No solo un lector “Annonymous” sino también otros amigos me han motejado de “Humalista” porque he dicho que hasta ahora es el “mejor” de los candidatos a la presidencia del Perú. Aunque la afirmaciòn no es exacta,de todos modos me veo obligado a dar algunas datos en que baso mi razonamiento.Uno de los problemas que tiene que resolver el Estado peruano es el de su afirmaciòn de identidad nacional. El Perú es un gran país y un Estado moderno, pero no es una naciòn plena, mientras no acabe con la discriminaciòn racial que lo subyuga.
Tal discriminaciòn no es nueva ni yo soy su descubridor. Es un problema muy antiguo que nace en el momento mismo en que los conquistadores españoles pisaron estas tierras no conocidas como parte de la América, sino como el Tahuantinsuyo.
La historia está llena de referencias en el sentido de que desde entonces, los habitantes tahuantinsuyanos empezaron a sufrir vejaciones tan brutales que siglos después, estos habitantes conocidos como “indios” no han logrado zafarse de tan abyecta calificación humana.
Uno de los más conspicuos defensores de semejante situaciòn infrahumana fue por ejemplo, Fray Bartolomé de las Casas, llegado con los conquistadores para evangelizar a los indios.
De las Casas fue el primero en erigirse como liberador de los indios, el primero en criticar el estúpido comportamiento de los españoles que desde el primer día comenzaron a rebajar la calidad humana de los aborígenes.
El padre Gustavo Gutiérez es uno de los seguidores no laicos de De las Casas. El escribió la “Teología de la Lberaciòn” mundialmente conocida, y otros libros como “En busca de los hijos de Jesucrito”. Aquí, dice, por ejemplo que: “Además del derecho a evangelizar al que ya hemos aludido, la otra razón que justifica el dominio de los europeos es la inferioridad humana de los habitantes de la Indias. Ellos pertenecen a la categoria de los
siervos por naturaleza, según el texto aristotélico ya mencionado. Deben estar por consiguiente sometidos para su propio bien a los europeos que han nacido para ser señores”.
De las Casas refuta esta tesis con suma violencia no solo por errada sino por infrahumana. Los indios adquirían una condiciòn de animales antes que de personas.
Pues bien, en los 500 años que han pasado desde la conquista de las Indias, las cosas no han cambiado casi nada en el Perú.
Desde fines del siglo XVIII, ilustres pensadores peruanos comenzaron a preocuparse por la situaciòn indígena. Un siglo después se arrecia esta preocupaciòn; el Perú rompe las amarras del colonialismo, se instala la República y la vida empieza un nuevo como deconocido episodio de su historia.
Pero, la situaciòn de los indígenas no cambia en absoluto.
Cuando arranca el siglo XX, más intelectuales se suman a la lucha y a partir de las primeras décadas, esa lucha se aviva. Más que pronunciamientos hay hasta levantamientos. Pero no son los mestizos los que se levantan sino los mismos indios, aquellos que han tomado razón de su estado social.
Además, aparecen grandes pensadores que teorizan sobre la situaciòn indígena, pero es muy poco lo que se consisgue para la reivindicaciòn.
El Perú sigue gobernado por los llamados “blancos” que pueden serlo, o por los “mestizos”, mitad hijos de europeos con indios que somos una relativa mayoría en el Perú. Pero, hay un gran sector de nacidos en el país que continúan discriminados, arrinconados, humillados, considerados parias o subhombres.
Los únicos que se gozan de la vida, como sucede en este momento, siguen siendo los Xavier Barrón, los Gutierrez, los Olivera, los Rodríguez, los Diez Canseco, etc, en el Parlamento o en el Ejecutivo o en cualquier otro puesto público; los indios continuan viviendo en la mayor miseria en todos los sentidos, en el olvido, en la basura.
En esto, vino el general Juan Velasco Alvarado (década del 70) y liberó a los indios, por lo menos a aquellos que vivían como siervos en las haciendas feudales. Acabó con esa situaciòn humillante. A Velasco se le achaca el haber sido dictador, etc.. Es posible. Dicen que hizo muchas cosas malas. Es posible.
