret, otra de las “macumberas”, 17 años bailando, religiosamente, dos veces por semana. Quiere salirse de la ronda, pero no puede. Deia le alcanza un “puro” que Nazaret devora a grandes bocaradas.
Y ¡cae otra! Vieja negra que solloza. Cae un hombre. Es José. Estaba tranquilo haciendo coro. De repente, rueda. Es el “Avó”. Se encoge y salta rítmicamente ahora, llevando el son del “tabaqué”. Deia le alcanza una “bengala” que es un palo, símbolo de la ancianidad.

Son las tres de la madrugada y la orgía sigue. Ruedas de “cachaza” y “tabaqué”. Detrás del coro de mujeres hay una docena de curiosos del lugar que baten palmas sin dejar el compás. El ritmo incita. El ritmo llama. Llama, hasta que cae una de las que han ido a curiosear.
Cae otra mujer. Cae otro hombre. Caen como frutos madurados de golpe. Volteando los ojos, cimbreando la cintura, babeando caen hombres y mujeres. A su alrededor la comparsa sigue bailando; los “tabaqués”, sonando. El son llena la casa en cuyas paredes se multiplica y rebota como mil pelotas de ping-pong.
Cinco mujeres y cuatro hombres están “manifestados”. Poseídos por el espíritu invocado de antemano por “Avó Baiana”. En tanto María Rita hace su ingreso al ruedo y ordena quiebren las ocho botellas vacías que hay a su alrededor. Ahora hay una alfombra de vidrios.
La “macumbeira” sube a la alfombra y danza. Entonces, los que nunca antes hemos visto este espectáculo, la admiramos. Porque aquí no hay truco como en los teatros. Aquí, María Rita baila con los pies desnudos sobre los vidrios rotos que son como cuchillos. Adilso corta el ritmo para apuntalarlo después más caliente aún. Y María Rita baila más desesperadamente sobre los mismos vidrios. Después viene otro negro y se frota el torso desnudo con los pedazos de botellas. Se pasa las velas encendidas por la espalda y no se quema. Soporta el fuego, increíble.
Un chiquillo, aprendiz de macumbeiro, dormita y es la María Rita quien lo despierta. Le ha puesto la brasa de un cigarro sobre el pecho. Pero el pecho del chiquillo no está acostumbrado a estas prácticas y él ahoga un grito y el dolor al ver su carne achicharrada.

El tiempo vuela al son de las tamboras. Casi clarea el alba. María Rita ríe a carcajadas. La sugestión, la cachaza, el tabaco, el baile, sus hondos instintos primarios la han ido transformando en un ser salvajemente irracional. Ha pedido el gallo para el sacrificio final.
María Rita ríe a carcajadas en la cara del pollo. Festeja la entrega como un triunfo. Le arranca luego, algunas plumas y le quiebra el cuello con las manos. La sangre salta y María Rita la recibe en la boca. Ahora comienza a chuparle la sangre sorbo a sorbo, en tanto los “tabaqués” arrecian. Arrecian hasta un momento en que ella va cayendo al suelo lentamente, moviéndose, batiéndose como una cuchara en una olla.
El pollo da los últimos aletazos cuando María Rita poseída totalmente yace sobre el suelo, apuñalada por las miradas de “macumbeiros” y curiosos.
Hay un silencio breve, porque María Rita vuelve otra vez al ritmo. Se levanta ahora soltando carcajadas. Gira enseñando el pollo. Haciendo juego. Hasta que le abre las entrañas con las manos y los dientes. En la cara de los curiosos hay una nota de pavor, pero los “macumbeiros” se alegran. Ha llegado la hora del festín; es el momento cumbre del rito.
La orgía aquí es desenfrenada. María Rita mide a los “manifestados”. Mira a los “avós” y a las negras abuelas que caminan lentamente sobre sus bastones fumando sus charutos o bebiendo “cachaza”.
Comienza el reparto de las entrañas del animal. A Nazaret, el corazón; a la “Avó Conga”, los riñones; al negro José, el hígado, etc. Todos reciben su ración de entrañas calientes que ellos saben devorar. Hay gritos salvajes de júbilo, hay “tabaqués” enloquecidos, maracas, gritos cortos, suspiros que deben llegar al Africa.
Hay una mujer que cae sobre su vestido blanco y queda allí clavada como una rara flor de negra corola ensortijada. Hay otra mujer que cae largo a largo y que sólo se sabe que está viva, porque se ve latir su corazón desesperado a través de un botón de mostacillas.