Pero, liberó a los yanaconas, a los sirvientes en las haciendas, labor a la que me presté voluntariamente en mi condiciòn de periodísta, lo cual no me impide pensar que la Reforma Agraria emprendida no tuvo un final feliz. Al contrario, colapsó. Quedó incompleta, pero se logró dignificar al hombre, salvarlo. que según el poeta César Vallejo, vale más que salvar cualquier cuadro de Reembrandt o Renoir.
Humala ofrece ahora rescatar al indígena. Ningún ofrecimiento mejor que ese. Porque si el Perú sufre de alguna deficiencia social significativa, aparte de la falta de educaciòn, de salud y de trabajo, es la vigencia de la discriminación social y racial. Intelectuales consagrados de ayer y de hoy (García Calderón, Porras Barrenechea, Encinas, Valcárcel Rostowrowski, Arguedas, JC.Mariátegui, Matos Mar, Lumbreras, Rénique, etc.) realizan una labor empecinada a favor de los indios a fin de colocarlos en el lugar que les corresponde y asegurar nuestra nacionalidad.
El Perú es aún una naciòn incompleta, porque la mayoría de su poblaciòn está por debajo de la condiciòn ciudadana que los demás, que la de un grupo que nos gobierna desde el comienzo de la República.
Vienen ahora los Humala y nos proponen “nacionalismo”, “etnocacerismo”, etc. Los nombres de sus programas reivindicatorios no importan. Lo que importan son sus planes de liberaciòn. Todos los demás candidatos nos ofrecen más pan, más trabajo, más puentes, más carreteras, más escuelas, pero nadie ofrece más libertad pero para los verdaderamente oprimidos, olvidados, subyugados, censurados, aporreados, y hasta maldecidos.
Cualquier de los Humala que gane podría ser "mejor" que cualquier otro candidato en cuyos programas manidos y copiados en serie no veo ningún tipo de reivindicación, de redenciòn social. Repito,- a mi humilde juicio-, el Perú todavía no es una naciòn –como Chile- para no ir muy lejos- porque aquì existe internamente discriminaciòn mucho más cruda que la del
Apartheid. Esta afirmaciòn la hacía, hasta momentos antes de morir, el Rvdo. Padre Felipe Mac Gregor. Ahora mismo, la hace a todos los vientos, Maria Rostowrowski.
Por lo tanto, Humala Ollanta, Ulises o Antauro ofrecen rendenciòn de la esclavitud de los indios. Hay que conocer el Perú Profundo de Arguedas para darse cuenta de la dimensiòn de este ofrecimiento. El indígena, quechua o aymara, es un ciudadano de cuarta o quinta categoría o de ninguna categoria.
Claro, salta por ahí, un inocente y reclama, “Pero, ¿y Toledo?. Los Humala han calificado a Toledo de Felipilllo. Y no les falta razón. Felipillo fue un indio que se “vendió” a los españoles y se fue 20 años a vivir a Madrid; regresó convertido en español. De la misma manera que Toledo, a los 15 años se fue a Estados Unidos de donde regresó 20 años después convertido en un yanqui. “Toledo desacreditó a la choledad en vez de acreditarla”, se afirma.
En fin, personalmente, -y pido disculpas porque yo soy un viejo periodista y nada más que eso- opino porque Ollanta Humala es hasta ahora, el “mejor” (entrecomillas) candidato a la presidencia de la República, lo cual no es sino una opiniòn previa. No soy humalista y hasta votaría por otro candidato si lo superara en proyectos. Pero, hoy por hoy, nadie ha planteado redimir al indio. Y lo que el Perú precisa es esa redención porque es la escencia del Perú: el indio de cuyo pasado, de cuya raza, de cuya lengua, no debemos arrepentirnos ni dejar de sentir orgullo.
La obra cultural que dejaron esos indios no ha sido superada aun por nadie en el país y para no ir muy lejos, Machupicchu acaba de ser considerada una de las nuevas “7 maravillas del mundo”, tal vez la primera.
NOTA FINAL: En mi niñez acompañé a mi padre a su trabajo como administrador de dos haciendas liberteñas. De mis recuerdos, he escrito pero no publicado algunos cuentos como el que aparece aquí a continuaciòn inspirado en un hecho casi real. Es para aquel que tenga tiempo de leerlo. Gracias.