Cantó un gallo a lo lejos. Era el anuncio de la madrugada. Los “tabaqués”, esos tambores sordos iban llegando al orgasmo. Los negros sudaban acongojados. Las mujeres soltaban su último babeo. El diablo miraba impertérrito desde su altar con ojos de fauno rojo, y reía con esa su vieja risa estereotipada tan vieja como el mundo.
Había llegado a su fin el espectáculo de la “macumba” bajo el cielo de Río de Janeiro, allí, arriba, a las espaldas de la ciudad.

En el camino de descenso encontramos a algunos negros que madrugaban al trabajo, bostezando. Bostezaba, también, el sol que asomaba por Pan de Azúcar.


son

Sunday, March 06, 2005

CUANDO CONVERSÉ CON ALFRED KINSEY

Estados Unidos; Antes y Después del famoso sexólogo

Se está proyectando en Lima y en el mundo una película biográfica de Alfred Kinsey (protagonizado por Liam Neeson en el papel de Kinsey, acompañado por Laura Linney, que encarna a su mujer, en una interpretación que le valió una nominación al Oscar como Mejor Actriz de Reparto). Un film complejo, asombroso. Yo conocí a Kinsey y lo entevisté bajo singulares circunstancias que aquì me permito relatar:

Hace exactamente 50 años que entrevisté aquí, en Lima, a Alfred Kinsey, uno de los científicos más discutidos de la historia cultural norteamericana, mejor dicho, el científico que fracturó la vida sexual del gran país del norte, y acaso del mundo occidental judeo-cristiano, en: Antes de K y Después de K.
Ahora que se está exhibiendo la película “Alfred Kinsey” -que intenta presentarnos su biografía-, encuentro que yo no sabía nada de a quién entrevisté esa vez.
El caso fue que mi jefe de Informaciones había señalado en el Cuadro de Comisiones del diario La Crónica donde trabajaba: Orbegozo: Hoy llega a la Corpac, el doctor Alfred Kinsey, científico norteamericano autor del libro sobre laescandalosa vida sexual en los Estados Unidos: entrevistarlo.
Los periodistas de esos días sabiamos que sus libros habían causado estragos en la sociedad norteamericana, el primero en 1948 y luego, en 1953; ambos revelaban el comportamiento de la vida sexual en ese país de la manera más descarnada y escandalosa para nuestra cultura.
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(No tenía a la mano mas datos, por ejemplo: “El 5 de enero de 1948, W. B. Saunders, un aburrido y conservador editor de temas de medicina, publicó una obra que cambiaría para siempre la sociedad norteamericana: La conducta sexual del hombre, firmado por Alfred Kinsey, un científico que realizó miles de entrevistas por toda la geografía estadounidense para estudiar los comportamientos sexuales del ser humano y cubrir así una parcela que la ciencia nunca antes se atrevió a abordar”)

De todos modos, fui a la Corpac junto a dos o tres periodistas más de los otros diarios locales. Por entonces, no había más reporteros; las radios no operaban a ese nivel y la televisiòn no estaba ni en pañales.

A lo hora en punto, vimos bajar entre otros pasajeros a un hombre de pelo hirsuto y de corbata michi, acompañado de una mujer que no tenía nada de belleza, por ejemplo, no era como Ava Gardner a quien había entrevistado en esos tiempos en el mismo aeropuerto.
Nos acercamos a entrevistarlo y, primero con atenciòn, pero luego con fastidio, nos dijo algo asi como: "Thank you, very much, pero por ahora no voy a declarar nada. Estoy cansado, cuando regrese del Cuzco, prestaré declaraciones".
- Pero, doctor Kinsey…
- Nada, he dicho que no voy a declarar nada.

Se metio en el auto-remisse del Hotel y se fue.
Los periodistas compungidos nos regresamos cada cual a su dario. Yo redacté mi nota en 10 líneas, algo asi como: “Ayer llegó a Lima el famoso doctor Alfred Kinsey acompañado de su esposa, pero no quiso prestar ningún tipo de declaración a la prensa.” Y, punto.
Cuando entregué mi nota, mi Jefe, Pedro Morales Blondet, leyó la nota, y sin más ni más, con sus manazas de ogro convirtió mi informaciòn en una bolita de papel y la arrojó a la basura.
- Usted entrevista al doctor Kinsey o no regresa al periodico, me gritò, como era su maldita costumbre energúmena.