REBELION DE LAS AGUILASLas águilas se rebelaron; dejaron sus días de encierro colectivo y lo arrinconaron y le sacaron los ojos y le picotearon la lengua y las entrañas y lo dejaron que se desangrara en el galpón, mientras, con los picos y los pechos ensangrentados y las garras rotas por la violencia del ataque, volvían al reino de la libertad infinita de las nubes y los vientos.
Veinticuatro horas antes habían anidado su plan hasta cuando entró mi padrino y lo asesinaron sin tregua ni piedad, sin dar oido a sus clamores ni a sus ayes.
El día anterior, delante de todas las águilas del galpón, mi padrino le ordenó a Santos Cruz que tirara la cuerda de la que pendía Timoteo:
-Ya no da más, patrón.
- Cómo no va a dar más, jala nomás, carajo.
-Ya no da más, patrón.
-Jala más, carajo, o te hago colgar a ti, carajo.
Timoteo Cruz era un pastor tímido que tenía a su cargo 3,756 ovejas exactas en el momento en que Julio César, el contador, llegó hasta la majada en su joven caballo moro que alborotaba el corral de yeguas cada vez que al atardecer, lo dejaba a su libre albedrío.
Timoteo le dio cuenta de que anoche el zorro se había devorado 5 ovejas, cuyos cueros desgarrados le mostró y que, en un hato tan grande, en una jalca tan grande donde la única ley que rige es la del más fuerte o ladino, 5 ovejas habían sido devoradas por los zorros, que no eran nada en comparación con la sospecha. “Estás robando”, le incriminó de golpe, el contador.
-Cinco, ¿a qué hora puede haber venido el zorro? -le preguntó don Julio César.
-Debe de haber sido después del primer gallo, patrón, o en la madrugada.
-Mientes, Timoteo, te las habrás vendido.
-No, patrón, barbaridades nunca he hecho, patrón, tu sabes que soy derecho.
-Mañana, te vas temprano a la casa-hacienda a dar cuenta-, le ordenó y dio vuelta a la grupa de su brioso caballo moro.
El pastor madrugó con el primer gallo, para llegar temprano. El camino de piedras y pencas a los lados se lo amarró a la cintura y lo fue enrrollando hasta que siete horas después de caminar fuerte y sin tregua, llegó a la oficina.
La señorita Marina con su voz de hermana de caridad le informó que el patrón Elpidio todavía no había llegado, que lo esperara, que él llegba a las 10 después de tomar su desayuno con la patrona Doña Luz y sus once hijos, que todavía es muy temprano, faltan dos horas, le dijo.
-¿Quién se ha comido las ovejas, Timoteo?.
-El zorro, patrón.
-Ese es cuento viejo.
-Qué va a ser cuento, patron, jamás he mentido, nunca he mentido, patrón.
-Pero, ahora estás mintiendo.
-Nunca, patrón.
-Nunca, pero ahora sí, carajo.
-Nunca, patrón.
-¡Calla, carajo¡, elevó la voz hasta los cielos y lo alcanzó con el puño.
-Patroncito...
-¡Afuera, carajo, y espérame a las 4 en el galpón¡.
Timoteo se limpió la sangre de la boca con el puño de su camisa de bayeta, pero como no era la primera vez que recibía esa afrenta, pensó que con eso la cuenta estaría saldada.
A las 4 de la tarde, mi padrino y Damián terminaron de darle de comer a las águilas en ese galpón montado a espaldas de la casa-hacienda, como un capricho de rico. Cien águilas que se engreían al tener en sus garras, los pedazos de carne de caballo que devoraban todas las tardes con el sol arrebolado, tinto en sangre, y celebraban el banquete y se mantenían gordas y contentas, con plumajes lustrosos y ojos hábiles para la dádiva, aunque no para la protesta o el rencor.
Mi padrino había hecho de su encuentro con las águilas un ceremonial romano: Antes de ingresar al galpón hacía sonar el gran candado fabricado a mano por el cojo Juan en su herrería, y luego ingresaba como a un reino. Las águilas se mostraban inquietas y miraban airosas o desafiantes y torcían el cuelllo con desdén, que era fingido. Una vez que abrían las jaulas, las águilas, en vez de emprender el vuelo y apoderarse del cielo, como su legítima heredad, se dejaban comprar por pedazos de carne de caballo en el pico.