No me quedó sino regresar al Hotel Country de San Isidro. Allí, le envié dos mensajes orales, sin suerte. Cuando me encontraba desesperado ante tanta imposibilidad, encontré en uno de mis bolsillos, una tarjeta de visita que pertenecía al director de La Crónica, doctor Manuel Cisneros Sánchez, un personaje del más alto nivel político y empresarial del país.
Escribí en la tarjeta un saludo al doctor Kinsey rogándole me recibiera para saludarlo.
Kinsey debiò haber leido la tarjeta y pensando que no podía desairar a Manuel Cineros Sánchez, porque de inmediato me mandó decir que bajara a su deparamento.
Me abriò la puerta y yo ingresé entre dsorientado y campante. Nos dimos la msno, nos sentamos y antes de empezar a hablar, apareciò su esposa con un bata de dormir. Me pidiò disculpas y yo, más bien, me sentì azorado.
Luego, pidiò una botella de whisky y empezamos a conversar y beber. Ibamos por la hora de conversaciòn cuando yo me sentì completamente borracho. Resulta que ya no por entonces, yo era absolutamente abstemio, no bebía ningun tipo de licor.
Me di cuenta de mi situaciòn y me despedì entre los humos de la borrachera, sin poder hablar ni caminar bien.
Fui al diario y escribì lo que recordaba. Al siguiente día, La Crónica consignaba la noticia en primera página como no lo había hecho ninguno de los tres diarios locales de entonces: KINSEY VIENE A ESTUDIAR/LA VIDA SEXUAL DE LOS INCAS.
(Kinsey era una figura, pero como todos los hombres de la tierra supeditado a los vaivenes del bien y del mal: “Los poderes fácticos de EEUU pronto lo encumbraron. Comparado con figuras como Galileo o Darwin, Kinsey publicó unos años después, en plena paranoia mundial por la Guerra Fría, la segunda parte de su estudio: la dedicada a las mujeres. Pero esta vez no obtuvo el aplauso social. Los que le alabaron le acusaban ahora de atacar la moral americana, de degradar los valores del país”).

Cuando al medio día regresé al Diario para empezar mi tarea, me avisaron que el doctor Cisneros querìa hablar urgentemente conmigo.
Me sorpendió el aviso porque lo relacioné de inmediato con lo sucedido la noche anterior.
Subì a su despacho y cuando ingrsé, el doctor Cisneros se levantò de su asiento y avanzò a felicitarme por la primicia que habíamos ofrecido.
Totalmente confundido porque consideraba antiético lo que hice, yo mismo le conté los pormenores sobre la tarjeta de visita, etc.
Más felicitaciones y cuando ya me despedía del doctor Cisneros, recordé que en mi borrachera le había ofrecido al doctor Kinsey y a su esposa almorzar ese día con ellos. “Les enviaré mi autonóvil a la una de la tarde para que los recoja”, les habia dicho.
Cisneros aflojó sus enormes mofletes y sonriò más alegremente, timbró el teléfono y le pidiò a su esposa que preparara almuerzo para cinco personas.
Envio su autmovil al Hotel y a las 2 de la tarde la mesa estaba conformada por los dos Kinsey, los dos Cisneros y yo.

(Como se sabe “Kinsey se convirtió pronto en uno de los personajes más populares de su país. Años antes de la gran revolución sexual, que llegaría con los años 60, él habló sin tapujos de cuestiones como la homosexualidad o las prácticas sexuales preferidas por los encuestados. Entre los grandes logros de Kinsey está el hecho de haber conseguido que sus entrevistados confesasen sin pudor si se masturbaban o alcanzaban el orgasmo en sus relaciones de pareja”)

Nunca jamás olvidaré mi cara de circunstancias ni esta anécdota profesional y humana. que nunca la revelé hasta que el mismo doctor Cinseros la contó públicamente cuando La Crónica me ofreciò un banquete por haber obtenido el Premio Nacional de Periodimsmo en 1955.
Kinsey muriò al año siguiente de nuestro encuentro, pero la anécdota suscitado en torno a la entrevista,nunca morirá; la mantendré como una de las más valiosas de mi vida profesional.