Sus usos y costumbres de libertad se habían corrompido gracias a las leyes de Pavlov, que mi padrino desconocía teóricamente pero que en la práctica, manejaba a la perfección, o Teófilo, el amaestrador palaciego, que acababa de morir mordido por una víbora. Las águilas sumisas preferían al patrón y a la babosa carne de caballo antes que a la libertad en el reino infinito de los vientos o las nubes.
-Di que te has comido las ovejas.
-No las he comido, patrón.
-Las has vendido.
-No las he vendido, patrón.
-¿Dónde están, entonces?
-El zorro ha sido, patrón.
-¡Jala¡, le ordenó a Zacarías.
Zacarías tensó la soga. Timoteo gimió en silencio, mientras sus hombros sonaron como dos ramas desgajadas de un árbol. Las águilas empezaron a inquietarse, a ir de un lado a otro conscientes de la injusticia; empezaron a agitar violentas miradas de protesta, a pasearse picoteando carnes invisibles, a sacar las cuentas y los cuellos por los barrotes de sus jaulas que mi padrino se encargaba de dejar sin pestillo al atardecer después de los banquetes de caballo; estaban ebrias de rencor.
-¡Jala más, carajo, jala, jala más¡.
-Ya no da más, patrón, avisó Zacarías.
-¡Jala más¡.
-Ya no más, patrón, por piedad, no más...soy inocente-, clamó Timoteo cuando sus homóplatos sonaron como platos rotos y entre sollozos de yanacona bravo, derecho, curtido, fértil, sollozante, inocente, porque nunca antes había dado mala cuenta de su majada, maldijo a los zorros que en mala hora escurrieron su infamia amparados por la noche para desbaratar su prestigio de pastor.
Cuando mi padrino ordenó que jalara más, ya Timoteo se había desmayado. Estaba lívido y mojado, como cubierto por una húmeda cutícula de laca; tenía el rictus de un moribundo y enormes lágrimas empozadas en los ojos.
-Desátalo-, ordenó mi padrino y Zacarías lo desató y Timoteo quedó allí, tendido, soñando en un mundo más humano y más justo, como insistía el párroco de la hacienda en sus furiosos sermones de domingo.
Las águilas cerraron el pico y esa noche tuvieron una pesadilla. Ni la reina ni el príncipe ni el líder ni la tomasa ni el bronco ni la engreída ni el violento ni la proserpina ni la perla ni el bandido ni la infiel ni la niña ni la sombra ni el lucero ni la virgen ni el relámpago, nadie, ningún animal bautizado o sin bautizar, pudo dormir tranquilo esa noche de mierda; la cuenta regresiva del motín había empezado a correr de jaula en jaula.
Al siguiente día, cuando las águilas sintieron que mi padrino movió la cerradura y todas las jaulas estaban abiertas para empezar la ceremonia del banquete, las águilas salieron en tropel y con furia desconocida arrinconaron a aletazos a mi padrino y antes de que gritara solicitando auxilio, empezaron a masacrarlo a cuchillada limpia con los picos. Le sacaron los ojos y la lengua y le arrancaron la hebilla del cinturón que como un trofeo “El príncipe” se llevó en las patas, y le picotearon el vientre y tomaron el pecho por asalto y buscaron el corazón en el que se solazaron, mientras cerraban toda posibilidad de súplica o perdón.
Damián desguarneció a mi padrino y huyó despavorido a dar noticia del asalto. Cuando una turba de indios llegó al galpón alborotado, ya todo había llegado a su fin.
Porque, no bien terminó la fiesta sangrienta de la rebelión, las águilas emprendieron el vuelo como una nube oscura y torba; volvieron al espacio y a su libertad que la habían vendido a mi padrino por un plato de lentejas.
Desde arriba contemplaron su obra y las cien águilas, como una escuadrilla de aviones de combate, viraron hacia el Sur a buscar a Timoteo para pedirle perdón por la ignominia.
En la insondable dimensión de su instinto, las águilas pensaron en la coyuntura y dedujeron que la cuenta había sido debidamente saldada.