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Thursday, March 03, 2005

EL PERIODISMO MERCENARIO

LA VIOLACION DE LESLIE STEWART

La violación sexual de una artista de televisiòn, Leslie Stewart, desplazó a todas las noticias sociales o políticas de primera prioridad durante una semana. Aquí un comentario al respecto.

Leslie Stewart es una conocida actriz peruana de hermosos ojos azules, de 30 años y desenfadada. Ella acepta ser frívola o, mejor dicho, ser un ejemplo de lo que es una chica moderna de última generaciòn.
En días recientes se constituyó en el centro de la noticia. Había estado bailando y bebiendo unos tragos en una discoteca de las playas del sur y cuando en la madrugada se disponía a irse a su casa, un joven con quien había bailado solo una vez, le pidió la jalara unos kilómetros más adelante. Ella aceptó y, de pronto, éste la obligó a desviarse hacia un arenal descampado y oscuro. Allí, bajo amenazas de muerte, la violó.
Esta es la versiòn de Leslie, aunque el violador declaró luego que las cosas no fueron así, que no hubo violaciòn, que todo fue de mutuo acuerdo.

Este hecho de violación sexual es uno de los tantos que se cometen todos los días en nuestras grandes o pequeñas ciudades.

Un dato publicado recientemente decía que “Por lo general, no se toma en cuenta que la violencia sexual es un problema de suma gravedad en el paìs. Por ejemplo, un estudio realizado por la Universidad Cayetano Heredia y el Centro Flora Tristàn, revela que casi la mitad de las mujeres en edad fértil de la ciudad sur andina del Cusco fue agredida sexualmente por un compañero ìntimo. El porcentaje disminuye cuando se trata de las mujeres en Lima pero es igual de preocupante: el 22.5 de ellas fue violada por su pareja. El Centro Flora Tristàn dio cuenta que en promedio son denunciadas más de 4,500 violaciones sexuales ante la Policía Nacional cada año, aunque existe un gran sub registro sobre la ocurrencia de este delito pues no todos los casos llegan a conocerse”..

De tal manera que la violaciòn denunciada por Leslie no era cosa del otro mundo. Claro, desde el punto de vista policial o criminal, sí, lo era; la policía y los jueces deben ser implacables con los violadores.
Sin embargo, para la prensa, la violaciòn de Leslie Stewart se convirtiò en un circo, en una noticia de primera página por varios días seguidos.Ningún periòdico, radio o televisón dejó de preocuparse del hecho, aunque, claro, unos con más desfachatez que otros; unos, tratando - como se debe tratar una noticia de esta naturaleza- y otros, desplegándola como si se hubiera tratado de un terremoto social de grado 10.
Se notó una movilizaciòn general en todas las redacciones para ver cuàl conseguía más primicias. La pelea periodística por obtener sus declaraciones en exclusiva era patética, las entrevistas fueron mediocres porque lo que se pretendía era aderezarlas con su poco de porno. No interesaba ir al fondo del asunto, a buscar alguna verdad social aleccionadora, sino cómo te violó el tipo. Ahí nomás terminaba la investigación.

Y era patética porque ponìa en evidencia, la frivolidad en la que ha caído el periodismo que, por lo menos en este caso, -salvo contadas excepciones, como dice la frase de cliché- lo prefiriò y mandó al diablo la inmensa cantidad de problemas de primera prioridad que atingen al país.
“Pan y circo” en el Perú, pero ni aún eso, porque como se sabe, aquí no hay pan, solo circo. Y para la funciòn, el periodista se presta aunque, como digo siempre, nosotros no somos los inventores de la frivolidad ni del sensacionalismo. Nosotros somos meros copiones a ultranza y, además, los empresarios son los directamente responsables de semejantes banalidades.

El famoso periodista Ryszard Kapuscinski opina que: “Desde que está considerda como una mercancía, la informaciòn ha dejado de verse sometida a los criterios tradicionales de la verificaciòn, la autenticidad o el error. Ahora se rige por las leyes del mercado. Esta evoluciòn es la más significativa entre todas las que han afectado al terreno de la cultura. Conscuencia: se ha sustituido a los antiguos héroes del periodismo por un nùmero imponente de trabajadores de los media, prácticamente todos hunidos en el anonimato…”.
César Falcón, uno de los grandes periodistas peruanos informó desde Europa, -terminada la Primera Guerra Mundial-, que el periodismo empezaba a convertirse en uno de los negocios más condiciados y rentables del mundo.
Por su parte, el escritor argentino Carlos Cossio, en su libro “La Opiniòn Pública” editado en 1958, era admonitivo: “…He tratado únicamente de exhibir el cambio de la función social del periodismo contemporáneo al conjujro de fuerzas superiores a todo periodismo en cuanto que derivan de la estrcutura social que hoy lo condiciona. La filosofía de la situaciòn que reemplaza a la filosofía de la personalidad, la constituciòn de la empresa periodística como empresa comercial reemplazando el periodista de vocaciòn por el periodista mercenario y la sustitución de un público lector con sensibilidad para los principios por un público de masas, son hechos irrevocables a los cuales el periodismo tiene forzosamente que adaptarse”.
Cincuenta ños despúes, las profesías de Cossio son evidentes. "público de masas”, “irrevocable” y “mercenario”. Estamos frente a un periodismo mercenario (…que percibe un salario o paga por su trabajo, RAE) pero no vocacional ni altruista, en términos generales y no no tan dramáticos.

Por supuesto que quienes marcan las líneas editoriales son los empresarios, -casi nunca periodistas-, pero de todos modos, frívolo, como acaba de demostrarlo en el Perú, el caso de Leslie Stewart.
El mercado exigía ventas, más ventas; raiting, más raiting. No importaba el hambre que nos acogota ni los niños que se suicidan ni la falsificaciòn de firmas ni la corrupciòn política que nos embarra hastas la coronilla. No. Había que montar el circo, incrementasr el espectáculo; había ahì, en lo de Leslie, encerrada una de esas letras malditas de SS (Sangre y Sexo) que fueron el grito de guerra del periodismo amarillo norteamericano del 800. Eso había que explotar.

Felizmente, como un consuelo de tontos, nos queda la sabiduría del famoso refrán que codifica:”No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”.

Wednesday, March 02, 2005

EL PERIODISMO SEGUN SAN GABRIEL

Nosotros no somos inventores del periodismo. Nosotros, como "países en desarrollo", nos copiamos de lo que hacen los “pases desarrollados”, como los Estados Unidos o de Europa, por ejemplo. O sea, el periodismo literario o el periodismo amarillo no es de nuestra invención.
He aquí, algo de nuestro periodismo aprovechando a García Márquez como fundamento de este comenario.

Cara y sello de la profesión periodística

Recuerdo que hace algunos años comenté que Gabriel García Márquez había puesto el dedo en la llaga cuando declaró lo siguiente: “El periodismo es un género literario”. La afirmación del famoso novelista estaba en lo cierto, pero la tesis no era tan novedosa como parecía. Muchos periodistas teníamos la misma creeencia, aunque con algunos matices. Por ejemplo, uno fundamental: mientras la literatura como arte se preocupa de la estética, el periodismo como género se preocupa de la informaciòn.
Esto no quiere decir que una información periodística no aspire a ser una pieza de literatura. Hay muchas que lo son, escritas por hombres tan famosos como Balzac, Dickens, John Reed, Orwell; y Mariátegui, Vallejo, More, Tealdo y otros peruanos, para no ir más lejos.
Escribí que tal vez lo que quiso decir García Márquez, en el fondo, fue que debería retomarse la idea de que la literatura es un arte y una ciencia a la cual se puede acceder concurriendo a una universidad aunque nunca se podrá ser un novelista o un poeta escepcional solo aprobando los cursos académicos.
De la misma manera, ningún aspirante a periodista puede serlo realmente solo acudiendo a una universidad a estudiar el curso y aprobarlo despues de los años correspodientes.
En general, “la destreza profesional, se adquiere por "la práctica profesional”, según afirma, entre otros estudiosos, el conocido Luis Núñez Ladevéze.
Otras condiciones innatas se precisan para ser periodista, como suele suceder con cualquier otra profesión. La vocación es muy importante. Hay periodistas que empezaron a estudiar ingeniería, medicina, etc., y terminaron siendo, simples pero eficaces reporteros u hombres de prensa.
Dije que el famoso novelista añoraba el que en su país de hacía más de 50 años “la prensa colombiana estaba a la vanguardia de América Latina y no había escuelas de periodismo” porque el oficio “se aprende en las salas de redacción”, dijo. Agregó que “ahora hay 27 mil credenciales de periodismo cuyos poseedores las utilizan como salvoconductos”, mientras hay “muchos periodistas de verdad” que ni siquiera necesitan de ese documento.
No sé hasta qué punto esas estadísticas y el fondo de la cuestiòn podían ser aplicables a nuestro país. El caso es que más de 50 años atrás, los periodistas peruanos también pugnábamos por mantener un puesto privilegiado en el ranking de la buena prensa latinoamericana. No había cursos universitarios y, por lo tanto, el periodismo se aprendía en las calles porque los sucesos no se producen, ni antes ni ahora, dentro de las cuatro paredes de un aula. Sin embargo, los periodistas de entonces, mis maestros, fueron de primera.

En la década del 50 cundiò en las salas de redacción la novedad del “periodismo objetivo” que hacía más de médio siglo lo practicaban países más adelantados que el nuestro. Sin embargo, mientras estos países regresaron ya de esa práctica, acá se sigue pensando en que los periodistas todavía no estamos preparados para practicar el periodismo interpretativo, menos el de creación, que ya es común, por ejemplo, en Estados Unidos y otros países latinoamericanos Ambas especies que, lógicamente, precisan - aparte de la subjetividad necesarias- mucho de literatura: metáforas, enálagues, etc., aunque nada de retoricismo que compliquen la comprensiòn del mensaje en vez de facilitarlo.

Creo que, aquí nos hemos detenido un poco. O para ser más francos nos hemos degenerado. El periodismo anda mal y no solamente desde el punto de vista de la lengua, como lo pueden atestiguar los especialistas, sino desde el punto de la ética, sobre lo que no tenemos quien pueda atestiguar. No tenemos autoridades periodísticas como, digamos, un Alfredo Vignolo Maldonado, capaces de frenar nuestros exabruptos.

Escribí, recordando a García Márquez, que cuando asistí a la entrega de su Premio Nobel, en Estocolmo, conversamos sobre tópicos de la profesión aunque nunca a mesa tendida, sino siempre a sobresaltos. Me decía, a ti qué te puedo contar ya, déjame contarles los cuentos latinoamericanos a los suecos. Pero, recuerdo que me dijo que con el dinero del premio, iba a editar un periódico en México, que se llamaría El Otro, me parece, quizá para diferenciarlo de los demás, por el lenguaje que emplearía. Porque lo haría “a mi estilo”, me dijo, lo recuerdo claramente.
Cuántas veces he soñado con editar un periodico de esa naturaleza. Creo que ya no habrá tiempo para lograrlo, pero mis alumnos sanmarquinos saben que con diez de ellos podríamos editar un periódico de alta calidad informativa, interpretativa y salpicada de buena literatura por todos lados.
En muchas redacciones locales todavía pretenden mantener la “objetividad” científica, aunque en otros falsean y manipulan lo que forman sus espacios detestables de “periodismo amarillo” o "periodismo chicha", como se les denomina en el país. Un periodismo mucho más innoble que el periodismo sensacionalista de Alemania o Italia, por ejemplo. Ojalá los pocos propietarios de empresas periodísticas en el Perú abran las puertas informativas y permitan que el buen periodismo se enseñoree, que formalmente el periodismo interpretativo sea su característica principal.

Hay jóvenes periodistas que tiene cultura superior, ética y clara conciencia de su condicion de informadores y opinadores y pueden dar magníficos rsultados para levantar el nivel de nuestra sociedad en contraposición al periodismo amarillo que ahora nos avasalla.
Una vez, me permití comentar el reportaje de García Márquez sobre el cineasta Miguel Litin, en Chile. Se le motejaba a García Márquez que ese trabajo no alcanzaba las alturas de su conocida obra literaria. Claro, qué lo iba a alcanzar cuando el mismo García Márquez indicó que ese era periodismo y no literatura, aunque sus lindes andaban cerca. Periodismo y literatura si no son hermanos, por lo menos son primos-hermanos.

En suma, mi recuerdo viene a que el periodismo en nuestro país cojea en forma y fondo, salvo excepciones cuando debería ser al revés.
Pero el periodismo, como el hombre, a lo largo de la existencia, como los poderosos, según Brecht, “suben como los astros/ y como los astros vuleven a bajar”.